Dev se despertó con un dolor ardiente. Al principio pensó que estaba bajo ataque, hasta que comprendió que era sólo la palma lo que le dolía. Frunciendo el ceño, meneó la mano y luego la miró para ver lo que se había hecho.
El estómago se le tensó. No...
No era posible. Simplemente no era posible.
Sin embargo, no podía negar lo que veía. Allí en la palma, había lo único que esperó toda una vida poder ver.
Su marca de emparejamiento.
Y no había duda de quién era su compañera. No había estado con nadie más en meses. ¿Cómo podía ser esto? Sam era una Dark‑Hunter. ¿Cómo podía estar emparejado a una? Nunca en toda la historia un Were‑Hunter se había emparejado con un Dark‑Hunter.
—Ustedes perras están locas. —Tuvieron que ser las Destinos. ¿Por qué unirle a Sam?
A Artemisa le daría un ataque cuando se enterase.
Incrédulo, quería ir con Sam pero se lo pensó mejor. Le había arrojado fuera y no era la clase de mujer a la que un hombre iría. Al menos no sin una protección de Kevlar.
El teléfono sonó.
Alargó la mano hacia el y lo abrió sin comprobar el identificador.
—¿Dev?
Había un tono grave en la voz de Sam.
—Hey.
Ella vaciló antes de hablar de nuevo.
—Yo... hay... umm...
Comprendía el pánico que escuchó en su voz. Lo sentía también. Cerrando la palma de la mano con el propósito de sentirse más cerca de ella, se pasó la lengua por los labios.
—Tienes una marca en la palma de la mano que se parece a una garra de oso.
—Sí. Quiere esto decir lo que creo, ¿verdad?
Tomó un largo y profundo suspiro antes de responder y se puso tenso ante la inquietud de cómo reaccionaría.
—Sí.
Ella aspiró aliento con fuerza.
—No podemos hacer esto, Dev, sabes que no podemos.
Dio un respingo ante la determinación que escuchó en su voz.
—Sabes que no puedo forzarte. —El emparejamiento era siempre decisión de la hembra—. Pero si me rechazas, puedes también matarme.
—¡Dev!
Apretó los dientes.
—No soy un eunuco, Sam. No quiero vivir en el celibato durante el resto de mi vida. Prefiero estar muerto.
—No seas tan fatalista. Es sólo sexo. Se puede vivir sin él. Confía en mí.
No entendía lo que estaba tratando de decir. No era sólo el sexo. Era saber que era su pareja y que estaba prohibido estar con ella, lo que sería su ruina. Los Were‑Hunters eran siempre maniáticamente protectores con sus compañeras. Nunca les gustaba estar separados.
Saber que estaba ahí fuera, sola...
Eso podría matarle.
Sam dejó escapar un pequeño suspiro.
—¿Cuánto tiempo tenemos para decidir?
—Tres semanas. Después de eso, seré impotente. Gah...
—Muy bien. Tengo que pensar en esto.
Tómate tu tiempo, por supuesto, como no eres la que va a ser impotente. Cualquier cosa que hagas, piensa en ti misma primero.
Tuvo que morderse la lengua para no decirlo en voz alta. Porque si lo hacía, entonces sería tan egoísta como la acusaba a ella de ser y era algo que no haría nunca.
—Ya sabes dónde estoy, Sam.
—Muy bien. Te llamaré después.
Apagó el teléfono y bajó la cabeza entre las manos cuando las emociones le abrumaron. El oso dentro de él quería ir al lugar de Nick y llevársela quisiera ella o no. El hombre sabía que no podía. Las Destinos no trabajaban de esa manera. Esto estaba completamente en sus manos y no había nada que pudiera hacer excepto esperar.
Os odio, perras. Púdranse en el Tártaro.
La diosa griega Atropos se retiró del telar donde ella y sus dos hermanas tejían las vidas de aquellos de quienes eran responsables. Como las tres Destinos, cada una tenía una tarea que realizar. Su hermana Lachesis era responsable de asignar la duración de la vida de una persona. Clotho hilaba los eventos que darían forma y romperían esas vidas.
Y Atropos era quien las terminaba. Ella tiene la última palabra...
Al menos siempre y cuando su hermano no interfiriera. Bastardo.
Como no quería pensar en eso miró a Lazaros, que la observaba en silencio.
—Está hecho. Están unidos.
Lazaros sonrió con satisfacción.
