—¡No! —gritó Fang, al ver en la pared de la cueva las imágenes de Misery y compañía rodeando a Aimee y a Dev.
Golpeó el puño contra la roca, ignorando el dolor, al darse cuenta que estaba a punto de ser el causante de la muerte de otra mujer. Todo se repetía, como pasó con Stephanie. Sus enemigos la habían encontrado por su culpa.
¿Cuándo aprenderé?
Las mujeres debían ser protegidas y él estaba maldito en lo que a ellas concernía. Era por esto que había tratado tan arduamente de no acercarse a otra.
Aimee no debía significar nada para él, pero así era y la sola idea de su muerte lo desgarraba.
Gruñendo de frustración, se puso de espaldas a la pared, así no tendría que verla morir. Pero no funcionó. En su mente, vio lo que iba a ocurrir y lo enfermó.
¿Qué podía hacer? Estaba atrapado aquí, sin apenas poderes ni fuerza. No había nada, aparte de demonios chupadores de almas.
Demonios…
En ese instante supo lo que podría hacer para salvarla. Había una cosa que un demonio y un Daimon tenían en común. Una cosa que ambos necesitaban para prosperar y sobrevivir.
Un alma.
Y aunque él podía no tener toda la suya, tenía lo suficiente para tentarlos.
Fang arrojó su espada a las aguas negras.
—¡Demonios! —gritó—. ¡Tengo un alma para vosotros! Venid por ella.
Apenas las palabras abandonaron sus labios, el sonido de miles de alas llenó sus oídos. La peste a azufre y olor corporal de demonio invadieron sus fosas nasales. Lo odiaba. Pero no tenía alternativa.
Era él o ella, y no estaba dispuesto a dejar que fuera ella.
—¿Te has vuelto loco?
Fang frunció el ceño mientras un hombre alto y esbelto aparecía junto a él. Vestido con un manto ensangrentado que cubría una armadura negra con púas, tenía los ojos de un azul tan claro que destacaban por su intensidad. Su cabello castaño le llegaba hasta los hombros, con el flequillo cayendo sobre aquellos ojos que parecían contener toda sabiduría de la eternidad.
Y una crueldad sin par.
Completamente sereno ante la horda invasora, elevó una ceja finamente arqueada.
—¿Qué estás tratando de hacer?
Fang se negó a responder.
—¿Quién eres?
Una esquina de su boca se levantó, insinuando una sonrisa burlona.
—En estos momentos, el único amigo que tienes.
—Sí, claro.
Los demonios se abalanzaron.
Fang se preparó para el ataque.
—Mi alma es…
Un bozal apareció sobre su cara.
El hombre se estremeció.
—Ni siquiera lo digas, chico. No tienes idea de lo que significa vender tu alma. No es placentero y de verdad no quieres ofrecérsela a esta pandilla. No cuando puedes hacer algo mucho mejor con ella.
Fang lo fulminó con la mirada, al tiempo que le lanzaba un golpe de energía.
Él absorbió el golpe sin moverse o pestañear.
—No desperdicies la energía. Se necesita algo mucho más fuerte que tú para sacudirme.
Girándose, disparó una ráfaga de fuego a los demonios. Chillando, estos se retiraron.
Su cara era una máscara de fastidio total. Sacando un pequeño móvil de su bolsillo derecho, lo sostuvo como una radio.
—Acabad con ellos y enviadlos de vuelta.
—¿Tenemos que ser amables? —preguntó una voz masculina muy acentuada.
—Diablos, no. Hacedlos sufrir.
—Gracias jefe.
El hombre devolvió el móvil a la armadura y se enfrentó a la expresión perpleja de Fang.
—Oh. Siento lo del bozal. Pero fue necesario para protegerte de tu propia estupidez.
El artilugio desapareció de la cara de Fang, quien se frotó molestamente la mandíbula y lanzó una mirada hostil al extraño que parecía demasiado cómodo eliminando demonios.
—¿Quién demonios eres?
El hombre rió.
—Eso es más acertado de lo que te imaginas. Mi nombre es Thorn y, como ya te dije, soy el único amigo que tienes en estos momentos.
