jueves, 12 de enero de 2012

A cap 8

Ash llamó a la puerta principal de Tory. Oyó a las mujeres riéndose como jovencitas en la sala antes de que Kim abriera la puerta de golpe y le dirigiera una diabólica sonrisa que le puso nervioso.
—¿Te gusta el negro, verdad Ash?
Inseguro de si debería responder, frunció el ceño.
—Es correcto.
—Pero, ¿cuál es tu color favorito? —le preguntó, dando un paso atrás de modo que pudiera entrar en la casa.
Entró y se preguntó si tal vez no debería salir corriendo en dirección contraria. ¿En qué se habrían metido?
—Nunca lo he pensado.
Pam se aclaró la garganta.
—Pero si tuvieras que escoger uno, ¿cuál sería?
Flexionó la mano sobre la correa de la mochila.
—Cualquiera que no sea blanco. —Ese era el color favorito de Artemisa y pensar en él, le revolvía el estómago.
Tory resopló ante su evasiva respuesta.
—¿Podrías reducir un poco las opciones?
—No va a dejarte en paz hasta que respondas —dijo Pam, chasqueando la lengua.
Aún aprensivo sobre lo que habían planeado, se encogió de hombros.
—Esto, está bien. Rojo supongo. ¿Por qué?
Algo fue volando hasta su cabeza. Sin estremecerse Ash lo cogió y eso chilló. Frunciendo el ceño, abrió la mano para encontrar un pequeño demonio rojo agachado que tenía cuernos negros… extrañamente le recordaba a Simi en su forma de demonio.
Frunció el ceño ante las mujeres.
—Esto… ¿gracias?
Rompieron a reír.
Ash les echó una mirada mientras Kim se movía para sentarse junto a Pam.
—¿Alguna vez os habéis sentido como si caminarais en mitad de una película y hubieran olvidado contaros de que va?
Kim ondeó la mano en rechazo.
—Me ocurre todo el tiempo en el trabajo. Van unidos.
—Lo cual es realmente malo teniendo en cuenta que es enfermera de oncología —rió Pam.
—Oh cállate —dijo Kim, golpeando juguetonamente a su amiga en el brazo.
Pam y Kim cogieron sus chaquetas del sofá. Pam se puso la suya.
—Bueno, ya que Ash está de vuelta, os dejaremos solos. Ash, si te lanza otro martillo, háznoslo saber para regañarla por hacerte eso.
Perplejo, no se movió ni habló hasta después de que se hubieran ido.
—Tienes unas amigas interesantes.
Tory cerró la puerta mientras sonreía de orgullo.
—No, tengo las mejores amigas del mundo. No sé qué haría sin ellas.
Ash sintió su corazón hundirse al pensar en Nick.
—Sí, yo tuve uno de esos.
Se giró hacia él con el ceño fruncido.
—¿Qué ocurrió?
Se acostó con Simi y le maté por ello. Bueno, no técnicamente. Sólo había maldecido a Nick a morir lo cual era lo mismo que haber apretado el gatillo que acabó con su vida.
—Dejamos de hablar.
Sólo lucharon y trataron de matarse el uno al otro. Y todo fue por su culpa. En un arranque de ira Ash había destruido su amistad.
Ella le puso una consoladora mano en el brazo. Estaba seguro de que ella no sabía nada de eso y sin embargo le había tocado profundamente en su interior que se molestara siquiera en extender la mano hacia él.
—Lo siento mucho, Ash. No puedo imaginar lo que haría sin mis chicas. Es tan reconfortante saber que puedo llamarlas a cualquier hora del día o de la noche y que estarán aquí tan pronto como puedan. Todo el mundo debería tener amigos así.
—Sí, deberían.
Tory cogió la pizza que quedaba mientras recordaba a Ash diciéndole que tampoco tenía familia.
—Entonces ¿a quién llamas cuando estás deprimido?
Él se quitó la mochila.
—Nunca lo hago.
Ella se detuvo.
—¿Nunca te deprimes o no llamas a nadie?
Él miró alrededor de la habitación.
—Así que ¿voy a dormir en el sofá?
Ella no se perdió el hecho que había desviado el tema lejos de lo personal.
—No, tengo una habitación de sobra arriba. Incluso puedes dejar tu mochila allí y no tener miedo de que la toque.
Él asintió lentamente.