—No puedo agradecerte lo suficiente, primita. Sois una verdadera tabla de salvación.
Qué cosa más irónica de decir por aquel cuya responsabilidad principal era la muerte.
—No veo cómo. Pero si Artemisa tiene algo que decir…
—No lo hará. Te lo prometo. Y si lo hace, yo me encargaré —le besó la mano—. Ahora tengo un último favor que pedir.
—¿Y es…?
Él tiró de la hebra en el telar que representaba la vida de la Dark ‑Huntress Samia.
—No cortes este hilo hasta que yo te lo diga. —Debido a que Sam no podría morir hasta que Atropos lo cortara. Podría torturar a Sam a su antojo, mientras tanto.
Ella inclinó la cabeza ante él.
—Como quieras, primito. Lo dejaré hasta que hayas tenido tu diversión.
Le apretó la mano antes de soltarla. Había momentos en que estar relacionado con las Destinos era una buena cosa.
Hoy era mucho más que bueno.
Dev no podía dejar de mirarse la mano. Era tan extraño verlo ahí después de tantos siglos de preguntarse si y cuándo sucedería. A pesar de que era un pensamiento de chica, había esperado siempre que su emparejamiento fuera algo realmente especial. Que habría sonido de trompetas, fuegos artificiales o algo así. La gente aclamaría. Su familia se desmayaría por la incredulidad. La cabeza de Remi explotaría.
La realidad...
Era notablemente decepcionante.
Sólo otro día.
Nada había cambiado y, sin embargo todo era diferente. Cerró los ojos, convocó una imagen de la cara de Sam. Por favor no me dejes colgado nena. Tenía que aceptarle.
¿Y si no le amaba?
Realmente no le gustaba la voz en la cabeza que empezaba a catalogar la respuesta para eso. Si soy un cerdo-oso. Dejo mis calcetines sudados en el suelo. Me gusta luchar y no escucho tanto como debería...
Soy un imbécil.
—Oye ¿Dev?
Suspiró al oír la voz de su hermano Kyle en el pasillo. Rodó sobre la cama, colocó los pies en el suelo y fue a ver lo que quería.
Abrió la puerta.
No era Kyle.
Stryker estaba al otro lado, sonriendo sarcásticamente.
—Si Mahoma no va a la montaña...
Disparó al pecho de Dev.
Sam sostenía el teléfono en la palma de la mano. Trataba de decirse el porqué llamar a Dev era una mala idea. El porqué no quería ser su compañera.
Pero todo volvía a lo mismo.
—Cómo Dev la hacía sentir. Cuánto adoraba ver esa abierta sonrisa engreída suya, incluso cuando le molestaba.
Estoy en muy mal estado.
Trazó la imagen en la palma de la mano que la marcaba como la compañera del oso. Debería estar horrorizada por lo que había sucedido, pero de alguna manera parecía correcto. De una manera extraña se sentía como si Ioel estuviera feliz por ella también.
Pero si seguía adelante con esto, había un problema muy importante. No quería ser humana de nuevo. Nunca. No había necesidad. Al ser humana no perdería sus poderes. Se quedarían, pero sería mortal.
Moriría.
Sí, podría tener hijos, pero era el único beneficio. Y habiendo muerto mientras estaba embarazada…
No quería nunca ser tan vulnerable de nuevo. Y si no tenía hijos, le estaría robando a Dev ese placer.
Siempre puedes adoptar.
¿Podría? Ella seguiría siendo un Dark‑Hunter, que debía su servicio a Artemisa. ¿La diosa entendería o demandaría la cabeza de Sam por esto?
Todo el asunto le estaba dando una migraña mientras trataba de ordenar el desorden.
Saltó de la cama sobresaltada cuando el teléfono empezó a sonar. Era Dev. Sonriendo abrió el teléfono y respondió.
—¿Sí?
En el corazón y en el alma,
el mal toma víctimas mortales de ambos.
Cuando la luz de la luna brilla de la misma manera que fluye la sangre,
sobre la tierra los demonios se abalanzaran.
La sangre se le heló cuando alguien con una voz demoníaca susurró a través del teléfono.
—¿Quién es? —preguntó.
—Alguien que te extraña. ¿No es verdad, Oso?
—No te acerques a mí, Sam. No lo… —Las palabras de Dev se rompieron en un fuerte gruñido que sonaba como si quisiera ir a por el cuello de alguien.