—Sin ofender, pero Misery me dijo lo mismo y puedes ver lo bien que resultó —dijo, señalando hacia las heridas que lo marcaban de pies a cabeza.
Thorn aceptó el sarcasmo sin perturbarse y lo devolvió con creces.
—Sí, pues en caso de que no lo hayas notado, yo no soy Misery. No, al menos hasta que me agarres por el lado malo. Entonces… bien, sólo digamos que aquellos que lo han hecho no disfrutaron de la experiencia.
Fang ignoró la advertencia, aunque pudo notar, por su comportamiento, que estar de malas con Thorn sería en verdad nefasto.
—Entonces ¿qué eres?
En ese momento se bajó la capucha del manto. Había un aire incongruente a su alrededor. Un aura de poder y total crueldad. Sin embargo, al mismo tiempo, era como si los mantuviera bajo un rígido control. Como si estuviera en guerra consigo mismo.
Qué extraño.
—Piensa en mí como un alcaide o como un vaquero. Mi trabajo es asegurarme de que los reclusos aquí dentro obedezcan las leyes, especialmente cuando salen en libertad condicional.
—¿Qué leyes?
Sonriendo diabólicamente, ignoró por completo la pregunta de Fang.
—Me has sorprendido, lobo, y no muchas personas lo hacen… al menos no en el buen sentido.
—¿A qué te refieres?
Thorn le dio una palmada en la espalda. En un momento estaban en la cueva y al siguiente, dentro de un grandioso vestíbulo de piedra obsidiana. La luz resplandecía desde candelabros iridiscentes, moldeados en formas de caras retorcidas de gárgolas y manos de esqueletos. El techo se elevaba unos buenos diez metros, con contrafuertes labrados en forma de columnas vertebrales humanas. Opulento, enorme y espeluznante como el infierno, era frío y absolutamente nada acogedor.
Lo único remotamente atrayente del lugar era el gigante hogar donde ardía un fuego enorme. Un hogar flanqueado a cada lado por los esqueletos alados de dos Reapers. Los cuales aún conservaban una daga encajada entre sus costillas.
Fang hizo una mueca ante la visión, preguntándose si eran reales o nada más que mórbida decoración.
O quizás ambas …
¬—¿Qué es este lugar?
Thorn se quitó el manto con una floritura. La armadura negra destelló con la luz débil, haciendo destacar sus mortíferas púas.
—El Salón Estigio. Nombre estúpido, lo sé, pero en mi favor debo decir que yo no lo inventé. Sólo soy el idiota que actualmente lo vigila —una copa de vino apareció en sus manos y la tendió hacia Fang.
Fang declinó el ofrecimiento.
Thorn rió diabólicamente.
—¿Temes que lo haya envenenado o puesto alguna droga? Créeme, lobo. No necesito un líquido para hacer ninguna de las dos cosas. Si te quisiera muerto, a estas alturas, me estaría dando un festín con tu carne —de un trago largo se bebió el vino.
Fang estaba perdiendo la paciencia con toda esa mierda críptica. Nunca había tenido paciencia para tales cosas.
—Mira, no soy muy conversador y todo este dramatismo tuyo me está matando de aburrimiento. ¿Quién eres y por qué estoy aquí?
Thorn arrojó la copa al hogar, haciendo explotar las llamas. Mientras estas llameaban hacia él, sus ropas cambiaron de la armadura a un moderno traje beige, con camisa celeste. En vez de un guerrero antiguo, parecía más bien un ejecutivo multimillonario. A excepción de su mano izquierda, que continuaba cubierta con las garras metálicas que formaban parte de su armadura.
—Soy el líder de un grupo de élite, conocidos como los Hellchasers .
Fang arqueó una ceja ante el nombre.
—¿Cazadores del infierno?
Thorn asintió.
—Cuando los demonios violan las leyes que los rigen o deciden escapar mientras están de permiso, somos nosotros quienes se encargan de ellos.
—Encargarse, ¿cómo?
