25 de Agosto, 9528 A.C.
Acheron yacía en su cama, extrañando a Artemisa. Manteniendo su anillo sobre su corazón, sonrió ante el recuerdo de ella la última noche. Durante las semanas pasadas había sido tan amable y bondadosa con él. Nadie, ni incluso su hermana, había sido alguna vez más solícita.
Cerrando sus ojos, pudo verla corriendo hacía él en su jardín, riendo. Pasaron horas cazando, practicando tiro o sólo yaciendo juntos en su jardín mientras el tocaba para ella y ella le leía.
Cómo deseaba que pudieran quedarse así.
Desafortunadamente, ella no podía tener una mancha sobre su reputación y él lo entendió, aun cuando lo odiara.
Un golpe sonó en su puerta.
Rodando, vio a Ryssa empujar la puerta. Cerró la puerta cuidadosamente antes de apresurarse hacia él. Fue sorprendentemente ágil dada la distensión de su estómago.
—¿Vienes?
Ahora ahí había una pregunta a la que no estaba acostumbrado escuchar de su hermana.
—¿A dónde?
—¿Al templo de Artemisa?
Nuevamente, una pregunta a la que no estaba acostumbrado escuchar.
—¿Sobre qué estás hablando?
—Este es el día de su banquete. Habrá juegos y ofrendas en su templo todo el día. Padre ya envió su ofrenda y está supervisando a los otros, pero pienso que podrías ir también.
No con su padre. ¿Estaba loca? Había estado haciendo un punto para evitar cualquier contacto alguno con él o Styxx.
Acheron sacudió su cabeza.
—No creo que deba.
Ella lo interrumpió.
—¿Estás loco? ¿No piensas que Artemisa se podría ofender si alguien cercano a ella no le muestra a ella su respeto?
Acheron frunció el ceño. ¿Lo haría? Artemisa podría ser temperamental algunas veces.
Estaré en el templo todo el día, pero te veré después. Deseo que no tuviera que esperar tanto para verte.
¿Podría eso haber sido una invitación disfrazada?
No, Artie era cualquier cosa, menos sutil.
—No tengo una ofrenda.
Ryssa empujó su hombre.
—Haz uno de corazón. A ella no le importará que sea. Pero tienes que mostrar tu apreciación a los dioses, Acheron. Es imprudente no honorarlos, especialmente cuando uno ha estado mostrando un grado de favoritismo. —Le sonrió—. Ahora vístete. Tengo que irme y no puedo esperar por ti. Pero te observaré en el templo, no tardes mucho.
Acheron no se movió de la cama hasta que Ryssa lo dejó. Todavía no estaba seguro si esta era la mejor idea. Pero mientras se mantuviera su presencia encubierta, no debería haber ningún daño. Sólo iría, haría una ofrenda y se marcharía.
Nadie, otra más que Artemisa, ni siquiera sabrían que había estado ahí. Y si eso la complacería…
¿Cómo no podría honorarla en su día de festín después de todo lo que ella le había dado? Quería que ella supiera lo mucho que la amaba. Quería que viera que estaba dispuesto a arriesgar su vida por ella.
Sólo de pensar en hacerla feliz trajo una sonrisa a su cara. Saliendo de la cama, trató de pensar en que podría disfrutar Artemisa. Le gustaba escucharlo tocar y amaba su cuerpo y sangre. Pero si él hiciera una ofrenda pública de eso, la enojaría…
Pétalos de rosa blancos, por su pureza y gracia. Y perlas. La diosa amaba las perlas. Incluso lo había llevado al buceo de perlas.
Eso era, eso haría un regalo perfecto para mostrarle que tan puro era su amor y admiración por ella.
Se vistió rápidamente, entonces se dirigió al mercado para comprar lo que necesitaba.
Para el mediodía, estaba en su templo el cual estaba abarrotado con gente. Nobles y oficiales tenían una entrada separada donde sus ofrendas eran bendecidas por los sacerdotes. Aunque técnicamente cualificado, Acheron se quedó en la línea común. No quería hacer cualquier cosa que atrajera la atención hacía él o arriesgarse a enojar a su padre quien se sentaba en su trono justo a la derecha de la estatua de Artemisa, observando a la gente. Apolo, Styxx y Ryssa estaban con él.
Cautelosamente, Acheron siguió echando un vistazo, rezando a los dioses que su padre no lo viera. Podría hacer su ofrenda rápidamente e irse.
Nadie lo sabría.
Manteniendo su cada cubierta, le dio sus regalos al sacerdote para que pudiera colocarlos en el altar.
—¿Cuál es tu petición a la diosa, paidi?
