Enero, 2004
El Santuario, Nueva Orleáns
—Así que este es el infame Santuario…
Fang Kattalakis alzó la mirada desde donde estaba apagando su lisa Kawasaki Ninja para ver a Keegan mirando el edificio de ladrillo rojo de tres plantas mientras cruzaba la calle.
El cachorro apenas había alcanzado la pubertad, alrededor de los treinta en edad humana, pero ciertamente para su especie y en edad de los Were-Hunter, Keegan aparentaba dieciséis, lo que significaba que era tan excitable como un niño humano. Vestido de cuero negro para protegerse mientras montaba la motocicleta, Keggan casi dejó caer su moto en su entusiasmo por visitar el famoso santuario que pertenecía a una familia de Were-Osos.
Fang dejó escapar un largo suspiro exasperado cuando aseguró su casco a la parte trasera. Como castigo, a él y a su hermano Vane, se les había asignado la tarea de vigilar a Keegan y a su hermano gemelo Craig.
Diversión, oh diversión. Prefería que le extrajeran las entrañas por las fosas nasales, cuidar de cachorros nunca había sido de su agrado. Pero al menos no tenían a su líder Stefan con ellos en esta excursión. Eso habría terminado en un completo baño de sangre ya que Fang no tenía respeto o tolerancia por Stefan ni siquiera en su mejor día.
El rubio cachorro se aventuró a marcharse, pero Vane le cogió por el dorso del cuello.
Keegan se sometió instantáneamente, lo que reflejaba su edad e inexperiencia. Incluso cuando él había sido un cachorro, Fang nunca se había rendido sin luchar. No estaba en su naturaleza.
Vane soltó su agarre sobre el cuello del chico.
—No dejes la manada, cachorro. Espéranos.
Eso era por lo que iban en motos. Tenían a dos cachorros con ellos y dado que los “inexpertos” jóvenes no eran realmente buenos tele transportándose hasta más o menos los cuarenta o cincuenta años, y que sus poderes de cachorro tendían a hacer estragos incluso en el más fuerte cuando estaba siendo tele transportado por otro, el mundano medio de transporte humano era lo mejor.
Así que, allí estaban ellos.
Aburridos. Inquietos. Y con apariencia humana. Qué asquerosa combinación.
Más que nada, Fang estaba cansado.
Y como estaban adiestrando a los cachorros para ser sociables y mantener la apariencia humana durante la luz del día…
El Santuario parecía el mejor lugar y el más seguro para sacarlos fuera del campo. Sólo los más fuertes lobos katagaria podían permanecer en forma humana a la luz del día. Si los cachorros no podían aprenderlo para cuando alcanzaran los treinta y cinco, su líder ordenaría a la manada que los matara.
Era un mundo áspero en el que vivían y sólo el más fuerte de su especie sobrevivía. Si no podían luchar y mezclarse, estarían muertos de todos modos.
No había necesidad de gastar sus preciosos recursos en criaturas que no podían defender a la manada.
Vane echó un vistazo a Fang como si esperase que él le dijera algo a Keegan. Normalmente Fang habría hecho algún comentario jocoso al cachorro, pero estaba demasiado cansado para molestarse en ello.
—¿Qué os está llevando tanto tiempo? —Fury se detuvo al lado de Fang, irritado por el retraso.
No tan alto como Fang, Fury era delgado y arisco. Con ojos turquesa, Fury tenía agudas facciones y todo en él hacía que a Fang se le pusiera el pelo de punta. El largo pelo rubio estaba recogido en una apretada cola de caballo.
Deslizándose la mochila sobre un hombro, Fang le lanzó una burla con la que le decía lo que pensaba sobre el lobo… no del todo.
—Estoy guardando mi moto, gilipollas. ¿Quieres que te la guarde de modo que sepas que estará aquí cuando vuelva?
Las pupilas de Fury se entrecerraron.
—Me gustaría verte intentarlo.
Antes de que Fang pudiera lanzarse a él, Liam, el hermano mayor de Keegan, se metió entre ellos.
—Abajo, Lobos.
En forma real, Fang le enseñó los dientes a Fury quien le devolvió el gesto. Ante la insistencia de Liam, Fury se apartó pasando de él mientras los otros cruzaban la calle.
Él y Vane cerraron la retaguardia.
Fang señaló a Fury con un gesto de la barbilla.
—Realmente odio al bastardo.
