Fang se sentó en el borde de la cama con los pies en el suelo, los codos sobre las rodillas y la cabeza entre sus manos. Estaba tan cansado de todo, cansado de tratar de resistir, cansado de lastimar. De anhelar cosas que no podía tener.
Solo quería un minuto de paz.
¿Por qué era algo tan difícil de encontrar? Seguramente debería ser fácil y, aún así, era el objetivo más difícil de alcanzar que había conocido.
Antes de que se pudiera mover, Vane apareció ante él en la habitación. Levantó a Fang de la cama y le abrazó tan fuerte que sintió sus costillas quebrarse.
Fang luchó contra el agarre.
—¡Suéltame, maldito pervertido!
Vane le soltó y le golpeó con fuerza en el brazo.
Haciendo una mueca, Fang le empujó y le habría devuelto el golpe con uno propio si Vane no lo hubiera esquivado.
—¿A qué vino eso?
Vane le gruñó.
—Por no decirme lo que te pasó, imbécil.
Esa última palabra estaba cargada con suficiente veneno como para derribar a un furioso elefante macho.
Completamente confundido, frunció el ceño.
—¿De qué estás hablando?
Vane le agarró de la camisa y, furioso, le sostuvo con los puños.
—Aimee me dijo dónde estuviste todos estos meses. Pensé que estabas en coma. Lo que más me molesta, es que debiste ser tú el que me lo dijera, no ella.
Enfadado por su tono y su agarre, Fang lo empujó otra vez.
—Sí, bueno, tú debiste haber sido el que me ayudara a recuperar mi alma, no ella.
—Pensé que estaba soñando.
Fang resopló.
—Vane, ven a ayudarme —lo dijo fríamente, usando las palabras con las que había tratado repetidamente de conseguir la atención de su hermano—, no es exactamente sutil.
Un tic palpitó en la mandíbula de Vane. Hizo gestos hacia la cama arrugada.
—Y cuando venía aquí a verte, parecías comatoso. Todos me dijeron que eso era lo que te estaba ocurriendo. ¿Cómo podía suponer otra cosa?
Qué convincente. Fang lo fulminó con la mirada y a su obtusa estupidez.
—Debiste haberme conocido mejor. ¿Cuándo me he recostado y lamido mis heridas? ¿Francamente?
Vane miró hacia otro lado, sus rasgos avergonzados mientras se daba cuenta de la verdad, Fang no era un cobarde. Era un luchador hasta la médula.
—Tienes razón, debería haberlo sabido. Debí haber pensado mejor de ti. Pero sé cuánto significaba Anya para ti, asumí que…
Que Fang era débil e incompetente, lo que Vane siempre había pensado de él, y ya estaba cansado de estar a su sombra.
—Mira, no quiero hablar de eso. Lo que está hecho, hecho está. Gracias a Aimee y a sus hermanos, estoy de regreso.
Qué irónico, dada la forma injusta en la que Fury y Vane lo habían tratado. Pero para bien o para mal, estaba aquí en el reino humano.
Ahora que lo pensaba, básicamente negoció un infierno por otro.
Dime otra vez por qué peleé tanto para regresar aquí…
Una vez más, al menos aquí nadie estaba tratando de destriparlo.
Aún.
—Sólo olvidemos lo que pasó.
Vane escuchó las palabras, pero conocía a su hermano. Había herido a Fang y les llevaría a los dos bastante tiempo volver a llevarse bien con lo que había sucedido. Y con toda honestidad, se odiaba así mismo por no haber estado ahí cuando debería haberlo hecho.
Pero tal y como dijo Fang, no se podía deshacer lo que estaba hecho. Todo lo que podía hacer era asegurarse de no dejar que volviera a pasar.
—Somos hermanos, Fang. Significas todo para mí. Espero que lo sepas.
Fang hizo una mueca.
—¿Cuándo te convertiste en mujer? Agh, si eso es lo que te hace estar emparejado, yo paso.
Vane sacudió su cabeza.
