viernes, 6 de enero de 2012

BRM cap 17

—¿Ganarme el pan? —preguntó Fang muy lentamente, enunciando cada palabra con claridad, para asegurarse de haber entendido bien a Thorn—. ¿Te has vuelto completamente loco? Acabo de regresar y apenas puedo mantenerme en pie. ¿Qué quieres que haga? ¿Que sangre sobre ellos?
Thorn rió.
—Suenas saludable para mí.
Qué diablos. El hombre estaba alucinando si creía, aunque sea por un segundo, que Fang podía hacer algo más de lo que estaba haciendo justo ahora. Estar sentado. Thorn se había fumado algo, sin dudas.
Volviendo a recostarse en la cama lo miró seriamente.
—¿Qué quieres exactamente?
—Que acaben con el maltrato a los pequeños y esponjosos conejitos de polvo[1]. Pero eso no parece factible de momento, así que en vez de eso quiero que sepas que si bien Xedrix y compañía pueden haberlos ayudado a Aimee y a ti, no dejan de ser demonios que deben ser vigilados y ejecutados de ser necesario.
Sip, eso sonaba como algo que iba a estar ansioso de hacer. Anótadme para… jamás.
—Si significan tanto problema, ¿por qué no los envías de vuelta a Kalosis?
Thorn se veía muy desilusionado
—En realidad no están bajo mi jurisdicción. Los demonios Caronte son de otra entidad y tienen un panteón aparte al que responden. Eso no quiere decir que hagamos la vista gorda con ellos, pero mientras se lo tomen con calma, es decir, sólo se coman a los corruptos y no a los ciudadanos honrados, y sus dioses los mantengan a raya, no nos preocupamos, demasiado, por ellos.
Haciendo aparecer una foto de 13x18, Thorn se la entregó. Mostraba un hombre de unos veinte años cuyo corazón había sido arrancado del pecho.
—Esto, por otro lado, es lo que nos concierne. Más puntualmente, a y por ende a ti.
Si bien era horrenda, era una escena que Fang había visto en varias ocasiones desde su llegada a Nueva Orleans.
—Se ve como un típico sacrificio vudú.
—Bueno, golpéame y llámame Sally si no eres un chico listo. Es parte de un ritual de llamamiento para un Grand Laruae.
Ese no era un término que un were-lobo escuchaba todos los días. De hecho él nunca lo había escuchado.
—¿Un qué?
Las facciones de Thorn se mantuvieron imperturbables.
—Un demonio cabrón con complejo de superioridad, que se monda los dientes con huesos de infantes. Mantengámoslo simple y digamos que es un demonio que quiero fuera del reino humano cuanto antes.
—¿Y por qué no puedes ir tú tras él?
Thorn pareció profundamente perturbado por su pregunta.
—Es una larga historia, para una de esas noches donde esté borracho como una cuba. Por el momento, la historia más corta y simplificada es: política, la cual me produce escozor en el culo. Créeme, esto no me gusta más que a ti. De hecho, nada me gustaría más que clavar el cuero verrugoso de ese bastardo al árbol más cercano, preferiblemente un roble… pero no vayamos por ahí. Desafortunadamente, yo, en persona, no puedo tocarlo sin desatar una guerra.
Con un movimiento de la barbilla señaló la foto.
—Phrixis ha eliminado algunos de mis mejores hombres a través de los siglos y daría nada menos que mi alma por sacarlo de servicio de una vez por todas.
Fang volvió a observar la cara del muchacho en la fotografía. Sus rasgos estaban desfigurados por el miedo. El pobre chico nunca tuvo oportunidad y eso encendió su propia ira. Algo que Fang nunca había podido soportar era a quien abusaba de los más débiles. Thorn tenía razón. Había que detener al imbécil.
Thorn lo inmovilizó con una mirada letal.
—Tú, mi pequeño loup-garou, eres la mejor arma en ésta batalla, puesto que ni nuestra experta en Vudú, ni Phrixis, te verán venir.
—¿Qué hay de la sacerdotisa? —Preguntó, ya que Thorn sacó el tema—. ¿Qué quieres que haga con ella?
—De esa me encargo yo. No hay ningún tratado en lo que a ella concierne, así que tengo carta blanca para hacer con ella lo que quiera. La ramera lamentará el día que decidió liberar a Phrixis en el mundo.
Fang arqueó las cejas, divertido. Esa era una frase que no se oía todos los días.
—¿”Lamentará el día”?
