viernes, 20 de enero de 2012

FL cap 12

Llegaron a casa al mismo tiempo que la policía.
El joven y musculoso agente miró con suspicacia a Julian.
— ¿Quién es?
— Un amigo —le contestó Grace.
El policía alargó la mano hacia ella.
— De acuerdo, déme las llaves y déjenos echar un vistazo. El agente Reynolds se quedará con ustedes aquí fuera hasta que lo revisemos todo.
Grace le entregó obedientemente el juego de llaves.
Comenzó a mordisquearse las uñas mientras observaba cómo el policía entraba a su hogar.
Por favor, que Rodney Carmichael esté dentro todavía.
Pero no estaba. El policía salió poco después meneando la cabeza.
— ¡Joder! —exclamó Grace en voz baja.
El agente Reynolds la acompañó hasta la casa y Julian los siguió un poco rezagado.
— Necesitamos que entre y eche un vistazo para ver si falta algo.
— ¿Ha hecho algún estropicio? —preguntó ella.
— Sólo en los dormitorios.
Con el corazón en un puño, Grace entró en su casa y subió las escaleras para ir a su habitación.
Julian la siguió y observó cómo se mantenía rígida y distante. Tenía el rostro tan pálido que las pecas resultaban mucho más evidentes. Podría matar al tipo que le había hecho esto. Ninguna mujer debería pasar tanto miedo, especialmente en su propio hogar.
Cuando llegaron al piso superior, Julian vio que la puerta de la habitación del final del pasillo estaba entreabierta. Grace corrió hacia allí.
— ¡No! —jadeó.
Se apresuró a seguirla.
Julian comenzó a verlo todo rojo al contemplar el sufrimiento que reflejaba el rostro de Grace. Podía sentir su dolor en el corazón como si fuese el suyo propio.
Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas mientras observaba el desorden. El colchón estaba tirado en el suelo, las sábanas desgarradas, los cajones abiertos y su contenido esparcido, como si Céfiro hubiera pasado por allí en mitad de un arranque de mal humor.
Julian le colocó las manos sobre los hombros para reconfortarla.
— ¿Cómo ha podido hacerle esto a su habitación? —preguntó Grace.
— ¿De quién es esta habitación? —preguntó el agente Reynolds—. Creía que vivía sola.
— Y lo hago. Ésta era la habitación de mis padres. Murieron hace tiempo —miró a uno y otro lado, incrédula. Una cosa era que fuese tras ella, pero ¿por qué había hecho esto?
Contempló la ropa esparcida por el suelo; ropa que le traía a la memoria tantos recuerdos maravillosos… Las camisas que su padre llevaba al trabajo; el jersey favorito de su madre y que ella siempre le pedía prestado; los pendientes que su padre había regalado a su madre en su último aniversario de boda. Todo estaba desparramado por la habitación, como si no tuviese valor alguno.
Pero para ella eran objetos muy valiosos. Era lo único que le quedaba de ellos. El dolor le desgarraba el corazón.
— ¿Cómo ha podido hacerlo? —preguntó, mientras la rabia se abría paso en su interior.
Julian la atrajo hacia sus brazos y la sostuvo con fuerza.
— No pasa nada, Grace —murmuró sobre su pelo.
Pero sí que pasaba. Grace dudaba poder superar aquello alguna vez. No podía dejar de pensar en las manos de ese animal tocando la ropa de su madre o desgarrando las sábanas. ¡Cómo se había atrevido!
Julian miró al agente de policía.
— No se preocupe —dijo el hombre—, encontraremos al tipo.
— ¿Y después qué? —preguntó Julian.
— Eso tendrá que decidirlo un tribunal.
Julian lo miró de arriba abajo y soltó un gruñido, asqueado. Tribunales. No entendía cómo un tribunal moderno podía permitir que un animal así estuviese suelto.
— Sé que todo esto es duro —comentó el agente—. Pero necesitamos que compruebe si se ha llevado algo, doctora Alexander.
Ella asintió.
A Julian le sorprendió el coraje que demostró al desprenderse de su abrazo y limpiarse las lágrimas. Comenzó a inspeccionar todo aquel desastre. Él se arrodilló a su lado; quería estar cerca por si lo necesitaba de nuevo.
Después de comprobarlo todo concienzudamente, Grace cruzó los brazos sobre el pecho y lanzó una rápida mirada al agente.
— No falta nada —le dijo, y salió de la habitación para ir a la suya.
Entró en ella con mucha aprensión. Un rápido vistazo le indicó que su dormitorio había sufrido los mismos daños que el de sus padres. Había registrado meticulosamente tanto la ropa de Julian como la suya. Toda la lencería estaba tirada por el suelo, había desgarrado las sábanas y el colchón estaba ladeado.
