jueves, 12 de enero de 2012

A parte 23

23 de junio, 9528 A.C.

Feliz cumpleaños, Acheron.
Acheron se giró hacia donde provenía el sonido de la voz de Ryssa. Dolorido por la noche que pasó con Artemisa, se encontraba un poco desorientado. Había ido a su cama en el Olimpo, pero en algún momento debió de haberle regresado a su propio cuarto.
—Buenos días, hermana. —Se veía particularmente radiante hoy. El cabello rubio caía alrededor de la cabeza en pequeñas trenzas que estaban sostenidas en su lugar por un juego de peinetas plateadas que había comprado para ella unas pocas semanas antes, cuando habían ido juntos al mercado. El ligero vestido azul que usaba hacía que sus ojos brillaran radiantes mientras ponía las manos contra su estómago. Su embarazo apenas sí se notaba.
—Levántate y vístete. Le he dicho al cocinero que te prepare un desayuno especial de celebración sólo para nosotros dos. Nos traerán la comida en breve.
Miró tras ella, pero no vio nada.
—¿Dónde está?
—En el piso de abajo.
Acheron sacudió la cabeza.
—No me está permitido comer en el comedor. Lo Sabes.
Alejó sus palabras.
—Padre estuvo hasta tarde con Styxx. No despertarán hasta dentro de unas horas. Quiero darte este pedacito de normalidad, hermanito. Lo mereces. Ahora vístete rápido y únete allí conmigo.
Acheron en realidad no quería hacerlo. Odiaba aventurarse en las habitaciones del piso de abajo, donde su familia había dicho claramente que no era bienvenido. Pero Ryssa se había metido en problemas por él. Lo menos que podía hacer era alegrarla.
Dejando la cama, se vistió rápidamente y se reunió con ella en el vestíbulo. Envolvió el brazo alrededor del suyo y sonrió.
—Esta es la primera vez que celebramos el aniversario de tu nacimiento juntos. Ahora tienes veinte y el próximo año alcanzarás la mayoría de edad.
Cómo si eso fuera hacer una diferencia para él.
—¿Hay una fiesta planeada para Styxx?
Desvió la mirada con expresión inquieta.
—Sí. Esta noche como cada año.
—Entonces desapareceré.
La mirada en sus ojos reflejó el dolor que sentía por dentro. Pero ambos sabían que sería tan bienvenido a la fiesta como una plaga de despreciables ranas. Sin decir palabra, lo llevó hacia el comedor donde había dispuesto un gran buffet.
—No estaba segura de qué querrías así que hice que preparan un poco de todo. —Tomó un plato y se lo tendió antes de besarlo en la mejilla—. Feliz cumpleaños, hermanito.
Nada podría haberlo emocionado más.
—Gracias.
La siguió mientras le explicaba los diversos platillos.
Mientras Acheron alcanzaba una pieza de fruta, le tomó la mano y rió.
—No comemos eso. Son decorativas. —La golpeó con la mano—. ¿Ves? Es yeso.
Rieron juntos ante su ignorancia.
—Oh, le hace bien a un padre escuchar a sus hijos riendo uno con otro.
Acheron se congeló ante el sonido de su padre entrando al cuarto detrás suyo. Terror frío se filtró en todo su ser.
Ryssa cubrió su pánico con una deslumbrante sonrisa.
—Buenos días, Padre. Me habían dicho que te levantarías tarde hoy.
—Hay mucho que hacer con los preparativos de la celebración de Styxx. —Palmeó afectuosamente en el hombro a Acheron antes de besar su mejilla.
Saboreó y maldijo el abrazo a su vez, Acheron cerró los ojos y contuvo el aliento. Sus ojos plateados podrían traicionarlo. Siempre lo hacían.
—Estoy sorprendido de verte levantado, bribón. Escuché que habías llevado tres mujeres a tu cama anoche. Te satisficieron bien, confío.
Ryssa se aclaró la garganta.
—¿Padre, podría hablar unas palabras contigo afuera?
—Absolutamente.
Acheron dejó escapar un leve suspiro de alivio mientras su padre caminaba lejos de él. Colocó el plato abajo y dio un paso hacia la puerta cuando lo impensable pasó.
Styxx entró al cuarto con uno de sus amigos.
—¿Qué es esto? ¿Qué estás haciendo tú aquí?
Su padre se volvió y maldijo antes de mirar con furia a Ryssa.