Thorn se encogió de hombros.
—Soy lo suficientemente viejo como para hacerte ver como un embrión. En ocasiones se me nota. Tienes veinticuatro horas para encontrar a Phrixis o te enviaré de regreso al reino de las tinieblas.
Esa amenaza, dicha en ese tono, era como meter sal en la herida. Fang le lanzó una mirada feroz.
—¡Vete a la mierda, imbécil!
Los ojos de Thorn se tornaron rojos. Un rojo profundo y ardiente que destelló como sangre fluyendo bajo una luz tenue. Por alguna razón que no podía nombrar, una imagen de Thorn con alas y vistiendo armadura negra cruzó por su mente. Pero se fue tan rápido que no estaba seguro de qué la causó.
—Te recomiendo que no uses ese tono conmigo, lobo. A pesar de ser muy bueno domando a la bestia en mi interior, no siempre lo consigo. Y, definitivamente, no quieres ver esa parte de mí. De hecho, deberías estar agradecido de tener las veinticuatro horas. Si estuvieras del todo recuperado y no fuera tu primera asignación, no sería tan indulgente.
—No me gusta recibir órdenes.
—Y a mí no me gusta repetirlas. —Tras mirar a la puerta por donde Aimee había salido momentos antes, inmovilizó a Fang con una mirada inmisericorde—. Ofreciste tu alma a quien fuera que te ayudara a salvar a Aimee. Yo respondí y ahora me perteneces. En cuerpo y alma. Haz lo que se te ordenó, lobo, o ambos pasareis la eternidad en un lugar que hará que el Reino de las Tinieblas parezca Disneylandia.
Los pelos del lomo de Fang se erizaron. Odiaba el tono y la amenaza, pero Thorn estaba en lo cierto. Fue él quien hizo el trato, por voluntad propia, y a él se atendría.
Aunque significara su muerte.
—Tienes serios problemas en relacionarte con las personas.
El rojo fue desapareciendo de los ojos de Thorn a medida que una sonrisa insidiosa curvaba sus labios.
—Y me suspendieron del curso de control de la ira después de arrojar al consejero a través de una pared de piedra. Tal vez quieras tenerlo en mente.
Los músculos de la mandíbula de Fang se tensaron.
—Desde ya puedo ver que nos vamos a llevar tan bien como Batman y el Joker.
—Sólo recuerda una cosa, lobo. Soy el mejor amigo que jamás tendrás o el último enemigo que harás.
Porque no viviría el tiempo suficiente para hacer otro. Thorn no dijo esas palabras, pero su tono lo implicaba.
Entregó otra fotografía a Fang junto a un trozo de tela que conservaba el hedor a demonio.
—Éste es tu objetivo. No me hagas lamentar el haberte salvado.
Fang se disponía a mostrarle el dedo corazón. De haber estado más repuesto, probablemente lo hubiera hecho. Pero justo en ese momento, la idea de atravesar una pared, cuando tendría que salir a cazar un demonio, no parecía el curso de acción más prudente.
Vane estaría orgulloso. El Reino de las tinieblas le había enseñado, finalmente, un atisbo de instinto de supervivencia.
—¿Cuándo empieza a correr mi plazo?
—Hace diez minutos.
Fang resopló.
—Gracias. Es muy generoso de tu parte.
Thorn parecía imperturbable a su sarcasmo.
—Probablemente debería advertirte que no soy muy dado a la justicia y tengo bajo-cero tolerancia para la mayoría de las cosas. Haz tu trabajo. Hazlo bien y no tendremos ningún problema. La cagas y te mato. La cagas completamente y te torturaré primero.
—¿Algo más que deba saber?
—Sólo esto.
Thorn se adelantó y lo tomó por la muñeca. Antes de que Fang pudiera reaccionar, lo tenía boca abajo en la cama, y le presionaba la palma contra el omóplato.
Fang maldijo mientras su hombro ardía. Sentía como si estuviera siendo marcado. Trató de luchar, pero no podía moverse. Era como si algo inhumano e invisible lo sujetara. Cuando Thorn finalmente lo liberó, vio que no había estado muy errado. El olor a carne quemada flotaba pesado en el aire y en su hombro había un círculo con símbolos antiguos.
Estirándose para tocarlo siseó, al aumentar el dolor al hacerlo.
—¿Qué es eso?
—Protección contra los demonios menores y los hechizos que los expertos y hechiceros puedan usar contra ti, una vez que descubran que eres uno de los míos. Créeme, estarás agradecido de tenerlo.