Acheron sacudió la cabeza.
—Nada, papas. Sólo le ofrendo mi respeto y amor.
El sacerdote asintió con aprobación antes de tomar un pequeño tazón de pétalos de rosa y perlas. Mientras Acheron se alejaba, alguien en la multitud lo empujó, tambaleándose sobre una mujer que sostenía un bebé. Ella gritó mientras perdía su equilibrio y su agarre.
Acheron se congeló mientras comprendió que el bebé golpearía el piso a no ser que él dejara caer su capa para cogerlo. Si hacía eso, sería expuesto y así de cerca como estaba de su padre, no había manera de que escapara sin notarse.
Pero no había opción.
Atrapó al infante en su pecho mientras la madre caía. Extendiendo el brazo para salvarla, ella tomó su capa y la dejó libre.
Acheron se estremeció mientras toda la atención se volvía hacia él. Siempre había odiado esta atención y si él pudiera, se haría invisible. Pero no había escapatoria de esto.
Rugiendo con enojo, su padre se puso rápidamente en pie.
Enfermo del estómago, Acheron ayudó a la mujer a levantarse y le regresó el bebé.
Ella estaba sollozando en alivio.
—Muchas gracias por tu amabilidad. Bendito seas por salvar a mi hijo.
—¡Cogedlo! —ordenó su padre a los guardias.
Acheron encontró la mirada de Ryssa y vio su propio horror reflejado en la cara de su hermana mientras los guardias lo agarraban de sus brazos y arrastraban ante su rey. El pensamiento de la pelea atravesó su mente, pero ¿cuál era el uso? Ellos sólo estaban haciendo lo que les habían dicho. Además la multitud alrededor de ellos estaba apretada y gente inocente sería lastimada si lo hacía.
Encontró la furia de su padre sin encogerse.
—¡Cómo te atreves a deshonrar éste templo! —Se volvió a los guardias—. Encerradlo en sus aposentos hasta que termine aquí.
Acheron sonrió malignamente. Una promesa tan dulce de los labios de su padre. No podía esperar hasta el anochecer.
Por primera vez, Acheron miró hacia Apolo cuya mofa hacia él era tangible. Si sólo el dios supiera la verdad…
Tomando una respiración desigual, observó a los sacerdotes remover su ofrenda del altar mientras era arrastrado del templo.
Artemisa miró hacia arriba desde su citara mientras Apolo se manifestaba en su sala de visitas. Había estado tratando de tocarla de la manera que Acheron lo hacía, pero no tenía talento para la música. Su frustración estaba ya alta y la presencia de su hermano hacía poco para aliviarla.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Sonrió engreídamente.
—¿Por qué no estabas en Didymos hoy?
—Dijiste que ibas a estar en mi lugar. No vi el punto de que ambos estuviéramos ahí. —Pero la verdad era que no quería estar alrededor de la familia de Acheron. Ellos la disgustaban. Si hubiera ido, Styxx hubiera tenido mucho más que sólo una enfermedad del estomago visitándolo. Por supuesto que eso podría alertar a su hermano acerca de sus sentimientos por Acheron así que pensó mejor que sólo se mantuviera lejos de ellos. — ¿Por qué? ¿Me perdí algo?
El tiró una hermosa hebra de perlas ante ella. Estaban cubiertas con pétalos de rosa blancos. Artemisa frunció el ceño mientras iba por ellas.
—¿Qué es esto?
—El Príncipe Puta trajó esas para ti.
Su corazón cesó de latir.
—¿Perdón?
—Realmente fue entretenido. Vino con el resto de la mugre y después el entregó estás diciendo que no pedía nada de ti a cambio por su regalo, el fue expuesto. Lo último que supe, era que iban a hacerlo pagar por deshonrarte.
Le tomó cada pedazo de control que tenía para no traicionar su relación. Pero en verdad, la garganta le ardí con lágrimas por su Acheron… y amargo enojo de que lo hiriesen nuevamente. Quería besar las perlas que le había regalado porque ella sabía que era diferente de otros tributos, el suyo había venido verdaderamente de su corazón. Más que eso, quería ir hacia Acheron y ayudarlo.
Si sólo pudiera.
Calmándose, tiró las perlas.
—¿Por qué me las traería?
—Pensé que deberías saber que una puta transgredió tu templo. Zeus sabe, que no toleraría tal persona en el mío. ¿Iremos exactamente por nuestra propia venganza sobre la puta?
Ella regreso a rasguear su citara.
—No vale mi tiempo.
—¿Desde cuándo no tienes tiempo para la venganza?
—Desde que prefiero estar aquí y tocar. Ahora vete y visita a una de tus mascotas. No puedo estar molesta contigo.