—¿Me engañaste?
—No exactamente.
La furia distorsionó su rostro mientras cerraba la corta distancia que los separaba y abofeteaba a Acheron tan fuerte que lo desequilibró fácilmente. Cayó al suelo, aturdido por el golpe que le hizo perder un diente frontal y le destrozó la nariz.
—¡Te atreviste a profanar mi mesa!
Ryssa avanzó hacia ellos.
—¡Padre, por favor! Yo lo traje aquí. Fue mi idea.
Se volvió a ella con malicia.
—No te atrevas a defenderlo. Él lo sabe bien. —Levantó a Acheron por los cabellos y lo empujó contra el muro—. Quiero que todo lo que tocó sea quemado. ¡Ahora! —Gritó a los sirvientes—. Y tirad toda la comida.
Acheron rió.
—Realmente debe molestarte no poder deshacerte de mí tan fácilmente.
Su padre le dio un duro puñetazo en el estómago.
—Padre, por favor. —Suplicó Styxx. —Recuerda tu corazón.
Su padre lanzó a Acheron a un lado, arrancándole un puñado de cabello en el proceso.
—Saca a esta basura fuera de mi vista.
—¡Guardias! —Rugió Styxx. —Llevaos al bastardo afuera y golpéeadlo.
Acheron se incorporó antes de aproximarse a su gemelo.
—Dime algo, hermano. ¿Qué te enfada más sobre mí? ¿El hecho de que comparto tu rostro o el hecho de que conozco exactamente lo que quiere hacerte tu mejor amigo… y con qué frecuencia? —Lanzó una mirada significativamente al hombre que se encontraba detrás de Styxx que miró hacia otro lado con la cara roja. Acheron le sonrió—. Es agradable verte de nuevo, Lord Dorus, especialmente vestido.
Styxx dejó salir un alarido de dolor un instante antes de correr hacia él, quién trato de defenderse. Pero era inútil. Su hermano pasaba horas al día entrenando para luchar. Lo mejor que pudo hacer fue cubrirse la cabeza y tratar de protegerse el rostro. Styxx le propinó golpe tras golpe en las costillas hasta que los guardias finalmente lo alejaron.
—Quiero que sienta cada azote.
Acheron escupió sangre a los pies de Styxx.
—Feliz cumpleaños para ti también.
Con los oídos libres de las palpitaciones de su sangre y las maldiciones de Styxx, finalmente escuchó los sollozos de su hermana mientras le suplicaba a su padre por una misericordia que no tenía intención de otorgar.
Un guardia apretó el puño profundamente en el cabello de Acheron, entonces lo empujó fuera de la habitación hacia el patio que él conocía íntimamente. Sólo deberían mover su cama ahí afuera y ahorrarse todo el esfuerzo.
Rechinó los dientes mientras le ataban las manos y las ropas eran despojadas de su cuerpo. Maldijo a los dioses después de que el primer azote cortara la piel de su espalda. Malditos ellos por esto. Era suficientemente malo que lo abandonaran, pero condenarlo a tener la habilidad de sanar la mayoría de las heridas, hacían sus castigos mucho peores. En lugar de tejido cicatrizado que formara una barrera contra el abuso, piel nueva crecía cada vez, lo que significaba que ellos golpeaban carne fresca con cada azote.
Y dolía…
Perdió la cuenta de los latigazos mientras trataba de enfocarse en cualquier otra cosa. El sudor mezclado con la sangre que manaba de las heridas en su rostro hacía que ardieran mucho más. De todas maneras lo golpeaban.
—Suficiente.
Acheron frunció el ceño a través de la neblina de dolor mientras reconoció la voz de Styxx. Su respiración era desigual, no podía imaginar por qué Styxx detendría el castigo que había pedido.
Hasta que su hermano acercó su rostro hasta estar ojo con ojo. El odio en la mirada de Styxx era penetrante.
—Dejadnos. —Ordenó a los guardias.
Acheron escuchó cómo se cerraba la puerta. Abrió la boca para mofarse de su hermano pero antes de que lo hiciera, Styxx estampó una barra de hierro a lo ancho de las costillas con suficiente fuerza para levantarlo de sus pies. Toda respiración escapó rápidamente de sus pulmones.
—Crees que eres tan jodidamente listo… —Se mofó—. Vamos a ver cuán listo eres ahora.
