viernes, 6 de enero de 2012

BRM cap 3

Reaccionando con puro instinto, Aimee dejó caer la cámara y manifestó un largo cayado. Se agachó, esperando el ataque. Pero al verdadero estilo del lobo, él no atacó solo. Esperó a que tres más se unieran al grupo. Por sus aromas, sabía que ninguno de ellos eran los lobos que había visto anteriormente en el Santuario.
Estos eran salvajes y viles.
Verdaderos asesinos…
Y ella era su presa.
Aimee hizo girar el arma, preparándose para enfrentarlos. Si querían una pelea, podría y definitivamente iba a darles una. Algunas veces eran ellos los que se comían al oso, pero hoy el oso iba a tomar un jugoso bocado de ellos.
Gruñendo y chasqueando los dientes, la rodearon.
Ella sacudió la cabeza ante su bravuconada.
—Créedme, chicos, no queréis catar al oso. Este muerde con el triple de fuerza que vosotros.
Eso no evitó que el líder cargara.
Aimee le dio por un costado con el cayado y lo envió por los aires. Los otros dos saltaron hacia delante. Ella enterró la vara en el suelo y levantó su cuerpo para patear un lomo antes de girar y usar su bastón para golpear al otro en los cuartos traseros.
Él reveló un furioso gimoteo.
—Lloriqueando por mamá, Gran Lobo Malo. La Pequeña Caperucita Roja está a punto de servirse tu piel para cenar.
«¿Crees que puedes atraparnos?»
Ella se dio la vuelta para contestar al líder.
—Oh, pequeñín, puedes irte directamente al infierno. —Al menos esa era lo que pensaba hasta que cuatro más corrieron hacia ella.
Las posibilidades ahora…
No eran tan buenas.
Gruñendo y chasqueando las mandíbulas, avanzaron lenta y amenazadoramente. Al tiempo que retrocedía, Aimee consideró transformarse para pelear, pero no sería tan rápida en su forma de oso. Ellos tendrían mucha mejor maniobrabilidad y eso la haría perder.
Perder ante alguien era algo que no estaba dispuesta a hacer.
No, manejaría esto como una mujer.
«Sabes, la mejor arma contra ellos sería una pistola…»
Frunció el ceño cuando escuchó la voz de Fang en la cabeza. Sin embargo no le tenía cerca.
El líder se lanzó.
Aimee se agachó y justo cuando llegaba a ella… justo cuando sintió su calor, el aliento apestoso en su piel, un gran lobo marrón lo interceptó y lo envió volando en la dirección contraria.
Fang.
Gracias a la imagen que ella había visto en su visión, supo que era él. Rasgó la garganta del lobo que había iniciado el ataque contra ella. Aimee habría seguido luchando, pero los otros retrocedieron confusos.
Un gran lobo blanco se puso entre ella y los demás transformándose en Vane.
—¿Estáis locos? —Gruñó a los lobos—. Ella es uno de los osos Peltier.
Uno por uno los lobos se transformaron en humanos. A excepción de Fang y aquel contra el que luchaba.
—¡Stefan! —gritó Vane con cólera.
En vez de retirarse, Stefan se lanzó hacia Vane. Fang lo cogió violentamente de la garganta mientras los dos lobos seguían luchando y retorciéndose. Aimee se encogió ante la cólera salvaje que demostraba que los dos se odiaban apasionadamente el uno al otro. Viejos recuerdos se alzaron mientras ellos se gruñían y se atacaban, rasgándose mutuamente la carne. La visión de esto la puso enferma.
—¡Basta! —Ella los atacó con sus poderes.
Fang aulló cuando una ráfaga le golpeó con fuerza en la cola. El impacto agudo y punzante lo lanzó dando vueltas. Odiaba ser lastimado, y aún más por alguien que obtuvo lo mejor de él…
Esto lo cabreó como nada más podría hacerlo. Furibundo, destelló a la forma humana aún cuando fuera difícil de mantenerla.
—¿Qué diablos estás haciendo? —Preguntó al tiempo que iba cojeando hacia ella, con su trasero aún ardiendo.
Aimee estrechó la mirada sobre él.
—No me gustan las peleas.
—Y a mí no me gusta recibir un duro golpe en el culo.
Ella ni retrocedió ni se amilanó.
—Bueno, si hubierais parado cuando Vane os lo dijo…
—No acepto órdenes de una mujer por la que estaba luchando para proteger.
