Eran las cinco en punto de la tarde y comenzaba a oscurecer cuando Amanda llegó a casa de Kyrian. Aparcó su Taurus azul delante de la mansión, caminó hasta la puerta principal y llamó.
Esperaba que Nick le contestara pero, en lugar de eso, la puerta se abrió, muy lentamente, y no vio a nadie en el recibidor. Frunciendo el ceño, entró. Al instante, la puerta se cerró dando un fuerte golpe a sus espaldas. El sobresalto hizo que soltara un jadeo. Acababa de darse cuenta de que la verja de la entrada también se había abierto sola; claro, que había supuesto que Kyrian había visto su coche en el monitor y había abierto la puerta antes de que tuviese la oportunidad de utilizar el portero automático.
Ya no estaba tan segura.
Cada vez más nerviosa, echó un vistazo sin ver a nadie. El silencio de la casa daba a entender que estaba vacía.
—¿Hola? —preguntó, avanzando muy despacio a través del recibidor—. ¿Nick? ¿Kyrian?
—Así que tú eres Amanda Devereaux…
Al escuchar la voz procedente del salón se quedó helada. Era una voz grave e incitante, con un acento que no se parecía a ninguno que hubiese escuchado anteriormente. Le recordaba al sonido profundo y ronco del trueno.
Por un momento, temió que se tratara de un Daimon; hasta que los ojos se le adaptaron a la oscuridad y pudo distinguir al espléndido espécimen masculino tumbado en el sofá. Tendido de espaldas y con las piernas colgando sobre el brazo del sillón, tenía los brazos doblados bajo la cabeza y la observaba atentamente desde las sombras.
Estaba desnudo de cintura para arriba y descalzo. Llevaba unos ceñidos pantalones de piel y tenía una larga melena de color verde oscuro. En el hombro izquierdo, Amanda distinguió el estilizado tatuaje de un pájaro, cuya cola descendía en espiral y se enrollaba alrededor del bíceps. Su piel era del mismo tono dorado que la de Kyrian y el bronceado resaltaba el pequeño colgante de oro que llevaba en el cuello.
—¿Y usted es…? —le preguntó ella.
—Acheron Parthenopaeus —le contestó con esa voz profunda y serena—. Encantado de conocerte. —Sus palabras carecían de cualquier signo de emoción o calidez.
Vale, no se parece en nada a Yoda. Bueno… los dos tienen el pelo verde.
El tipo del sofá no aparentaba más de veinticinco años, pero el aura de crueldad que lo rodeaba empañaba esa apariencia juvenil. Al mirarlo, daba la impresión de que había visto los fuegos del infierno de primera mano y que la experiencia lo había transformado en un ser mucho más sabio. Aun tumbado, le provocaba escalofríos de terror al tiempo que despertaba su curiosidad. Había algo en el tal Acheron que resultaba espeluznante, aunque no era capaz de expresarlo con palabras.
La hacía sentirse muy incómoda.
—Así que usted es el infame Acheron…
El devastador rostro del hombre dibujó una sonrisa juguetona.
—Amo y señor de la horda de bárbaros que pululan por la noche.
—¿Usted los dirige?
Él se encogió de hombros con indiferencia.
—En realidad, no. Sería mucho más fácil gobernar al viento.
Amanda soltó una risilla nerviosa.
Acheron se levantó muy despacio y se acercó a ella con todo el aspecto de una bestia al acecho. Según se aproximaba, el magnetismo de su presencia y su enorme altura la dejaron abrumada. Con sus buenos dos metros, se alzaba sobre ella como una torre y la diferencia de altura le daba una apariencia bastante poderosa.
—¡Por amor de Dios! —jadeó mientras doblaba el cuello para poder mirarlo a los ojos—. ¿Es que hay alguna ley tácita por la cual todos los Cazadores Oscuros tengan que ser gigantes?
Acheron rió, mostrándole un destello de sus colmillos.
—¿Qué puedo decir? Artemisa quiere que sus Cazadores sean altos. No se admiten solicitudes de hombres bajitos.