El silencio era un poco incómodo mientras tiraba la pizza a la basura.
—Finalmente conseguimos devolver a su lugar todo lo que los ladrones desordenaron. El orden compulsivo reina de nuevo.
—Bien. ¿Supiste lo que faltaba?
Rechinó los dientes ante la inocente pregunta.
—Nada.
—¿Nada?
—Obviamente estaban buscando algo que no estaba aquí, como la policía y tú pensasteis. Lo cual me hace preguntarme cuando volverán.
—Entonces ¿quieres ir a un hotel a dormir? Te ofrecería mi casa, pero sólo tengo un pequeño apartamento de una habitación. De cuarenta metros cuadrados, no hay mucha habitación para dos personas.
Vaya, eso era un lugar pequeño al que llamar hogar y le dijo mucho sobre su naturaleza solitaria.
—Un montón de entretenimiento ¿verdad?
Él sonrió.
—Te lo dije, me gusta estar solo. Pero tengo algunos amigos con los que podemos contactar si eso te hace sentir más cómoda. Sus casas son enormes y tendrías muchas habitaciones para estar lejos de mí. Estoy seguro de que algunos de ellos incluso tienen cajas de herramientas si las necesitas.
Le palmeó el brazo de nuevo mientras se reía por su tierna burla.
—Si eso te hace sentir algo mejor, lo del martillo no lo hice a propósito. Soy una tiradora de hachas de campeonato. Créeme, si realmente quisiera hacerte daño, lo haría.
Él resopló.
—No es realmente reconfortante desde mi perspectiva. No tienes muchas citas ¿verdad?
Tory se rió de nuevo mientras pensaba en ello.
—Lo intento, pero nunca me va bien.
—¿De verdad?
—Sí. Es como si estuviera maldita o algo por el estilo. Cada vez que estoy realmente cerca de un chico, o él descubre que es gay o tiene un accidente inesperado y decide romper conmigo.
—¿Accidentes inesperados que incluyen martillos?
Puso los ojos en blanco.
—No, pero un chico se rompió la pierna mientras intentaba trepar a la cama conmigo. El mayor fiasco de mi vida amorosa. Por no mencionar un serio golpe a mi ego. Oh bueno… no has comido. ¿Quieres algo de comer?
Él negó con la cabeza.
—No gracias. Comí un sándwich en mi casa.
Ella le miró suspicaz mientras tiraba la última de las botellas de cerveza.
—Sabes que somos griegos. Se supone que comemos y comemos un montón.
—Eso es un estereotipo.
—No en mi familia, no lo es. De hecho, es más como un deporte olímpico. Mi tía Del es una ramita de mujer que ha sido echada de buffets de todo-lo-que-puedas-comer porque se abría camino hacia la comida como un defensa en un campo de entrenamiento. En mi familia, nosotras las mujeres cocinamos y vosotros los hombres coméis. Es el orden natural.
Ash se cruzó de brazos mientras notaba la curva de su trasero cuando ella se inclinó para recoger una pequeña servilleta que había caído al suelo. Maldición, esa posición creó un fuego en él cuando una imagen de ella haciendo eso desnuda le torturó. Podría hacer un uso más serio de ella así…
Su respiración de repente se volvió irregular, era todo lo que podía hacer para no extender la mano y ahuecarla en un lugar que garantizaba el que fuese abofeteado con fuerza. También podría ser peor.
—Bueno, en verdad no como mucho, así que no te preocupes por alimentarme.
Se dirigió hacia él mirándole con el ceño fruncido.
—¿Eres alguna clase de vampiro raro? Nunca te quitas las gafas y sólo subsistes con cerveza…, aunque eso también suena como un chico de fraternidad y te he visto fuera a la luz del día… Así que eso acaba con mi fantasía vampírica.
Si tan solo finalizara la fantasía de su desnudez tan fácilmente.
—Cambiando de tema —que se aproximaba demasiado a la verdad para su gusto—, voy a llevar mis bártulos arriba. ¿Por dónde voy?
—Segunda puerta.
Ash se dirigió hacia las escaleras y mientras las subía, las fotos familiares de la pared le golpearon de nuevo. Tory era tan absolutamente normal. Había pasado tan poco tiempo alrededor de gente como ella, que no podía hacer nada más que sonreír.