Ella sostuvo la mano en alto como si las palabras de él fueran una declaración de guerra.
—Bueno, macho[1] . Para que conste en acta, no necesito tu protección.
Fang se burló de la baladronada fuera de lugar.
—¡Sí, claro! Estuvieron a punto de derrotarte.
—Lo dudo seriamente.
Fang acortó la distancia entre ellos mirándola con desaprobación, al tiempo que la furia ardía en cada parte de él. Quería que ella entendiera el peligro al que estúpidamente se había expuesto.
—Esto no es el Santuario, niñita. Invades nuestro territorio y tenemos hembras preñadas. ¿En qué estabas pensando? Te mataríamos aquí sin un parpadeo.
Ella hizo una mueca de disgusto.
—¡Ah, acabáramos! Como si diera dos centavos por vuestra madriguera —sacó las gafas de sol y las empujó hacia él con tanta fuerza que le obligó a dar un paso atrás—. Sólo quería devolverte lo que es tuyo. Así que vete a la porra.
Fang se quedó paralizado cuando su mano le golpeó en el centro del pecho. Instintivamente, cogió las gafas de sol mientras ella desaparecía, sin duda para volver a su casa.
El único problema era que no sabía que le molestaba más, si el manotazo que le había dado sobre el pecho, que le hubiera sacudido el culo o el golpe que acaba de darle a su ego.
—¿Cómo nos encontró esa perra? —Masculló Stefan entre los dientes apretados.
Vane le dedicó una fija mirada burlona que le decía que compartía la misma opinión que tenía Fang sobre Stefan… que Stefan era un idiota de primera categoría.
—Debe haber seguido nuestra esencia.
Fang no dijo nada. Todavía estaba demasiado atontado por la cólera que ella sintió por él, cuando todo lo que había estado tratando de hacer era hacerla entender el peligro. ¿Cómo podía ella ignorarlo? Si Stefan no hubiera esperado los refuerzos y Fang no hubiera comprendido a quién estaban dispuestos a atacar, Aimee habría sido descuartizada.
Unos pocos minutos más…
Su estómago se contrajo por las imágenes de su mente.
Vane chasqueó los dedos delante de su cara.
—¿Tío? ¿Estás bien?
Fang le empujó.
—Por supuesto que estoy bien.
Stefan avanzó con una mueca en su cara.
—De todas las maneras, ¿Qué quería la osa de ti?
Vane cogió a Fang antes de que pudiera acercarse al lobo para atacarlo y lo forzó a alejarse de Stefan.
—Ella…
—No le debemos ninguna explicación —masculló Fang, interrumpiendo a Vane—. Puede besar mi peludo trasero.
Stefan se abalanzó sobre él.
Vane les gruñó a los dos.
—Juro por los dioses que estoy harto de estar encima de vosotros para separaros —empujó a Stefan—. La próxima vez no pararé a Fang. Un insulto más, una mala mirada más, y me apartaré para dejarle que te patee el culo.
Las fosas nasales de Stefan se dilataron. En lugar de insistir en ello, chasqueó los dedos para que los demás le siguieran. Transformándose en lobos, retrocedieron hacia la guarida.
Vane le enfrentó con una penetrante mirada.
—¿Qué está pasando entre tú y la osa?
—Nada.
—¿Nada? ¿Con qué propósito vino aquí, en medio de la nada, para devolverte unas gafas de sol?
Para evitar que cualquier otra persona fuera capaz de usar su aroma para rastrearle. No había pasado desapercibida para él la bondad de Aimee.
Pero si Vane no era capaz de entenderlo, no estaba dispuesto a darle pistas.
—No sé. ¿Desde cuándo las mujeres de cualquier especie tienen sentido?
—Buen punto. Muy bien, entonces regresaré. ¿Vienes?
Fang asintió.
Transformándose en un lobo, Vane se alejó. Fang estaba a punto de reunirse con él cuando vio algo en el suelo a pocos metros de distancia.
Era una cámara.
¿Qué demonios?
Se aproximó para cogerla. En el instante en que lo hizo, percibió el aroma de Aimee por todo el objeto. Se preparó para lanzarla al agua, pero la curiosidad se impuso. Conectándola, avanzó a través de las imágenes digitales de los osos Peltier, a veces en la forma humana, otras como osos. Él hizo una pausa sobre una del ayudante de camarero que había visto en la barra alimentando con cacahuetes a su mono mascota. Ella realmente había capturado el modo en que la luz de neón incidía sobre él y el mono de manera muy insólita.