Ojalá Rodney hubiese encontrado la espada de Julian bajo la cama y hubiese cometido el error de tocarla. Eso sí que habría sido una justa recompensa.
Pero no la había visto. De hecho, el escudo aún seguía apoyado sobre la pared, junto a la cama, donde él lo dejó.
Grace se sentía casi violada al contemplar toda su ropa esparcida por la habitación; como si las manos de Rodney hubiesen tocado su cuerpo.
En ese momento, vio la puerta del vestidor ligeramente abierta. Estaba muerta de miedo mientras se acercaba para abrirla y mirar en el interior. Entonces se sintió como si el tipo le hubiese arrancado el corazón y lo hubiese aplastado.
— Mis libros —murmuró.
Julian cruzó la habitación para ver lo que Grace estaba mirando. Se quedó sin respiración al llegar junto a ella.
Todos los libros habían sido destrozados.
— Mis libros no —balbució, cayendo de rodillas.
Le temblaba la mano al pasarla sobre las hojas de los libros que su padre había escrito. Eran irremplazables. Jamás podría abrirlos de nuevo y escuchar su voz hablándole desde el pasado. No podría abrir Belleza Negra y oír a su madre mientras se lo leía.
Todo había desaparecido.
Rodney Carmichael acababa de matar de nuevo a sus padres.
Grace se fijó entonces en lo que quedaba de su ejemplar de La Ilíada. Los ojos se le llenaron de lágrimas al recordar la expresión de Julian mientras pasaba sus páginas. Las horas que habían pasado juntos mientras ella lo leía. Habían sido unos momentos muy especiales, mágicos; los dos tumbados frente al sofá, perdidos en la historia, como si hubiesen estado en un reino privado, sólo de ellos dos. Su propio paraíso.
— Los ha destrozado todos —murmuró—. ¡Dios! Ha debido pasar horas aquí.
— Señora, sólo son…
Julian agarró al agente Reynolds por el brazo y lo sacó de la habitación.
— Para ella son mucho más que simples libros —le dijo entre dientes—. No se atreva a burlarse de su dolor.
— ¡Vaya! —exclamó el hombre avergonzado—. Lo siento.
Julian volvió junto a Grace.
Sollozaba incontrolablemente mientras pasaba las manos sobre las hojas sueltas.
— ¿Por qué lo ha hecho?
Él la levantó, la sacó del vestidor y la acostó en la cama. Ella no lo soltó. Se aferraba a él con tanta fuerza que a Julian le costaba trabajo respirar, y lloraba como si el corazón estuviese rompiéndosele a pedazos.
En ese momento, Julian quiso matar al hombre que le había hecho esto.
Sonó el teléfono.
Grace gritó y forcejeó para incorporarse.
— Shh —le dijo Julian, mientras le limpiaba las lágrimas y la sostenía, impidiendo que se moviera—. No pasa nada. Estoy aquí, contigo.
El agente Reynolds le pasó el teléfono.
— Conteste, por si es él.
Julian miró con furia al hombre. ¿Cómo podía ser tan insensible? ¿Cómo podía pedirle que hablara con ese perro rabioso?
— Hola, Selena —saludó Grace, y volvió a estallar en lágrimas mientras le contaba a su amiga lo que había sucedido.
La mente de Julian bullía al pensar en el hombre que había invadido la casa de Grace y la había herido tan profundamente. Lo que más le preocupaba era que el tipo sabía dónde golpear. Conocía a Grace. Sabía lo que era importante para ella.
Y eso le hacía mucho más peligroso de lo que la policía sospechaba.
Ella colgó el teléfono.
— Siento mucho haber perdido el control —dijo, limpiándose las lágrimas—. Ha sido un día muy largo.
— Sí, señora, lo entendemos.
Julian observó cómo se recomponía; Grace tenía una fuerza de voluntad que muy pocos hombres poseían.
Acompañó al policía por el resto de la casa.
— No debe haber visto este libro —dijo uno de los agentes con el libro de Julian en la mano, ofreciéndoselo a ella.
Julian lo cogió de las manos de Grace. Al contrario que el agente, él no estaba tan seguro. Si el bastardo había intentado romperlo, se habría llevado una desagradable sorpresa.
No podía ser destruido. Él mismo había intentado hacerlo en incontables ocasiones a lo largo de los siglos. Pero ni siquiera el fuego hacía mella en él. El libro le hizo recordar las palabras de Grace.
Él se iría en unos cuantos días y ella se quedaría sola, sin nadie que la protegiera. Y esa idea lo enfermaba.