—Si quieres ver a tu pareja otra vez, sal de la casa ahora mismo, no se lo digas a nadie, y baja por la calle de la herrería de Lafitte te estaré esperando afuera.
—¿Cómo sabré que eres tú?
—Lo sabrás, Dark‑Hunter. Y será mejor que vengas sola. La vida de Dev depende de ello.
El demonio colgó.
Furia y temor se mezclaron dentro de Sam y le dieron ganas de matar algo. Peor, esto sacó las pesadillas y trituró su confianza.
¿Cómo capturaron a Dev? ¿Cómo supieron ir tras él?
Pongo en peligro a todos los que amo…
Las lágrimas se le acumularon en los ojos, pero parpadeó para alejarlas. No iba a llorar. No iba a venirse abajo sin una lucha feroz.
Y ahora mismo quería la sangre de Thorn y Nick. ¿Habían sabido que sería capturado? ¿Eso era lo que habían estado tratando de decirle?
¿Podía haber estado Dev en lo correcto y debería haberse quedado con él en lugar de escucharles? Le habían prometido que le estaban sacando de la línea de fuego y en su lugar, le había entregado a sus enemigos.
Esto no es culpa tuya.
Dev es un chico grande.
Sí, y Ioel lo había sido también.
Hasta el momento en que le habían asesinado.
El corazón le martilleaba, se vistió con el atuendo de guerrero y tuvo que escaparse de la casa sin ser vista por Nick. Era de noche cuando bajó la calle Bourbon hacia la esquina donde se cruzaba con St. Philip. Ya había una linda multitud ahí. Amigos y parejas bebiendo y riendo.
Cómo deseaba poder ser tan despreocupada.
Sam miró a su alrededor buscando a su contacto, pero lo único que veía eran seres humanos. Toneladas de seres humanos que podían ser una gran cantidad de daños colaterales en una pelea. Y ahora mismo, todas las emociones residuales y pensamientos le estaban haciendo estragos en la mente.
Se detuvo en la esquina, observando a las personas en las mesas mientras debatía qué hacer…
Una sombra oscura cayó sobre ella.
—Sigue caminando, Huntress.
La sangre se le heló cuando se volvió para ver a la letal maquina asesina.
—Era Stryker.
No estaba dispuesta a dejarle saber la forma en que la afectó. Poniéndose en guardia, se burló de él.
—Así que viniste en persona.
—No estoy aquí para hablar —señaló con la barbilla a su derecha—. Pasas por mi portal o tu compañero alimentará una muchedumbre de hambrientos Daimons que matarían por desmembrar un Were‑Hunter. Literalmente.
Sam careció de todo reconocimiento por una broma de la que él estaba orgulloso. Y tuvo que forzarse para no atacar.
—¿Tengo tu palabra de que le vas a liberar si obedezco?
—¿Aceptarías mi palabra?
Esa era una decisión difícil. ¿Cómo puede alguien confiar en la encarnación del mal? Y sin embargo, Stryker fue un antiguo guerrero ‑como ella.
Sam hizo una mueca cuando ese pensamiento disparó sus poderes. Vio Stryker en un hogar que nunca había visto antes. Él estaba con otro Dark‑Hunter.
Ravyn Kontis.
Stryker los tenía a él y a su mujer atrapados y superados en número.
—¿Lo matamos, mi señor? —preguntó uno de los Daimons.
Stryker ladeó la cabeza como si lo considerara.
—Hoy no, Davyn. Hoy, mostramos un poco de misericordia a nuestro digno oponente. Después de todo, me enseñó que uno no debe confiar en el ganado humano. Sólo los demás inmortales entienden las reglas de la guerra.
Y en otro destello, vio a Stryker luchando con Nick y Acheron...
Contra un enemigo común, para salvar a todos.
A pesar de que Stryker era su enemigo y no eludía el cometer atroces matanzas sobre gente inocente, era extrañamente un hombre de honor y seguía un código muy jodido.
Una vez que daba su juramento, lo cumpliría.
Aun así, era difícil de pronunciar las palabras que sabía él quería oír.
—Voy a confiar en ti, Daimon.
Stryker inclinó la cabeza hacia ella.
—Entonces, sí. Voy a liberaros a los dos una vez que esto termine... si obedeces.
Sam sabía por sus poderes que podía confiar en él. Pero eso era más fácil decirlo que hacerlo. Por no hablar del pequeño hecho de que, estaba reteniendo a Dev.