Quizás cuando el dolor cesara, pero justo en ese instante quería patear el trasero de Thorn hasta que el bastardo estuviera tan dolorido como él.
—¿Funcionará con Phrixis?
Thorn rió.
—Eres gracioso. —Retirándose, le entregó una empuñadura de oro. Al presionar hacia arriba una piedra de rubí, se proyectaba hacia afuera una hoja con noventa centímetros de filo—. Ésta es tu espada —dijo en un tono que implicaba que Fang era menos que inteligente—. Tienes que insertar el extremo puntiagudo en el enemigo. Trata de no hacer contacto visual con él y recuerda: escupe veneno invisible.
—Oh, genial.
Thorn ignoró el comentario y sacó un teléfono celular.
—Llámame cuando termines. Presiona dos y contestaré.
—¿Y si muero?
—Lo sabré y no estaré feliz. Recuerda, lobo, soy uno de los pocos seres que pueden seguirte y joderte la estancia en el más allá. No me falles.
—Nota importante, asentada. Gracias, Doctor Morboso.
Thorn inclinó la cabeza antes de desaparecer.
Fang soltó un profundo suspiro mientras debatía qué hacer. Pero no había nada qué pensar en realidad. Tenía que empezar a rastrear al demonio y el reloj estaba corriendo.
Mejor salir de aquí antes que Aimee regresara.
Levantando el relicario de su pecho, lo apretó fuerte en el puño. Regresaría.
Pero primero tenía obligaciones.
Respirando hondo, se vistió con jeans, una camiseta y una chaqueta de cuero antes de acercar el pedazo de tela a su nariz e inspirar profundamente. Con la peste a demonio ahogándolo, se marchó a rastrearlo.


Aimee se detuvo al entrar en la habitación vacía de Fang. El edredón blanco aún estaba desaliñado y las almohadas torcidas, como si recién hubiera salido de la cama.
—¿Fang?
Nadie respondió.
Frunció el ceño, sabía que no estaba en el baño, pues recién venía de allí. ¿A dónde habría ido? Registró la Casa Peltier y el Santuario con sus poderes y aún no había señales de él.
¿Habría salido a buscar a su hermano?
Cerrando los ojos, dejó sus poderes vagar por el éter, hasta que lo encontró. Estaba en  Distrito Warehouse, caminando por la calle, como si no acabara de regresar del infierno. Los negocios de antigüedades alojados, antaño, en los edificios de depósito cerraban por la noche, mientras él pasaba frente a ellos.
¿Qué diablos hacía allí?
Observó, en tanto él se recostaba contra un edificio gris de ladrillos, como si tratara de recuperar el aliento. Envolviendo un brazo alrededor de sus costillas, se enderezó y continúo bajando por la calle. Por la cabeza agachada y los movimientos predatorios, podía ver que estaba rastreando a alguien.
¿Por qué haría algo tan estúpido? Se había tomado un motón de molestias para salvarlo, para que ahora él diera la vuelta y lo acuchillaran en un callejón oscuro cuando debería estar en cama descansando.
—¿Qué crees que haces, lobo?
No estaba en condiciones de ir tras alguien o algo. Y antes de que pudiera detenerse a sí misma, se transportó para estar justo a su lado.
Fang se giró hacia ella con un gruñido tan feroz que la hizo dar un paso atrás por temor. Había olvidado cuán imponente podía ser. Delgado y débil, era aún tan feroz como cualquier Slayer que hubiera visto. Su cabello largo caía sobre unos ojos salvajes y la espada que blandía se movió tan rápido que todo lo que pudo hacer fue contener el aliento y alzar las manos.
La espada se detuvo tan cerca de ella que sintió cuando le producía un pequeño raspón en sus manos levantadas.
—¿Qué haces aquí? —exigió Fang, con la voz apretada por el enfado.
—Lo mismo digo, amigo. Sabes, la última vez que nos vimos, como veinte minutos atrás, no estabas precisamente en forma como para salir a pasear. —Teniendo cuidado de no cortarse la mano, hizo la espada a un lado—. No digamos ya para luchar contra algo para lo que necesites eso —miró hacia abajo, a su arma—, para llamarle la atención. ¿Sabes, al menos, cómo usar una espada? 
Él se burló de su enfado.
—No es muy difícil. Son bastante fáciles de entender. Se usa el extremo afilado para hincar al oponente.
