domingo, 22 de enero de 2012

NP cap 16

—¡¿Tú?! —gritó Amanda, al tiempo que corría hacia la puerta.
Cliff la atrapó.
—No tan rápido.
—¿Cómo has podido? —le preguntó a su ex, antes de girarse para lanzar una furiosa mirada a Desiderius—. No entiendo porqué estás aquí. ¿Cómo…?
El Daimon sonrió.
—Por favor, no conviertas la situación en un manido cliché. Ya es bastante odioso haber tenido que recurrir a un plan tan burdo para capturar a Kyrian. ¿Qué esperas, que ahora abandone el plan para que puedas escapar y matarme? —Meneó la cabeza—. Yo también veo películas malas, ¿sabes?
En ese mismo instante, sintió a Desiderius en sus pensamientos. Lo sintió hurgar y rebuscar entre sus recuerdos. La cabeza empezó a dolerle y todo comenzó a dar vueltas a su alrededor, mientras por su mente pasaban las imágenes más horribles. Imágenes de Desiderius abrazándola, acariciándola. Y de su aliento sobre el cuello…
Y, por si eso fuera poco, la cosa empeoró más. Amanda sintió que las barreras que protegían su mente caían bajo la presión de su brutal asalto.
—Es tal y como me prometiste, Cliff. —Su voz sonaba lejana, como un débil susurro arrastrado por el viento—. Sus poderes son puros, inmaculados.
—Lo sé. Eso fue lo que me atrajo de ella la primera vez que la vi. —Cliff sonrió—. Y con la información que reunimos sobre la forma de luchar de Kyrian aquella noche en el callejón, no deberíamos tener ningún problema para vencerlo.
Desiderius se detuvo para contemplar a ese ser inferior. Consideraba a los humanos como las bestias más bajas de la creación. Eran, después de todo, alimento para los dioses. Sólo había una cosa inferior a un humano: los mestizos como Cliff. Medio apolita y medio humano, él se había aprovechado de semejante cobarde llorón para sus propios fines.
Con todo, debía estar agradecido al padre apolita de Cliff por haber muerto antes de poder explicarle la verdad sobre la mitad de su herencia genética.
Y con respecto a la madre de Cliff… bueno, había resultado ser un delicioso bocado.
Siempre había sabido que tener un mestizo como mascota resultaría útil algún día. Todos esos años obligado a criar a esa asquerosa criatura no le parecían tan repulsivos en esos momentos.
Y cuando Cliff descubrió a esa pequeña hechicera en su oficina, él se había limitado a esperar que su mascota destapara y desarrollara las habilidades psíquicas de la chica antes de que él tomara su alma junto con esos poderes.
Pero ella se había resistido.
¿Quién iba a imaginarse el resultado de todo esto? Tras el ataque de pánico de Cliff el día que conoció a la hermana de Amanda, y que lo llevó a romper con ella, supo que tenía que actuar con rapidez para reclamar a la bruja antes de que escapara de sus garras. Tan pronto como Cliff le contó lo unidas que estaban las gemelas y las frecuentes visitas que había hecho como novio de Amanda a casa de Tabitha, su plan empezó a tomar forma.
Cuando encadenó a Amanda y al Cazador Oscuro, esperando que él la confundiera con su gemela, pensaba que ella recurriría a sus poderes, presa del pánico, y los usaría para acabar con él y, de ese modo, proteger a su hermana. Jamás se le había pasado por la imaginación que ella usara sus poderes para proteger al Cazador.
Pero tampoco es que eso importara mucho. Ahora que había destapado por completo esos poderes, la chica estaba lista para el empujoncito.
—¿Lo harás ahora? —le preguntó Cliff—. ¿Me convertirás en inmortal?
—Por supuesto.
Amanda apenas se dio cuenta de que el Daimon se acercaba a Cliff y lo abrazaba. Vio el destello de sus colmillos décimas de segundo antes de que Desiderius los hundiera en el cuello de su ex.
La cabeza comenzó a darle aún más vueltas y sintió que se alzaba sobre el suelo. Demasiado tarde, comprendió que sus pensamientos ya no le pertenecían.