—No lo mates todavía. Tiene su utilidad.
Quizás. Pero no la bastante para que Fang no se alegrara de poner a Fury en un lado de la pared. No es que tuviese una pared, pero si la tuviera, Fury sería una agradable y peluda decoración.
Fang volvió la atención a su hermano, quien era unos centímetros más bajo, igual de alto que Fury.
—Así que, ¿por qué estamos realmente aquí? Podríamos haber adiestrado a los cachorros en el campamento.
Vane se encogió de hombros.
—Markus quería que nos registráramos con los Osos. Ya que tenemos tantas hembras preñadas, quizás necesitemos la ayuda de su médico.
Sí, su hermana Anya y otra media docena de hembras darían a luz en cualquier minuto.
Markus… el indispuesto donante de esperma para ellos tres, había querido también perder a sus “hijos” de vista. Lo cual estaba bien para Fang. Él tampoco era aficionado al vejestorio. Ya debería haberle desafiado por el liderazgo, pero Vane y Anya seguían echándolo para atrás.
Dado que Vane era un Arcadiann oculto en medio de su manada Katagaria, lo último que necesitaban era que Fang fuese líder. Eso llevaría a incómodas preguntas tales como por qué Vane, el mayor de la camada de su compañera, que era el aparente heredero de su padre y uno que sabían que era más fuerte mágicamente que Fang, no era el que luchaba por el liderazgo. Pero Vane nunca podría hacerlo. Porque el dolor tendía a hacer que cambiaran a sus verdaderas formas base y no podían arriesgarse a que Vane se convirtiera en humano en una pelea.
Eso era por lo que Fang había permanecido en vela toda la noche. Inconsciente, Vane era humano y su manada mataría a su hermano si alguno de ellos sospechara siquiera la verdadera forma de Vane.
Bostezando, Fang alcanzó a la manada que había sido detenida en la puerta del Santuario por el portero del Club. Más voluminoso que los Lobos, el Oso tenía el largo pelo rubio rizado y llevaba una camiseta negra con el logo del Santuario parcialmente cubierta con una chaqueta negra de cuero para evitar que se enfriara.
Sus ojos azules los escudriñaron cuidadosamente.
—¿Clan?
Vane dio un paso adelante.
—Kattalakis Regis Lykos... Katagaria.
El Oso arqueó las cejas como si estuviese impresionado con su pedigrí. Regis significaba que su padre tenía un asiento en el Omegrión —el concilio que observaba y hacía las leyes que gobernaban a todos los Were-Hunters. Dado que allí sólo había veintitrés miembros (veinticuatro originalmente, pero una de las especies se había extinguido)… era impresionante ser uno de ellos.
—¿Alguno de vosotros lleva el apellido Kattalakis?
—Yo y mi hermano.
Vane señaló a Fang.
El Oso asintió cuando cruzó los brazos sobre el pecho y se colocó allí.
—Somos los Peltier. Yo soy Dev, uno de un montón de idénticos cuatrillizos así que no, no estarás viendo doble o triple en el interior, y permaneced atentos a uno como yo que viste completamente de negro, Remi es un irritable hijo de puta. Mi madre, Nicolette, es la Regis Ursulan Katagaria, así que no empieces ninguna mierda y no serás ninguna mierda. Una rápida regla a tener en cuenta. Nada de peleas, nada de golpes y nada de magia. Romped las reglas, os haremos pedacitos y os echaremos de aquí… estáis avisados —pasó una significativa mirada a los cachorros—. En resumen, ven en paz o márchate en pedazos. ¿Lo tenéis?
Fang levantó la mano para contestarle, pero Vane le cogió la muñeca antes de que pudiera hacerlo.
—Lo tenemos.
Siseando por el daño que Vane le había hecho, Fang se liberó del agarre de su hermano.
Vane lo fulminó con la mirada.
Mantén la boca cerrada y tus gestos para ti mismo, le proyectó mentalmente.
No acepto órdenes de Osos.
No, pero las aceptarás de mí. Compórtate, Fang o te patearé el culo hasta la Edad de Piedra.
Vane le agarró por la manga de la chaqueta y le arrastró al bar.
Fang le apartó. A menos que lo venciera con magia, Vane no era ni de cerca tan fuerte como él.
—No soy tu perra, chico.
Vane se volvió a él con una mirada que decía que estaba a un paso de darle su mejor golpe.
