22 de Octubre, 9529 A .C.
Durante los últimos meses, me había estado preparando para mi unión con Apolo. Durante las horas de la mañana antes de que el palacio empezara a revolverse con actividad, me esmeré en visitar a Acheron en su celda. Él raramente hablaba, pero de vez en cuando le sacaba una o dos palabras.
Apreciaba cada una de ellas.
Sólo deseaba que participara más en nuestras discusiones. Me entristece decir que a veces era bastante brusca con él, incluso me enfadaba. Yo hacía tal esfuerzo, y me arriesgaba mucho para verlo y traerle las golosinas de pan y dulces. Al menos podría ser semi-cordial conmigo.
Pero al parecer, eso era pedir demasiado.
Era tarde y yo había estado reunida con Padre, Styxx y el Alto Sacerdote en el estudio de Padre para discutir lo que tendría que llevar para la ceremonia que me ligaría a Apolo.
Originalmente el concilio había querido ofrecerme al dios completamente desnuda. Por suerte el sacerdote les había desalentado de esto y ahora había mucho debate sobre el vestido correcto y la joyería.
Mientras el escriba tomaba apuntes, Styxx cayó repentinamente enfermo. Demasiado débil para estar de pie, se derrumbó en el suelo dónde se tumbó como un niño pequeño, temblando. Cada latido del corazón parecía hacerlo más pálido. Más débil.
Aterrada, miré como Padre lo recogía en sus brazos y lo llevaba a su cuarto. Los seguí, asustada de lo que lo podría haberlo poseído. Aunque nos pelábamos a menudo, yo de hecho amaba a mi hermano y la última cosa que quería era verlo herido.
Padre lo puso en la cama y llamó a un médico. Me adelanté, intentando ayudar, pero no había realmente nada que yo pudiera hacer. Styxx no podía siquiera hablar. Respiraba como si tuviera la garganta reseca y sus pulmones estuvieran dañados... Me miraba fijamente, sus propios ojos llenos de terror a lo que estaba sucediéndole.
Orando por él, tomé su mano en la mía y lo sostuve de la forma que a menudo había hecho con Acheron. Era raro que Styxx tolerara mi toque, lo que me decía lo enfermo que estaba.
Cuando los médicos llegaron, Styxx se había puesto fantasmalmente pálido y demacrado.
Yo me marché para que pudieran examinarlo y mientras ellos trabajaban, miré ansiosamente.
—¿Qué es? —preguntó Padre, su voz cargada con preocupación.
Los médicos parecían confundidos.
—Nunca he visto algo como esto, Señor.
—¿Qué? —pregunté, mi voz quebrándose.
El médico principal suspiró.
—Es como si él estuviera a punto de morirse de sed y hambre aunque sé que él nunca se pierde una sola comida. Por su apariencia dudo que pase de hoy. No tiene sentido. ¿Cómo un príncipe podría tener estos síntomas?
Mi corazón se detuvo ante sus palabras y al instante supe la fuente de la enfermedad de Styxx.
—Acheron —dije a mi padre—. Él se está muriendo.
Mi padre no me oyó. Él estaba demasiado ocupado gritando al médico para sanase a su heredero.
—¡Padre! —grité, agitando su brazo para obtener su atención—. Styxx está muriendo porque Acheron está muriendo. ¿No Recuerdas lo que dijo la Sabia cuando ellos nacieron? Si Acheron muere, también lo hace Styxx. Acheron es el que está muriendo de hambre en su celda de la prisión. Si nosotros lo sanamos, Styxx vivirá.
Con su rostro furioso, llamó a sus guardias y pidió que trajeran a Acheron al Salón del trono.
Yo corrí detrás de ellos, mientras recorrieron el ancho palacio y bajaron a las profundidades , a la celda, para llevarlo de regreso. Como siempre, estaba húmedo y apestoso. Odiaba este lugar y me molestó mucho que Acheron hubiera sido confinado aquí todos estos meses.
Con el corazón latiendo, me quedé atrás mientras ellos abrían la puerta de la celda. Finalmente lo vería de nuevo.
Dieron un paso atrás, mostrándome a Acheron.
Nunca en mi vida había maldecido en voz alta, pero maldije vilmente cuando vi cómo habían encerrado a mi hermano.
El cuarto era tan pequeño que le habían obligado a que se sentara doblado. Era aún más pequeño que el que Estes había usado en Atlántida para castigarlo. Acheron estaba literalmente encorvado como una pelota. No había ninguna luz en absoluto en el interior.
Mi hermano había vivido en total oscuridad y suciedad durante casi un año. Incapaz de moverse o estirarse, o para aliviarse incluso. Ni siquiera los animales eran tratados tan pobremente. ¿Por qué Acheron nunca me había dicho lo que yacía de su lado de la puerta?