—Sí, seguro… no son tan fáciles de usar, te lo dice alguien con siglos de experiencia.
Deslizando una corredera en la empuñadura retrajo la hoja.
—Aprendo rápido, te lo dice alguien que pasó los últimos meses dependiendo de ellas para mantenerse con vida.
Tal vez era cierto, pero aún así no lo quería solo, en la calle, hasta que no estuviera en óptimas condiciones para luchar.
—¿Qué haces aquí, Fang?
Quería contestarle, de verdad quería. Pero ¿cómo explicarle que la había salvado, ofreciendo su alma a cambio? No era algo que fuese a agradecer. Conociéndola, lo iba a maldecir por ello. Si había algo que Aimee no quería, era que la gente tratara de protegerla.
Pero qué diablos, parada allí, frente a él, con la luz de la calle reflejándose en su cabello claro y el ceño fruncido de preocupación por él, era la cosa más hermosa que jamás hubiera visto.
Como le gustaría un mordisco de esa manzana…
Forzando sus pensamientos a alejarse de ese desastre, se aclaró la garganta.
—Necesito unos minutos a solas. ¿Te importaría?
Ella no cedió en lo más mínimo.
—¿Para hacer qué? Y si vas a decir algo desagradable, como haría Dev para escandalizarme, ahórratelo.
—¿Todo tiene que ser una discusión contigo? —preguntó, dejando salir un suspiro exasperado.
—Te hice una simple pregunta. —Contuvo la respiración, con expresión ofendida.
—Que tiene una respuesta extremadamente complicada. Ahora…
Sus palabras fueron interrumpidas por un grito estridente. Fang soltó una maldición al reconocer que provenía de la dirección hacia donde pretendía dirigirse.
Era el demonio. Podía sentirlo. Si había aprendido algo en el reino de las tinieblas era a sentir uno apenas estando cerca.
—Por favor, Aimee. Vete.
Como era de esperarse, se negó. Incluso se dirigió a toda prisa hacia el lugar donde oyeron el grito.
Fang sacudió la cabeza disgustado, en tanto se transportaba hasta el demonio, en un callejón oscuro, llegando apenas antes que Aimee. ¿No se suponía que las mulas eran las testarudas?
Se paró en seco en cuanto divisó una montaña de bestia. Al menos dos metros quince de alto, el demonio tenía cabello negro, largo y suelto, y ojos sin pupilas ni blanco discernibles. Un par de piedras negras, en un rostro retorcido por el placer proveniente de infringir dolor.
La humana parecía tener unos veinticinco años. Bonita y pequeña, vestía el uniforme azul de un restaurante. Su cara había sido desgarrada por las zarpas del demonio.
En cuanto Phrixis se dio cuenta que no estaban solos, la soltó y se giró en torno a Fang.
Éste, desplegando la espada, se transportó entre la humana y Phrixis.
—Sácala de aquí.
Aimee asintió, mientras abrazaba a la mujer histérica y la alejaba del peligro.
Phrixis rió al arrastrar una mirada repugnante sobre el cuerpo de Fang.
—¿Qué clase de criatura patética eres tú?
—Patético no es una palabra que vaya conmigo.
—¿No? —La bestia le lanzó una descarga.
Fang esquivó el golpe y lanzó la espada directo a la garganta del demonio.
Phrixis rió.
—¿Tan débil e inútil crees que soy? —Un sólido golpe dio de lleno en el costado de Fang.
Fue tan duro que podía jurar que le crujieron las costillas.
El dolor lo dejó sin aire. Fang cayó sobre una rodilla, pero se negó a caer del todo. Era un lobo y Phrixis estaba a punto de aprender lo que eso significaba. Cambiando de formas, atacó.
El demonio retrocedió estupefacto en tanto Fang le clavaba los dientes en el brazo y lo desgarraba.
Phrixis lo azotó contra la pared, con toda la fuerza de un camión Mack[2] .
Fang sintió que su agarre cedía ante el golpazo. Cuando el demonio se movió para atraparlo, se apoyó en sus patas y cruzó entre las piernas de la bestia, saliendo detrás de él. Cambiando a forma humana, rodó para poder tomar la espada del suelo.
Phrixis giró para enfrentarlo.
Cuando lo hizo, Fang le atravesó el corazón, hundiendo la espada hasta la empuñadura. Luego la retiró y la volvió a clavar una vez más.
Phrixis comenzó a reír.
—¿Crees que…?