Los agentes se marcharon en el mismo instante que Selena llegaba en su coche. Salió del Jeep acompañada de un hombre alto y moreno que llevaba el brazo en un cabestrillo. Selena prácticamente corrió hasta la puerta.
— ¿Estás bien? —le preguntó a Grace mientras la abrazaba con fuerza.
— Sí —le contestó ella. Miró sobre su hombro y entonces saludó al hombre—. Hola Bill.
— Hola Grace. Hemos venido a echarte una mano.
Ella le presentó a Julian y los cuatro entraron en la casa.
Julian detuvo a Selena tan pronto como estuvieron dentro, y la llevó aparte.
— ¿Puedes mantenerla un rato aquí abajo?
— ¿Por qué?
— Tengo que ocuparme de algo.
Selena frunció el ceño.
— Claro, no hay problema.
Esperó hasta que Selena y su marido sentaron a Grace en el sofá. Entonces, fue a la cocina, cogió un par de bolsas de basura y se encaminó al vestidor.
Tan rápido como pudo, comenzó a ordenar todo aquel desastre para que Grace no tuviera que verlo de nuevo. Pero con cada trozo de papel que tocaba, su ira crecía.
Una y otra vez acudía a su mente la tierna expresión de Grace mientras buscaba un libro entre toda su colección. Si cerraba los ojos podía ver su pelo desparramado sobre su pecho mientras leía.
En ese momento, quiso la sangre de este tipo.
— ¡Joder! —exclamó Bill desde la puerta—. ¿Esto lo ha hecho él?
— Sí.
— Tío, menudo psicópata.
Julian no dijo nada y continuó arrojando los papeles a la bolsa. Su alma gritaba, clamando venganza. Lo que sentía hacia Príapo era una leve sombra de lo que en esos momentos pasaba por su mente.
Una cosa era hacerle daño a él. Pero herir a Grace…
Ya podían tener las Parcas compasión de ese tipo, porque él no pensaba tener ninguna.
— ¿Llevas mucho saliendo con Grace?
— No.
— Eso me parecía. Selena no te ha mencionado, pero pensándolo bien, tampoco se ha mostrado tan preocupada porque Grace se quedara sola desde su cumpleaños. Supongo que os conocisteis entonces.
— Sí.
— Sí, no, sí. No eres muy hablador, ¿verdad?
— No.
— Vale, lo he cogido. Hasta luego.
Julian se detuvo cuando encontró la cubierta de Peter Pan. La cogió y apretó los dientes. El dolor lo asaltó de nuevo. Ese libro era el preferido de Grace.
Lo apretó con fuerza un instante y después lo arrojó a la bolsa con el resto.

Grace no fue consciente del tiempo que pasó sentada en el sofá, sin moverse. Sólo sabía que se encontraba muy mal. El golpe de Rodney había sido muy fuerte.
Selena le trajo una taza de chocolate caliente.
Ella intentó beber, pero le temblaban tanto las manos que tuvo miedo de derramarlo y lo dejó a un lado.
— Supongo que necesito limpiarlo todo.
— Ya lo está haciendo Julian —le dijo Bill, que estaba sentado en el sillón haciendo zapping.
Grace frunció el ceño.
— ¿Qué?, ¿desde cuando?
— Hace poco estaba arriba, recogiéndolo todo en el vestidor.
Boquiabierta por la sorpresa, Grace subió en su búsqueda.
Julian estaba en la habitación de sus padres. Desde la puerta, observó cómo acaba de poner orden y se enderezaba. Dobló los pantalones de su padre de un modo que haría que Martha Stewart[1] hiciese una mueca de dolor, los colocó en el cajón y lo cerró.
La ternura la invadió ante la imagen del que fuera un legendario general ordenando su casa para evitar que ella sufriera. Su delicadeza le llegó al corazón.
Julian alzó los ojos y descubrió a Grace. La honda preocupación que reflejaban sus ojos azules la reconfortó.
— Gracias —dijo ella.
Él se encogió de hombros.
— No tenía otra cosa que hacer. —Aunque lo dijo con un tono despreocupado, algo en su actitud traicionaba su pretendida indiferencia.
— Aún así, te lo agradezco mucho —le dijo ella mientras entraba y miraba todo el trabajo que había hecho. Con el corazón en la garganta, colocó las manos sobre la cama de caoba—. Ésta era la cama de mi abuela —le dijo—. Todavía escucho la voz de mi madre cuando me contaba cómo mi abuelo la hizo para ella. Era carpintero.
Con la mandíbula tensa, Julian contempló la mano de Grace.