—Haz lo que quieras.
Artemisa no se movió hasta después de que la dejará. En el momento que lo hizo, tendió su mano por las perlas. Ellas volaron en su mano. Frotándolas contra su corazón, fue a ver si podría ayudar a Acheron.
Acheron estaba en el patio con las manos atadas por encima de su cabeza. Sus labios y la nariz ya sangraban de los golpes que Styxx alegremente había llovido sobre él.
Él escupió sangre sobre la tierra antes de que estrechara una mirada asesina a su hermano.
—¿No deberías estar en el templo todavía?
Styxx le dio un revés tan duro que sus orejas sonaron.
Acheron rió ante la patética bofetada.
—Golpeas como una anciana.
Styxx caminó hacia delante pero fue detenido por su padre quien entró a través de las puertas. El aspecto en su rostro era uno de supremo disgusto.
Acheron suspiró.
—Sé que no debí haber ido. ¿Podríamos sólo empezar la paliza, finalizarla y dejarme regresar a mi habitación?
Su padre estrechó los ojos.
—¿Por qué estás tan ansioso de ser golpeado?
—Es la única atención que obtengo de ti, Padre. Cómo con Estes. Así que deja que los golpes comiencen.
Su padre enterró sus dedos en su cara mientras el odio ardió en sus ojos azules.
—Te he dicho que no menciones el nombre de mi hermano con tu asquerosa boca. —Su mirada bajó hacia el collar que Acheron llevaba.
Acheron contuvo su aliento mientras se daba cuenta de que había olvidado quitarse el regalo de Artemisa antes de ir a su templo. Su corazón se detuvo y por primera vez el probó el miedo mientras su padre liberaba su cara y se lo arrancaba para examinarlo.
—¿Qué es esto?
Acheron se forzó a permanecer calmado y despreocupado.
—Una baratija que compré.
Styxx lo miró por sobre el hombro de su padre.
—Es el mismo anillo que los sacerdotes de Artemisa usan para convocarla. —Sus facciones se endurecieron—. ¡Lo robaste!
Su padre lo tomó del cuello, causando que la cadena cortara su piel antes de romperse.
—¿Crees que los dioses dan una mierda por ti?
No como regla, pero Artemisa sí.
Styxx tomó el anillo y tomó un cazo de agua.
—Debemos enseñarle al ladrón una lección. —Antes de que Acheron se pudiera mover, Styxx empujó el anillo en la boca de Acheron y derramó agua en ella, forzándolo a tragarlo.
Lágrimas se aglomeraron en los ojos de Acheron mientras el anillo arañaba su garganta y quemaba. Se ahogó con eso y el agua, pero Styxx no amainó hasta que estuvo satisfecho de que el anillo fue completamente tragado.
Acheron tosió y escupió, tratando de atrapar su aliento.
Styxx jaló su cabello.
—Una puta ha deshonrado a nuestra amada diosa virgen en el día de su festividad. Creo que debe ser castrado públicamente.
Los ojos de Acheron ampliaron ante el castigo.
Su padre rió con aprobación antes de cortarlo.
—Eso complacería a Artemisa, creo.
Acheron trató de correr, pero su padre lo cogió y lo tiró al suelo.
Acheron se levantó para encontrar a Ryssa uniéndoseles. Su padre lo golpeó de nuevo y lo giró alrededor para que pudiera sujetar a Acheron a la pared con su antebrazo atravesado sobre la garganta de Acheron.
—Explícate, puta. ¿Qué te hizo aventurarte al templo?
Ryssa corrió hacía Acheron.
—Díselo. Debes hacerlo.
El miedo lo agarró mientras negaba con la cabeza hacia ella.
—¿Decirnos qué?
—No lo hagas, Ryssa, —Acheron susurró desde su garganta apretada mientras trataba de empujar a un lado el brazo de su padre—. Te lo ruego. Si me amas aunque sea un poquito, no me traiciones.
—Van a castrarte. Si conocen la verdad, te dejaran marchar.
—No me importa.
Ryssa apartó a su padre de él.
—¡Detente Padre! Es inocente. Está con Artemisa. ¡Díselo, Acheron! Por los dioses, dile la verdad para que detenga ésta paliza.
Su padre lo tiró al suelo. Luego lo pateó en la espalda y presionó un pie en la garganta de Acheron al punto que la bilis aumento hasta ahogarlo.
—¿Qué mentiras le has contado, gusano?
Acheron trató de empujar el pie lejos, pero su padre lo presionó incluso más duro contra su tráquea. Hablar era todo menos imposible.