Styxx desapareció de su vista. Volvió un momento después con un marcador de hierro al rojo vivo. El pánico lo colmó. Peleó contra las ataduras con cada onza de fuerza que tenía. Pero estaba debilitado por la paliza y lo dominaron completamente.
Con un brillo de sádica satisfacción, puso el hierro sobre la cara de Acheron. Gritando, Acheron trato de alejarse, pero todo lo que pudo hacer fue oler la carne quemada. Sintiendo el profundo y penetrante dolor que lo atravesaba.
Sonriendo, Styxx lo separó y caminó detrás de él nuevamente.
Colgando flácidamente, no pudo hacer nada más que gritar por la agonía de su rostro que continuaba quemando. Cuando Styxx regresó, llevaba un nuevo hierro.
—Por favor m… m…misericordia —rogó—. Por favor no… hermano.
—No somos hermanos, ¡Bastardo! —Styxx gritó antes de poner el hierro contra la ingle de Acheron.
Gritó. Lágrimas se derramaron mientras rogaba para que la muerte llegara y detuviera esta tortura.
—¿Dónde están tus risas ahora? —Preguntó Styxx, removiendo el hierro a un lado—. Nunca volverás a burlarte de mí de nuevo, tú, jodida puta.
Acheron sintió algo frío y filoso perforarle la mejilla. Mirando hacia abajo, vio la daga en la mano de Styxx quién la había enterrado hasta la empuñadura. Probó más sangre en la boca mientras se ahogaba en ella y el dolor lo quemaba.
—No te preocupes —dijo Styxx moviendo la daga de un tirón—. Vivirás. —Deslizó la hoja hacia abajó a través de la mejilla sin quemar de Acheron, abriéndola hasta el hueso.
Styxx lo cortó, luego se alejó sin siquiera echar un vistazo hacia atrás.
Acheron yació en la tierra, la cabeza dando vueltas mientras un dolor inimaginable lo atravesaba.
—Por favor dioses —murmuró desesperadamente. —Por favor permitidme morir.
Exhaló profundamente y se rindió a la oscuridad.
Artemisa estaba tratando de ser paciente mientas observaba las ofrendas que los humanos le llevaban a su altar.  Pero eso no le interesaba.
No había visto a Acheron en dos días y ésta era la celebración de su cumpleaños, algo que no habría sabido si Apolo no le hubiera dicho sobre la fiesta de esta noche. No sabía por qué Acheron no lo había mencionado, pero así era él de extraño.
Apolo no iba a la fiesta, pero su mascota sí.
Lo cual significaba que Artemisa era libre para visitar a Acheron después.
Obligatoriamente había permanecido en su templo durante todo el día. El sol se había puesto una hora antes y mientras el día se volvía noche, estaba inquieta porque terminara.
Un hombre viejo se acercó con una cabra.
Oh, esto no servía de nada. ¿Qué iba a hacer con una cabra? Chasqueando los dedos, le concedió su deseo incluso antes de escucharlo.
Cogió el anillo que había hecho para Acheron y los abandonó sabiendo que continuarían haciendo ofrendas en las que no estaba interesada. A diferencia de estos otros gimientes, patéticos humanos, su Acheron podría complacerla.
Incluso cuando no quería complacerla, lo hacía.
Sonriendo, se materializó en su balcón, esperando que estuviera en su posición habitual.
Estaba vacío. Frunciendo el ceño, miró sobre el borde para ver a los nobles y dignatarios reunidos por las festividades. Seguramente Acheron no estaba ahí. No le gustaban tales eventos.
Caminó a través de las puertas sin abrirlas. Su ceño se disolvió mientras veía a Acheron ya en la cama. Bien. Podía unírsele ahí.
Pero mientras se acercaba, aminoró el paso. Su aliento era superficial y desigual. Yacía con la espalda hacia ella y al aproximarse, vio las manchas rosas en las sábanas.
Sangre. Sangre de Acheron.
Era mucho más de la que alguna vez había visto.
Aterrorizada, se movió alrededor de la cama para encontrarlo llorando en silencio. Pero eso no fue lo que más la sorprendió. Era la vista de su hermoso rostro. O lo que quedaba de él.
Un lado tenía una herida bestial y enorme que exponía parte del hueso y del otro, una quemadura que había dejado su ojo izquierdo parcialmente cerrado, la carne quemada y la boca torcida.
—¿Qué sucedió? —Demandó mientras el enfado la desgarraba.