—Bride no me lo enseñó, lo hizo el perder a Anya. Hay bastantes cosas que desearía haberle dicho antes de que muriera. No quiero cometer ese error contigo.
Fang hizo un gesto.
—Sí. Bueno, por favor comete el error. Me estás asustando con esas patrañas amorosas —indicó con su mandíbula hacia la puerta—. Tu mujer está abajo. No deberías dejarla esperando.
Él no se movió.
—Queremos que vivas con nosotros.
Fang aún no estaba listo para eso. Había cambiado mucho y vivir con Vane y su pareja humana… En verdad, prefería no hacerlo.
—Creo que me quedaré aquí por un tiempo. Sería bueno para vosotros dos tener tiempo juntos sin tu odioso hermano inmiscuyéndose.
Vane se burló.
—¿Es esa la verdadera razón?
—¿Qué más podría ser?
Vane miró hacia la puerta, entonces bajó su voz a un susurro.
—Aimee.
Fang resopló, aunque su hermano estaba demasiado cerca de la verdad de lo que quería admitir.
—Somos amigos.
—Si tú lo dices. Pero tienes que saber algo si te estás liando con ella…
—No soy idiota —dijo entre dientes—. Lobos y osos no se mezclan.
—Mantén eso en mente. Podría ser lo único que te salve la vida.
Fang volvió los ojos.
Vane le palmeó la espalda.
—Si me necesitas…
—Llamaré.
Vane sacudió la cabeza.
—No te decepcionaré de nuevo Fang, lo juro.
—Lo sé.
Pero Fang aún no estaba seguro si podría confiar en Vane. Su hermano no había querido decepcionarlo antes, pero aun así, lo había hecho.
Vane le tendió la mano.
Fang la tomó y permitió que Vane lo arrastrara en un apretado abrazo de hombres. Lo acarició en la espalda antes de que se fuera.
Solo, Fang regresó a la cama únicamente para oír a alguien más llamando a la puerta. Instantáneamente supo quién era. Sólo una persona tenía ese suave, titubeante golpe y olía a vainilla con aroma a lavanda.
—Adelante, Aimee.
Empujó la puerta abierta para fruncirle el ceño mientras sostenía una bandeja de comida.
—¿Cómo supiste que era yo?
—Te olí.
Ella se horrorizó.
—Y pensar que desperdicié todo ese tiempo bañándome y todo mi dinero en jabón. ¿Por qué me molesto cuando evidentemente apesto?
Sonrío a pesar de si mismo mientras ella ponía la bandeja a un lado.
—Me gusta la lavanda más que ese olor a vainilla que tienes ahora.
Ladeó su cabeza en fingida ofensa y apoyó una mano en su cadera.
—Oh, estoy siendo discriminada por el lobo que no se ha bañado en… ¿Cuántos meses han sido?
—No es culpa mía. Podrías haberme bañado.
—¡Ja! Entonces habrías estado sin piel y ya no necesitarías un baño.
Despreció lo encantado que estaba por este intercambio. Más concretamente, por su presencia.
—¿Por qué estás aquí?
—Quería asegurarme de que tú y Vane estuvierais bien.
—Sí.
Ella lo miró sospechosamente mientras se acercaba a la cama.
—No pareces tan seguro de eso.
—No es eso, quiero a mi hermano, eso sólo…
Amargura. Esa era la única palabra que hacía justicia a su malhumorado estado de ánimo. Esperaba que fuera temporal.
—No es nada de lo que no pueda salir.
Aimee le pasó una cerveza.
—Si tú lo dices.
La tomó y miró la bandeja de comida que ella había puesto en su cómoda.
—Pensé que te había dicho que no tenía hambre.
—Supuse que estabas mintiendo.
Se rió.
—Gracias por la fe.
Arrugando su nariz hacia él, descubrió el plato para mostrarle jamón, pavo, adobo y patatas.
—¿Necesitas algo más?
A ti…
Dioses. Era un tonto, su trasero era lo único a lo que quería darle un mordisco, incluso ahora podía imaginarse desnudarla y hacerle el amor hasta que los dos estuvieran ciegos por ello.
