jueves, 12 de enero de 2012

A parte 14

19 de Febrero, 9527 AC


           
Acheron esperó hasta que el palacio estuvo completamente en silencio. En menos de una hora el sol se levantaría…
Styxx y él, ambos estarían muertos. El mero pensamiento le acarreó más dicha que cualquier cosa que pudiera imaginar.
Más que ansioso, sostuvo con firmeza la daga, pasando a los guardias y deslizándose por la puerta de la habitación de Styxx. La cerró suavemente. Como una sombra, recorrió el camino hacia la mullida cama de plumas donde su hermano dormía. Pesadas cortinas colgaban para proteger al heredero de la traviesa brisa.
Pero no lo podían proteger de Acheron.
Con la mirada sombría, Acheron apartó las cortinas. Desnudo, excepto por su collar con el emblema real, dormía sobre su costado, completamente vulnerable.
Todos esos años de abuso, de burla, atravesaron su mente, así como el recuerdo de la forma en que prefería verlo castigado por el acto de traición que él había cometido.
Levantó la daga. Una incisión… un corte…
Paz.
¡Hazlo!
Comenzó a descender lentamente, entonces se detuvo antes de hacer contacto con la garganta del príncipe.
Silenciosamente, se maldijo cuando se dio cuenta de la verdad sobre él. No podía hacerlo. No a sangre fría. No sin piedad.
Disgustado, dio un paso atrás dándose cuenta de que era un cobarde.
No, no era un cobarde. No importaba qué hubiera sucedido en su pasado. Eran hermanos. Gemelos. No podía matar a su hermano. Aún cuando el bastardo se lo merecía.
Tú dolor no se detendrá hasta que lo hagas.
Él no mostraría tanta misericordia.
Era verdad. Prefería verlo golpeado, castrado, incluso muerto si su padre fuera capaz de hacerlo.
Styxx no tenía piedad, ni lástima, ni siquiera compasión, y si permitía que viviera, el abuso hacia Acheron continuaría. Y probablemente empeoraría cuando Styxx asesinara a su padre. Y una vez que su padre no estuviera, lastimaría a Ryssa.
Ya había hecho esas amenazas. Repetidamente.
Podría asesinarla con impunidad. La sangre de Acheron se congeló ante esa realidad. Si no lo hacía por él, lo haría para proteger a su hermana y su hijo.
Styxx tenía que morir.
—Perdóname, hermano —susurró un instante antes de apuñalarlo en el corazón.
Styxx jadeó mientras sus ojos se abrían. Acheron se tambaleó hacia atrás, dentro de las sombras mientras su hermano trataba de arrastrarse fuera de la cama. Cayendo al piso, colapsó mientras la sangre manaba de la herida y anegaba el suelo.
Respirando con dificultad, Acheron esperó a que la muerte también lo reclamara.
No sucedió, y con cada latido del corazón, el pánico comenzó a crecer.
Se sentía como siempre. ¿Cómo podía ser eso?
Tal vez Styxx no estaba muerto. Aterrorizado de sólo haberlo herido, fue hasta él y presionó la mano contra su cuello. No había pulso alguno. Ningún movimiento u otro signo de vida. Volteando el cuerpo, observó que la piel y los labios se tornaban azules, los ojos abiertos y fijos.
Styxx estaba muerto.
Y él aún vivía.
Horrorizado, corrió hacia la puerta y por el pasillo de regreso a su habitación, pasando a los adormilados guardias. ¡No!. La palabra hacía eco en su mente una y otra vez mientras trataba de entenderlo. Si él moría, Styxx moría. Si Styxx moría…
¿Nada le pasaba? ¿Cómo podía ser esto?
¿Por qué los dioses harían algo así? No tenía ningún sentido.
Asesinaste a tu propio hermano. Tu gemelo.
Se apoyó contra la puerta cerrada mientras un horror absoluto se apoderaba de él. Ellos podrían asesinarlo si se enteraran de la verdad. Su padre no perdonaría esto. Lo desgarrarían…
Súbitamente, una alarma sonó en el palacio mientras los guardias se gritaban unos a otros, clamando en el pasillo.
Ya han descubierto el cuerpo. ¡Dioses ayúdenme!
Alguien golpeó a su puerta.
—¿Acheron?
Era Ryssa. Abrió la puerta para verla ahí, pálida y con el cabello desordenado. Vestía una capa roja sobre el vestido azul.
—Quería estar segura que estabas bien. Alguien trató de matar a Styxx esta noche.
¿Trató?  No, él había tenido jodidamente éxito.
—¿Qué quieres decir?
Antes que pudiera contestar, lo vio detrás de Ryssa, la cara enrojecida por la furia mientras guiaba a los guardias en una búsqueda por las habitaciones.
 —¡Encuentren a mi atacante! Lo quiero ahora. ¿Me escuchan? ¡Busquen en cada esquina hasta que den con él!
Acheron parpadeó con incredulidad.
¿Styxx estaba vivo? No estaba preparado para lo que eso significaba. Styxx había resucitado.
¿Por qué?
Ryssa sacudió su cabeza.
—¿Has visto a alguien?
—Estaba en mi habitación —mintió.
Como si lo sintiera, Styxx se congeló y luego giró hacia él. A pesar de estar cubierto de sangre no había rastro de la herida que lo había asesinado.
—¡Guardias! —Rugió.
Acheron retrocedió con temor.
Styxx lo apuntó.
—Resguárdenlo. Mi atacante podría descubrir que para asesinarme tiene que asesinarlo a él primero. Quiero que alguien resguarde su espalda a todas horas.