Pero más que eso, se preguntaba cómo sería haber crecido en un ambiente familiar tan grande, amado. Todos parecían tan felices en las fotos. Tory estaba con primos en Grecia mientras se abrazaban los unos a los otros. Había más fotos de ellos en la tienda gourmet Theo’s en Nueva York.
Su favorita era una de Tory con unos catorce años en un bote con Geary. Ambas llevaban sombreros marrones de ala ancha con filtro solar blanco en sus narices mientras estaban enganchadas en un abrazo y risas. Antes de que pudiera detenerse, extendió la mano para tocarle la cara. Y contra su voluntad, trató de imaginar a alguien que le agarrara así, alguien que estuviera feliz de estar con él.
¿Cómo se sentiría eso?
Estás cansado.
La única persona que le quería y le tocaba así alguna vez era Simi. Ella le apreciaba mucho y por eso era tan protector con ella.
Se tocó el tatuaje del pecho, agradecido porque estuviera con él. Necesitaba dejarla libre pronto, pero sinceramente siempre odiaba el momento de la separación. Había cierto consuelo en tenerla con él…
Era egoísta, pero no podía evitarlo.
Agarrando la correa de la mochila, continuó subiendo las escaleras, hacia la habitación. Como el resto de la casa, era pequeña y acogedora. Las cortinas y el edredón eran beige con flores rosas.
Alguien había entrado y había apartado las sábanas para él. No sabía porqué, pero eso le hacía sentir bienvenido.
Dejó la mochila y tendió la mano hacia una guitarra acústica que estaba colocada en una mecedora. Sintió una presencia tras él. Volviéndose, vio a Tory en la puerta, observándole.
—¿Tocas? —le preguntó.
—La torturo de vez en cuando. ¿Y tú?
—Lo hago a veces.
—¿Eres bueno?
—Lo hago bien.
Ella entró en la habitación con una pequeña pila de toallas y toallitas que puso en el vestidor.
—El baño está cruzando el pasillo. ¿Necesitas algo más?
Tú tocándome como si te importara… Negó con la cabeza ante el pensamiento prohibido.
—Soy un hombre de pocas necesidades.
Ella suspiró.
—Lo había notado.
Antes de que Ash pudiera detenerse, dio un paso más cerca de ella. Lo bastante cerca como para que pudiera oler la maravillosa esencia de Tory mezclada con los melocotones de su champú. Lo saboreó. Como saboreó la visión de aquellos inquisitivos ojos que le preguntaban todo sobre él.
Dioses, como deseaba una parte de esta mujer…
Tory no podía respirar mientras Ash permanecía tan cerca, que podía sentir el calor de su cuerpo. Era tan increíblemente sexy. Tan bello.
Va a besarte…
Ya podía saborear aquellos labios masculinos. Sentir sus brazos alrededor.
Pero no era la realidad. En el momento en que había tocado su piel, ella se alejó de un salto.
—Muy bien entonces. Te dejaré solo.
Ash quería gimotear mientras ella salía de la habitación tan rápido que dejó un rastro de vapor. ¿Cómo podía no desearle? Toda la vida había estado rechazando a la gente. Defendiéndose de manoseos y toques indeseados. Ahora que por fin encontraba a alguien que quería que le tocara le trataba como si fuera un leproso.
¿Qué demonios era esto?
Exasperado, se pasó la mano por el pelo y maldijo en voz baja. Iba a ser una larga noche con ella durmiendo tan cerca y aun así tan lejos.

Demasiado pronto a la mañana siguiente, Tory estaba despierta y aún con cara de sueño mientras se tambaleaba escaleras abajo hacia la cocina. En el momento en que entró en la habitación, se quedó congelada sobre sus pasos.
Ash estaba allí. Vestido sólo con vaqueros, estaba de pie de espaldas a ella.
¡Madre santísima! La extensión de impecable piel bronceada era más de lo que una mera mujer mortal podía ver y no salivar encima. Anchos hombros musculosos se estrechaban hacia abajo hasta sus angostas caderas y un perfectamente formado culo. Con el pelo aún desordenado por el sueño, abrió una cerveza.
Tory hizo un sonido de disgusto por sus acciones.
—Tienes que estar tomándome el pelo.
Él se giró y la poca cordura que la quedaba voló. Sí, él aún tenía aquellas molestas gafas de sol puestas, pero el botón de arriba de sus vaqueros no había sido abrochado. Los llevaba bajos en las caderas, y el rastro oscuro de vello que iba al sur de su ombligo era ligeramente más espeso en la abertura.