Se aclaró la garganta, deseando poder aclarar su mente así de fácil.
—No, y de verdad estoy arrepentido por la forma en la que te traté antes.
—Deberías estarlo, pero lo entiendo. Tengo los mismos sentimientos, lo que en realidad me molesta.
Tomó un largo trago de su cerveza.
—Hay algo malo en nosotros ¿no es así?
—Sí, estamos rotos.
Poniendo la cerveza a un lado, la atrajo hacia él hasta que estuvo de pie entre sus rodillas abiertas. Su esencia lo envolvió como una manta caliente mientras se imagino deslizar su camiseta sobre su cabeza y liberar sus pechos.
—Nunca he deseado a una mujer tanto como te deseo a ti.
Descansó las manos en sus hombros mientras miraba hacia él, su mirada caliente.
—Nunca he deseado a un hombre hasta conocerte a ti.
Inclinó su cabeza contra su estomago mientras ella pasaba su mano a través de su cabello y luego por sus hombros.
—¿Qué vamos a hacer?
Su contacto envío escalofríos sobre él.
—Debemos mantenernos apartados. Soy la heredera de mi madre. Tengo que encontrar un oso con el que emparejarme.
La ira se disparó a través de él con esas palabras. No podía soportar el pensamiento de otro hombre tocándola, pero dejó que el calor de su cuerpo lo apaciguara hasta que estuviera calmado de nuevo.
—Podemos comportarnos como adultos.
—Absolutamente, somos amigos.
Amigos. ¿Alguna vez existió una palabra más asquerosamente inventada?
Aimee bajó la mirada mientras él se apartaba para mirarla a ella. Su cabello estaba despeinado y sus patillas estaban comenzando a oscurecer sus mejillas de nuevo. Esto le daba un salvaje sex appeal que era difícil de resistir. Y esos hermosos ojos… podría fácilmente perderse en ellos.
No…
—Me voy a mi habitación.
Fang asintió y la soltó. Con el corazón pesado la vio irse, aún cuando lo que realmente quería hacer era llamarla y huir a un lugar dónde a nadie le interesara si él era un lobo y ella una osa.
—¿Qué he hecho?
Hacer una completa y destructiva ruina de tu vida.
Era verdad. Todo se había jodido y no tenía ni idea de cómo arreglarlo de nuevo.
Suspirando, fue hasta la bandeja que Aimee había traído y se sentó a comer.
Aimee hizo lo mejor que pudo para poder dormir. Pero por alguna razón, no podía. Eran alrededor de las tres de la madrugada cuando fue al baño y vio luz bajo la puerta del dormitorio de Fang.
En contra de su mejor juicio, atravesó el corredor para golpear suavemente en su puerta.
El no respondió.
—¿Fang? —susurró.
De nuevo, no respondió.
Cerrando los ojos, miró dentro de la habitación y lo encontró ahí. Estaba paseando por la habitación como un animal enjaulado. Salvaje. Frío. Letal.
Algo iba mal.
Sin considerar el peligro, Aimee entró para verlo.
Él se lanzó sobre ella tan rápido, que no pudo ni siquiera protegerse. La fijó contra la pared, su mano en su cuello, como si pudiera matarla justo donde la tenía.
Pero en el momento en que la tocó, su mirada se aclaró y se enfocó en su cara.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Vi la luz encendida y estaba preocupada por ti.
Fang se echó hacia atrás, sus facciones atormentadas, mientras se pasaba una mano por su oscuro cabello.
—No puedo respirar, Aimee. No me puedo relajar. Tengo miedo de irme a dormir. ¿Qué pasa si no me despierto otra vez?
El hecho de que le confiara eso a ella le dijo lo trastornado que estaba.
—Estás bien. Estás de vuelta y seguro.
—¿Lo estoy? No me pude despertar antes.
Ella lo atrajo hacia sus brazos y lo mantuvo cerca.
—Ya se ha terminado, Fang.