Thorn extendió la mano y una imagen apareció en la pared, a la izquierda de Fang. Misery y su pandilla eran traídos de regreso a sus dominios, encadenados. Ensangrentados y con golpes, se veían como si alguien los hubiera usado para practicar tiro al blanco. Era obvio que los dos hombres que los traían de regreso no habían sido nada gentiles.
—Resumiendo la historia, somos cazadores de recompensas, sin las recompensas.
—Entonces, ¿por qué lo haceis?
Thorn cerró el puño y la imagen desapareció.
—Más que nada, por pura diversión. Pero si no lo hacemos, los demonios invadirían el reino de los humanos y se vería como este en poco tiempo.
—¬Te pone los pelos de punta.
Thorn asintió.
—Afortunadamente, opinamos igual, razón por la cual hacemos lo que hacemos.
—¿Y cómo entro yo en esto?
Acercándose a él, Thorn lo recorrió con una mirada especulativa como juzgando cada molécula de su ser, por dentro y por fuera.
—Tú tienes ciertos talentos que me resultan atrayentes. Un lobo que sobrevivió entre demonios por sus propios medios, sin sus poderes… es impresionante.
La declaración encolerizó a Fang.
—Seguro, y ¿por qué no apareciste antes?
—Porque creí que pertenecías aquí. Que habías sido enviado a este reino por tus acciones pasadas. No fue hasta que comenzaste a ofrecer tu alma para proteger a Aimee que descubrí que estabas aquí por equivocación.
—No eres muy intuitivo, ¿verdad?
En lugar de cabrearse, Thorn se tomó el insulto deportivamente.
—Sólo digamos que en muy contadas ocasiones veo el bien en otros. Es una mercancía tan rara en el mundo, que ni si quiera me molesto en buscarla —Thorn desplegó el brazo y un banquete de comida apareció sobre la mesa—. Debes estar hambriento.
—Sí, y tampoco como en la mesa de desconocidos.
Una esquina de su boca se elevó en amarga diversión.
¬—Eres sabio al pensar de ese modo.
—También sé que nada es gratis —Fang señaló con la barbilla en dirección a la mesa—. ¿Cuál es el precio de esa comida?
—Diría que es un regalo para aliviar mi conciencia, por dejarte tanto tiempo aquí donde no perteneces, pero no tengo conciencia y, honestamente, me importa una mierda cuánto hayas sufrido.
—¿Entonces por qué acorralas a los demonios para proteger a los humanos?
Thorn soltó un largo suspiro, como si el tema sacado por Fang lo hubiera irritado.
—Así que, al parecer, sí tengo conciencia después de todo. Condenada cosa esa. La niego constantemente, pero no quiere dejarme en paz. Sin embargo, ese no es el punto. Durante la noche de Mardi Gras, unos cientos de demonios se escaparon de Kalosis. ¿Alguna vez lo oíste mencionar?
—No.
Thorn se encogió de hombros.
—En resumen, es el infierno Atlante. Los demonios se comieron a un par de mis hombres y ahora me encuentro más bien escaso de personal en Nueva Orleáns —abrió la boca, como asombrado—. ¡Espera un momento! Tú eres de allí… ¿ahora lo ves?
—Quieres que te ayude a atraparlos.
—No exactamente. Más que nada, tu ayudarás a mantenerlos vigilados y, si se pasan de la raya, los traes de regreso… o los matas.
—¬¿Y si me niego?
Thorn gesticuló hacia la puerta, donde el viento aullaba en el exterior.
—Eres libre de dejar mi salón y valértelas por ti mismo cuando quieras.
La idea de irse era menos que atractiva, pero eso ambos lo sabían.
—¿Y si me quedo?
—Ayudaremos a tu novia y a su hermano a cazar esos Daimons, y te sacaremos de aquí.
Fang no acababa de aceptar el trato. Debía haber más de lo que le estaban contando. Tenía que haberlo.
—Con todos tus poderes, me parece que te sería fácil reclutar cientos de personas para este trabajo. ¿Por qué a mí?
Thorn rió.