Fang interrumpió su discurso con un golpe de revés, que le cercenó la cabeza del cuerpo, por completo.
El demonio se derrumbó lentamente hacia el pavimento, donde cayó como un bulto, con la sangre saliendo a chorros.
Fang escupió sobre sus restos.
—Dime otra vez cuán bueno eres, idiota. Nada peor que un enema de acero para arruinar hasta tu mejor día. —Con el cuerpo debilitado y tembloroso, se recostó contra una pared mientras luchaba por respirar con sus costillas dañadas.
Al menos había sido más fácil de matar que los demonios en el reino de las tinieblas. Jadeante, sacó el teléfono de su bolsillo y llamó a Thorn.
—Está hecho. Lo maté.
Para su sorpresa, éste apareció al instante a su lado.
—¿Qué diablos hiciste?
—Fantástica actitud, cabrón.
Thorn dejó escapar un sonido, mezcla de indignación y rabia. Sus ropas cambiaron del traje azul de empresario a una armadura, rojo brillante, en tanto su pelo parecía en llamas.
—No te dije que lo mataras, imbécil. Dije que lo enviaras de regreso al lugar de donde vino.
—Es lo que hice.
Thorn pateó al demonio tirado en el suelo y maldijo.
—No. Lo mataste.
Obviamente le estaba faltando una pieza importante en ese rompecabezas, porque en su universo, matar a un demonio no era considerado como algo malo. La mayoría de los días era considerado como un servicio público.
—En mi mundo esas dos cosas son sinónimos.
Thorn inspiró profundamente, apretando los dientes. Sostenía sus manos, como tratando de refrenarse, a sí mismo, de matar a Fang.
—Sabes, de hecho, no es muy difícil matar a un demonio, en especial con la marca que te hice. Cualquier criatura sobrenatural con medio cerebro puede hacerlo. Lo que necesitaba que hicieras, era regresarlo a su reino. Eso es un poco más sofisticado y cien veces más difícil.
—¿Entonces para qué me diste una espada?
—¿La miraste antes de usarla?
—Sí.
Thorn le dirigió una mirada llena de dudas.
—Repito. ¿La-Miraste-Antes-De-Usarla?
Arrebatando la empuñadura de las manos de Fang, la sostuvo frente a sus ojos para que viera las palabras inscriptas en ella.
Golpea fuerte. Golpea rápido. Golpea tres veces. Avast[3] .
Quién iba a pensar que Thorn fuera un pirata. Fang abandonó esa línea de pensamiento. Avast era, sin ofender al forjador de la espada, una palabra tan antigua que él no la había usado siquiera cuando vivía en su tierra.
No pudo quitar el sarcasmo de su respuesta.
—Y en tu mundo, Capitán Tenebroso, ¿eso quiere decir…?
—Lo golpeas tres veces y luego te detienes. Es inglés. Diablos, es en tu inglés. Naciste allí.
Fang señaló hacia el cuerpo del demonio, en esos momentos en descomposición.
—Ese fue mi tercer golpe.
Thorn se cubrió el ojo izquierdo con la mano derecha, como si una terrible migraña se estuviera gestando.
—Tengo un tumor. Sé que tengo un tumor. Ojalá fuera mortal, así podría matarme.
Frustrado, Fang puso los ojos en blanco ante el dolor de Thorn.
—Aún no comprendo qué hice mal con… —Sus palabras fueron ahogadas por una ola de insoportable dolor.
—Espera, lobo. —Thorn lo señaló con sarcasmo—. Estás a punto de ser ilustrado. Va a apestar ser tú, mein freund .
Fang gritó cuando la más segadora punzada de agonía imaginable le atravesó el cuerpo entero. Sentía como si estuviera siendo partido en dos. No podía moverse o respirar.
—¿Qué me está ocurriendo?
—Estás absorbiendo los poderes de ese demonio.
—¿Eh?
Thorn asintió.
—Sip. Y no sólo sus poderes. Tu alma se está fundiendo con la esencia del demonio muerto. Todo lo que él fue, está ahora penetrando en lo que tú eres. Los demonios son inmortales sin alma. Cuando mueren, como sea, sus fuerzas vitales saltan al que destruyó su cuerpo, y tratará de adueñarse de ti de ahora en adelante.
—¿Qué quieres decir? ¿Necesito un exorcismo?