Fang quería creerlo, pero ¿cómo podía?
—No, no ha terminado. Puedo sentirlos todavía agarrándome. Puedo escuchar el batir de las alas de los Reapers y ver a los Recolectadores buscando víctimas. Vienen a por mí. Lo sé.
Ella le cogió la cara entre las manos y le hizo mirarla.
—Voy a estar contigo y asegurarme de que nadie te aleje.
El se mofó.
—Escúchame —dijo ella firmemente—. Realmente no pensarás que me pasé meses de infierno, acechando a Daimons y descendiendo a Kalosis para dejar que te tengan de nuevo, ¿verdad?
Bueno, cuando ponía las cosas de esa forma.
—No.
—Entonces créeme, no voy a dejar que vengan por ti. Si hay algo que un oso puede hacer, es pelear.
Fang asintió y volvió a la cama. Aimee le arropó con la manta y se sentó en el borde de la cama.
Él tomó su mano entre las suyas y las mantuvo cerca. Thorn lo había marcado. Pero ella no podía ver la marca a través de su camiseta. Quería hablarle sobre el intercambio que había hecho.
Si sólo pudiera. La verdad era, que estaba avergonzado de no poder protegerla sin eso.
Sobre todo, estaba asustado de que el demonio de su interior pudiera manifestarse y herirla.
—Si yo llegara a hacer algo extraño, me dejarás inmediatamente. ¿Entiendes?
Aimee arrugó su frente con sospecha.
—Extraño, ¿cómo?
—No sé. ¿Intentar comerte?
Ella arqueó su frente ante esto.
—Vale. ¿Haces ese tipo de cosas comúnmente?
—No realmente, pero quién sabe después de esto. Tal vez, hasta puede que me salgan cuernos y me convierta en Simi cuando no estés mirando.
—Bueno, te prometo que si vienes hacia mí con un mal yuyu, te arrancaré las tripas. Y si te transformas en una demonio Gótica adolescente, voy a reírme a carcajadas.
—Bien.
Ella se rió.
—Eres el único que conozco que podría encontrar en esa amenaza un alivio.
Fang intentó sonreír, pero su cansancio lo estaba sobrepasando. Había algo en Aimee que lo hacía sentir seguro. Antes de que se diera cuenta, estaba dormido.
Aimee se quedó alrededor de una hora viendo a Fang dormir. Era tan extraño verle de esa forma. Él le recordaba a su sobrina, a la cual no le gustaba la oscuridad.
Sólo que Micah tenía cuatro años.
¿Qué horrores había pasado Fang allí abajo para que todavía creyera ser perseguido por ellos?
—Me gustaría poder ayudar.
Pero sólo el tiempo podía sanar lo que se había roto dentro de él. Todo lo que ella podía hacer, era estar ahí cuando necesitara fortaleza y compañía.
¿En qué estaba pensando?
Necesitaba mantener las distancias con él. Y aun así, era muy difícil cuando todo lo que ella quería hacer era quitarse la ropa, meterse en la cama junto a él y tener su cuerpo enterrado profundamente en el suyo.
Había algo tan raro con respecto a él.
¿Y si es mi Compañero?
Seguro que los Destinos no serían tan crueles.
Oh, ¿en qué estaba pensando? Claro que podrían ser crueles. Ellas conspiraban para que los hombres se comieran a sus propios hijos. Que las madres mataran sus bebés. No había nada más traidor que Las Moiras.
Con el corazón pesándole, pasó un dedo por su mejilla barbuda. Le encantaba cómo se sentía. Cómo se veía.
Sobre todo, amaba su sarcasmo, su humor amargo.
Soltando un cansado suspiro, se recostó contra la pared.
—¿Qué va a pasar con nosotros?
Eli levantó la mirada mientras Cosette entraba en su estudio. La pálida mujer criolla era tan bella como su antecesora, Marie Laveau, una de las más notorias sacerdotisas Vudú en el mundo. Apenas una diminuta mujer, vestía una falda blanca suelta y una túnica que tenía un hombro al descubierto. Su cabello rubio estaba retirado de su cara por una bufanda roja, de modo que sus rizos apretados cayeran desordenadamente sobre sus hombros.