Justo cuando llegó frente a ella, Amanda vio sus ojos con claridad.
Y se quedó boquiabierta.
A diferencia de los de Kyrian, éstos lanzaban destellos. No se podía describir de otra manera. Mientras los observaba, cambiaron de color; de un azul profundo a un matiz plateado. Como si estuviesen hechos de mercurio, los colores cambiaban y se mezclaban entre ellos en ambos iris. Le recordaban la superficie del mar, agitada por unas olas tranquilas.
—Desconcertantes, ¿verdad? —le preguntó él sin dejar de mirarla, consciente de que lo estaba observando.
—¿Se supone que es normal que hagan eso?
Él sonrió sin despegar los labios, pero no contestó. Sacó unas gafas oscuras del bolsillo trasero del pantalón y se las puso. Con los ojos cubiertos, Amanda se fijó en la extraña cicatriz que tenía en el cuello. Parecía la huella de una mano, grabada a fuego. Como si hubiesen querido estrangularlo. Muy, muy extraño.
—¿Qué te trae por aquí, pequeña? —le preguntó Acheron.
—He venido a ver a Kyrian.
—No quiere que lo molesten.
—Bueno —dijo ella, enderezando la espalda para no dejarse amedrentar por un Cazador Oscuro que, estaba segura, podría destrozarla en un nanosegundo—. No siempre sabemos lo que nos conviene.
Acheron soltó una carcajada.
—Muy cierto. Entonces… ¿crees que puedes salvarlo?
—¿Es que duda de mí?
Él ladeó la cabeza, como si estuviese sopesando su temple, y caminó a su alrededor sin dejar de observarla. Cuando le dio la espalda, Amanda vio que estaba cubierta de heridas, ya casi curadas. Daba la impresión de que lo hubiesen golpeado, superponiendo y entrecruzando los latigazos hasta formar un complicado dibujo, tan hermoso como macabro.
El estómago se le contrajo al pensar en las incontables horas de sufrimiento que debía haber soportado, dado el estado que presentaba.
Al descender la mirada por esa amplia y musculosa espalda, descubrió la marca de Artemisa, un arco doble idéntico al que Kyrian tenía en el hombro. La diferencia estribaba en que el de Acheron estaba localizado en la cadera derecha.
—Por si no lo sabe, señora —continuó hablando con ese tono funesto y grave—, llevo caminando por el mundo desde hace once mil años. —Se detuvo y se inclinó para seguir susurrándole al oído—. He visto cosas que jamás podría llegar a imaginarse, y ¿me pregunta si dudo de usted? —Retrocedió unos pasos para poder mirarla a la cara antes de acabar la frase—. Señora, dudo hasta del aire que respira.
—No le entiendo.
Él hizo caso omiso de su confusión.
—Quieres su alma.
—¿Cómo dice? —le preguntó mientras los nervios la hacían temblar.
—Puedo sentir sus emociones, señora. Escucharla. Su mente es un torbellino de sentimientos y temores: ¿Puede conseguir que sea suyo? ¿La ama? ¿Podrá amarla algún día? ¿Lo ama de verdad? ¿Hay la más mínima oportunidad de estar juntos o se está engañando a sí misma?
Amanda tembló al escuchar sus dudas más íntimas en boca de Acheron.
Se detuvo al llegar frente a ella y le alzó la barbilla para mirarla a los ojos.
Amanda sintió que esos ojos le taladraban el alma, mientras que ella era incapaz de ver un indicio de los sentimientos de Acheron en esas profundidades plateadas. Lo único que veía era su propio reflejo en los cristales oscuros de las gafas.
Cuando él volvió a hablar, Amanda escuchó su voz directamente en la cabeza.
—Y la pregunta que más te inquieta es cómo salvarlo sin perder a tu hermana en el proceso.
—¿Cómo sabe todo eso?
Él le dedicó una extraña sonrisilla.
—No puedes imaginar hasta dónde llegan mis poderes.