No respondió pero la vergüenza en sus ojos, el dolor, laceraron su corazón. Arrodillándose en el suelo, puso la mano en su mejilla quemada.
—Mátame —exhaló—. Por favor.
Esa súplica desgarradora trajo lágrimas a sus ojos. Queriendo entender, usó sus poderes para ver que le había ocurrido. Mientras cada escena desfilaba en su mente, la furia crecía.
¡Cómo se atrevían a hacerle esto a él!
Sintió que sus dientes crecían al triple, tan filosos como su necesidad de venganza.
Acheron gritó mientras Artemisa sanaba su maltratado cuerpo. En cada lugar donde estaba mal herido, la cura era igual de dolorosa.
Una vez curado, Artemisa lo recogió en sus brazos y lo sostuvo de una forma que nadie nunca antes lo había hecho, como si le preocupara.
—Lo siento tanto, Acheron. ¿Por qué no me llamaste?
—No habrías venido.
—Sí, lo habría hecho.
Pero sabía la verdad. Nunca se habría arriesgado a ser vista.
—Ahora estás aquí. Eso es suficiente para mí.
Asintió mientras le peinaba el cabello retirándolo de su rostro.
—Y pobre de los bastardos por esto. Los que te lastimaron sufrirán por eso. —Tomándole la mano, lo jaló de la cama.
Cuando empezó a ir hacia la puerta, él se congeló.
—¿Qué estás haciendo?
—Voy a hacerlos pagar.
—¿Cómo?
Rió malévolamente.
—Confía en mí, amor. Lo disfrutarás.
Lo siguiente que supo es que estaban en el salón de baile, sin ser vistos por los juerguistas. Artemisa caminó hacia Styxx quién estaba al lado de su prometida, riendo engreídamente con un grupo de amigos que estaban burlándose de una joven poco atractiva en la esquina. La mujer tenía lágrimas en los ojos mientras trataba de ignorar las risas y los comentarios brutales.
Se inclinó hacia delante para susurrar en el oído de Styxx.
—¿Quieres ver humillación, tú pequeño bribón? Estás a punto de tener una lección de primera mano sobre eso.
Un segundo Styxx estaba riendo. Al siguiente estaba vomitando sobre Nefertari y sus amigos. De hecho, vomitó tan fuertemente que perdió el control de su vejiga y se mojó. Cuando trató de correr, tropezó y cayó en el desastre.
Acheron miró hacía otra parte, como disgustado por eso, como todos los demás.
Pero no había terminado. Alzando la mano, abrió las puertas dobles que daban al jardín. Una jauría de perros enojados entró y corrieron tras Styxx en venganza.
Su padre corrió hacía el heredero que estaba en el suelo, gritando por ayuda.
Artemisa le brindó a Acheron una sonrisa torcida antes de que todos en la fiesta, excepto Ryssa y la mujer que de la que se habían burlado, se enfermaran. Los guardias trataron de proteger a Styxx de los perros un instante antes de que descargaran sus estómagos por todo el príncipe.
Cerrando la distancia entre ellos, unió sus manos satisfecha.
—No sé tú —dijo con un destello malévolo en los ojos verdes— pero yo me siento mejor. —Miró orgullosamente alrededor—. Estarán mejor por la mañana. Pero ninguno de ellos estará fuera de sus camas hasta mucho después de mañana.  Por lo que respecta a Styxx, sentirá los efectos de su crueldad por lo menos una semana.
Acheron deseó obtener satisfacción en el dolor a su alrededor, pero no. Ninguno merecía lo que ella había hecho ésta noche más de lo que él merecía lo que Styxx le había hecho.
Ladeó la cabeza.
—¿No estás feliz?
Echó un vistazo a los pobres desgraciados a su alrededor.
—Gracias por vengarme. Significa mucho, Artie. De verdad. Pero habiendo estado en el extremo receptor de la crueldad mi vida entera, no obtengo placer en dañar a otros, así que, no, no me hace feliz verlos así. Especialmente a aquellos que nunca me han hecho daño.
—Eres un tonto por no hacerlo. Ellos no serían tan amables contigo.
En su experiencia, estaba en lo correcto. Aun así, no podía dejarse llevar por la risa ante la humillación que sufrieron.
Artemisa dejó escapar un sonido de disgusto.
—Eres un humano tan extraño… —Ahuecó la mejilla con la mano—. Te advierto que, si alguna vez vuelve a marcar tu rostro de nuevo desataré una agonía de la que nunca se repondrá.