Pero lo que destacaban eran sus ojos verdes almendrados, acechantes. Le recordaba a un gato sin domesticar y su paso era ligero, con un movimiento seductor que podría hacer que cualquier hombre se girase a mirarla cuando pasaba. Aquel paso también hacía que campanas no vistas sonaran con cada movimiento que ella hacía.
Diablos, era hermosa.
—¿Qué puedo hacer por ti? —preguntó, cerrando la agenda en la que estaba escribiendo.
—Tenemos un problema, cher.
—Y ¿qué problema es?
—Mi demonio está muerto.
Eli no se movió durante tres latidos de corazón mientras esas palabras hacían mella en él.
—¿A qué te refieres?
—Mis espíritus me han dicho que un Loup-Garou [1]lo asesinó mientras iba tras la puta a la que yo lo había enviado a matar. Es difícil para mí terminar con tus enemigos mientras mis sirvientes son masacrados antes de que ellos puedan realizar su asignación. Solamente pensé que debías saberlo.
Eli unió sus manos con una calma que estaba lejos de sentir. El demonio tenía, supuestamente, que asesinar a una estudiante y dejar la evidencia que implicaba a Kyle Peltier en el homicidio. El callejón para el ataque había sido cuidadosamente escogido, ya que estaba a unos cuantos bloques del club que el joven oso estaba renovando.
—No estoy feliz, Cosette.
—¿Me veo como si lo estuviera celebrando?
Ella lo clavó con una mirada que haría a un hombre más débil temer por su alma.
—¿No podrías convocar a otro demonio?
Ella hizo un sonido de profundo agravio.
—Convocar a uno como ese no es algo fácil de hacer. Estuve en cama durante tres días después de haberlo hecho.
—Los detalles no me importan.
—Bueno, pues deberían.
—Y ¿por qué deberían?
Una esquina de su boca se elevó en una sonrisa burlona.
—El universo es un balance delicado. Lo que tú envías siempre encuentra una forma de regresar. Este Loup-garou es un cazador, un perseguidor. Mis espíritus me han dicho que lo deje en paz.
El se mofó de sus gilipolleces supersticiosas.
—Deberías tener cuidado, ma pettite. Existen cosas más escabrosas en este universo que tu cazador.
—Eso lo sé demasiado bien. Pero… hay algo malvado que se está cocinando en la ciudad. Una convergencia de espíritus. Eso me preocupa.
—Deberías estar más preocupada de desobedecerme. No me gustan las decepciones —movió su mano ociosamente sobre el cuero negro mientras contemplaba las últimas noticias—. Dime… ¿tus espíritus por lo menos te dieron el nombre del Loup-garou?
—Ellos lo llamaron Fang.
Su mano se paró a medio camino.
Fang…
Aquel bastardo que suponía había muerto. El único que había puesto sus patas asquerosas sobre su hijo.
Eli llevó su mano hacia atrás mientras la rabia cruda y absoluta se vertía sobre él.
—No tienes idea de lo infeliz que esto me hace.
—Ahí estás equivocado. Lo sé. Pero escúchame. Mis espíritus nunca se equivocan. Un malvado poder emergerá y nos amenazará a todos. Debemos estar prevenidos.
Eli tenía la intención de ser más que cauteloso con respecto al problema. Iba a confiar en ello y usarlo. Y eso fue lo que le dio un plan brillante.
¿Por qué no lo había pensado antes?
Las leyes del Santuario no se aplicaban a todas las especies. Había una en particular que ellos no protegían o controlaban. Una especie que no estaba atada a las reglas del Omegrión.
Olvídense de Varyk y en lo que estaba trabajando. Esto era mucho mejor. Sería algo que los Peltiers nunca podrían imaginarse venir.
Algo que los destruiría para siempre.
—Cosette, mi salvaje niña, tengo una nueva idea para ti y tus espíritus.
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