No llevaba ropa interior…
Y ese largo y duro cuerpo estaba hecho para el pecado. Realmente, ningún hombre debería verse así y definitivamente no el que estaba de pie en su cocina… En su cama era otra historia. Tío, cómo la gustaría devorarle.
—¿Pasa algo malo? —preguntó él inocentemente.
Le llevó tres latidos antes de que pudiera recordar la protesta por su estado de desnudez.
—Estás bebiendo una cerveza a primera hora de la mañana. ¿Qué clase de alcohólico eres?
Él le mostró una tentadora sonrisa antes de tomar un largo trago.
—No soy un alcohólico.
Sí, claro.
—Eso es lo que todos dicen. Al menos pon algo en el estómago antes de beber eso.
Sus facciones se endurecieron.
—No necesito una madre, Tory.
Durante un minuto no pudo creer eso. Enfadada por lo que estaba haciendo, intentó quitarle la botella, pero él se negó a dársela.
Le fulminó con la mirada.
—Necesitas alguien que cuide de ti. ¡Jesús! ¿Cómo puedes hacerte esto a ti mismo?
—Sólo es una cerveza.
—Y el infierno es una sauna. —Fue hacia el frigorífico y cogió huevos y algo de queso—. Siéntate y te haré algo de comer.
—No tengo hambre.
—Y yo estoy a punto de blandir una sartén y un cuchillo así que si sabes lo que es bueno para ti, dejarás de discutir conmigo y te sentarás.
—Yo no desayuno —murmuró en voz baja mientras se apartaba de su camino.
—Realmente no me preocupa —se burló ella con una voz cantarina que estaba tan cerca de su acento como pudo conseguir.
Él se movió hacia el otro lado del mostrador de desayuno.
—Eres tan mandona.
—Sí lo soy. Ahora siéntate.
—Sí, Su Majestad. ¿Hay algo más que pueda hacer por ti?
—Ponte una camisa encima como una persona civilizada. ¿Sabes lo antihigiénico que es estar en una cocina sin camisa?
Ash se rió incluso a pesar de que deseaba estrangularla. Tenía que ser la única persona que hubiese conocido alguna vez que deseaba que llevara más ropa. Comenzó a levantarse, pero ella hizo un sonido de desaprobación.
—¿Qué pasa ahora? —le preguntó, realmente desconcertado por sus cambios de humor.
Ella le señaló amenazadoramente con el cuchillo.
—No te atrevas a moverte hasta después de que te vea comer algo.
Dejó escapar un suspiro frustrado.
—Me dijiste que fuera a ponerme una camisa.
—¿Desde cuándo escuchas una sola cosa de lo que te digo? Nunca. Sé lo que estás planeando hacer. Irás arriba y no volverás. Así que siéntate.
Levantó las manos en rendición mientras la observaba cascar dos huevos y ponerlos en un tazón para así poder batirlos con un fervor que le habría asustado si no fuera un dios con poderes protectores.
—¿No eres una persona de madrugadora, verdad?
Ella puso un puñado de queso encima.
—No y no he tenido mi cafeína intravenosa tampoco, lo cual significa que sería más sabio para ti seguirme la corriente.
Ash escondió una sonrisa. ¿Por qué le divertía tanto? No lo entendía y a no ser que quisiera decirle la verdad sobre lo que realmente comía, no tenía más elección que sentarse aquí mientras ella le hacía una tortilla, beacon y tostadas.
Ella dejó caer el plato frente a él.
—¡Fie! —Comer en griego.
Miró fijamente la comida que olía deliciosamente cuando emociones enterradas surgieron. ¿Quieres comer, puta? Compláceme…
En el fondo de su mente, se vio a sí mismo en el despacho de Estes, de rodillas en el suelo, desnudo y encadenado al escritorio mientras su tío leía a última hora de la tarde. Famélico porque no le había sido permitido comer en todo el día mientras había trabajado hasta que estuvo sangrando y dolorido por ello para hacer más rico a su tío, Ash había mirado el tazón de higos azucarados que Estes había dejado frente a él. Durante una hora miró fijamente la comida, mordiéndose los labios en desesperada agonía. Convencido de que Estes estaba tan absorto en su lectura que no le veía, Ash había extendido la mano por uno.