—No. No hay cuerpo al que pueda retornar. Tienes que cargar con él. ¡Mazel tov! —Thorn lo felicitó, con una voz exageradamente feliz. Se fue poniendo serio, mientras su cuerpo regresaba a la normalidad, con excepción de los ojos. Eran rojos, con unas finas pupilas amarillas que le recordaron a Fang a una serpiente—. Y es por lo que tratamos, con ahínco, de no matar a ninguno. No es una bonita realidad.
Fang sintió cómo su visión cambiaba. Se volvía más aguda. Más clara. El olor a sangre impregnaba su cabeza y podía oírla correr, no sólo por sus venas, sino por las de Thorn.
—¿Qué está sucediendo?
Thorn lo agarró de los hombros y sonrió cruelmente.
—Es el sabor de lo maléfico, fluyendo denso por de tus venas. Seductor e invitante, te tentará de aquí en adelante. Y ahora ya sabes por qué no soy un campante feliz, la mayoría de los días. Es la batalla que lucho a cada segundo de cada minuto de mi vida. Como te dije, ahora apesta ser tú.
Antes que pudiera evitarlo, Fang vomitó en la acera. Agg, nada digno. Sin mencionar el dolor de hacerlo, al sentir que sus entrañas cobraban vida, como si se estuvieran retorciendo.
Thorn no se inmutó en lo más mínimo y retrocedió para darle espacio.
—No te preocupes. Tus tripas no saldrán, aunque así lo sientas. Tu estómago se asentará, eventualmente. Sin embargo, la necesidad que tienes de sangre y muerte, que está creciendo dentro de ti, nunca desaparecerá.
Haciendo una mueca, Fang envolvió los brazos alrededor de su estómago y se apoyó contra la pared para recuperar el aliento. Levantando la cabeza miró a Thorn.
—Honestamente, no pensé que en tu corriente estado de debilidad pudieras matarlo. Imaginé que al tercer golpe de la espada, o bien estarías muerto o él estaría desterrado… déjame volver atrás, a la parte donde éste demonio en particular había eliminado algunos de mis mejores hombres en el pasado. Debí haber evaluado tus habilidades con más precisión. Error mío.
—Te odio, Thorn.
Éste se encogió de hombros, indiferente.
—Todas las criaturas lo hacen, y en verdad no me importa. Por cierto, tu novia está regresando hacia aquí. Trata de no comértela, aunque la sed de sangre va a ser muy difícil de resistir.
Fang se deslizó por la pared, tratando de calmar su estómago y sus nervios. Pero no era fácil. Aún sentía como si estuviera siendo desgarrado de adentro hacia afuera.
Dioses, ¿qué voy a hacer?
Aimee apareció a su lado unos minutos después, mientras él se recostaba hacia atrás, con la cabeza apoyada en la pared y los ojos cerrados.
—¿Fang? —La mano que tocó su frente era fresca—. Estás ardiendo.
Su única respuesta fue sujetarle la mano contra su mejilla, en tanto el suave aroma a lavanda de su muñeca lo calmaba. Pero Thorn había tenido razón, podía oler la sangre en sus venas y quería abrirle la muñeca para saborearla.
—¿Puedes llevarme a casa? —susurró, temeroso de usar sus propios poderes en esos momentos.
—Desde luego. —Lo ayudó a ponerse en pie y sólo entonces se dio cuenta que el demonio se había desintegrado.
No quedaba nada, excepto un vago contorno negro. ¿Pasaría lo mismo con él, si muriera ahora?
Maldito seas Thorn, por no decirme todo.
Aimee los transportó de regreso a la cama de Fang y lo ayudó a recostarse.
—Voy a buscar a Carson.
La tomó de la mano y la retuvo a su lado.
—No. No hay nada que él pueda hacer
—Pero Fang…
—Aimee, confía en mí. Sólo necesito descansar un momento, ¿de acuerdo?
Podía ver el debate en sus ojos mientras él le apretaba la mano con más fuerza.
Después de unos segundos, asintió.
—Apenas me necesites…
—Te llamaré. Lo prometo.
Ella acarició su mano antes de soltarse.
—De acuerdo. Que descanses.
Fang no se relajó hasta que la vio dejar la habitación. Sólo entonces se recostó y sucumbió a las emociones conflictivas que lo laceraban. Quería matar algo.
Cualquier cosa.
Pero sabía que no podía.
Lo único que no sabía era cuánto tiempo sería capaz de contener al demonio en su interior. Por cómo se sentía, iba a convertirse en un Slayer. Un verdadero Slayer.
Y eso, en su mundo, acarreaba sentencia de muerte.

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