—Entonces hazlo por Anya. Quizás necesitemos que nos ayuden si ella tiene problemas con su camada.
Eso era un golpe bajo y la única cosa que Vane sabía con la que él no lucharía. Anya era de su sangre. Por ella, harían cualquier cosa.
—Bien. Sólo estoy irritable por la falta de sueño.
—¿Por qué no has dormido?
Estaba protegiéndote… Algunos de los lobos habían estado merodeando la pasada noche y Fang se había imaginado que tropezarían con la posición de Vane mientras dormía. Así que se había quedado haciendo guardia para asegurarse que la esencia y el olor de Vane no fueran descubiertos.
Pero él nunca le diría la verdad a su hermano. A Vane le avergonzaría el pensar que su hermano pequeño tenía que protegerle.
—No sé. Sólo no podía.
—Así que, ¿quién es ella?
Fang puso los ojos en blanco.
—¿Por qué asumes que es una hembra?
Vane alzó las manos.
—No sabía que fueras aficionado a los hombres. Anotaré eso dentro de mi carpeta especial para Fang.
Ignorándole, Fang echó un vistazo alrededor del infame y oscuro club que no estaba demasiado atestado por la tarde. Unos pocos humanos ocupaban las mesas, más jugaban al billar o a los videojuegos en la parte de atrás. Ante el escenario se situaba una vacía sala de baile con el nombre Howlers grabado en azul oscuro y blanco sobre la pared del fondo.
Craig y Keegan juntaron tres mesas en una esquina para acomodarlos a los diez. Algunos de los humanos los miraron nerviosamente, lo que Fang encontró gracioso, especialmente la mujer que puso su bolso en el regazo cuando pasaron junto a ellos. Como si un Lobo necesitara dinero.
Pero claro, parecían un manojo de buscapleitos. Vestidos con trajes de cuero de motoristas, cada uno de ellos estaba listo para luchar si tenían que hacerlo.
El único de ellos que parecía remotamente inofensivo era Vane, quien llevaba pantalones vaqueros con una chaqueta de cuero marrón y una oscura camiseta roja. Había que decir, que él tenía el pelo más largo de todos ellos. Pero estaba recogido en una cola de caballo y con un impecable afeitado, estaba pasable. El resto de ellos llevaba una barba de varios días y parecían las fieras bestias que eran en realidad.
Fang tiró su mochila en el suelo y tomó asiento para estirar sus largas piernas. Apoyándose contra la pared, se ajustó sus gafas de sol y cerró los ojos para echar una rápida siesta, mientras se lanzaban mierda entre ellos. Si pudiera tener sólo diez minutos ininterrumpidos para sentarse y no pensar en nada, sería un Lobo nuevo....
—Acaba de llegar una manada de lobos.
Con un nudo deslizándose en su estómago, Aimee Peltier echó un vistazo sobre el libro de contabilidad en el que apuntaba las nuevas entradas. Su madre, Nicolette Peltier, se congeló ante la seca declaración de Dev.
Encontró la mirada perpleja de Aimee mientras se levantaba desde detrás del gran escritorio marrón.
—¿Cuántos?
—Parecen ser ocho Slayers y dos cachorros en entrenamiento.
Maman arqueó una rubia ceja. Aunque se acercaba a los ochocientos años, parecía no ser mayor que una humana de cuarenta años. Vestida con un traje azul ejecutivo y con su pelo rubio en un apretado moño, se veía remilgada y apropiada, a diferencia de Aimee, que estaba vestida con una camiseta y unos vaqueros, llevando su largo pelo suelto.
—¿Slayers o Strati?
Los Strati eran los guerreros Katagaria más feroces del grupo y, por lo general, se enfadaban con rapidez. Los cachorros, debido a los cambios hormonales que eran aún peores que en los humanos, eran aún más feroces. Pero, por lo general, carecían del poder y la fuerza para respaldar sus egos. Los Slayers por otra parte, eran asesinos indiscriminados que mataban a todo el que se cruzara en su camino. Los Arcadianns aplicaban este último término a cualquier soldado Katagaria como una justificación de por qué era necesario matarlos.
Si este grupo de lobos eran realmente Slayers, su presencia en el bar era como un barril de dinamita que reposa sobre un fogón en un furioso incendio.
Dev se rascó detrás del cuello.
—Ellos son técnicamente Strati, pero estos son casos excepcionales. No les llevaría mucho hacerse Slayers.