—Nada, p-p-por favor…
—Blasfemo. —Su padre se alejó entonces y dejó de estrangular a Acheron mientras él trataba desesperadamente respirar a través de su esófago magullado—. Desnúdadlo y arrastradlo al templo de Artemisa. Dejaremos que la diosa atestigüe su castigo y si realmente está con ella, entonces estoy seguro que saldrá en su defensa—. Volvió una mirada engreída a Ryssa.
Los guardias se movieron hacía delante, pero Ryssa se puso en frente de él. La única manera de tenerlo sería lastimarla a ella y posiblemente al bebé que llevaba.
—Padre, no puedes.
—Esto no te concierne.
—Si lástimas a Acheron, Artemisa desatará horrores indecibles sobre ti.
Su padre rió.
—¿Estás loca?
—¡No, Ryssa, por favor detente! —Imploró Acheron—. No lo hagas.
—Acheron es su consorte.
Acheron no pudo respirar mientras esas palabras sonaban en sus oídos… Ryssa lo había traicionado. Pero en su mundo los dioses protegían a sus mascotas. No tenía razón para pensar que Artemisa no vendría a salvarlo de la manera que Apolo la salvara. Una pena que Artemisa no fuera como su hermano. Cerrando sus ojos, se deseó muerto.
Cuando los abrió, vio un contorno de Artemisa en las sombras. Estaba sosteniendo sus perlas.
La risa de su padre se mezcló con la de Styxx.
—¿Eres el consorte de Artemisa?
Acheron no pudo responder mientras veía la mirada de horror marcada en la cara de Artemisa. Se desvaneció detrás de una mirada de furia tan palpable que lo chamuscó.
Su padre se burló.
—¿Realmente esperas que crea que una diosa tendría algo que hacer contigo?
Acheron no pudo hablar. No podía ni siquiera negarlo. Artemisa había congelado sus cuerdas vocales.
Piensa que le dije…
Acheron sacudió su cabeza hacia ella, tratando de hacerla entender que no le había dicho a nadie.
Su padre lo agarró por la garganta de nuevo.
—Bien. Vamos a ver lo que la diosa piensa de ti. —Se volvió a los guardias—. Llévadlo al templo de Artemisa. —Se burló de Acheron—. Si significas tanto para la diosa, seguramente vendrá a salvarte. Si no, le enseñaremos al mundo lo que le hacemos a las putas blasfemas. Golpéadlo en el altar hasta que Artemisa se muestre.
—¡No! —Chilló Ryssa.
Era muy tarde. Completamente desnudo, Acheron fue arrastrado sin ceremonias fuera del palacio y a través de las calles abarrotadas.
Su cuerpo estaba ensangrentado antes de que llegase al templo. Todo el mundo se aparto al tiempo que los guardias lo arrastraban al altar y lo amarraban entre dos columnas.
—¿Qué es esto? —exigió el líder de los sacerdotes.
—Por órdenes del rey, el blasfemo será castigado hasta que la diosa aparezca. Él será golpeado en su nombre hasta que se muestre para detenerlo.
Acheron encontró la mirada de Artemisa y la satisfacción en esos ojos verdes lo quemó.
—Te dije que pasaría si me traicionabas. —Su voz susurró a través de su cabeza.
Se ahogó en sus lágrimas mientras el primer latigazo rebanó a través de su espalda.
—No te traicioné, —susurró—. Lo juro.
Artemisa se movió hacia adelante y lo golpeó sobre la cara con las perlas que le había regalado.
—Golpedle con más fuerza, —le susurró a su castigador. —Haced que sienta cada latigazo.
Acheron gritó mientras los latigazos cortaban más profundo.
La multitud ovacionó su paliza. Recuerdos reprimidas lo atravesaron más afiladas que los latigazos. Estaba de nuevo en la casa de Estes, rodeado de gente, arrastrándolo, agarrándolo, llamando por su sumisión y humillación. ¿Cuántas veces se habían abucheado? ¿Reído y burlado?
—Ruégame misericordia, puta… —La voz de su tío era fuerte y clara.
Acheron sostuvo la mirada con Artemisa. ¿Cómo podía hacerle esto a él? ¿Cómo?
Artemisa por dentro se encogía ante el tormento y el dolor en esos arremolinantes ojos plateados. La acusaban como si estuviera equivocada. Le advirtió de lo que pasaría su le decía a cualquiera. ¿Pensó por un minuto que ella había estado bromeando?
—Te di todo, —le gruñó, asegurándose de que sólo Acheron podía verla o escucharla—. ¡Todo!
Él bajó la cabeza antes de susurrar en el más bajo de sus tonos.