La ira y sinceridad de su mirada lo quemaron. Sólo Ryssa había estado alguna vez tan indignada por sus castigos. El hecho de que se preocupara hizo que recorriera un largo trecho en el camino para borrar el enojo que había albergado contra los dioses.
En verdad, había mantenido su palabra y no había hecho nada para lastimarlo.
No confíes en ella.
Pero su corazón quería creer que en algún nivel lo amaba, que se preocupaba.
Se levantó para besarlo. En el instante que los labios se tocaron, lo llevó a su templo. Acheron sintió una extraña energía atravesarlo.
—¿Qué…?
Los ojos de Artemisa adquirieron un brillante resplandor.
—Te he dado el poder para luchar y protegerte a ti mismo. Tenías razón. No siempre puedo estar allí cuando me necesitas. Pero —colocó la punta de su dedo sobre sus labios—. No podrás usar esas habilidades sobre un dios, sólo con un humano.
—¿Por qué querría atacar a un dios?
Inclinó la cabeza contra su hombro e inhaló la esencia masculina. Adoraba la inocencia en su interior que no podía siquiera concebir en herirla.
—Algunos hombres lo hacen.
—Los hombres hacen un montón de cosas con las que no estoy de acuerdo.
—Y es por eso que te doy los poderes que necesitas. No quiero que te hieran otra vez de esa manera.
Acheron trató de luchar contra el amor que se hinchaba dentro de él. Pero no podía. No cuando le daba tanto. Ni cuando lo tocaba de esa manera y lo hacía sentirse decente y querido.
Lo apretó contra ella, entonces se separó para tenderle una pequeña caja.
—¿Qué es esto?
—Mi regalo para celebrar tu nacimiento. Ábrelo.
Atónito, la miró boquiabierto. Honestamente, no podía asimilar lo que estaba sosteniendo en sus manos.
—¿Me estás haciendo un regalo?
—Por supuesto.
Pero no podía ser tan simple. Nada lo era.
—¿Qué quieres a cambio?
Ella frunció el ceño.
—No quiero nada a cambio, Acheron. Es un regalo.
Aún así sacudió la cabeza en una negación.
—Nunca se da nada libremente.
Cerró las manos alrededor de ello y acarició sus dedos.
—Éste se te da libremente, akribos. Y deseo verte abrirlo.
—Realmente, no podía entenderlo. ¿Por qué le hacía un regalo?
Con el corazón acelerado, abrió la caja para encontrar dentro un anillo. Cogiéndolo, vio un doble arco y flecha sobre él, pero cuando movió el anillo, cambió a la imagen de Artemisa en el acto.
Ella sonrió felizmente.
—Es un anillo insignia. Se lo doy a mis seguidores a los cuales otorgo la habilidad de convocarme. La mayoría de ellos tienen que buscar un árbol y realizar un ritual y decir las palabras correctas. Pero tú, mi Acheron, puedes convocarme en cualquier momento.
Cuando empezó a ponerse el anillo, lo detuvo.
—Debería estar resguardado sobre tu corazón —apareció una cadena de oro y cuando se lo colocó alrededor del cuello, se le ocurrió otro pensamiento. No era sólo sobre su corazón… Resguardar este anillo era también ocultarlo a la vista.
Al menos pensó lo bastante en ti para hacerle un regalo.
Eso era verdad.
Le besó la mejilla, entonces manifestó una espada en su mano. Pasándosela, le hizo un guiño.
—Enséñame lo que haces.
—¿Qué quieres decir?
Ella inclinó la cabeza hacia dos guerreros sombra tras él.
—Lucha con ellos, Acheron. Cualquier cosa que necesites para vencerlos será tuya.
Escéptico, se alejó un paso. Pero para el momento en que ellos se acercaron, su cuerpo sabía instintivamente como luchar.
Sonrió con satisfacción mientras veía a Acheron combatir con las sombras. Había hecho un buen acto por su humano. Y mientras lo observaba, el calor invadió cada parte de ella. Se movía igual que el mercurio. Sus músculos se ondeaban y flexionaban, esforzándose y refinándose con cada golpe que paraba y entregaba. Su hambre aumentaba y se preguntó por qué su sangre era tan adictiva… Más incluso que la de su hermano.
¿Por que anhelaba a Acheron así?