—Hay una cierta raza, un cierto manojo pequeño de personas que son capaces de hacer lo que hacemos sin salir masacrados a los tres segundos de cruzar la puerta. No tiene que ver con las habilidades para luchar o incluso sobrevivir. Tiene que ver con el carácter.
Fang se burló ante la sola idea.
—Yo no tengo carácter.
A medida que acortaba la distancia entre ellos, Thorn se ponía más serio. Con aquellos ojos azules lo atravesaba, como si pudiera ver en lo profundo de su alma y su mente.
—Ahí es donde te equivocas, lobo. Tienes lealtad y coraje. Sin iguales. Dos cosas casi imposibles de hallar. ¿Tienes idea de cuántas personas hubieran dejado morir a Aimee antes de ofrecer sus propias almas para salvarla? Esa, mi amigo, es una cualidad excepcional que no puedo enseñar a nadie. O bien la tienes, o no. Y sucede que tú la tienes con creces. Esa habilidad de sacrificarte a ti mismo para salvar a otro. No tiene precio.
Fang no lo sentía así. En ocasiones lo sentía más como una maldición.
Thorn le tendió la mano.
—Entonces, ¿te alistas conmigo?
—¿Tengo alternativa?
—Por supuesto que sí. Nunca me impondría sobre tu libre albedrío.
Aceptó entonces la mano que Thorn le tendía.
—Tú encárgate de mantener a Aimee a salvo y yo te entregaré hasta mi alma.
Las pupilas de Thorn destellaron en rojo, tan rápido que por un instante Fang creyó habérselo imaginado. Con el rostro impasible le soltó la mano.
—Chico, tengo que enseñarte a sacar esas palabras de tu vocabulario. Créeme, no es un juego de niños, así como tampoco lo es a lo que estás a punto de unirte.
—¿Dev?
Atrajo a Aimee tras él mientras encaraba a los demonios que salían de las sombras.
—Debemos salir de aquí —la empujó en dirección a la calle.
Aimee comenzó a correr, pero no llegó lejos antes de que otro demonio la interceptara. Trató de transportarse y no pudo.
—¿Dev? ¿Puedes sacarnos de aquí?
—Ese poder parece estar estropeado.
Se puso espalda con espalda contra Dev. Mientras los demonios se iban acercando, podía oler el azufre en ellos.
—¿Qué está ocurriendo aquí?
—No tengo ni idea, pero no parecen demonios alegres.
No, no lo parecían. De hecho, parecían resueltos a hacer rica comida de oso con ellos.
Aimee manifestó su báculo.
¬—¿Alguna idea de cómo matarlos?
Dev encogió los hombros con una despreocupación que, ella sabía, no sentía.
—Cortarles la cabeza funciona con la mayoría y si no resulta con estos, estamos seriamente jodidos.
—O podéis quedaros donde estáis y manteneros al margen de nuestro camino.
Aimee frunció el seño a los dos hombres que se transportaron junto a ellos. No eran demonios, aparentaban ser humanos, sin embargo se movían con una velocidad que desmentía esa apariencia. Antes incluso que apartara su arma, tenían a los demonios esposados y contra el suelo, en atractivos montones ensangrentados.
Sacudiendo la cabeza, trató de repasar los acontecimientos, pero honestamente, había sucedió todo tan rápido que lo único que pudo ver fueron manchones en el aire.
¬—¿Qué fueron esos movimientos?
Dev desplegó una gran sonrisa.
—Chuck Norris conoce a Jet Li.
Los demonios gruñían y maldecían mientras los hombres los retenían, a golpes, contra el suelo.
—Ya cállate —el más alto de los dos hombres levantó a la mujer de un tirón—. Por una vez, ¿no podría tocarme un demonio sin cuerdas vocales?
El otro hombre rió sin humor.
—Al menos, esta vez no nos están vomitando encima.
—Pequeño favor.
E ignorándolos por completo, desaparecieron.
Aimee intercambió una mirada perpleja con su hermano.
—Esto está totalmente fuera de la esfera de mi experiencia. Y dadas las cosas extrañas con las que lidiamos, eso lo dice todo.