—Te amo.
Artemisa chilló en ultraje de que se atreviera a decirle eso después de lo que había hecho este día. Si alguien descubría que le había permitido tocarla, estaría arruinada. ¿Pensó que su miserable amor podría disminuir su humillación? ¿Su ruina? ¿Era amor ponerla de rodillas para que la ridiculizaran a su lado?
—¡Golpea más fuerte! —urgió al guardia—. Quiero su sangre cubriendo el piso de mi templo.
¡Eso le enseñaría!
—No eres nadie para mi, humano, —se burló en su oreja—. Nada.
Acheron dejó correr sus lágrimas mientras Artemisa lo abandonaba. No había necesidad de rogar su perdón o misericordia cuando era obvio que era evidente que había ninguno que le concerniera. Más que eso, la sintió arrancarle su habilidad de luchar. Tomó todo de él.
Incapaz de soportar el dolor, se rindió a la inconsciencia. Pero fue efímera mientras lo revivían para golpearlo más.
En su tercera sesión, abrió los ojos para encontrar a su padre y Styxx parados frente a él.
—¿Dónde está tu diosa, gusano?
Miró a Ryssa cuya cara estaba pálida y marcada. Vio la culpa en su mirada mientras lágrimas fluían por sus mejillas.
—No tengo diosa. —No tenía a nadie y lo sabía—. Sólo castradme y acabemos de una vez.
Pero no lo hicieron. Prefirieron golpearlo hasta que perdieron la cuenta de los latigazos. Vagando fuera y dentro de la conciencia, no estaba seguro cuando se detuvo finalmente la paliza. No pudo sentir nada más que extremo dolor en la espalda.
De todas formas no había misericordia para él. Lo dejaron atado ante el altar donde la multitud podía añadir sus propios golpes en defensa de su querida diosa.
Durante tres días, Acheron colgó allí sin comida ni confort. Lo más cercano que tuvo fue ver a Merus aproximándosele.
El niño se detuvo ante él con un ceño.
—Pensé que eras un noble. Nos mentiste. —Sus ojos enojados, levantó una piedra del suelo y se la lanzó hacia Acheron. Le dio en el pecho.
Inclinando su cabeza atrás, Acheron miró arriba hacia al techo dorado.
—¡Por qué! —gritó a los dioses. ¿Por qué le habían hecho esto a él? ¿Por qué este era su destino?
Había nacido príncipe. Debería ser honrado como tal y en su lugar, no era nada. Seguramente debía estar maldito. No había otra razón para esta vida. Ninguna razón para su sufrimiento. Y en ese instante odio todo este planeta. A todos.
Con un grito de batalla nacido de la desesperación y el tormento, luchó contra las cadenas. Pero no había nadie para preocuparse y ningún modo de liberarse. Todo lo que había logrado al hacerlo era reabrir las heridas en su espalda y hacerse nuevas en las muñecas. Al final, sólo se hizo más daño.
Así permaneció hasta la tarde del tercer día. Los guardias regresaron para liberarlo, pero antes de hacerlo, le habían afeitado la cabeza y gravado el símbolo de doble arco de Artemisa en su cráneo.
Acheron rió ante la ironía. Su nombre había sido marcado en su corazón antes que esto y ahora llevaba públicamente el símbolo de la diosa que nunca volvería a reconocerlo. La crueldad de esto era insoportable.
Una vez que terminaron, fue llevado fuera hacía la calle donde un caballo esperaba. Sus manos estaba atadas frente a él para que el caballo pudiera arrástralo todo el regreso hacia el palacio. Para el tiempo que llegó, había poco en lo que no quedara piel sobre su cuerpo.
Apenas consiente, fue llevado a su habitación y tirado al interior. Acheron dio un paso y cayó de rodillas. Demasiado débil para moverse, se desparramó en el suelo. Pero al menos la piedra estaba fría contra sus heridas, incluso el pensamiento las hacía latir.
No habría Artemisa para ayudarle esta vez. Ninguna diosa para ofrecerle un socorro o refugio.
—No eres nada para mi, humano. —Esas palabras estaría grabadas por siempre en su corazón.
Así sea.
Cerrando los ojos, no tenía ninguna esperanza para el futuro. Ningún deseo para alguna vez recuperarse o moverse hacia delante. Su hermana y su amante lo habían destrozado por última vez. Había “un lo siento”, que una disculpa no podían sanar, y esta vez, Acheron había llegado a su límite.
No había nada más que pudieran hacer para lastimarlo. Con el alma enferma, se arrastró profundamente dentro de sí mismo y juró que nunca se abriría así mismo a alguien nuevamente.
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