Kyrian se detuvo en el centro del Barrio Francés y miró a su alrededor; el largo abrigo de cuero negro se arremolinaba alrededor de sus piernas. Bourbon Street estaba plagado de turistas, totalmente ajenos al peligro. Algunos se detenían al verlo vestido de negro y con las gafas de sol que le protegían los ojos de las potentes luces.
A sus oídos llegaba la cacofonía provocada por la mezcla de jazz, rock y las risas que arrastraba el frío viento invernal.
Apartando la mente de esas distracciones, echó mano de sus poderes y de la tecnología para hallar a Desiderius, pero no había rastro de él.
—¡Joder! —masculló.
Se frotó el hombro, aún dolorido por el ataque de Tabitha. Mientras intentaba disminuir el dolor, la imagen de Tabitha fue reemplazada por la de su hermana. Vio a Amanda con una sonrisa en los labios y tendida sobre él la noche anterior mientras le hacía el amor de la forma más tierna. Nunca había sentido por nadie lo que sentía por ella.
«Porque te amo.»
Esas tres palabras flotaban en su corazón. Sabía que eran ciertas porque los sentimientos de Amanda se translucían en su voz. Había sido sincera con él como nadie lo había sido jamás.
Lo amaba.
Y él a ella.
La amaba tanto que quería morirse si no podía tenerla. Las Parcas eran unas putas retorcidas. Hacía siglos que lo sabía, no obstante, en mitad de la noche helada, ese hecho le quemaba las entrañas.
Ven por mí, Amanda, te necesito.
El rumbo de sus pensamientos hizo que pusiera una mueca de dolor.
—No pienses en eso —se dijo a sí mismo en un murmullo, sabiendo que era inútil.
Ojalá pudiera pedir un deseo…
Se obligó a pensar en otra cosa. Tenía una misión que cumplir. Debía detener a Desiderius. En ese momento, su móvil comenzó a sonar. Lo cogió de la funda que llevaba asegurada al cinturón y contestó. Era Talon.
—Ash quiere que te diga que se está cociendo algo raro. Los Daimons están atacando en grupos grandes esta noche. Yo he pulverizado ya a diez y él va tras cuatro ahora mismo. Quiere que estés alerta.
—Dile al abuelito que no se preocupe. Todo está tranquilo en el Barrio Francés.
—Vale, pero no te muevas de ahí.
—No te preocupes. Sé arreglármelas solo.
—Por cierto —le dijo Talon—, Eric está con Tabitha. Dice que ha salido en busca de Desiderius.
—Me estás tomando el pelo.
—Ojalá. Ash iba tras ella en el Garden District, pero tuvo que dejar de seguirla al ver a un grupo de Daimons que perseguían a unos turistas.
Mientras colgaba, el localizador comenzó a sonar. Era la señal que avisaba de la presencia de Daimons en los alrededores. Sacó el dispositivo del bolsillo y siguió el rastro de la actividad neuronal de los vampiros hasta un callejón situado en la calle paralela a la que él estaba.
Al llegar a la zona, totalmente oscura, encontró seis Daimons atacando a cuatro humanos.
—¡Eh! —los llamó, distrayendo su atención de las víctimas. Hizo a un lado el abrigo y sacó la espada retráctil. Presionó el botón de la empuñadura y la hoja se extendió, alcanzado el metro y medio de longitud—. Decidme —siguió hablando mientras blandía la espada a su alrededor—, ¿alguna vez habéis visto a un general de la Antigua Grecia cabreado?
Los Daimons se miraron, cautelosos, entre sí.
Kyrian se agachó, sujetando la espada con ambas manos, sin dejar de observarlos.
—No es una imagen muy agradable, la verdad.
—¡Cogedlo! —gritó el líder.
Y, al unísono, todos se lanzaron a por él.
Desvió al primero con una estocada que acabó convirtiéndolo en una nube de polvo. Al instante, se giró con la habilidad de un felino y lanzó un golpe directo al estómago del segundo. El vampiro jadeó y se desintegró.
Antes de que pudiera recuperarse, uno de los vampiros lo cogió por el brazo herido y le quitó la espada. Kyrian se giró y lo golpeó con la punta de la bota. También desapareció.