— Es duro, ¿verdad?
— ¿Qué?
— Dejar que los seres amados se vayan.
Grace sabía que Julian hablaba desde el fondo de su corazón. El corazón de un padre que añoraba a sus hijos.
Aunque la pesadilla ya no le persiguiese por las noches, ella le oía susurrar sus nombres, y se preguntaba si era consciente de la frecuencia con la que soñaba con ellos. Se preguntaba cuántas veces al día pensaba en ellos y sufría por su muerte.
— Sí —le contestó en voz baja—, pero tú lo sabes mejor que yo, ¿no es cierto?
Julian no contestó.
Grace dejó que su mirada vagara por la habitación.
— Supongo que ya va siendo hora de seguir adelante, pero te juro que aún puedo escucharlos, sentirlos.
— Es su amor lo que percibes. Aún está dentro de ti.
— ¿Sabes? creo que tienes razón.
— ¡Eh! —gritó Selena desde la puerta, interrumpiéndolos—. Bill está encargando una pizza, ¿os apetece comer algo?
— Sí —contestó Grace.
— ¿Y tú? —le preguntó Selena a Julian.
Julian sonrió a Grace.
— Me encantaría comer pizza.
Grace soltó una carcajada al recordar cómo Julian le había pedido pizza la noche que lo invocaron.
— Vale —dijo Selena—, pizza para todos.
Julian le dio a Grace los anillos de su madre.
— Los encontré en el suelo.
Se acercó a la cómoda para guardarlos, pero se detuvo. En lugar de eso, se los colocó en la mano derecha y, por primera vez después de unos cuantos años, se sintió reconfortada al verlos.
Al salir de la habitación, Julian cerró la puerta.
— No —le dijo Grace—, déjala abierta.
— ¿Estás segura?
Ella asintió.
Cuando entraron en su dormitorio, vio que Julian también lo había ordenado. Pero al contemplar las estanterías que habían guardado sus libros, ahora vacías, se le rompió de nuevo el corazón.
En esta ocasión no protestó cuando Julian cerró la puerta.

Horas más tarde y después de haber comido, Grace pudo convencer a Selena y a Bill de que se fueran.
— Estoy bien, de verdad —les aseguró por enésima vez en la puerta. Agradecida por la presencia de Julian, colocó la mano sobre su brazo—. Además, tengo a Julian.
Selena la miró con severidad.
— Si necesitas algo, me llamas.
— Lo haré.
Sin sentirse segura del todo, Grace cerró la puerta principal y subió a la habitación. Julian la siguió.
Se tumbaron en la cama, uno junto al otro.
— Me siento tan vulnerable… —susurró.
Él le acarició el pelo.
— Lo sé. Cierra los ojos y duerme tranquila. Estoy aquí. Yo te mantendré a salvo.
La rodeó con sus brazos y ella suspiró, reconfortada. Nadie la había consolado nunca como él lo hacía.
Tardó horas en dormirse. Cuando lo hizo, estaba rendida.

Se despertó con un silencioso grito.
— Estoy aquí, Grace.
Escuchó la voz de Julian a su lado y se calmó al instante.
— Gracias a Dios que eres tú —murmuró—. Tenía una pesadilla.
Julian depositó un ligero beso en su hombro.
— Lo sé.
Ella le dio un apretón en la mano antes de salir de la cama y prepararse para ir al trabajo.
Cuando intentó vestirse, le temblaban tanto las manos que no fue capaz de abotonarse la camisa.
— Déjame a mí —se ofreció Julian, apartándole las manos para poder hacerlo él—. No tienes por qué estar asustada, Grace. No dejaré que ese tipo te haga nada.
— Lo sé. Sé que la policía lo atrapará y, entonces, todo habrá acabado.
Él no contestó, y siguió ayudándola a colocarse la ropa.
Una vez estuvieron preparados, Grace condujo hasta la consulta, situada en el centro de la ciudad. Tenía un nudo tan grande en el estómago que le costaba respirar. Pero no podía encerrarse. No iba a dejar que Rodney controlara su vida. Ella era la que llevaba las riendas y nadie iba a cambiar eso. No sin luchar.
No obstante, estaba muy agradecida por la presencia de Julian. La reconfortaba de tal modo que no quería pensar demasiado a fondo en el porqué.
— ¿Cómo se llama esto? —preguntó Julian cuando entraron al antiguo ascensor del edificio de finales de siglo.
Ella le enseñó cómo tirar para cerrar la puerta y, de inmediato, percibió la incomodidad de Julian al quedarse encerrados.