Aún podía sentir el picotazo de aquella bofetada despiadada. Ver la ira en los ojos de Estes mientras le tiraba del pelo y ponía a Ash de pie. ¿Te di permiso para comer, puta? No tomes nunca nada de mí sin ganartelo...
Incluso Artemisa le negaba su sangre en un intento de controlarle. Si no la complacía, se moría de hambre. Más que eso estaban los recuerdos de ser obligado a comer por los guardias de su padre. Méteselo por la garganta. Agárrale la boca y tápale la nariz hasta que trague. Y cuando se ahogaba por que estaban vertiéndole el alimento brutalmente por la boca, le pegaban y abofeteaban, también.
Odiaba comer.
Tory estiró la mano por el queso y se congeló cuando captó la extraña expresión del rostro de Ash. Si no lo conociera mejor, hubiera jurado que tenía miedo de la comida frente a él.
—¿Qué va mal?
—De verdad no desayuno.
Esta vez ella oyó la nota subyacente en su voz que le recordó a un pequeño y aterrado niño. Antes de que pudiera detenerse, fue hacia él y se detuvo a su lado. Él continuaba mirando el plato.
Dulcemente, le cogió la barbuda barbilla en la mano y le giró la cabeza para que pudiera mirarla.
—No voy a obligarte a comer contra tu voluntad, Ash. Pero no quiero verte hambriento. Por favor, come algo.
Ash miró fijamente la vena de su cuello que latía con la vitalidad de su vida. Podía oír su corazón latiendo… que era la comida que ansiaba.
Los incisivos se alargaron ante el aumento del hambre que le recorría. Sus sentidos se afilaron mientras sentía los ojos volviéndose rojos.
Come…
Pero no podía obligarse a alimentarse de ella del modo en que Artemisa lo había hecho con él cuando había sido humano. Aunque podía hacerlo placentero para ella, no podía hacerlo. Era una sensación de ser violado el tener a alguien drenando la sangre de tu cuerpo. Tenerlos rasgando tu carne con sus dientes mientras eres incapaz de detenerlos…
No lo haré.
Ella alargó la mano hacia abajo y cortó un pedacito de los huevos antes de llevar el tenedor a sus labios.
—¿Me harías el favor de tomar un pedacito?
Sus instintos eran empujarla lejos de él mientras sus dientes se retraían. En vez de eso, se encontró abriendo los labios de modo que ella pudiera colocar los huevos en la boca. El sabor le asombró. Nunca había vuelto a probar la comida desde que había muerto.
Pero mejor que la comida fue la sonrisa satisfecha en la cara de Tory. Ella alargó la mano y le acarició la mandíbula con el dorso de los dedos.
Cerrando los ojos, saboreó la ternura de ese toque mientras su pene se endurecía enérgicamente. En ese momento, le costó cada gramo de fuerza que tenía no atraerla hacia él y besarla. O más concretamente, desnudarla y satisfacer el dolor del vacío en su interior.
Nunca en toda su existencia había saboreado la lujuria así. Era más que un simple antojo, era una cruda y exigente necesidad.
Ella cogió un pedazo de tostada y lo sostuvo contra su boca. Obedientemente, abrió los labios y dejó que lo alimentara de nuevo.
Tory no podía explicar la peculiar sensación de satisfacción que tenía alimentándole, pero no había rechazo. Sentía como si estuviera domando a un león salvaje. Y cuando lo alimentó con un trozo de beacon, la mordió suavemente los dedos.
Un escalofrío la recorrió.
—No es tan malo ¿verdad?
Él negó con la cabeza.
Ella le dio otro trozo de huevos. Los tragó, luego tomó un trago de cerveza. Ella no podía verle los ojos, pero podía sentir el peso de su mirada en ella y eso le calentaba todo el cuerpo.
—Ahora que te he apaciguado… —Tiró de ella contra él y la besó.
Tory gimió cuando su lengua tocó la de ella. Nunca en su vida un hombre la había besado así, como si estuviera respirándola. Poseyéndola. Su beso era caliente y exigente mientras él le acunaba la cara entre las manos.
Ash estaba en llamas por su sabor, por la sensación de su lengua contra la de él. Una y otra vez, podía imaginarse a sí mismo enterrado profundamente en su interior. Sentir sus manos en la espalda acariciándole con la mima ternura que había usado para tocarle la mejilla.