Así que, mientras el sentido común le gritaba que corriera, hizo lo que le dijo y se metió en el portal. La fuerza del vórtice le rasgó la piel y la ropa. Fue doloroso y aterrador mientras giraba y se quedó sin nada que le diera algún tipo de orientación.
Voy a enfermar.
No era de extrañar que los Daimons siempre estuvieran de tan mal humor cuando tropezaba con ellos. Si tuviera que viajar de esta manera, lo estaría también.
Finalmente salió del vórtice y se estrelló contra el suelo, donde aterrizó sin miramientos como un bulto en el frío suelo de mármol negro. Se golpeó tan duro, que se quedó sin aire. Gimiendo en voz alta, miró a su alrededor para encontrarse en el pasillo que había visto a través de los ojos del demonio babosa. Decenas de Daimons estaban allí, junto con Zephyra. Todos ellos mirándola de la misma manera que al solomillo sobre un buffet de hamburguesa.
Stryker aterrizó poderoso a su lado, en cuclillas. Sin ni siquiera un gruñido, se puso de pie para mirar hacia ella con la frente arqueada.
Grandísimo fanfarrón.
Sam se levantó tambaleándose. Sí, ella todavía no había recuperado las piernas del vórtice.
Stryker caminó por delante de ella hacia su trono, donde una pequeña esfera que le recordaba el sol estaba colocada en el brazo derecho. Estaba ligeramente por encima de la mano ‑no más grande que el tamaño de su puño. Era tan brillante, que apenas podía mirarla sin pestañear.
Los ojos oscuros de Stryker brillaban mientras los dedos danzaron bajo ella.
—Esto pertenece a mi padre. Quiero que lo toques y me digas cual es su debilidad. Dime cómo romper nuestra maldición para que mi gente no muera. Y sobre todo, quiero saber cómo matar a ese hijo de puta.
Su odio irradió hacia ella.
Pero lo más triste era que no podía ayudarle.
—No funciona de esa manera.
La cólera salió a borbotones de su mirada.
—Por tu bien, Huntress. Por el bien de Devereaux, hazlo mejor.
Un escalofrío bajó por la espalda de Sam. Esto tenía la forma de un real desastre. No tenía ni idea si podría desarrollar sus poderes de esa manera...
Vamos, no me fallen ahora.
No estaba sólo su vida en peligro. Era la de Dev.
Sam miró a su alrededor, a todos los Daimons que estaban reunidos y mientras lo hacía, cogió fragmentos de ellos acerca de sus vidas. Por encima de todo, cogió su esperanza de que pudiera liberarlos de su maldición.
Tengo que alcanzar a Dev y salir de aquí.
Ella era una luchadora poderosa, pero no era lo suficientemente buena como para ganar contra este número. Si Stryker estaba mintiendo, en realidad no era mucho lo que sería capaz de hacer, aparte de morir dolorosamente en sus manos.
Pero caería peleando. Hasta el final.
Tomando una respiración profunda, acortó la distancia entre ella y el trono. Su mirada fija en él, se acercó y tocó el orbe. La luz que emanaba de su interior se arqueó y llenó la palma con tibieza. Vio tantas imágenes a la vez que no podía entender ninguna de ellas.
Hasta que una se impuso sobre las demás.
Era Artemisa vestida con una túnica blanca viéndose igual que la noche en que Sam había vendido su alma a la diosa. Artemisa estaba furiosa mientras se enfrentaba a Apolo en su templo.
—¿Qué has hecho, hermano?
Los cabellos de oro de Apolo brillaban como la luz del sol puro. Sus facciones eran más que perfectas. Se sentaba en un sillón mullido de oro con su hermana al lado.
—Me traicionaron. Mataron a mi hijo, a mi bebe. ¿Cómo iba a perdonarlos?
Artemisa meneó la cabeza.
—¿Por qué los maldijiste a todos?
Se burló de ella.
—¿Igual que tú nunca has actuado impulsivamente? Esto es culpa de todos ellos.
—¡Si no te hubieras acostado con una puta humana, nada de esto habría ocurrido!
Artemisa le fulminó con la mirada.
—Y también mataste y maldijiste a todos los que estaban cerca de nosotros en el proceso. ¿Destruirías este panteón entero, todo por tu puta muerta?
Se puso de pie para imponerse sobre ella.
—¿Por qué no? ¡Arriesgas todo por la tuya!
Artemisa se negó a dar marcha atrás mientras le enfrentaba.