Pero eran las fotos del paisaje de todo Nueva Orleáns las que eran verdaderamente impresionantes. La osa había tenido un sorprendente buen ojo para captar la luz y las sombras. Incluso un lobo como él podía apreciarlo.
Simplemente tira la maldita cosa y márchate…
No podía. Era como si estuviera mirando su diario privado y sabía instintivamente que Aimee no querría perderla. Estas eran más que meras fotografías. Parecían formar parte de su alma.
Dásela a Vane para que la devuelva.
Era lo que debería hacer. El sentido común le decía que se mantuviera lo más lejos posible de ella.
—¿Desde cuándo he tenido alguna vez un pizca de sentido?
Era cierto. El sentido común le había dicho adiós hacía mucho tiempo.
Apretando el agarre sobre la cámara, destelló desde el pantano de vuelta al bar.
Hizo una pausa cuando comprendió que había logrado llegar al último piso… extraño. Era difícil manifestarse en un lugar al que no había ido antes. Los osos debían tener alguna especie de filtro para dirigirlos a un tipo de “pista de aterrizaje”.
Lo que explicaba el por qué los chacales habían llegado antes desde esta dirección. Buena jugada por parte de los osos.
Fang comenzó a bajar por la escalera hacia la barra donde Dev o uno de los hermanos idénticos de Dev estaba atendiendo.
—¿Dónde está Aimee?
El oso se tensó.
—¿Quién diablos eres?
Definitivamente no era Dev.
—Fang Kattalakis. Quería devolverle algo de su propiedad, de cualquier manera no es que te importe saberlo.
El oso le fulminó con una mirada hostil.
Otro oso con el pelo corto negro… uno que era Arcadiann si a Fang no le fallaba el olfato, dio un delicado codazo al hermano de Aimee.
—Relájate, Cherif, él es el que la salvó antes de los chacales.
Cherif retrocedió, pero no demasiado.
—¿Quieres devolvérselo a ella?
—Seguro.
El Arcadiann dirigió una sonrisa amistosa hacia Fang.
—Soy Colt —dijo afablemente—. Sígueme…
Fang lo hizo, pero no antes de dirigir una mirada al hermano de Aimee de vete al infierno.
Colt lo condujo por la cocina y por delante de otro que se parecía a Dev hacia una puerta que se abría hacia una casa decorada al estilo Victoriano de fines de siglo. Las paredes estaban pintadas de un suave amarillo mientras que los muebles eran una mezcla de borgoña y negro. La oscura madera le daba una apariencia muy regia.
—La casa de los Peltier —explicó Colt mientras seguía caminando—. No estabas aquí cuando papá oso se la enseñó a tu hermano. Aquí es donde los Were Hunters tienen su hogar en el Santuario cuando no trabajan en el club. Hay cuatro pisos más, pero la mayor parte de los Peltiers están en la segunda planta.
Colt se dirigió al piso de arriba.
—Carson es el doctor y el veterinario y tiene su oficina aquí —tocó la primera puerta cuando llegaron al segundo piso y siguieron caminando hacia el final del pasillo.
Se detuvo en la última puerta. Dando un ligero toque, se inclinó cerca de ella.
—¿Aimee? ¿Estás ahí?
—Estoy tratando de dormir una siesta, Colt.
—Lo siento, pero hay un visitante aquí que quiere verte.
La puerta se abrió tan de repente que Colt casi cayó hacia dentro. Aimee se veía sorprendida, y luego molesta al ver a Fang de pie detrás de él.
—¿Qué haces aquí?
Fang se encogió de hombros.
—Al parecer he venido a insultarte un poco más de manera inadvertida. ¿Quién sabe?
En lugar de divertirla, que era lo que él había pretendido, ella estrechó su fija mirada sobre él.
—Realmente no me gustas.
Fang se inclinó hacia delante con una sonrisita de suficiencia.
—En realidad no tienes una razón para ello.
Colt amplió los ojos.
—¿Debo dejaros a los dos solos? ¿O me quedo y arbitro?
—Puedes irte. Simplemente devuelvo esto —Fang sostuvo en alto la cámara—. Y luego me marcharé.
Sin otra palabra, Colt se dirigió de vuelta por el camino por el que habían llegado.
Aimee arrebató la cámara del agarre de Fang.
—¿Dónde conseguiste esto?
—Debiste dejarla caer.