Con todo no negaba su atracción. Ahora mismo, todo lo que quería era lanzarlo a la cama y mantenerlo allí por el resto de la eternidad.
La sonrisa que le dedicó cuando terminó con sus oponentes hizo que se derritiera.
—Te lo dije —dijo ella, acercándose a él.
Acheron sostuvo la espada en su puño con una confianza que nunca había conocido en nadie fuera de la cama. No podía creer que finalmente supiera como luchar tan bien como sabía como usar su cuerpo para dar placer a otros. Era una mezcla vertiginosa. Poder…
Agradecido a Artemisa, tiró la espada a un lado y la atrajo a sus brazos. Algo extraño rasgó a través de él. Era como si una parte suya hubiese sido liberada y lo sacudía hasta los cimientos.
Se estremeció cuando vio los ojos plateados volverse rojos al mismo tiempo que sus labios se volvían negros. Había sucedido tan rápido que no estaba segura de habérselo imaginado.
Entonces Acheron tomó posesión de su boca con una furia envenenada. Sintió su poder y eso la hizo estremecerse. Con el corazón latiendo acelerado, se rindió. La empujó a la pared detrás de él. Los labios y lengua quemándola, y haciéndola saber exactamente lo mucho que había estado conteniéndose de ella todos esos meses pasados.
Éste era un nuevo lado de su mascota. Y cuando entró en ella, casi se desmaya del placer absoluto del acto.
Era tan salvaje y sin domesticar como un depredador en libertad. El sonido de su respiración, puntuado por gruñidos de placer pendiendo fuego a su alma. Una risa quedó atrapada en su garganta. De haber sabido que habría sido así, le había dado el regalo hacía mucho tiempo.
Dejando escapar un grito cuando el orgasmo la atravesó, hundió las uñas en su piel. Pero él ni siquiera se detuvo mientras se entregaba profundizando con fuertes embestidas en su cuerpo. No había pensado que fuese posible, pero su placer se incrementó mientras explotaba otro orgasmo.
Cuando él finalmente se corrió, ella estaba completamente débil y saciada. Tanto que se dio cuenta que no se había alimentado.
Bendito Olimpo, ¿Cómo podía ser?
Sin esfuerzo, Acheron la tomó en sus brazos y la llevó de regreso al templo, a su dormitorio.
—¿Cómo puedes moverte siquiera después de todo esto? —Preguntó sin aliento.
—Diosa, podría volar ahora mismo si me lo pidieras.
Riendo, Artemisa se recostó débilmente sobre la cama mientras su cuerpo permanecía animado por su recuerdo.
Se tendió a su lado, entonces depositó una lluvia de besos sobre los labios y pechos.
Sacudió la cabeza ante él.
—Estás animado este día.
Se detuvo ante sus palabras antes de que se traicionara a sí mismo. No estaba animado. La verdad era que sus acciones habían hecho que se enamorara por completo otra vez. Recordó en el acto por qué se había abierto a ella. Artemisa era amable cuando decidía serlo.
Si no se hubiera preocupado por él, sus heridas hoy no la habrían conmovido. Las heridas sólo significaban largas ganancias para él. Pero había estado realmente enfadada con su beneficio.
Tomó su mano y la dirigió a los labios para poder besarle la palma de la mano.
—Siempre seré tu siervo, mi diosa. Me prometo a ti para siempre.
Ella rió tontamente.
—Mi Acheron, no tienes concepto de para siempre.
—Entonces me prometo a ti por el resto de mi vida.
Le apartó el pelo, retirándolo de su rostro.
—Acepto esa promesa… Y es lo mejor que he oído el día de hoy. Ahora ven a alimentarme. Me tienes terriblemente hambrienta.
Acheron se deslizó sobre su cuerpo y le ofreció su cuello. Ante la punzada de dolor, recordó a Styxx poniendo la marca sobre su piel.
Siseando, se apartó instintivamente. Sintió la carne rasgada mientras la sangre fluyó libremente por la herida. Trató de cubrirla, pero la sangre chorreaba entre sus dedos, cubriéndolos y manchando los linos blancos debajo de él.
Artemisa aspiró bruscamente mientras se daba cuenta de lo que Acheron había hecho. Su sangre los cubría a ambos. Agarró su cuello y lo sostuvo cerca mientras sanaba la herida. Tembló contra ella.
—Nunca vuelvas a hacer eso, Acheron.