—Deja Acheron fuera de esto, hermano, o si no…
—¿Qué?, no harás nada contra mí, Artemisa. Si lo haces, les diré a todos los dioses que tú, la diosa virgen, abres las piernas para un pedazo común de basura humana.
Sam se estremeció por esa revelación.
Artemisa no se inmutó mientras juntaba las manos como si estuviera a un paso de golpear a Apolo.
—Te odio.
—Te lo devuelvo a ti diez veces, hermana. Ahora déjame.
—No puedo. Tu pueblo se alimenta de los humanos debido a tu maldición.
Apolo se encolerizó.
—No por mi maldición, Apollymi fue quien les enseñó a robar almas humanas. Les brinda refugio y protección ahora. No tengo nada que ver con eso.
—Entonces, levanta la maldición de tu gente. Apollymi no será capaz de controlarlos si no es necesario que tomen almas humanas para vivir.
—No puedo.
Artemisa meneó la cabeza.
—¿No puedes o no quieres?
—No puedo. Si me retracto, me matará y deshará toda la creación del mundo. No puedo arreglar esto.
Artemisa dejó escapar un largo suspiro antes de que la recorriera una mueca de repugnancia.
—Eres patético, Apolo. Patético.
Se volvió y le dejó solo en su templo, donde se quedó mirando una esfera similar a la de la palma de la mano de Sam.
La mano de Apolo se estremeció mientras evocaba la imagen de Stryker en su orbe. Sus ojos inundados en lágrimas.
—Fuiste una decepción para mí, pero nunca quise hacerte daño. Estaba tratando de hacerte fuerte —se atragantó con un sollozo—. Si pudiera deshacer esto Strykerius, lo haría... estoy muy apenado por lo que he hecho...
Sam se retiró de la escena cuando la cabeza le dio vueltas con todo lo que había aprendido.
Sobre todo acerca de Acheron. ¿Era eso lo que le había hecho el primer Dark‑Hunter? ¿Había sido el amante de Artemisa?
Una puta...
Seguramente Apolo no quiso decir que Acheron en realidad fuera una puta, puta. ¿Lo había sido? ¿O era sólo su enojo por Acheron lo que le llevó a decir eso?
—¿Y bien? —Le solicitó Stryker—. ¿Cómo puedo matar a Apolo?
Parpadeó ante el tono impaciente de Stryker mientras la mente volvía a poner todo en secuencia.
Zephyra se inclinó hacia delante en su trono.
—¿Qué has visto? ¿Se puede romper la maldición?
Sam negó con la cabeza.
—No se puede deshacer.
La rabia retorció los apuestos rasgos de Stryker.
—¡Mientes!
—No, te lo juro. No hay manera. Apolo lo habría deshecho desde un principio si hubiera sido capaz de hacerlo.
Stryker maldijo.
—¿Y su debilidad? ¿Qué le puede poner sobre las rodillas?
Oh, no le iba a gustar la respuesta a esa pregunta. Lo sabía.
—Lo mismo que le llevó a maldecir a los Apolitas en primer lugar.
—¿Su puta, Ryssa? —preguntó Stryker.
Negó con la cabeza.
—La muerte del hijo que ama más que nada.
Frunciendo el ceño, Stryker se echó hacia atrás.
—No entiendo. ¿Qué hijo?
Se humedeció los labios secos y se preparó a sí misma para su ira.
—Tú, Stryker. Eres su debilidad. Eres lo que ama por encima de todo... eres la única cosa que él ama.
Zephyra puso la mano sobre su hombro. Stryker se quedó sentado allí con la cara petrificada.
—Está diciendo la verdad.
Stryker agarró a Sam por el brazo y tiró de ella hacia él.
—¿Estás jugando conmigo?
—¿Por qué habría de hacerlo?
Gruñendo, él la arrojó lejos. Un minuto estaba en el centro de la sala y en la siguiente, era arrastrada por el vórtice.
Sam luchó con todo lo que tenía. Stryker había mentido, no tenía a Dev. La estaba enviando devuelta con las manos vacías.
Gritando, trató de detener la caída. Trato de regresar a Kalosis con el propósito de cazarlo.
Fue inútil.
Se encontraba en la calle a unos metros de donde había entrado en el vórtice antes.
—¡No! —gritó al cerrarse detrás suyo dejándola sola. Se levantó y salió corriendo por ahí tratando de encontrar otra apertura.
No encontró una sola.