Incapaz de resistirlo, pasó una mano hacia abajo por su brazo y alrededor de sus caderas para acercarla más a él.
El cuerpo de Tory vibró con una increíble exigencia. Quería deshacerse de aquellos vaqueros y probar cada centímetro de su cuerpo hasta que estuviera ciega de éxtasis, pero en definitiva, no era estúpida.
Un hombre como ese no tenía una cita con una mujer como ella. Simplemente no ocurría.
—So, chico —dijo, echándose hacia atrás—. Abajo. Nos acabamos de conocer. En realidad, ni siquiera sé de qué color son tus ojos.
Ash quiso quejarse cuando ella dio un paso alejándose. Su mirada cayó en los pezones que eran claramente visibles bajo la camiseta sin mangas que llevaba. Todo lo que quería hacer era empujarla hacia arriba y meterse uno de ellos en la boca.
¿Le abrazaría como si él le importara?
¿O le abofetearía después de que la hubiera complacido y le echaría de una patada de la cama?
El último pensamiento cayó sobre él como agua helada. No quería sentirse usado nunca más. Por no mencionar que tenía un enorme problema pelirrojo que le golpearía hasta que no tuviera piel sobre el cuerpo si alguna vez se enteraba de que había besado a otra mujer.
Maldita sea. Su vida nunca había sido suya.
—Lo siento —exhaló—. Eres extremadamente irresistible.
—Qué extraño, los hombres se me han resistido durante años.
—Sí bueno, eran idiotas.
Sonriendo, extendió la mano hacia las gafas.
—¿Puedo quitarlas?
Ash juró mientras el miedo le desgarraba.
—Desearía que no lo hicieras.
—¿Por qué?
—Porque te harán sentir incómoda. A nadie le gusta mirarme a los ojos.
Ella le miró con el ceño fruncido.
—¿Qué eres? ¿El bebé de Rosemary ?
—Más o menos.
Ella negó con la cabeza ante su miedo.
—Bueno, en caso de que no te hubieras dado cuenta, no soy como la mayoría de la gente.
No, no lo era. Pero ni siquiera los dioses podían mirarle a los ojos sin que sus labios se curvaran de disgusto.
—Sólo recuerda, cuando hagas esto, no habrá vuelta atrás.
Tory se congeló ante aquellas graves palabras. Ahora tenía que saber cómo eran. Alargando la mano lentamente, le quitó las gafas de los ojos.
Ash miró al suelo, impidiéndole ver su color. Pero maldición, el hombre era incluso más guapo sin las gafas. Nunca había visto un conjunto más perfecto de facciones.
—Mírame, Ash.
Ash rechinó los dientes cuando recordó a Artemisa diciéndole lo mismo. Pero entonces, no había temido que le hiciera daño por ellos. Ahora no había miedo de que Tory le hiciera daño, pero incluso después de todos estos siglos sabía que rara vez la gente encontraba su mirada sin observarle con desprecio o vergüenza. Odiaba que alguien viera la evidencia de su divinidad.
Tory le acarició la frente con un ligero y tierno toque.
—Por favor ¿Ash?
Fortaleciéndose para su horror y miedo, miró hacia arriba y encontró su mirada levemente.
Tory le miró con sorpresa por el remolino de color plateado. Nunca en su vida había visto nada como ello. El color era tan pálido y puro. Le recordaron al mercurio.
—¿Eres ciego? —Incluso mientras la pregunta salía de sus labios, sabía que era absurda. Él podía ver claramente.
Su expresión era estoica.
—No, no soy ciego. Es sólo un desafortunado defecto de nacimiento.
Ella vio la vergüenza en sus ojos mientras hablaba, y eso hizo que le pecho se le tensara porque algo tan bello le hiriera tanto.
—No es un defecto. Tus ojos son preciosos. Únicos… como tú. Creo que son geniales.
Él apartó la mirada.
Le cogió la barbilla y le obligó a mirarla otra vez.
—¿Quién te hizo daño?
Su mirada era cautelosa.
—¿Qué?
Tory le acarició la mandíbula mientras se daba cuenta de lo regañona que debía haber sonado.
—Lo siento, eso fue muy entrometido por mi parte. Es sólo que eres tan cauteloso y reservado incluso con las cosas más inocuas. Como que tienes miedo de dejar salir algo que será devuelto contra ti. Y eso es todo, lo que nos lleva directamente a tu color de ojos. Apostaría a que el negro ni siquiera es el color natural de tu pelo ¿verdad?