Ella se asomó por la puerta para asegurarse de que Colt se había ido antes de susurrar en un tono bajo:
—¿Le dijiste a alguien que estuve allí?
—No. ¿Querías que lo hiciera?
—No —le miró sumamente aliviada—. Gracias. —Entonces en un parpadeo, giró enfadada otra vez—. ¿Miraste mis fotografías? —Era más una acusación que una pregunta.
—¿Se supone que no debía?
Ella retorció el gesto.
—¡Oh, eres un cerdo! Has invadido mi intimidad. ¡Cómo te has atrevido!
Fang se sentía aturdido por sus rápidos y bruscos cambios de humor. Definitivamente iba a necesitar una guía para entenderla.
—¿Siempre estás tan alterada?
—¡No estoy alterada!
—Si tú lo dices. Pero realmente, tendrían que ponerte un collar que cambie de color con tus cambios bruscos de humor.
Ella curvó los labios como si sus palabras la disgustaran hasta un nivel superior.
—Oh, eres un animal.
—Huy. Sí.
Ella puso los ojos en blanco.
Fang comenzó a alejarse, luego se dio la vuelta.
—Por cierto, no exageré antes en el pantano. Pudiste haber sido descuartizada.
Ella sacudió la cabeza, resoplando antes de poder finalmente hablar de nuevo.
—Basta ya con tus gilipolleces de macho. Estoy harta de que los hombres me digan cómo controlar mi vida. En caso de que no lo hayas notado, hay toda una manada de hombres en el piso de abajo simplemente muriéndose por decirme cómo no estoy dando la talla. La última cosa que necesito es a otro más.
—Tal vez deberías escucharlos de vez en cuando.
—Y tal vez tú no deberías meterte en lo que no te importa.
Fang nunca había tenido tantas ganas de estrangular a nadie en su vida. Cada parte de él ardía con furia y al mismo tiempo no podía dejar de notar lo hermosa que ella estaba con sus mejillas encendidas por la rabia. El rubor en sus mejillas hacía que sus ojos se vieran de un azul intenso.
—Tal vez debas aprender a decir gracias de vez en cuando.
Ella acortó la distancia entre los dos.
—Y tal ves tú…
Las manos de ella tocaron su pecho y su parte más primitiva cobró vida.
Incluso antes de darse cuenta de lo que hacía, él la había atraído hacia sus brazos y silenciado su diatriba con un beso.
Aimee no podía respirar al sentir los brazos de Fang rodeando su cuerpo. Su furia murió al momento en que los labios de él tocaron los suyos y saboreó un poder dulce y crudo que nunca había experimentado antes.
La lengua de él bailaba con la suya mientras exploraba completamente su boca. Cada hormona en su cuerpo se calentó y ella se aferró a él, queriendo devorar cada centímetro de su duro cuerpo con la boca y las manos. Ambas, la mujer y la osa dentro de ella se volvieron salvajes y lascivas. Nunca había probado ni sentido nada como esto.
Era todo lo que ella podía hacer para no desnudarle y rogarle pidiendo misericordia.
Fang abandonó sus labios para finalmente enterrar la cabeza contra su cuello para poder respirar su esencia. Era lo más exquisito que él había olido alguna vez. Y despertó algo en su interior que quiso probar cada parte de ella. Cada hormona de su cuerpo cantó con necesidad.
Y eso lo horrorizó.
Retirándose, bajó la mirada hacia la expresión aturdida de ella.
Los sentidos debían haber retornado a ella en ése mismo instante.
—Tienes que irte. Ahora.
Él lo intentó, pero algo en ella…
¡Vete!
Forzándose a sí mismo a apartarse, se tele transportó de regreso a su guarida en el pantano.

Aimee se desplomó contra la pared que tenía detrás mientras trataba de tranquilizar sus sentidos.
Acababa de besar a un lobo.
Un lobo.
Su familia lo mataría. Diablos, ellos la matarían. Estaba prohibido corromper la línea de sangre, especialmente cuando eran miembros del Omegrión. El deber de ella era mantener y purificar su linaje. Para fortalecerlo. Como osos, ellos trazaban su linaje a través de la línea femenina y era la única hija de su clan. Por esto era que sus hermanos la protegían tanto.
Aún así…
Aimee sacudió la cabeza para aclarar sus ideas. Nunca podría ver de nuevo a Fang.
Nunca.
Nunca, nunca, jamás.
¡Y esta vez ella iba a escuchar a la razón!
Eso esperaba.

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