— Es un ascensor —le explicó Grace—. Aprietas estos botones y subes a la planta que quieres. Yo trabajo en el último piso, que es el octavo. —Y apretó el botón de diseño antiguo.
Julian se puso aún más nervioso cuando comenzaron a ascender.
— ¿Es seguro?
Ella alzó una ceja y lo miró con curiosidad.
— No me puedo creer que el hombre que se enfrentaba sin miedo a los ejércitos romanos esté ahora asustado de un simple ascensor.
Julian le dedicó una mirada irritada.
— Sé lo que son los romanos, pero esto me resulta desconocido
Grace le rodeó el brazo con el suyo.
— No es muy complicado. —Señaló a la trampilla del techo—. Sobre esa puertecilla hay unos cables que suben y bajan la cabina, y también hay un teléfono —dijo, señalando el intercomunicador situado bajo los botones—. Si el ascensor se queda atascado, lo único que hay que hacer es apretar el botón del teléfono y, el equipo de emergencia acudirá de inmediato.
Los ojos de Julian se oscurecieron.
— ¿Y suele quedarse atascado con mucha frecuencia?
— La verdad, no. Llevo trabajando en este edificio cuatro años y no ha sucedido ni una sola vez.
— Y si no estabas dentro, ¿cómo lo sabes?
— Los ascensores tienen una alarma que se activa si se quedan atascados. Confía en mí, si nos quedamos encerrados aquí dentro alguien nos oirá.
Julian dejó vagar su mirada alrededor del reducido espacio y, por la luz que había en sus ojos Grace supo las malvadas ideas que le pasaban por la cabeza.
— ¿Puedes hacer que se detenga a propósito?
Ella se rió a carcajadas.
— Sí, pero no quiero que me pillen en flagrante delicto en el trabajo.
Él inclinó la cabeza y depositó un leve beso en su mejilla.
— Pero ser pillado en flagrante delicto en el trabajo puede ser muy divertido.
Grace lo abrazó con fuerza. ¿Qué había en él que le hacía sentirse feliz? Sin importar lo que ocurriera, Julian siempre conseguía que las cosas fueran mucho más divertidas. Más brillantes.
— Eres malo —le dijo, y se apartó de él de mala gana.
— Cierto, pero te encanta.
Ella volvió a reírse.
— Tienes toda la razón. Me encanta que seas malo.
Las puertas se abrieron y Grace se encaminó hacia su consulta, situada muy cerca del ascensor. Julian la siguió.
Lisa los miró cuando entraron y abrió los ojos de par en par. Sus labios dibujaron una amplia sonrisa al contemplar a Julian.
— Doctora Grace —dijo, jugueteando con un mechón rubio de sus cabellos—, su novio es una bomba.
Meneando la cabeza, Grace los presentó y, después, le enseño a Julian su consulta. Él se quedó de pie, observando a través de los ventanales mientras Grace encendía el ordenador y dejaba el bolso en el cajón de su escritorio.
Ella se detuvo al percibir que Julian la miraba fijamente.
— ¿De verdad vas a pasarte todo el día aquí?
Él se encogió de hombros.
— No tengo nada mejor que hacer.
— Te vas a aburrir.
— Te aseguro que estoy más que acostumbrado al aburrimiento.
Lo malo era que Grace lo sabía. Colocó una mano sobre su mejilla al imaginárselo dentro del libro, solo, encerrado en la más completa oscuridad.
Se puso de puntillas y lo besó con ternura.
— Gracias por acompañarme hoy. No creo que hubiera podido estar aquí de no ser por ti.
Él mordisqueó sus labios.
— Es un placer.
Lisa la llamó por el intercomunicador.
— Doctora Grace, su cita de las ocho está aquí.
— Esperaré fuera —le dijo Julian.
Grace le dio un apretón en la mano antes de dejar que se marchara.
Durante la siguiente hora, no fue capaz de concentrarse en su paciente. Sus pensamientos volaban al hombre que la aguardaba fuera, y no paraban de dar vueltas a lo mucho que significaba para ella.
Y a lo aborrecible que encontraba el hecho de que se marchara.
Tan pronto como acabó la sesión, acompañó a su paciente a la puerta.
Lisa estaba enseñando a Julian a hacer solitarios en el ordenador.
— Doctora Grace —le dijo—, ¿sabe que Julian no había jugado antes al solitario?
Grace intercambió una sonrisa chispeante con Julian.
— ¿En serio?
Lisa se apartó de Julian para echar un vistazo a la agenda.
— Por cierto, su cita de las tres ha sido cancelada. Y la de las nueve ha llamado para decir que llegará unos minutos tarde.