Ash tragó con dificultad ante su pregunta. Ella era inquietantemente perceptiva.
—Como dijiste, apenas nos conocemos el uno al otro.
Le apartó el pelo de la cara.
—¿Has intimado alguna vez con alguien?
—Naturalmente que sí.
—No quiero decir intimidad sexual. No tengo dudas de que has estado con incontables mujeres, incluso a tu edad. De lo que estoy hablando es de tener a alguien que conoce tus pensamientos más íntimos. ¿Alguien con quien puedas estar sin miedo de que te juzgue o piense mal de ti?
Ash rió amargamente ante la mera idea de ser tan abierto con otra persona.
—Está en la naturaleza de la gente herirse los unos a los otros. A nadie le importan tus pensamientos o tus sentimientos.
Tory se apenó por él. Era tan cerrado que le hizo querer llorar.
—A mi me importan tus pensamientos.
—¿A ti? Has juzgado mal todo en mi desde el mismo comienzo. No soy nada más que otro gilipollas con el que tienes que tratar.
—Porque no me has dado nada más que lo peor de ti para que te juzgue por ello. ¿Por qué viniste a Nashville? ¿Eh? ¿Por qué arruinar mi reputación era tan importante para ti?
Ella vio la luz apagarse en sus ojos mientras se retiraba aún más en su interior. Pero fue el dolor en ellos lo que la hizo dolerse por él y en ese momento supo que tuvo una razón muy personal para lo que había hecho.
—¿Por qué Ash?
El reloj de la entrada sonó.
Él se echó hacia atrás.
—Son las nueve. Tengo una cita.
Desconcertada, frunció el ceño mientras él salía de la cocina con la cerveza y se dirigía hacia la salita donde había conectado una Xbox 360 a la televisión. Al menos eso era lo que creía que era, pero en vez de ser blanca estaba cubierta con pegatinas negras en las que ponía “hacker” y “pwn3d”.
Ignorándola, sacó una camiseta de la mochila, se la puso, luego se sentó en el sofá y se puso un auricular en la cabeza.
Ella se sentó en el brazo del sofá.
—¿Qué significa pwn3d? Lo veo por todo Internet.
—Es un término de jugador que significa que has sido vencido o derrotado totalmente. —Lo encendió todo.
—¿Haces esto a menudo?
—Cada sábado por la mañana.
Ella puso los ojos en blanco esperando ver empezar algo como Halo o Gears of War o algún otro juego de machitos. Así que cuando comenzó con animales rosas bailando, frunció el ceño.
—¿Viva Piñata? —Parecía un juego de niños.
—Sí —dijo él mientras se registraba bajo su propio nombre—. Hey Tobe.
Ella se dio cuenta de que estaba hablando con alguien por el auricular.
—Sí, sé que he llegado un poco tarde. Lo siento.
Confundida, vio a Ash escoger el personaje de un zorro mientras alguien llamado Tobinator era un oso. Entonces JadeNX se unió y Toki-san.
Ash le echó una mirada, luego volvió toda su atención al juego.
—Toby, mira a Jaden. Oí que tuvo una mala noche y está en modo aniquilación. —Rió—. El fin del mundo no me toca hoy, tío. Hey Takeshi, quita tu gordo culo de mí. Estás aplastando al zorro. —Deslizó su personaje lateralmente en la carrera—. No hay honor en sacrificar al zorro, tú, feo erizo.
Completamente perpleja por el hecho de que hombres adultos estuvieran jugando a un juego de niños pequeños, se fue a bañarse y vestirse.
Volvió treinta minutos más tarde para encontrarle aún en guerra con sus oponentes.
—¿Dónde hay un jodido cohete cuando lo necesitas? Ah mierda, Jaden, para con el polen. Odio eso. —Levantando la cabeza, golpeó un botón—. Sí, prueba la miel, gamberro.
Oyó el sonido de la risa de un chico pequeño a través del auricular.
El teléfono de Ash sonó. Le echó una mirada antes de apagar el auricular y responder.