—Y entonces, ¿por qué no mata a Desiderius antes de que vuelva a hacerle daño a Kyrian?
Él le soltó la barbilla.
—No puedo.
—¿Por qué no?
—Por la misma razón que Kyrian no puede: no tengo alma. Desiderius acabaría conmigo y, dados los pecados que cometí en el pasado, tiemblo con sólo pensar en el uso que podría hacer de ellos.
Amanda reflexionó un instante. Desiderius había intentado matar a Kyrian recreando el modo en que murió cuando era humano, lo que significaba que la muerte de Acheron debía haber sido mucho más cruel que la crucifixión.
¿Cómo habría muerto este temible Cazador Oscuro?
Y, al hilo de ese pensamiento, le vino a la mente otra incógnita.
—¿Cómo recupera su alma un Cazador Oscuro?
Acheron la acorraló contra la pared, exactamente igual que un león haría con su presa. El aire de la habitación parecía restallar con la energía mística y el poder que exudaba.
—Las almas son entes muy extraños, señora. Sólo se trasladan por voluntad propia, siempre y cuando quienes las posean las dejen marchar.
—Según eso, tengo que convocar a Artemisa, ya que es ella la que posee el alma de Kyrian, ¿no es cierto?
La pregunta hizo que Acheron soltara una carcajada perversa.
—Te comería viva, pequeña.
El tono de ese hombre estaba comenzando a irritarla. Puede que estuviera frente al ser más malvado del universo, pero ella no era una cría.
—No me hable como si fuese una niña.
—¡Vaya! Si no lo estoy haciendo… sólo te estoy avisando. Eres incapaz de enfrentarte a la diosa. Ella es el viento; es la dueña de nuestros destinos y tú, pequeña, no eres más que un tierno bocadito al que le encantaría merendarse por pura diversión y luego, quizás, escupirlo de nuevo.
—Gracias por una descripción tan gráfica —le dijo ella con un nudo en el estómago tan sólo de pensarlo.
Él sonrió al escucharla y suavizó su expresión.
—Quieres salvarlo, ¿verdad?
De nuevo tuvo la sensación de que Acheron volvía a leerle el pensamiento.
—Por supuesto que quiero. Kyrian lo es todo para mí.
Él asintió.
—Tienes un corazón puro. Puede que esto funcione.
Ese comentario la asustó más que cualquier otra cosa de las que había dicho antes. El tono de voz que usó decía bien a las claras que lo que estaba pensando era bastante arriesgado.
—¿A qué te refieres?
Acheron se acercó hasta una mochila negra que estaba encima de la mesa-ataúd. Rebuscó en su interior y sacó una caja negra de madera tallada, cubierta por extraños símbolos de color plateado e inscripciones griegas.
—Aquí está lo que buscas.
Abrió la caja y le mostró el interior; estaba forrado de terciopelo negro y sobre el suntuoso tejido descansaba un medallón rojo. Brillaba exactamente igual que sus ojos. Pero el color de la piedra variaba del rojo al anaranjado, con matices de amarillo. Los colores parecían moverse en espiral desde la inscripción central del medallón hasta los bordes.
—Es precioso —jadeó, alargando la mano para tocarlo.
Acheron lo alejó.
—Tócalo y sentirás que te abrasan los fuegos del infierno.
Ella bajó la mano de inmediato.
—¿Qué es?
—El alma de Kyrian.
El corazón de Amanda estuvo a punto de dejar de latir ante el tono hastiado de Acheron. Tragó saliva y miró fijamente el medallón. ¿Sería cierto?
No. Era imposible.
—Me estás mintiendo.
—Nunca miento —replicó él sucintamente—. No tengo necesidad de hacerlo.
Aun así, no estaba preparada para creer que Acheron tenía en sus manos lo que ella más ansiaba en el mundo.
—¿Y qué vas a hacer con ella?
—Tenía la esperanza de que me ayudaras a devolvérsela, para que pudiera acabar con Desiderius.
—Devolvérsela… ¿cómo?