— De acuerdo. —Grace señaló a la puerta con el pulgar—. Mientras jugáis, voy un momento al coche. Olvidé mi Palm Pilot.
Julian alzó la mirada.
— Yo iré.
Grace negó con la cabeza.
— Yo puedo hacerlo.
Sin contestarle, él rodeó el escritorio de Lisa y extendió la mano para que Grace le diera las llaves.
— Yo iré —dijo con un tono que no admitía réplicas.
Como no tenía ganas de discutir, le dio las llaves.
— Está bajo mi asiento.
— Vale, no tardaré nada.
Grace le hizo un saludo militar.
Con gesto de pocos amigos, salió de la oficina y se encaminó hacia el ascensor, al final del pasillo.
Iba a apretar el botón cuando se detuvo. ¡Por los dioses!, cómo odiaba esa cosa estrecha y cuadrada.
Y la idea de estar allí dentro, solo…
Echó un vistazo a su alrededor y vio las escaleras. Sin dudarlo ni un instante, se dirigió hacia ellas.
Grace estaba intentando encontrar el informe de Rachel en su maletín, pero cayó en la cuenta de que había dejado un par de archivadores en el asiento trasero del coche.
— ¿Dónde tengo hoy la cabeza? —se reprendió. Pero no hizo falta que pensara mucho la respuesta. Sus pensamientos estaban divididos entre dos hombres que habían alterado su vida por completo.
Enfadada consigo misma por no ser capaz de concentrarse, cogió el maletín y salió de la consulta, detrás de Julian.
— ¿Dónde va, Doctora? —le preguntó Lisa.
— Me he dejado unos cuantos informes en el coche. No tardo.
Lisa asintió.
Grace se acercó al ascensor. Aún estaba rebuscando en el maletín en busca de los archivos cuando se abrieron las puertas.
Sin prestar mucha atención, entró en al ascensor y, de forma automática, apretó el botón de la planta baja.
Justo cuando las puertas se cerraron, se percató de que no estaba sola.
Rodney Carmichael estaba justo enfrente, mirándola fijamente.
— ¿Me vas a decir quién es él?
Grace se quedó helada mientras la invadían el terror y la furia. ¡Sentía deseos de despedazarlo! Pero aunque su altura fuese escasa para ser un hombre, aún le sacaba una cabeza.
Y era muy inestable.
Ocultando el pánico, ella le habló con calma
— ¿Qué hace usted aquí?
Él hizo un mohín.
— No me has contestado. Quiero saber de quién era la ropa que había en tu casa.
— Eso no es de su incumbencia.
— ¡No digas tonterías! —chilló.
Se balanceaba al borde de la locura y lo último que Grace necesitaba era que él se hundiera en el abismo mientras estuvieran encerrados en el ascensor.
— Todo lo que te rodea es asunto mío.
Grace intentó hacerse con el control de la situación.
— Escúcheme, señor Carmichael. No le conozco de nada, y usted no me conoce a mí. No entiendo por qué se ha obsesionado conmigo, pero quiero que esta situación llegue a su fin.
Él apretó el botón que detenía el ascensor.
— Ahora, me vas a escuchar, Grace. Estamos hechos el uno para el otro. Lo sabes igual que yo.
— Muy bien —le contestó ella, intentando apaciguarlo—. Vamos a discutir esto en mi consulta. —Y apretó el botón para que el ascensor comenzara a moverse de nuevo.
Él volvió a detenerlo.
— Hablaremos aquí.
Grace tomó una profunda bocanada de aire; las manos empezaban a temblarle. Tenía que salir de allí sin enfadarlo aún más.
— Estaríamos mucho más cómodos en mi consulta.
En esta ocasión, cuando ella fue a apretar el botón él le cogió la mano.
— ¿Por qué no hablas conmigo? —le preguntó él.
— Estamos hablando —contestó Grace mientras se aproximaba lentamente al intercomunicador.
— Apuesto a que hablas con él, ¿verdad? Apuesto a que pasas horas riendo y haciendo Dios sabe qué cosas con él. Dime quién es.
— Señor Carmichael…
— ¡Rodney! —gritó—. ¡Maldita sea! Me llamo Rodney.
— Vale, Rodney. Vamos a…
— Apuesto a que te ha puesto sus sucias manos encima, ¿verdad? —le preguntó mientras la aprisionaba en el rincón, de espaldas al teléfono—. ¿Cuántas veces te has acostado con él desde que me conociste, eh?
Grace se estremeció ante la salvaje mirada de aquellos ojos, pequeños y brillantes. Estaba perdiendo el control de su mente.
Grace intentó agarrar el auricular pero, antes de poder acercárselo a la oreja, él lo agarró.