Si tan sólo su hermano supiera… Gracias a los dioses que no era así.
—Qué noche horrible —dijo Ryssa. —Mejor voy con Apollodorus. Sé que toda esta conmoción lo asustará.
Acheron no se movió hasta que ella se marchó. A través de una rendija en la puerta, pudo observar a los guardias irrumpiendo en el vestíbulo e inspeccionando las habitaciones. Su hermano estaba vivo. No podía dejar pasar ese hecho.
Así que sus vidas no estaban realmente enlazadas. Al menos no en un sentido tradicional. Si moría, Styxx moría. Si su hermano moría… no había ningún efecto en él.
Su padre estaba en lo correcto. No era normal.
¿Por qué los dioses lo protegerían a él y no a Styxx? No tenía ningún sentido.
Retirándose a la habitación, decidió esperar a que terminara la búsqueda y que la casa estuviera en silencio otra vez. Una vez que fuera seguro podría marcharse sin ser visto. Se envolvió con el manto y se encaminó a las oscuras calles.
Se mantuvo escondido mientras mantenía el rumbo a través de los callejones hacia el templo de Apolo. Una vez allí, golpeó la puerta.
—Estamos cerrados.
—Vengo de la casa real —dijo Acheron forzadamente. —Es imperativo que vea al oráculo.
La puerta se abrió parcialmente hasta que el viejo sacerdote vislumbró su rostro. La conducta cambió de inmediato a una de sumisión.
—Príncipe Styxx, perdóname. No me había dado cuenta que eras tú.
Acheron no se molestó en corregirlo. Por una vez, dio gracias que fueran gemelos.        
—Llévame al oráculo.
Sin más vacilaciones, el sacerdote lo guió a través del camino lleno de columnas a la parte de atrás, a las pequeñas habitaciones que estaban reservadas para los sacerdotes y asistentes. La habitación del oráculo era ligeramente más grande que las otras. Estaba vacía y desolada con sólo una pequeña cama de paño rayado.
—¿Señora? —Llamó el sacerdote mientras se acercaba a la cama. —El príncipe desea hablar unas palabras con usted.
Una mujer rubia, que no podía tener más de quince años se sentó en la cama y con ayuda del sacerdote se puso de pie, caminando hacia él. Por la manera en que se movía, Acheron supo que estaba drogada. Notablemente.
El sacerdote la condujo hasta una alta silla que estaba asentada sobre una fuente de vapores. Por el aroma, adivinó que contenía Raíz de Morfeo mezclada con Ripsi Opsi, un componente que creaba fantásticas alucinaciones. Era algo que había tomado sólo una vez después que Euclides cantó sus alabanzas, pero eso había sido suficiente. Lo había dejado con delirios y pesadillas durante dos días.
—Déjanos —le espetó ella al sacerdote. —Conoces la ley.
Él se retiró instantáneamente.
La chica tiró el manto sobre su cabeza y agregó más agua a la ebullición de hierbas para que ahumaran más.
 —Tú no eres el príncipe.
Acheron frunció el ceño.
—¿Cómo sabes eso?
—Yo lo sé todo —dijo ella vilmente. —Soy el oráculo y tú eres el primogénito maldito que el rey niega.
Esto último no era de conocimiento común, lo que le hizo creer en sus habilidades.        —Entonces dime porqué estoy aquí.
Ella aspiró los vapores y se retorció sobre el taburete como si escuchara las mismas voces que lo atormentaban. Cuando abrió los ojos, los clavó en él como lanzas.
 —No puedes matarlo. Está prohibido para ti morir.
—¿Por qué?
Inhaló otra vez. Los ojos se volvieron de una brillante sombra dorada.
—En la marca del sol yace una incisión de plata. No una, ni dos, sino tres veces. La marca del padre a la derecha, la de la madre a la izquierda y en el centro está la de quien une a los dos. Tres vidas entrelazadas. Tú eres lo que eres aunque todavía no lo sabes. Lo harás. Se acerca el día en que tu destino se manifestará. Camina con coraje y escucha. El tuyo es un nacimiento de dolor, pero uno de necesidad. Akri di diyum…
El Amo y Señor regirá…
Ella lo alcanzó y posó la mano en su hombro.
—Tu voluntad creará las leyes del universo.
—¿Qué estás diciendo?
—Quien lucha con su destino perderá. Abraza tu destino, Acheron. Cuanto más dura es la lucha más doloroso es el nacimiento. —Ella se desmayó.
Apenas pudo asirla antes que cayera al suelo. Cargándola en brazos la llevó hasta la cama y la recostó. Continuaba murmurando palabras sin sentido acerca de aves y demonios viniendo por él.
Aún más confuso de lo que había estado antes, la dejó al cuidado de los sacerdotes y emprendió su camino de regreso al palacio.
La profecía era insensata.
Tenía que serlo. ¿Por qué los dioses escogerían a una puta para moverse? ¿Por qué su voluntad sería la voluntad del universo?
Ella estaba drogada…
De todos los hombres, sabía lo desconcertante que era eso. No eran más que alucinaciones como las que él mismo había tenido. Él no era nada.
Sin embargo, dentro de su mente se repetían dos palabras una y otra vez.
¿Y si…?

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