—Sí, yo también estoy alucinando.
Aimee sacudió la cabeza, tratando de encontrarle sentido a lo ocurrido.
—¿Tony metió las hierbas especiales en nuestra comida otra vez?
Dev rió.
—No creo. Pero se lo preguntaré de todos modos cuando regresemos.
—Yo no lo haría.
Se volvieron para encontrar a una mujer en el callejón, justo donde los otros habían desaparecido. Su cabello rojo oscuro estaba trenzado a la espalda y vestía una blusa escotada, con la espalda al descubierto, y pantalones, ambos de cuero negro y ajustados como una segunda piel. Era despampanante y hacía sentir a Aimee poca cosa en comparación.
Dev desplegó su sonrisa más seductora.
—Hola, preciosa. ¿Dónde has estado toda mi vida?
Ella puso los ojos en blanco.
—Eres muy apuesto oso. Pero no. No eres mi tipo.
Aimee reprimió la risa ante el comentario desdeñoso que Dev aceptó de buena manera.
—¿Y tú eres?
—Llámame Wynter.
Dev rió entre dientes.
—No hay nada mejor que el fuego para una fría noche de invierno[1] .
Wynter le devolvió una mirada curiosa.
—¿Esas frases cursis te funcionan con otras mujeres?
—Te sorprenderías.
—Si alguna vez te han funcionado, entonces sí, lo estoy —pasó de largo a su lado, para dirigirse a Aimee—. Thorn me envió, para ayudarte a encontrar a los Daimons que tienen el alma de Fang.
Aimee frunció el ceño ante la mención del nombre que nunca había oído antes.
—¿Thorn?
—Mi jefe. No discutimos sus órdenes. Simplemente obedecemos. Quiere al lobo a salvo, así que aquí estoy.
—¿No discutis? ¿Quiénes? —preguntó Dev, mirando alrededor por si había alguien acechando entre las sombras.
Wynter le sonrió con los labios apretados, ignorando su pregunta.
—Entonces, ¿los Daimons desaparecieron mientras los perseguíais?
Aimee asintió.
—Creemos que escaparon a través de un portal.
—Eso va a estar difícil.
Dev apoyó el peso del cuerpo sobre su pierna derecha, dirigiendo una sonrisa impaciente a Aimee.
—Sigo opinando que tendríamos que dejarlo en manos de los Dark-Hunters. Es su trabajo, no el nuestro.
Aimee se estaba cansando de discutir con él sobre el mismo tema.
—Ellos no pueden identificar a los indicados y tampoco atravesar un portal para sacarlos de allí.
—Nosotros tampoco. En caso de que no lo hayas notado, somos un manjar selecto para ellos y no quiero acabar como Fang, tirado en una cama, en coma… o peor aún, muerto.
—Entonces vuelve a casa, Dev.
—Vuelve a casa, Dev —se burló—. Como si Maman no fuera a despellejarme vivo si te dejo aquí y regresas a casa en coma. Todo vuelve al “no quiero morir” que estoy tratando arduamente de evitar.
—Entonces déjame en paz, o yo misma te pondré en coma.
Wynter suspiró.
—¿Siempre discutís así?
—Sí —respondieron al unísono.
—Pero es ella la que siempre empieza.
Wynter puso los ojos en blanco e hizo un sonido de disgusto supremo.
—Gracias Thorn. Esto era lo que me faltaba y voy a hacerte pagar por ello.
—¿Fang?
Fang abrió los ojos para encontrar a Aimee inclinada sobre él. Al verla entera e ilesa el alivio lo inundó. De alguna manera, Thorn había logrado cumplir su promesa.
—Hola.
Ella le regaló una sonrisa que irradió por cada parte del cuerpo de Fang y cuando habló, su tono era suave y burlón. Más que cualquier otra cosa, lo hizo sentir casi normal otra vez.
—Te ves mucho mejor que en nuestro último encuentro. Tal vez deba dejarte aquí después de todo.
Él rió, aunque la sola idea lo dejaba horrorizado.