Otro lo agarró por la cintura y lo lanzó contra la pared mientras dos más se acercaban. Dio una patada en la cintura al primero de ellos, al mismo tiempo que los dos que se acercaban se convertían en polvo… y vio a Tabitha que se sostenía en pie a duras penas.
—Chuparos ésa, asquerosos vampiros —exclamó mientras le lanzaba un shuriken a Kyrian.
Perplejo ante el hecho de que Tabitha estuviera ayudándolo en lugar de atacarlo, cogió la estrella y la utilizó para acabar con el último vampiro.
Cuando llegó junto a ella, la encontró arrodillada en el suelo. Tenía una herida en el cuello que sangraba profusamente y apenas se veía color en su rostro. Kyrian se desgarró la camisa para hacer una compresa y llamó a una ambulancia.
—¿Eric? —preguntó ella con voz tensa, intentando distinguir entre la oscuridad a las otras víctimas que yacían en el suelo—. ¿Está muerto?
—Estoy aquí, nena.
Eric llegó a trompicones junto a ellos y se dejó caer junto a Tabitha, al tiempo que la abrazaba.
—No va a morir —le aseguró Kyrian.
El muchacho asintió con la cabeza.
—Intenté convencerla de que no saliera esta noche; le dije que las cosas iban a ponerse feas, pero no me escuchó.
—Es cosa de familia.
Tabitha rozó el brazo de Kyrian mientras él le daba la dirección al 911. Cuando acabó de hablar, la vio mirándolo fijamente. Tenía el ceño arrugado y sus ojos lo observaban incrédulos.
—¿Por qué me has salvado?
—Eso es lo que hace Kyrian, Tabby —susurró Eric.
Mientras Eric se ocupaba de su novia, Kyrian se acercó a los otros dos amigos que aún yacían en el suelo.
Eran los mismos que lo habían atacado en casa de Esmeralda. Por desgracia, no habían corrido la misma suerte que Tabitha y Eric.
—Eric —lo increpó, volviendo junto a ellos—, ¿qué ha sucedido?
El muchacho se encogió de hombros.
—Los teníamos atrapados y, en un abrir de ojos, se abalanzaron sobre nosotros.
—¿Dijeron algo?
Erik se puso muy pálido y abrazó a Tabitha con más fuerza.
«Voy a tragarme tu alma».
Kyrian lo miró fijamente un instante y apretó los dientes ante el retorcido sentido del humor de los vampiros.
—Los Daimons ven demasiadas películas de serie B.
Tabitha alargó un brazo y tocó la mano de Kyrian.
—Gracias.
Él asintió.
—No he hecho más que devolverte el favor.
—Kyrian, tío —jadeó Eric—. Tenías razón. Nunca he visto a ningún Daimon moverse como se movían éstos. Debería haber escuchado tu advertencia.
Frunciendo el ceño, Tabitha los miró alternativamente.
—¿Os conocéis?
—Mi padre trabajaba para Talon, el amigo de Kyrian. —Eric miró a Kyrian a los ojos—. He conocido a Kyrian durante toda mi vida, Tabby. Créeme, es uno de los buenos.
Antes de que ella pudiera contestar, llegó la ambulancia.
Kyrian esperó hasta que los dos estuvieron dentro, al cuidado de los sanitarios, y llamó a Amanda para contarle lo sucedido.
No cogió el teléfono.
Llamó a su madre, a su hermana y marcó el teléfono de su propia casa. Nadie contestaba.
Con un nudo en el estómago provocado por el miedo, corrió hacia el coche. Quizás Amanda estaba todavía en su casa, esperándolo.
O quizás Desiderius la ha atrapado…
Se la imaginó siendo atacada como Tabitha. La vio muerta en un charco de sangre como los amigos de su hermana. El dolor y el pánico le retorcían las entrañas. Amanda tenía que estar bien. No podría seguir viviendo si algo le sucedía.
Condujo como un poseso hacia su casa, tan rápido como el Lamborghini se lo permitió.
Temblando de angustia, atravesó el garaje a la carrera y entró en la casa, atento a cualquier sonido.