Acheron cogió el medallón, cerró los dedos a su alrededor y dejó la caja a un lado.
—¿No te quema? —le preguntó ella.
Él le contestó con una taimada sonrisa.
—Ya te lo he dicho, mis poderes van más allá de tu imaginación.
—Y entonces, ¿por qué no se la devuelves tú?
—Porque no confía en mí y porque, al contrario de lo que ocurre contigo, yo no tengo corazón; ni puro ni de ninguna otra manera. —Giró el medallón en la palma de la mano, como si lo estuviera estudiando—. Ya ves, sólo existe un modo de que un Cazador Oscuro recupere su alma. Una persona de corazón puro y tierno debe sostener el medallón en la mano mientras el Cazador pierde sus poderes sobrenaturales. Sólo cuando la parte humana controle su cuerpo podrá morir de forma natural.
—¿Cómo dices?
Él alzo la cabeza y, aunque Amanda seguía sin verle los ojos, supo que la estaba observando con intensidad.
—El único modo de devolver el alma a un Cazador Oscuro es haciendo que su corazón humano deje de latir. Durante el último latido, el medallón debe colocarse sobre la marca que indica el lugar donde el alma fue atrapada; una vez allí, el alma abandonará el medallón y volverá a entrar al cuerpo de donde salió.
Amanda sentía un punzante dolor de cabeza mientras intentaba comprender las palabras de Acheron.
—No lo entiendo. ¿Cómo se detiene su corazón?
—Primero hay que conseguir que sus poderes de Cazador Oscuro desaparezcan y, después, se le atraviesa el corazón con un objeto punzante.
Ella retrocedió con la mente hecha un lío.
—¡No! Se evaporaría como un Daimon. Estás intentando que lo mate, ¿verdad?
—No —le contestó con brusquedad—. Todos los Cazadores Oscuros son mis niños y antes de hacer daño a cualquiera de ellos, me convertiría en una Sombra. Me has preguntado sobre el modo de devolverle su alma y te he contestado. Si quieres liberarlo, tienes que conseguir que pierda sus poderes y, después, matarlo.
Antes de que pudiera decir una sola palabra más, Acheron le cogió la mano y la puso sobre la que sostenía el medallón. El calor que desprendía era insoportable. Era como tocar un quemador de gas.
—Imagina que lo tocas directamente —le susurró—. Y ahora imagina que lo sostienes en la mano. Deberás tenerlo en la mano desde el momento en que le atravieses el corazón hasta que éste deje de latir y el alma pase de nuevo a su cuerpo.
La agarró con más fuerza de la muñeca y Amanda sintió que esos ojos ocultos tras las gafas la perforaban.
—¿Lo amas lo suficiente?
—Yo… —dudó ella—. ¿Cuánto tiempo tendré que sostenerlo?
—Tanto tiempo como dure el proceso. No puedo decírtelo con exactitud. Es distinto para cada Cazador Oscuro.
—¿Y si lo suelto antes de que el alma se libere?
—Entonces Kyrian estará condenado a vagar durante toda la eternidad sin ser un Cazador Oscuro ni un humano. Será una Sombra, atrapada entre este mundo y el siguiente. Deseará comer y no podrá hacerlo. Tendrá sed y nunca podrá beber. Sufrirá durante toda la eternidad.
Amanda contempló horrorizada el medallón.
—No puedo arriesgarme.
Acheron le soltó la mano y devolvió el medallón a la caja.
—De ese modo, también morirá cuando se enfrente a Desiderius.
—Tiene que haber otra salida —susurró ella.
—No la hay.
Con el corazón en un puño, imaginó que drenaba los poderes de Kyrian y lo dejaba vulnerable. ¿Sería capaz de hacerle eso?
Acheron se acercó a la mochila para volver a guardar la caja.
—Espera —lo increpó ella, deteniéndolo—. Has dicho que el medallón debe colocarse en el mismo lugar donde el alma fue capturada.
—Sí.
—¿Cómo sabré cuál es el sitio exacto?
Él señaló la marca que tenía en la cadera.