Aimee se levantó.
—Iré a ver que quieren.
Dev bloqueó su salida.
—Cherise ya les tomó nota.
Ella se horrorizó por su imprudencia.
—¿Confiaste en un humano para que los atendiera?
¿Estaba loco?
Dev parecía imperturbable ante su propia estupidez.
—Cherise es demasiado apacible y dulce. Dudo incluso que un verdadero Slayer pudiera hacerle algo. Además, sé cómo te sientes con los lobos y pensé en ahorrarte el tener que tratar con ellos. No necesitamos más problemas aquí por un tiempo.
Era verdad. Sus encuentros con los lobos nunca habían ido bien. Ella no podía explicarlo, pero compartía la aversión de su madre a los de esa clase. Los lobos eran violentos y asquerosos. Arrogantes al extremo. Sobre todo, afectaban a su sensibilidad “osera”.
Nicolette se levantó.
—Aimee, ve y vigílalos. Asegúrate de que no causen ningún problema mientras están aquí. No quiero otro espectáculo. Si intentan algo, aunque sólo sea respirar de forma incorrecta, los echas fuera.
Ella inclinó la cabeza a su madre.
Dev se hizo a un lado para dejarla pasar.
—Si necesitas una mano, estaré allí con ayuda más rápido de lo que puedas decir “mancha de lobo”.
Aimee se contuvo de susurrar un insulto a su sobre protector hermano. Él la conocía bien. Pero había momentos en los que se sentía completamente asfixiada por su familia.
Aún así, ella los amaba. Con defectos y todo.
Dándole una palmadita en el brazo, caminó por el pasillo hacia la cocina donde la gente, inconscientemente, se mezclaba con el personal Were-Hunter. Ellos pensaban que esto era un bar y un restaurante normal. Si supieran la verdad…
Cogió su delantal y lo ató a la cintura antes de agarrar su bandeja.
—¿Dónde has estado?
Hizo una pausa en la barra donde se encontraba su hermano Remi. Idéntico a Dev, no era ninguna sorpresa ya que eran dos de los cuatrillizos que Maman había dado a luz, él había heredado toda la cólera ruda de sus otros tres hermanos combinados.
Además de que apenas la toleraba.
—Con Maman, ordenando la comida y la bebida. Nada que sea de tu interés.
Remi bordeó la mesa de acero inoxidable industrial para meterse en su espacio personal de una forma que la hizo querer darle un fuerte rodillazo en su orgullo de hombre.
—Sí, pues hay una manada de lobos.
—Dev ya me lo dijo.
—Entonces saca tu culo de aquí y vigílalos.
Ella se burló de él.
—Buena actitud, Rem. Realmente, deberías pensar en poner una demanda al idiota que te la vendió.
Él se lanzó contra ella.
Aimee le apartó con su bandeja y le empujó de nuevo.
—No, hermano. No estoy de humor.
Él le dio un empujón por la espalda.
—¡Remi!
Él se congeló cuando su padre entró en la cocina. Con más de dos metros de altura y bien musculoso, Papá Oso era una visión aterradora, incluso para los hijos que sabían que nunca les haría daño. Su largo cabello rubio estaba sujeto en una cola de caballo que se parecía a la de Remi. De hecho, se veía muy similar a Remi y Dev, ante cualquiera que no lo conociera bien podría pasar como un hermano mayor.
—Deja a tu hermana en paz. Ahora, ve a lavar los platos hasta que te enfríes.
Remi lo miró airadamente.
—Ella me provocó.
Papá suspiró.
—Todo el mundo te provoca, mon fils. Ahora ve y haz lo que te he dicho.
Aimee le ofreció a su padre una reconciliadora sonrisa.
—Es sólo un leve desacuerdo, papá. Remi tiene esa necesidad de respirar, dentro y fuera, que me molesta. Si sólo dejara de respirar, estaría bien.
Su padre le lanzó una mirada triste.
—Nunca me digas eso, Chere. Ya he enterrado suficientes hijos y hermanos. Ahora discúlpate ante Remi.
Completamente arrepentida, Aimee se acercó a su hermano. Su padre tenía razón, ella no quería que le sucediera nada a nadie de su familia. Incluso, tan arisco como era Remi, ella todavía lo amaba más que a nada y lo protegería con su vida.
—Lo siento.
—Así debe ser.