—Hey, Trish. Si, entiendo. —Colgó el teléfono y volvió al juego—. Chicos, creo que tengo que declarar a Toby el ganador final. Su madre dice que tiene que quitarse el pijama y asearse para conocer el mundo. —Hubo un audible gemido de protesta—. Lo sé, Tobe. La gimnasia apesta, pero te veré más tarde ¿vale?
Ash sonrió tristemente.
—Escucha a Takeshi, colega. Tiene razón. —Se detuvo para escuchar—. Buen juego, caballeros. Gracias por la competición. Jaden, tú y yo vamos a tener la revancha más tarde. Paz, hermanos. —Colgó y apagó el juego.
Tory le miró mientras lo guardaba todo.
—¿Cuántos años tiene Toby?
—Ocho.
—¿Y los otros dos?
—Tienen más de ocho.
—¿Así que hombres crecidos quedan online para vencer a un niño de ocho años cada sábado por la mañana?
Él rió.
—No, Toby siempre gana.
Tory dejó escapar un irritado suspiro.
—Lo ves, lo estás haciendo otra vez. No me estás contando nada.
Ash se giró para mirarla.
—Sabes que confiar es una buena idea… para otra persona. Cada vez que he cometido el error de confiar en alguien… fue un error del que me arrepentí y lo pagué caro. Estoy realmente contento de que nadie te haya herido gravemente. Yo no he tenido tanta suerte ¿vale?
—Yo nunca te traicionaría, Ash.
Él sacudió la cabeza amargamente.
—He tenido gente que he conocido mucho mejor que a ti diciéndome eso. Al final, mintieron y fui jodido por ellos. Sin ofender, pero no quiero repetir.
Tory quiso llorar. ¿Cuán duramente había sido traicionado para que ni siquiera pudiera contarle si la gente al otro lado del juego eran amigos, familia u otra cosa?
—Voy a darme una ducha. —Cogió la mochila y la llevó con él.
Maldición, nunca había visto a nadie tan desconfiado. Probablemente no había nada más en la mochila que ropa interior sucia. Pero Dios prohibiera que alguien viera alguna vez su ropa interior, podrían aprender algo personal sobre él como su talla de ropa. ¡Llama a los federales! Tal cosa podría poner en peligro la seguridad nacional.
Suspirando, cogió el mando negro de la mesa de café y se detuvo mientras otra idea se le ocurría.
No lo hagas.
No pudo detenerse. Encendiendo el sistema de nuevo, se registró con el perfil de Ash. JadeNX no estaba, pero Toki-san aún estaba allí.
Le envío un mensaje.
—¿Eres un amigo de Acheron?
Le respondió.
—¿Y tú?
Maldición, ¿todos a los que conocía Ash eran tan defensivos?
—Sí, mi nombre es Tory, ¿podrías llamarme? 204-555-9862.
Su teléfono sonó unos pocos segundos más tarde. Tory apagó el juego y la televisión antes de responder.
—Soy Tory.
—Takeshi —le respondió una voz profunda con acento japonés—. ¿Qué quieres de mí?
De repente se sintió ridícula y entrometida.
—Lo siento, no debería haberte molestado. Perdóname. —Comenzó a colgar.
—Espera. No habrías contactado conmigo si no fuera importante. ¿Acheron está en problemas?
—No. Soy una arqueóloga y él se está quedando conmigo porque creemos que alguien puede estar intentando robar algunos artefactos atlantes que mi equipo ha encontrado. —No tenía ni idea de por qué le estaba contando todo esto a él—. Ash es tan reservado sobre todo que yo… no lo sé.
—No le contaré nada de lo que me digas. Él es muy reservado sobre ciertas cosas y se tomaría esto airadamente.
—Lo sé. No debería haber contactado contigo. Sólo necesitaba saber que es… que no está loco o algo.
Takeshi rió.
—Estás más segura con él que con tu propia familia. Tiene su honor por encima de todas las cosas, incluso sobre su propia vida.
Eso la hizo sentir mejor.
—Gracias.
—De nada. —Se detuvo antes de hablar de nuevo—. Cuida de él, Soteria. Y recuerda que hace falta gran coraje y corazón para un hombre que no conoce la amabilidad el demostrársela a otro. Incluso la más salvaje de las bestias puede ser domesticada con paciencia y una mano amable. —Colgó.
Tory se quedó de pie allí, digiriendo la última cosa cuando algo la golpeó… la había llamado Soteria.
¿Cómo demonios había sabido él su nombre real cuando no se lo había dado?

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