—El arco doble señala el lugar que Artemisa tocó mientras capturaba nuestras almas.
Amanda abrió la boca para hablar pero una voz atronadora se lo impidió.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Se giró y descubrió a Kyrian tras ella, mirando a Acheron.
—¿Por qué la has dejado entrar?
Acheron la miró con una silenciosa advertencia.
No digas nada, le susurró su voz en la mente.
—Me apetecía —le contestó a Kyrian, ya en voz alta.
El rostro de Kyrian adoptó una expresión crispada.
—Te dije que no lo hicieras.
Acheron sonrió, mostrando los colmillos por un instante.
—¿Y desde cuándo te hago caso?
Kyrian le lanzó una mirada furiosa.
Amanda deslizó la mirada por el cuerpo de Kyrian y notó que había vuelto a vestirse de negro por completo: vaqueros, camisa y botas.
—No irás a salir esta noche a por él, ¿eh?
—No tengo otra alternativa.
Ella miró hacia atrás, buscando a su jefe.
—Acheron…
Éste se encogió de hombros despreocupadamente.
—Es su decisión.
—Está herido —insistió Amanda.
—Es un Cazador Oscuro. Conoce sus debilidades y su fuerza. Él es quién decide.
La frustración tomó por asalto a Amanda y le entraron ganas de matar a los dos allí mismo.
—¿Vas a permitir que muera?
—Esto no tiene nada que ver con Acheron —la interrumpió Kyrian—. Como ya te ha dicho, soy yo quien decide.
—Sí, claro. Pues vaya porquería de decisión.
—Sí, claro… Tabitha dijo lo mismo de ti.
Ella lo miró, furiosa.
Él le devolvió la mirada hasta que ella apartó los ojos. Kyrian echó un vistazo a Acheron antes de hablar.
—Vigílala por mí.
—¿Eso es una orden? —le preguntó Acheron con incredulidad.
—No seas asno.
Él alzó una ceja con un gesto burlón.
—Perdón, Ash, no ash-no.
En la mandíbula de Kyrian empezó a palpitar un músculo.
—Tengo una cita. Hasta luego. —Y dándose la vuelta salió de la habitación con aire ofendido.
Amanda se quedó paralizada en el salón. Y el corazón se le detuvo cuando escuchó que la puerta del garaje se abría para, segundos después, oír el motor del coche de Kyrian. ¡Ese hombre era más terco que una mula!
—Kyrian estaba equivocado, Acheron. Tú no eres el asno, él sí que lo es.
El hombre rió con ganas.
Amanda se frotó los ojos mientras intentaba aclararse. En el fondo de su corazón, tenía muy claro lo que debía hacer. Kyrian iba a morir de un modo u otro. Al menos, si ella lo mataba tendría una oportunidad.
—Dame el medallón.
Acheron le ofreció la caja.
—¿Estás segura?
—Para nada.
Ella alargó la mano para coger la caja, pero Acheron se lo impidió.
—Hagas lo que hagas, no se te ocurra cambiar de opinión una vez tengas el medallón en la mano. Es lo peor que puedes hacerle. En su lugar, yo preferiría mil veces morir a manos de Desiderius antes de hacerlo a manos de la mujer que amo. Por segunda vez.
La mano de Amanda temblaba bajo la de él.
—Jamás podría hacerle daño.
—No te lo tomes a mal, pero la última vez que oí eso, la mujer tiró el medallón al suelo diez segundos después de cogerlo. No me decepciones.
—No lo haré.
Él asintió con una mirada severa y le entregó la caja.
—Recuerda, tienes que cogerlo en el mismo momento que le atravieses el corazón. Sostenlo hasta que muera y, entonces, lo colocas sobre la marca.
—¿Cómo sabré que todo ha acabado?
—Confía en mí; lo sabrás.