El guardia intentó sacarlo. Demasiado débil para protestar, Acheron se desparramó a través del vestíbulo. Su hedor y el del cuarto era tan rancio que hizo que mi estómago diera un vuelco. Obligándome a taparme nariz para no vomitar.
Acheron se extendió sobre su espalda, su respiración poco profunda y débil. Estaba tan delgado que no parecía real yaciendo allí. Podía ver cada hueso en su cuerpo. Una barba espesa cubría su cara y su cabello colgaba a su alrededor como una frágil telaraña. Parecía un hombre viejo, y no un muchacho de diecinueve.
Me arrodillé a su lado y puse su cabeza en mi regazo.
—¿Acheron?
Él no respondió. Como Styxx, estaba demasiado débil para hacer algo más que mirarme inexpresivamente.
—Llevadlo arriba, a mi habitación —ordené al guardia.
Él encorvó su labio en repugnancia.
—Mi señora, él está asqueroso.
—Lo llevaras a mi cama o haré que te castiguen por tu insolencia.
La indecisión jugueteó por su rostro durante varios minutos antes de que cumpliera. Pedí que otro guardia sacara comida y bebida mientras yo los seguía.
Cada paso parecía llevar demasiado tiempo. No podría creer que la cáscara de un humano en los brazos del guardia fuera el mismo muchacho guapo quien perseguía a Maia en nuestro jardín. ¿Cómo pudo mi padre hacerle esto?
¿Cómo pudo Acheron hacerse esto?
Entrando en mi cuarto, el guardia lo puso en mi cama, entonces salió inmediatamente. Envié a mis sirvientas por agua y paños para que así pudiéramos lavar algo de su suciedad.
Era tan horrible estar cerca de él de este modo. Olía tan mal, parecía tan débil... ¿Cómo podría alguien sufrir tal tragedia? Me sentí completamente desvalida.
Usando la sabana, intenté limpiar algo de la suciedad de su cara.
Mis sirvientas volvieron al mismo tiempo que traían la comida.
Acuné la cabeza de Acheron mientras lo alimentaba cuidadosamente con pequeñas piezas de pan. Pero no parecía querer masticar. Yo no sabía si estaba demasiado débil o demasiado ido para saber que era el pan en su boca.
—Mi señora —dijo Kassandra— os estropeareis la ropa tocándolo de esa forma.
—No me importa —Y no lo hacía. Todo lo que me importaba era que salvar su vida. Derramé lentamente el vino en su boca—. Come, Acheron —susurré.
Débilmente, él alejó su cabeza de mí.
—Por favor —rogó, su voz un tosco, ronco susurro—. Déjame morir.
Las lágrimas me ahogaron cuando me di cuenta que debía haberlo hecho a propósito. Sin duda había estado dejando de comer, rogando para que la muerte viniera y lo liberara de ese agujero dónde había estado atrapado.
Lo más amable que podría hacer dejarle ir.
Pero no podía. No sólo lo perdería a él, sino también perdería a Styxx y amaba a mis dos hermanos.
—Quédate conmigo, Acheron, —susurré.
Pero él no lo hizo por mí. En cambio, él luchó por la muerte y los días pasaron mientras miraba a los médicos de mi padre que violentamente lo forzaban a alimentarse mientras él intentaba escupir la comida... eran implacables en su atención.
Lo mantuvieron atado a mi cama y abrieron sus labios para que pudieran verter leche, vino y miel por su garganta. Él intentaba escupir la comida y bebida sólo para golpearle y sostenerle su boca y nariz hasta que tragara.
Él los maldijo y me maldijo.
No podía culparlo.
Todos los días eran una pesadilla para él mientras Styxx se hacía más fuerte en el consuelo, con todos despilfarrando alabanzas sobre él y sirviéndole cada una de sus exigencias. Entretanto los cardenales estropeaban la piel de Acheron, sobre todo su mandíbula que constantemente sujetaban. Los médicos exigieron que se le “alimentara” cada dos horas por lo menos.
Cada vez que los guardias y sirvientes aparecían con esos alimentos, él se tensaba y me lanzaba la más desaprobadora de sus miradas.
Cuando se puso más fuerte, las luchas se volvieron más fuertes, hasta que finalmente dejó de luchar por completo. Las odiosas miradas de enfado fueron reemplazadas por unas de desesperada resignación que me hirieron aún más. Todavía lo dejaron atado y yo comprendí que en realidad no había cambiado su posición. Sólo su ubicación era diferente.
La realidad de mi hermano era siempre la misma
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