—Preferiría que no lo hicieras. Pero tampoco quiero verte lastimada. Antes de verlo, prefiero quedarme aquí y que tu estés a salvo.
Ella le tomó de la mano. La cálida ternura de ese toque se desparramó por todo su ser. Su cuerpo dolía por probarla de verdad.
Oh, tener un minuto en el reino humano….
—Atrapamos a tres esta noche.
Fang asintió.
—Lo sé. Es por eso que mis heridas sanaron tan rápidamente —también por eso, estaba mucho más fuerte—. Gracias.
Aimee lo besó en la mano.
—De nada. Dentro de poco te tendremos de vuelta. Lo prometo.
Por dios que así lo esperaba. Era duro estar allí, día tras día. Se sentía solo y tan alejado de la realidad. Pero al menos ella estaba aquí, con él, y ese era un simple consuelo que nunca podría pagar.
—¿Cómo está Vane?
—No estamos muy enterados. Se está quedando con uno de los Dark-Hunters, durante estos días, para proteger a su compañera.
—¿Con cuál?
—Valerius.
Fang maldijo al oír el nombre. Si ese bastardo hubiera cumplido con su trabajo en el pantano, Anya aún estaría con vida. ¿Por qué, en el nombre del Olimpo, Vane acudió a él después de aquello?
—¿El romano?
Aimee hizo una mueca y asintió.
—Lo siento, Fang. No creí que fuera a molestarte.
Pero le molestaba. No sólo porque Valerius no fue capaz de ayudarlos a proteger a Anya, sino porque Fang no estaba allí para ayudar a Vane cuando su hermano más lo necesitaba.
—¿Sabes quienes de nuestra manada lo están cazando?
—Stefan es el único al que hemos visto. Ha venido al Santuario un par de veces, sin duda para tratar de hallarte.
Fang maldijo.
—Tengo que salir de aquí. Vane no puede enfrentarlos solo.
—No está solo.
Fang se quedó helado por la inesperada contradicción.
—¿Qué quieres decir?
—Fury está con él.
—¿Fury? —la indignación lo dejó sin aliento. Obviamente Vane había perdido algunos tornillos desde que Fang había caído herido. ¿En qué diablos estaba pensando su hermano?—. Ese desgraciado. ¿Qué está haciendo Vane con él?
Aimee se distanció al darse cuenta del error que había cometido. ¿Qué pasaba con ella, que cada vez que se acercaba a Fang, metía la pata?
—Ya tendría que irme.
Él se negó a soltarle la mano.
—Tú sabes algo —su tono era pura acusación.
Ella estaba dudosa. No era su historia.
—Fang, no me corresponde a mí contarlo.
—¿Contarme qué?
Aimee no podía hacerlo. Era cosa de Vane. O de Fury. Pero no suyo.
—Debo irme.
—Aimee —dijo en un tomo agónico que la desgarraba por dentro¬—. Por favor. Necesito saber que está ocurriendo con él. Es la única familia que me queda. No me dejes aquí sin saberlo.
Tenía razón. Eso sería más cruel aún, y él ya había sufrido suficiente.
Respirando profundamente, se preparó a sí misma para su reacción.
—Fury es tu hermano.
Su apuesto rostro perdió todo el color.
—¿Qué?
Ella asintió.
—Es verdad. Lo mismo que Vane, cambió de forma en la pubertad y se convirtió en Katagaria. Al igual que tu padre hizo con vosotros, tu madre llamó a su tesera contra él y lo golpearon, dejándolo por muerto. Ahora está trabajando con Vane contra ellos para proteger a Bride, la compañera de Vane.
Fang sacudió la cabeza, incrédulo. Pero fue el tormento en sus ojos oscuros lo que la hizo pedazos. Odiaba ser la causante de más dolor.
—¿Fury es mi hermano? Ajj, ¿qué sigue? ¿Mama Lo terminará siendo una hermana perdida hace tiempo?
Ella puso los ojos en blanco.
¬—Eso ya es exagerar.
Volviéndose a recostar en la cama, se tapó los ojos con la mano.
—Me siento enfermo.
Aimee lo golpeó, jugando, en el estómago.