Por favor, Zeus, cualquier cosa menos que le hayan hecho daño.
La escuchó en la planta alta, tarareando la canción de Grieg en su habitación. El alivio y la gratitud que sintió fueron tan intensos que estuvo a punto de tropezarse. Tenía que verla para saber que estaba bien. Inspiró hondo, aliviado, y subió las escaleras de dos en dos.
Al abrir la puerta de la habitación se quedó helado.
Amanda había encendido todas las velas de los candelabros y llevaba el camisón blanco más corto y transparente que había visto en su vida. Sus largas piernas estaban cubiertas por unas medias, sujetas por un liguero de encaje blanco. Estaba de espaldas a él, inclinada sobre la cama, perfumando las sábanas con el aceite de aroma a rosas que solía usar después del baño. El contorno de su cuerpo alcanzaba la perfección bajo la luz de las velas.
Kyrian estalló en llamas mientras la observaba. Abrumado por sus emociones, se acercó a la cama y la abrazó por la espalda. La sujetó con fuerza y apoyó la cabeza sobre la de ella, temblando de alivio.
Amanda estaba sana y salva.
Ella gimió de placer y Kyrian sintió que ese sonido le sacudía todo el cuerpo, intensificando el deseo.
—Tócame, Kyrian —jadeó ella, apartándole las manos de la cintura para llevárselas a los pechos—. Esta noche necesito sentirte.
Él también lo necesitaba. Después del miedo de pensar que la había perdido, necesitaba sentirla con tanta desesperación que la cabeza le daba vueltas si se paraba a pensarlo.
Bajó la cabeza para saborear la piel de ese cuello perfumado al tiempo que gruñía de satisfacción al sentir en las manos esos pezones erguidos, cubiertos por el camisón de gasa.
Ella se giró entre sus brazos, alzó las manos y le quitó las gafas de sol antes de reclamar sus labios.
—Amanda —balbució él, mientras el aroma a rosas invadía sus sentidos, hechizándolo—. ¿Qué me has hecho?
Ella le contestó lamiéndole el mentón, descendiendo hasta la barbilla y de allí hasta el cuello. Miles de escalofríos le recorrieron el cuerpo mientras Amanda le quitaba el abrigo, dejando que se deslizara por sus hombros y que cayera libremente al suelo. Tiró de la camisa para sacarla de debajo de la cinturilla del pantalón y metió la mano por debajo de ella, dejando un rastro de fuego en el torso de Kyrian.
Su instinto le decía que se alejara de ella, pero no podía hacerlo. Ni ahora, ni nunca.
Amaba a esa mujer. No había otro modo de explicarlo. Era la otra mitad de su alma; no podía seguir negándolo. Y, aunque sólo tuviera ese pequeño instante, disfrutaría del amor que sentía por ella. Disfrutaría del deseo que despertaba en él.
Con los ojos enfebrecidos por la pasión, Amanda le desabrochó los pantalones y deslizó las manos por su endurecido miembro.
—Me encanta acariciarte —murmuró ella, comenzando a mover las manos—. Dime, Kyrian, ¿puedes leerme la mente?
Él cerró los ojos, extasiado ante sus caricias. Cuando sintió que Amanda cubría los testículos con una mano se estremeció de la cabeza a los pies.
—No —jadeó—. Prescindí de ese poder cuando me pediste que no volviera a hacerlo.
La alzó y la sentó en el borde de la cama mientras él se quedaba de pie entre sus rodillas. Ella le sonrió de un modo que lo dejó flotando y comenzó a desabrocharse la parte delantera del camisón, ofreciéndole sus pechos desnudos.
Ardiendo de deseo, Kyrian le separó las piernas para poder mirarla. ¡Por los dioses! Cómo le gustaba contemplarla. Se puso de rodillas y la tomó con la boca.
Ella dejó escapar un grito ahogado al sentir la boca de Kyrian sobre su sexo. Él cerró los ojos, la acarició con la lengua y notó cómo le temblaban los muslos, a ambos lados de su cabeza, mientras la llevaba al orgasmo. Lo agarró del pelo y comenzó a mover las caderas, frotándose contra él.