Ahora estaría muy débil para ella. Contuvo su ira. Normalmente lo habría castigado, pero ya había tenido suficiente. Limpiándolo, lo recostó en la cama para dejarlo descansar.
Trató de mantenerse despierto, pero sus ojos finalmente parpadearon hasta cerrarse. Artemisa miró fijamente hacia la hermosa desnudez en su cama. Las piernas y brazos eran tan largos y elegantes, tan increíblemente bien formados. Los músculos de su estómago estaban cortados tan profundamente que parecían cincelados. Y mientras recordaba la forma en que le había hecho el amor, se puso caliente de nuevo.
—Siempre deberías tocarme de esa manera.
Si sólo pudiera escucharla.
Se extendió para deslizar la mano por su cabello y en el instante que hizo contacto, el cabello se volvió azabache. Se alejó de golpe y observó mientras el azul parpadeaba sobre su piel.
Aterrorizada, se levantó de un salto de la cama. El número veintiuno se escribió a lo largo de su columna antes de que el color se desvaneciera y él regresara a su estado normal.
Frunció el ceño confusa. ¿Era una reacción por su regalo o por alimentarse de él? Nunca se había alimentado de un humano antes. ¿Todos ellos hacían esto?
De nuevo lo oyó susurrar en Atlante.
—No fue un feliz aniversario. Quiero volver a casa ahora.
—¿Acheron? —Se acercó a él lentamente antes de sacudirlo para despertarlo.
Abrió los ojos. En lugar de plateado, eran tan negros que ni siquiera pudo ver las pupilas. Luego parpadeó y volvió a dormir.
Esto no era normal.
—¿Qué eres?
Cada poder divino que poseía le decía que era humano. Pero esto no era típico de esa especie.
—¡Artemisa!
Se alejó de golpe y se vistió mientras escuchaba el alarido de Apolo. Dejando a Acheron dormir en su cama, se materializó en el centro de su recibidor, donde su hermano estaba con una mueca de enfado en el rostro.
—¿Algo está mal?
—Yo. Necesito comida.
Cruzó los brazos sobre su pecho.
—¿Por qué estás tan enojado al respecto?
—Quiero a mi humana, pero está embarazada y no puede sufrirlo.
—Tienes otros.
—No los quiero. —La agarró. En el momento que lo hizo se detuvo, luego olfateó su cabello. —¿Estuviste con un hombre?
Su corazón vaciló. Poco dispuesta a traicionar a Acheron, abofeteó la mano de Apolo.
—¿Por qué dirías tal cosa?
—Hay un olor extraño en ti. Y es masculino
Giró los ojos para cubrir el miedo dentro de ella.
—He estado con humanos todo el día, aceptando sus ofrendas. Debo de apestar a su hedor.
Cerró el puño en su cabello. Artemisa hizo una mueca, finalmente entendiendo por qué Acheron encontraba ese gesto tan ofensivo. Apolo limpió con el dedo detrás de su oreja, entonces estudió lo estudió.
—¿Sangre? ¿Te alimentaste de otro?
Se endureció y encontró la mirada fija en su rostro.
—No sabía cuando volverías y estaba hambrienta.
Sus ojos se aguzaron.
—¿Te has encontrado una mascota masculina?
Arañó la mano con la que la sostenía su cabello.
—Eres mi hermano pequeño, no mi amante. Ahora libérame o siente la plenitud de mi ira.
Empujó su espalda.
—Mejor debería recordarte quién soy y quién eres, hermana. —Frunció los labios como si de repente le disgustara—. Preferiría alimentarme de un criado.
Artemisa contuvo el aliento hasta que se marchó. El cuerpo entero estaba temblando de miedo por la ira de su hermano.
La puerta del cuarto se abrió. Giró para ver a Acheron mirándola fijamente. Se inclinó contra la puerta con un brazo apoyado. La mezcla de poder y debilidad era fascinante.
—Pelearía con él por el deshonor que sufriste.
Su corazón estaba cálido por el pensamiento.
—Nunca podrás pelear con él, Acheron. No tienes poder para pelear con un dios. Te mataría sin parpadear. —Acortó la distancia entre ellos y envolvió su brazo alrededor de su delgada cintura—. Ven, mi dulce. Necesitas descansar.
Pero mientras lo regresaba a la cama, el miedo dentro de ella creció. Si Apolo alguna vez se enteraba acerca de Acheron, ningún poder en el Olimpo sería capaz de salvar su vida.

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