—Oh, basta de dramatismo, Fang. Tienes otro hermano. Deberías estar agradecido.
La manera en que ella lo golpeó lo dejó asombrado. Cualquier otro hubiera perdido el brazo. Pero su tono cariñoso logró calmar la rabia y la sensación de traición.
—¿Y si fuera yo quien te dijera eso?
—En caso de que no lo hayas notado, mi copa esta rebosando de hermanos. Pero tú… deberías estar contento de tener más familia.
Quizás.
—Sí, pero es Fury. La última criatura en la tierra con la que quisiera estar emparentado.
No soportaba a ese hijo de puta.
Aimee rió ante el tono que usó.
¬—Todos tenemos un Remi en la familia. Afróntalo, llorón.
El apelativo lo dejó con la boca abierta. Nadie se había atrevido a insultarlo, jamás. Ni siquiera Vane.
—¿Llorón?
Ella asintió.
—Si la chaqueta te queda…
Él se abalanzó a hacerle cosquillas.
Aimee chilló y trató de escapar, pero Fang la derribó en la cama y la sostuvo bajo él. Se retorció, juguetona, con sus ojos bailando divertidos, al devolverle cosquilla por cosquilla.
Fang quedó paralizado al comprender lo que estaba pasando. Estaba atrapado en el infierno y Aimee lo estaba haciendo reír…
Poniéndose serio, miró esos ojos celestiales que dejaban marcas en su corazón. Ese hoyuelo tentador que plagaba sus sueños. ¿Cómo podía hacerle sentir de esa manera? Su vida entera estaba hecha pedazos, sin embargo ella lo hacía reír. Le hacía olvidar que estaba atrapado en un reino con demonios que le torturaban a cada oportunidad. Olvidar que había vendido su alma para mantenerla a salvo.
¿Cómo era posible?
La mirada en el atractivo rostro de Fang hizo estremecer a Aimee. El cabello le caía sobre los ojos, mientras la observaba con una expresión abrasadora y mortífera a la vez.
¿En qué estaría pensando?
Entonces, lentamente, acercó sus labios hasta los de ella, que gimió al sentir su sabor, al tiempo que lo rodeaba con los brazos para acercarlo más. Cerró los ojos en cuanto inhaló la oscura esencia de su piel y dejó su lengua bailar con la de él.
Esto estaba tan mal. No tenía nada que hacer aquí. Con él. Aún así, no podía imaginar ningún otro lugar en el que quisiera estar más que aquí.
No es real.
Era un sueño. Sólo estaba allí en espíritu. ¿Eso contaba?
Tal vez.
A regañadientes se alejó.
—Debo irme Fang.
—Lo sé —le hociqueó el cuello, provocándole más escalofríos al hacerle cosquillas con la barba.
Esas palabras le rompieron el corazón. Seguía triste por su hermana y estaba perdido en este mundo de tinieblas, sin nadie en quien confiar.
—Toma —le dijo, quitándose el relicario que siempre llevaba y colgándoselo alrededor del cuello.
Fang frunció el ceño al ver el relicario con forma de corazón, grabado con enredaderas que se entrelazaban y arremolinaban en tormo a una calavera. No tenía nada de masculino. Debía estar horrorizado de tenerlo al cuello.
Pero no lo estaba.
Aimee puso su mano sobre la de Fang, que sujetaba el relicario.
—Estoy a sólo un grito de distancia, si me necesitas.
Te necesito ahora mismo…
Pero no pudo obligarse a decir esas palabras en voz alta. En su lugar, se acercó para sentir su aroma a lilas una vez más.
—Cuídate.
—Tú también.
Y con eso, desapareció. Casi fue suficiente para hacerlo llorar. Por lo menos su aroma permanecía en su piel, como un susurro fantasmal. Si tan sólo pudiera conservar también su calidez.
Suspirando, se sacó el colgante y lo abrió. En su interior guardaba la imagen de ella de cachorro, junto a dos hombres que nunca había visto antes. Tenían al pequeño oso negro entre sus brazos y sonreían orgullosos. Estos debían ser sus hermanos muertos y lo hicieron pensar en Anya. Sentía como un cuchillo se retorcía profundamente en sus entrañas.