Amanda guardó el medallón en uno de los bolsillos de su mochila, junto a la caja de la Barbie que Liza le había regalado. Había comenzado a llevar a Starla consigo la noche que Tabitha había sido atacada. Probablemente se tratara de una estupidez, pero se sentía más tranquila sabiendo que la muñeca estaba ahí en caso de necesidad. Además, era mejor que llevar una pistola, mucho más segura, aunque llevara esas cuchillas escondidas en las piernas.
Mientras cerraba el bolsillo, su móvil comenzó a sonar. Lo sacó y contestó.
—Mandy, ¿eres tú?
Ella arrugó la nariz al reconocer la voz nasal de Cliff.
—Creía que…
—Escúchame —la interrumpió—, ha sucedido algo horrible…
Daba la impresión de que había estado llorando. Y, aunque en el plano sentimental habían acabado, no podía evitar preocuparse por él. Puede que fuese un imbécil, pero no hacía ni dos semanas que había estado pensando en casarse con él.
—¿Qué?
—Se trata de mi madre —le dijo con un sollozo—. Mira, ya sé que nuestra relación no es precisamente amistosa, pero no tengo a nadie más a quien acudir. ¿Puedes venir, por favor? No quiero estar solo.
Ella dudó. Sentía un nudo en el estómago; una sensación muy extraña. Lo atribuyó al hecho de tener que volver a verlo de nuevo y se dio cuenta de que negarse a ayudarlo sería muy egoísta de su parte. La necesitaba. Iría a su casa, estaría un rato con él y regresaría a esperar que Kyrian volviera.
—Muy bien, voy para allá.
—Gracias.
Acheron la miró y alzó una ceja.
—¿Pasa algo?
—Un amigo en apuros.
Él asintió.
—Ve; mientras tanto, me ocuparé de buscar a tu hermana para vigilarla. —Se puso una camiseta de manga corta negra antes de volver a hablar—. Por cierto… ten cuidado.
—¿Con qué?
—Es de noche y rondan muchas criaturas malignas por ahí afuera.
El miedo le produjo un escalofrío que la recorrió de arriba abajo.
—¿Debería estar asustada?
—Sigue tus instintos, pequeña. Haz lo que tengas que hacer.
Odiaba que la llamara pequeña todo el tiempo, pero no parecía muy apropiado echarle la bronca…
—Te gusta ser misterioso, ¿no es cierto?
—La cosa estaba entre ser Cazador Oscuro o profeta. Personalmente, me gusta mucho más lo de luchar y matar que lo de rezar en la posición del loto.
Sin duda ninguna, Acheron Parthenopaeus era un individuo muy extraño.
Amanda cogió las llaves del coche y subió al Taurus. Mientras conducía por la carretera, camino de la autopista, cayó en la cuenta de lo raro que era que Acheron la dejara ir sola…
¿Por qué lo había permitido si Kyrian le había pedido que la vigilara?
Porque es más probable que Tabitha se meta en líos recorriendo las calles que tú yendo a casa de Cliff.
Sí, claro. Eso lo explicaba todo. El único peligro que podía correr en casa de su ex era morir de aburrimiento.
No tardó mucho en llegar. Subió al apartamento, situado en el primer piso, llamó a la puerta y esperó a que le abriera.
Su ex llevaba unos Levi’s y una camisa amarilla.
—Qué sorpresa —le dijo, mirando más allá del hombro de Amanda—, ¿hoy no te ha traído ningún amigo?
Ella lo miró, furiosa, al reconocer los celos implícitos en el comentario. ¡Cómo se atrevía!
—¿Y qué se supone que significa eso?
Cliff se encogió de hombros y abrió más la puerta.
—Nada. Es que esta noche estoy un poco nervioso. Gracias por venir tan rápido.
Amanda volvió a escuchar la vocecilla interna que la instaba a marcharse, no obstante, cometió la estupidez de ignorar la advertencia y entró al apartamento.
Él cerró la puerta y echó la llave una vez Amanda pasó al interior.
—Bueno, bueno —dijo una voz conocida desde la cocina—. ¿Qué tenemos aquí?
Amanda se quedó petrificada cuando vio a Desiderius salir de entre las sombras.
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