— ¿Qué coño estás haciendo? —le preguntó él.
— Necesitas ayuda.
Rodney estrelló el auricular contra el panel de botones.
— No necesito ninguna ayuda. Sólo necesito que hables conmigo. ¿Es que no me oyes? ¡Sólo necesito que hables conmigo! —gritó, mientras estrellaba el teléfono contra el panel, enfatizando cada palabra con un golpe.
Aterrorizada, Grace contempló cómo el auricular se hacía pedazos. Rodney comenzó a tirarse del pelo.
— Te ha besado, lo sé. —Repetía una y otra vez la misma frase, mientras se arrancaba el pelo a tirones.
¡Santo Dios! Estaba atrapada con un loco.
Y no había salida.

Julian regresó a la consulta de Grace con el Palm Pilot.
— ¿Dónde está Grace? —le preguntó a Lisa al no encontrarla en su escritorio.
— ¿No se ha encontrado con ella? Salió unos minutos después que usted. Iba a su coche.
Julian frunció el ceño.
— ¿Está segura?
— Claro. Dijo que se había dejado unos informes o algo.
Antes de poder preguntarle cualquier otra cosa, una atractiva mujer afroamericana vestida con un conservador traje negro y con un maletín en la mano, entró a la oficina.
Se detuvo en la puerta y se quitó un zapato con un puntapié, para frotarse el talón.
— Definitivamente, hoy es lunes —le dijo a Lisa—. Sólo me faltaba tener que subir ocho pisos por la escalera porque el ascensor se ha quedado atascado. Y ahora, ¿qué maravillosas noticias tienes para mí?
— Hola, doctora Beth —la saludó Lisa alegremente, mientras pasaba la mano sobre el libro de citas—. Su cita de las nueve es Rodney Carmichael.
Julian se quedó paralizado.
— Oh, no. Espere —dijo Lisa—. Esa cita es de la doctora Grace. La suya…
— ¿Ha dicho Rodney Carmichael? —le preguntó a la secretaria.
— Sí. Llamó para cambiar la cita.
Julian no esperó a que Lisa terminara de hablar. Arrojó el Palm Pilot sobre el escritorio y salió corriendo de la oficina hacia el ascensor. Con el corazón latiendo desbocado, sólo podía pensar en llegar hasta Grace lo más rápido posible.
Fue entonces cuando comprendió que el ruido que había estado escuchando era una alarma.
Un escalofrío de terror le recorrió la espalda al comprender lo que había sucedido. Rodney había detenido el ascensor con Grace dentro. Estaba seguro.
De repente, se escuchó un grito sofocado tras las puertas cerradas del ascensor.
Con la visión nublada por la furia y el miedo, tiró de las puertas hasta abrirlas.
Y se quedó helado.
No se veía el ascensor. Sólo un abismo negro, muy parecido al libro. Peor aún, bajar por allí sería como descender hacia su infierno. Un infierno oscuro, asfixiante y estrecho.
Luchó para poder respirar y superar el miedo.
En su corazón, sabía que Grace estaba allí abajo. Sola con un loco y sin nadie que la ayudara.
Apretando los dientes, dio un paso hacia atrás y tomó impulsó para alcanzar de un salto los cables.

*        *         *

 Grace apartó a Rodney con un violento empujón.
— ¡No voy a compartirte con nadie! —gruñó él, agarrándola de nuevo por el brazo—. Eres mía.
— No pertenezco a nadie —le contestó ella, propinándole un rodillazo en la entrepierna.
El hombre cayó de rodillas al suelo.
Desesperada, Grace intentó subir por las barras laterales para poder alcanzar la trampilla del techo. Si pudiese llegar hasta allí…
Rodney la agarró por la cintura y la estrelló de espaldas contra el rincón.
Con el rostro contraído por la furia, colocó los brazos a ambos lados de Grace.
— ¡Dime cómo se llama el hombre que ha estado dentro de ti, Grace! Dímelo para que sepa a quién tengo que matar.
Con una escalofriante mirada en sus ojos vacíos, comenzó a arañarse el rostro y el cuello hasta hacerse sangrar.
— ¿No sabes que eres mi mujer? Vamos a estar juntos. Sé cómo cuidar de ti. Sé lo que necesitas. ¡Soy mucho mejor que él!
Grace se agachó, para alejarse un poco de él, se quitó los zapatos de tacón y los cogió. No es que fuesen las mejores armas, pero eran mejor que nada.
— ¡Quiero saber con quién has estado! —chilló él.
En el mismo instante en que Rodney daba un paso hacia atrás, la trampilla se abrió. Grace miró hacia arriba.
