25 de Octubre, 9528 A.C.
Acheron maldijo de manera repugnante cuando se despertó por el extremo dolor. ¿Por qué no estaba muerto? Pero entonces lo supo. Mientras que la vida de Styxx estuviera ligada a la suya nadie tendría piedad de él. Jamás. Agobiado por la desesperación, intentó moverse sólo para encontrarse encadenado a la cama.
Dejó escapar un grito de frustrada furia antes de golpearse la cabeza contra el colchón de paja.
Un movimiento a su derecha atrajo su mirada y se congeló al ver a la pequeña mujer de pie allí. Era Ryssa, vestida en púrpura y oro.
Ella se acercó y la mirada de pena y culpa en sus ojos fue suficiente para traer lágrimas a los suyos.
—No se lo dije, —susurró ella—. Styxx se desmayó y Padre te encontró. —Las lágrimas caían por su rostro—. No puedo creer lo que te hicieron. Sé que no tocaste a Nefertari. Jamás le habrías hecho tal cosa a nadie y se lo dije repetidamente. Nunca oyeron ni una palabra de lo que decía… Sé que esto no ayuda, pero Styxx rompió su compromiso con ella y la enviaron de regreso a Egipto. Lo siento, Acheron. —Inclinó su cabeza contra la de él y lloró silenciosamente en su oído.
Acheron retuvo sus propias lágrimas. No había necesidad de llorar. Esta era su vida y no importaba lo que intentara, nunca mejoraría.
Además Artemisa lo curaría…
Quería gritar en amarga frustración y rabia ante la altiva actitud de la diosa.
Ryssa le acarició la mejilla.
—¿No vas a hablarme?
—¿Y decir qué, Ryssa? Creo que mis acciones hablan lo bastante, incluso para que un sordo las oiga. Pero de todos modos nadie me escucha.
Ella se limpió las lágrimas mientras pasaba en una tierna caricia los dedos a través de su pelo.
—Es tan injusto para ti.
—La vida no suele ser justa —jadeó él—. Esto no es acerca de la justicia. Es sobre la resistencia y cuánto podemos sufrir.
Estaba ya tan cansado... Pero nadie le dejaría dormir.
A través de las paredes oyó llorar a Apollodorus.
—Tu hijo te necesita, Princesa. Tienes que ir con él.
—Mi hermano también me necesita.
Él dejó escapar un cansado suspiro.
—No. Créeme. No necesito a nadie.
Ella presionó los labios contra su mejilla.
—Te quiero, Acheron.
No dijo nada cuando ella se retiró. Ahora mismo no había ese tipo de amor en su interior. Sólo podía sentir la angustia y la desesperación. Volviendo la cabeza, bajó la mirada a la venda blanca que envolvía su muñeca. La habían acolchado para que no pudiera volver a abrir la herida y acabar lo que había empezado.
De modo que así era entonces.
Cerrando los ojos, pensó en su futuro. De nada que cambiara. De vivir sometido y golpeado… para siempre.
Bramó ante el peso de su desesperanza. Entonces peleó contra sus restricciones con todo lo que tenía. Pero no fue suficiente para romperlas.
Nunca sería suficiente de nada.
Bramando aún más fuerte, tomó consuelo en el latente dolor de sus heridas.
Ryssa llegó corriendo entrando en la habitación.
Acheron la ignoró mientras intentaba romper las cadenas que lo mantenían atado.
—¡Ya he tenido bastante y quiero que se acabe!
Ella lo abrazó para contenerlo. Él intentó luchar contra ella, pero no podía.
—Lo sé, Acheron. Lo sé.
No, no lo sabía. Gracias a los dioses que ella no tenía idea de cuán jodidamente atroz era su vida. Con cuánto dolor había vivido. Con cuánto rechazo.
Golpeó la cabeza contra el cabecero y finalmente dejó caer sus lágrimas. Incluso aunque era un hombre, se sentía igual que un niño estirándose por la caricia de su madre para sólo obtener una bofetada.
—Emborráchame, Ryssa.
Ella se echo hacia atrás.
—¿Qué?
—Por el amor de los dioses, dame algo que haga que deje de doler tanto. Alcohol o drogas, no me importa cual. Sólo haz que se vaya… Por favor.
Ryssa quería negárselo. No creía en huir de sus problemas, pero cuando le miró y vio la sangre goteando de las heridas de su cuerpo y las lágrimas en sus ojos, no pudo hacer a un lado su única petición.
Nadie debería sufrir tanto. Nadie.
Contra su voluntad, bajó la mirada a su pene. La sangre allí le revolvió el estómago. La crueldad de lo que le habían hecho no tenía medida…El hecho de que ambos, su Padre y Styxx obtuvieran tanto placer de sus acciones la disgustaba a un nivel que jamás había soñado que existiera. Jamás se volvería a sentir bien por ninguno de ellos.
—Volveré ahora mismo.
Corrió a su habitación y agarró la única botella de vino que tenía.
—¿Nera? —dijo a su doncella que estaba barriendo las escaleras— ¿Podrías conseguir más vino y traérmelo al cuarto de Acheron?
La confusión parpadeó en el ceño de la menuda niña, pero lo aceptaba antes que preguntarle a su señora.
—¿Cuánto más, Princesa?
—Tanto como puedas llevar.
Ryssa volvió a su habitación con la que tenía. Él se deslizó fuera de la cama con sólo una sábana cubriéndole. La sangre seca y las magulladuras estropeaban la mayor parte de su cuerpo y el dolor en sus ojos plateados le robaba el aliento.
Doliéndose por él, se enjuagó las lágrimas de los ojos antes de levantarle la cabeza y ayudarle a beber.
—Que los dioses te bendigan por tu amabilidad —jadeó él cuando la terminó.
Nera llegó con más. Ryssa intercambió las botellas con ella, entonces la inclinó a los labios de Acheron. No fue hasta la tercera botella que estuvo completamente borracho.
—¿Acheron? —Preguntó, temiendo que quizás le hubieran dado demasiado.
Él dejó escapar un largo suspiro antes de que su atormentada mirada capturara la suya.
—Prométeme algo, Ryssa.
—Cualquier cosa.
—No odies jamás a tu hijo. Por favor —sus ojos aletearon cerrándose antes de que se desmayara.
Llorando, Ryssa lo sostuvo cerca mientras se dolía por él. Mataría a cualquiera que se atreviera a herir a su hijo de esa manera. Incluso a su propio padre. Pero Acheron nunca conocería tal amor, tal cariño y eso le rompía el corazón, incluso más.
—Duerme en paz. Hermanito. Duerme en paz.
Limpiándose las lágrimas, lo dejó solo y fue a comprobar a Apollodorus. Durante el resto del día sostuvo a su hijo cerca de ella, prometiéndole que nunca sería estaría solo en el mundo. Que siempre lo amaría y lo protegería de cualquiera que le hiciera daño.
Si sólo su madre le hubiese hecho tal promesa a Acheron.
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