Ella estaba aquí y Dev...
Oh Dios, Dev...
Las lágrimas la cegaron cuando el viejo sentimiento de impotencia la destrozó.
—¡Bastardo mentiroso!
La culpa y el dolor la atravesaron. Dev estaba muerto y todo era culpa de ella. Había causado esto. De no haberle echado, habría estado allí para protegerle cuando Stryker llegó a buscarle.
¿Cómo podía haberle dejado ir?
Eres una tonta. Dos veces había perdido al hombre que amaba.
Mientras lloraba, sentía que sus poderes de Dark‑Hunter disminuían.
No me importa. Nada más le importaba. Les dejaría que la mataran.
Una vez más los Daimons habían tomado todo de ella. Sólo que esta vez, no podía culpar a su hermana.
Sólo podía culparse a sí misma.
Enferma del estómago, no sabía a dónde ir o qué hacer. Sin rumbo, se encontró en casa de Nick, caminando a través de la puerta y luego a la puerta de atrás.
¿Cómo le digo a la familia de Dev lo que permití que ocurriera? Serían aplastados. Todos ellos...
Nick la detuvo al llegar a la parte inferior de la escalera.
—¿A dónde fuiste?
Hizo caso omiso de la pregunta de Nick cuando pasó junto a él.
—¿Sam? —Nick chasqueo los dedos—. ¿Qué estás haciendo?
Entumecida, no podía pensar con claridad.
—Necesito estar sola durante un minuto.
O por un milenio.
Sólo quiero morir.
Tropezó por las escaleras, deseando que Stryker la hubiera matado también. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida como para confiar en un Daimon?
Con el corazón destrozado, abrió la puerta de su habitación y se congeló.
De ninguna manera...
¿Era posible?
Parpadeó con incredulidad cuando vio a Dev de pie cerca de la cama.
No podía ser.
—¿Dev?
Estaba mirando a su alrededor como si estuviera tan aturdido como ella lo había estado en Kalosis.
—¿Cómo llegué aquí? Te juro que no estoy acechándote, Sam. Yo no…
Riendo, ella se lanzó hacia él y envolvió el cuerpo alrededor del suyo mientras le besaba una y otra vez.
Dev se tambaleó hacia atrás cuando Sam le asaltó. Había esperado que estuviera enojada por violar su "espacio", pero no había nada ni remotamente enojado por su vértigo cuando ella le besó sin sentido.
Sí, la mujer estaba loca. Pero a medida que llovían besos sobre él, se iba poniendo más duro a cada minuto y olvidó el porqué no debía estar aquí con ella.
—Pensé que habías muerto.
—Todavía no.
Le apretó con tanta fuerza, que apenas podía respirar.
—Lo siento mucho si te he hecho daño, Dev. Lo siento mucho.
Pero para ser alguien que estaba pidiendo disculpas, se puso muy agresiva cuando le empujó sobre la cama y le inmovilizó allí bajo su cuerpo.
Luego le dio el más caluroso beso que había tenido nunca en su vida.
Pero él no estaba jugando a esto. Por mucho que odiara hacerlo, la empujó hacia atrás.
—No soy tu yo-yo, Sam. Y no vas a jugar conmigo.
Sam tragó al ver la furia en esos preciosos ojos azules que nunca había pensado en volver a ver.
—No quiero enterrarte, Dev. Yo no... te amo y eso me aterra.
Esas palabras le golpearon de la misma manera que un puñetazo cruel en el intestino.
—¿Qué has dicho?
—Te amo.
Él le ahuecó la mejilla en la mano mientras la miraba con expresión de incredulidad. Esas fueron las dos palabras que nunca había esperado oír de alguien que no estaba relacionado con él.
—No quiero vivir sin ti, Sam.
Las lágrimas brillaron en sus ojos.
—No he vivido en más de cinco mil años. No hasta que un oso sabelotodo hizo un comentario sobre mi mala conducción y me siguió a casa.
Se puso ceñudo frente a su acusación.
—Tú me invitaste.
Su sonrisa le cegó.
—Y te estoy invitando de nuevo.
—¿Estás segura?
Asintió con la cabeza.
—Sé que esto es rápido, pero…
Un fuerte golpe en la puerta la interrumpió.
—Gente, ropa, rápido —dijo Nick desde el otro lado de la puerta—. Abróchense los cinturones, ranúnculos. Tenemos llegadas y está a punto de ponerse sangriento.
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