Julian se tiró desde el hueco y cayó agachado como un sigiloso depredador. Lo rodeaba un aura de peligrosa tranquilidad, pero la expresión de sus ojos era aún más terrorífica. Iluminados por la ira del infierno, estaban clavados en Rodney con mortal determinación, y lanzaban fuego.
Se puso en pie lentamente, hasta enderezarse del todo.
Rodney se quedó paralizado al ser consciente de la altura de Julian.
— ¿Quién coño eres tú?
— El hombre con el que ella ha estado.
Rodney abrió la boca por la sorpresa.
Julian miró escuetamente a Grace para asegurarse de que se encontraba sana y salva, y volvió su atención de nuevo a Rodney, lanzando un rugido.
Aplastó al tipo contra la pared con tanta fuerza que Grace pensó que habían dejado una señal en los paneles de madera.
Julian lo agarró por la camisa y volvió a golpearlo contra la pared.
Cuando habló, la frialdad de su voz hizo que Grace se estremeciera.
— Es una pena que no seas lo suficientemente grande para poder matarte, porque quiero verte muerto —le dijo apretando los puños—. Pero pequeño o no, si vuelvo a encontrarte cerca de Grace otra vez o haces que derrame una sola lágrima más, no habrá fuerza en este mundo ni en el más allá que me impida hacerte trizas. ¿Lo has entendido?
Rodney luchó inútilmente para zafarse de los puños de Julian.
— ¡Es mía! Te mataré antes de que te interpongas entre nosotros.
Julian ladeó la cabeza como si no pudiese creer lo que acababa de oír.
— ¿Estás loco?
Rodney lanzó una patada al vientre de Julian.
Él le dio un puñetazo en la mandíbula con los ojos ensombrecidos. Rodney cayó desmadejado al suelo.
Mientras Julian se agachaba junto al tipo, Grace suspiró aliviada. Todo había acabado.
— Es mejor que te mantengas inconsciente —lo amenazó Julian.
Se enderezó y abrazó a Grace hasta casi aplastarla.
— ¿Estás bien, Grace?
Ella no podía respirar pero, en ese momento, no le importaba.
— Sí, ¿y tú?
— Mejor, ahora que sé que estás bien.
Unos minutos después, la policía consiguió abrir las puertas del ascensor y Grace vio que habían quedado atrapados entre dos pisos.
Julian la alzó por la cintura y ella agarró la mano que le tendía un policía para ayudarla a llegar hasta el suelo.
Una vez estuvo fuera del ascensor, frunció el ceño mientras observaba a los tres agentes que estaban ayudando a Julian a sacar el cuerpo inconsciente de Rodney.
— ¿Cómo supieron que estábamos ahí?
El agente de más edad retrocedió un paso y dejó que los otros dos hombres alzaran a Rodney para sacarlo.
— La operadora del servicio de emergencias nos llamó. Dijo que parecía haber una guerra en el ascensor.
— Y lo fue —le contestó ella, nerviosa.
— ¿A quién esposamos?
— Al que está inconsciente.
Mientras Grace esperaba que Julian llegara a su lado, observó la oscuridad que reinaba en el hueco del ascensor, por donde él había bajado para llegar hasta ella. Era un espacio muy reducido.
Recordó la mirada en el rostro de Julian, la noche que apagó la luz. Y la expresión alterada que tenía poco antes, cuando subieron a su consulta.
Aún así, había venido a rescatarla.
Abrumada, sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.
Ha sido capaz de pasar por eso para protegerme.
Tan pronto como salió del ascensor, Grace lo abrazó con fuerza.
Julian temblaba a causa de la fuerza de las emociones que sentía. Estaba tan aliviado al verla sana y salva… La cogió por la cintura y la besó.
— ¡No!
Julian la soltó en el mismo instante que Rodney se zafaba de una patada del policía. Las esposas le colgaban de una de las muñecas mientras se hacía con la pistola del agente y apuntaba.
Acostumbrado a reaccionar en mitad de una batalla, Julian agarró a Grace y la empujó hacia la izquierda en el instante en que Rodney disparaba.
El disparo pasó rozándolos, y fue seguido por otros dos más. Otro de los agentes, el de más edad, había disparado a Rodney.
Grace intentó acercarse, pero Julian se lo impidió.
La mantuvo pegada a él, con el rostro enterrado en su pecho, mientras observaba cómo Rodney moría.
— No mires, Grace —susurró—. Hay ciertos recuerdos que no necesitas conservar.


[1] Martha Stewart: Conocida decoradora, directora de varias publicaciones de consejos para el hogar. (N. de la T.)

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