El dolor seguía a flor de piel. Peor aún, nunca desaparecería. Echaría de menos a su hermana durante el resto de su vida.
Pasando un dedo sobre la imagen, descubrió un poema también guardado dentro.
Donde yo esté, siempre estaréis. Vuestra imagen vive en mi corazón.
Las palabras lo conmovieron, ahogándolo con un torrente de emociones que le nublaron los ojos. Parpadeando rápidamente, maldijo la sensación. Era un guerrero. Un lobo con L mayúscula. No era ninguna anciana que llora con los comerciales de Hallmark.
Sin embargo, una pequeña osa lo hacía sentir como nunca antes.
Como un ser humano.
Más concretamente, lo hacía sentir querido.
¿Qué estupidez era esa? Su hermano y su hermana siempre lo habían querido… Tal vez Vane no lo quisiera justo ahora, que no era de ninguna utilidad en el reino humano, pero Vane y Anya siempre habían sido su refugio. Ellos lo amaban y él los amaba a ellos.
Pero lo que sentía por Aimee…
No es correcto, lobo. No debería pensar siquiera en ella.
Donde yo esté, siempre estaréis. Vuestra imagen vive en mi corazón.
Era exactamente lo que sentía por ella.
Cerrando el relicario, lo besó suavemente y lo puso de regreso sobre su cuello. Sí, era lo suficientemente afeminado para hacerlo vomitar. Pero era de Aimee y ella obviamente lo atesoraba.
Así que él también lo haría hasta devolvérselo, cuando regresara a su mundo.
Ahora no podía dormir nada. Insomnio asegurado. Era la primera vez en meses que se sentía lo suficientemente a salvo como para hacer algo más que tomar siestas de combate, a la espera de ser atacado. Y si no alcanzaba con eso, además, tenía una erección infernal. Dolorosa y demandante.
Golpeándose la cabeza contra la cama, gruño. Sí, estoy en el infierno. Pero al menos no tenía hambre y no estaba peleando con los demonios. A eso agreguemos que estaba más fuerte.
Casi entero.
Pronto volvería a ser él mismo y al mundo al que pertenecía, y todo este tiempo quedaría atrás.
Eso esperaba.
—No hablas en serio sobre reclutar a ese lobo, ¿verdad?
Thorn no se molestó en volverse al oír la voz de Misery saliendo de entre las sombras tras él. Tomó a grandes tragos el vino de su enorme copa mientras seguía mirando fijamente hacia el fuego, que le recordaba tanto al hogar que nunca quiso reclamar.
—¿Hay alguna razón significativa por la cual vienes a fastidiarme?
Ella se situó detrás de su silla. Apoyando un brazo alrededor del respaldo e inclinando la cadera, bajo la mirada, perezosamente, hacia él.
—Quiero saber por qué enviaste a tus matones tras nosotros.
—Vosotros quebrantasteis la ley.
Misery lanzó un sonido de disgusto antes de acomodarse ella misma en el regazo de Thorn, que apenas pudo contenerse para no tirarla al suelo.
Acariciándolo en la mejilla con una de sus uñas, le sonrió, coqueta.
—No estás pensando seriamente en ir hacia allí, ¿verdad? Ven al lado oscuro conmigo, amor. Sabes que lo deseas.
Sí, lo quería. Sentía la atracción constantemente y su padre continuaba enviándole demonios, como Misery, para doblegarlo del todo.
Pero él se rehusaba.
Había hecho una promesa y por la pequeña parte de él que era decente, no sería tentado. Haciendo uso de sus poderes se transportó fuera de la silla para ir a colocarse de pie junto al fuego, dejando a Misery desparramada en el suelo.
—Vade retro, Misery. No estoy de humor para lidiar contigo.
Esta se puso de pie y anunció:
—Está bien. Pero piensa en esto… destripamos a tu anterior soldado instalado en Nueva Orleáns. Sólo espera a ver lo que tenemos planeado para tu lobo.
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