—¡Oh, sí! —gimió.
Kyrian esperó hasta que pasó el último estremecimiento y, sólo entonces, se levantó.
Amanda lo miraba con los ojos cargados de deseo. Se incorporó hasta quedar de rodillas en la cama y acabó de desvestirlo. Una vez estuvo desnudo, bajó del colchón y se colocó delante de él, dándole la espalda.
Sin necesidad de explicaciones, Kyrian supo lo que quería. De su garganta escapó un gruñido al tiempo que se introducía en ella desde atrás con un poderoso envite.
Ella gimió de placer, se alzó hasta quedar de puntillas y volvió a descender para recibir su verga hasta el fondo.
Kyrian temblaba de arriba abajo.
La besó en el hombro y deslizó la mano por la tersa piel de su vientre antes de buscar los rizos de su entrepierna para acariciarle el clítoris. Comenzó a mover la mano muy despacio y dejó las caderas inmóviles. Quería que fuese ella la que tomara el control de la situación.
Y ella se encargó de moverse hasta que volvió a correrse de nuevo, gritando su nombre.
Kyrian salió de ella al sentir que sus poderes se desvanecían ante la proximidad de su orgasmo. El dolor del deseo insatisfecho era tan grande que tuvo que concentrarse en seguir respirando para no doblarse en dos.
Pero, por una vez, Amanda no parecía estar dispuesta a compadecerse de él; al contrario, se dio la vuelta y lo besó con avidez.
—Amanda —jadeó él, intentando alejarse.
—Shhh, Kyrian —murmuró sobre sus labios—. Confía en mí.
En contra de todos sus instintos, lo hizo. Dejó que lo tumbara en la cama, que se subiera sobre él y volvió a estremecerse cuando guió su verga de nuevo al interior de su cuerpo. Era tan maravilloso estar dentro de ella… sentir el placer de Amanda mientras lo montaba.
Cuando sintió que su orgasmo era imparable, se dejó guiar por ella y dio la vuelta en el colchón hasta que la tuvo debajo, con sus piernas alrededor de la cintura. Sintiéndose un poco mejor en esa posición, comenzó a penetrarla con embestidas fuertes y rápidas.
Y, esta vez, cuando estaba a punto de retirarse, ella lo envolvió con todo su cuerpo y lo abrazó con fuerza. Kyrian frunció el ceño al sentir que Amanda movía las caderas, introduciéndose su miembro hasta el fondo y gimiendo mientras su vagina se cerraba a su alrededor.
—Amanda, para —jadeó sin aliento. Si seguía haciendo eso, estaría perdido.
Intentó retirarse otra vez y, de nuevo, ella se lo impidió, frotándose contra él. Kyrian apretó los dientes intentando detener el orgasmo. Y lo consiguió hasta que sintió que ella se corría de nuevo. Los gritos de Amanda, combinados con los espasmos de su cuerpo, fueron más de lo que podía soportar.
Y, en contra de su voluntad, alcanzó el clímax. Echó la cabeza hacia atrás y gritó por la intensidad del placer. No había nada mejor que estar entre los brazos de Amanda. En su cuerpo.
Por primera vez en dos mil años, se sintió en casa.
Mientras esos sentimientos lo embargaban, notó que sus poderes de Cazador Oscuro se desvanecían.
¡No!
Amanda le dio un beso ligero en los labios y se giró, con él en los brazos, hasta que lo dejó apoyado sobre el colchón, con ella encima. Estaba demasiado débil para protestar. Lo único que podía hacer era mirarla.
Ella salió de la cama y se puso una bata.
—¿Amanda? —la llamó.
Regresó al momento con una copa de vino.
—No pasa nada. Estoy aquí, amor mío —le dijo.
Le acercó la copa a los labios y él bebió, totalmente confiado. Tras unos minutos, la habitación comenzó a girar a su alrededor.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Kyrian, consumido por el terror.
Pero lo sabía. Como Theone hiciera, tantos siglos atrás, Amanda lo había drogado.
Lo último que alcanzó a ver fue cómo ella abría la puerta de la habitación para dejar pasar a Desiderius.

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