Aimee gruñó ante su personalidad hostil. ¿Por qué tenía que pelear con todos? Ella miró airadamente a su padre.
—Sabes, es una pena que los osos Katagaria no se coman a sus crías, especialmente a los más molestos.
Queriendo poner distancia entre ellos, salió por la puerta, hacia el área de la barra donde la camarera humana, Cherise Gautier, llenaba unas bebidas. Menuda y rubia, Cherise tenía la inclinación más amable que cualquier otra persona con la que Aimee se hubiera encontrado en sus trescientos años de vida. Las criaturas como ella eran raras y Aimee deseaba ser más como ella.
Lamentablemente, había demasiado de Remi en ella, por esa razón no podía soportar a su hermano la mayoría de los días. Eran dos guisantes en una vaina que juntos la hacían explotar.
—Oye, Aimee —dijo Cherise con una brillante sonrisa que enseguida la animó—. ¿Estás bien, nena? Pareces irritada.
—Estoy bien.
Cherise le dirigió una fija mirada cuando cubrió su mano y le dio un apretón de apoyo.
—¿Otra vez peleando con tu hermano?
A veces podría jurar que la humana tenía poderes sobrenaturales.
—¿No lo hacemos siempre?
Imperturbable, Cherise puso los vasos sobre su bandeja.
—Bien, para eso está la familia. Pero sabes que si alguien te amenazara, Remi tendría su trasero para la cena y tú harías lo mismo por él. Ese chico te ama más que a su vida. Nunca olvides eso.
Cherise comenzó a recoger la bandeja.
—Yo lo haré.
Aimee se colocó frente a ella.
Cherise frunció el ceño.
--¿Estás segura?
—Absolutamente. Además, este es tu momento de descanso.
Con una expresión escéptica, Cherise se alejó.
—Vale, entonces. Estaré sólo a un grito por si se llena de repente. Esto es para la mesa treinta.
Aimee levantó la bandeja del mostrador y maldijo lo pesadas que eran las ocho cervezas y las tazas de helado Coke. Era algo bueno que ella se lo hubiera cogido a la humana. Tan diminuta y frágil como era Cherise, habría tenido problemas para llevarlo. Pero lo cierto es que la humana nunca pronunciaría una sola queja. Cherise nunca decía nada malo de nada o nadie.
Aimee se dirigió cuidadosamente desde la barra hasta las mesas en las que los lobos se habían sentado. Cuando dobló la esquina, soltó un aliento estrangulado.
Por supuesto que parecían la escoria del reino animal. Brutos, desaliñados y usando cuero. Sólo esperaba que los dos jóvenes no trataran de subirse a los muebles o a las piernas de algún humano.
Aunque cuando los vio más de cerca, pudo notar que el del pelo largo era muy guapo. Su cabello oscuro estaba compuesto por una multitud de colores. Rojo, caoba, marrón, negro, incluso algunos rubios. Era tan asombroso como sus ojos oscuros.
El único de ellos realmente notable era el que llevaba una chaqueta de motorista negra, que estaba inclinado en su silla con sus increíblemente largas piernas estiradas en frente de él. Su negra camiseta se estiraba sobre su apretado estómago que parecía roca dura y plana. Con el pelo corto oscuro y una evidente actitud desagradable, era difícil que pasara desapercibido. Sus duros rasgos estaban cubiertos con una barba incipiente de varios días y sus ojos estaban completamente ocultos detrás de un par de gafas de sol oscuras.
Había algo en él que gritaba poder. Algo letal. Mortal. Crudo. El animal en ella podía apreciar cómo era capaz de impresionar al mismo tiempo que parecía estar totalmente a gusto. Esto también puso en alerta sus instintos, haciéndola extremadamente cautelosa con ese grupo.
Sí, un lobo que daba a la palabra Slayer todo un nuevo significado. Miró por la habitación para localizar a sus aliados. Sus hermanos Zar y Quinn estaban en la barra del bar. Colt, otro oso que vivía con ellos, estaba bebiendo enfrente de ellos. El camarero, Wren, quien era un Tigre, estaba situado en la esquina y limpiaba unas mesas mientras su mascota, el mono Marvin, metía la cabeza en el bolsillo del delantal de Wren.
Ella estaba rodeada por si era necesario.
Saliendo de su “enroscada” aura, cerró la distancia entre ellos.
Tan pronto como la vieron acercarse, los lobos se pusieron de pie. . . excepto el que parecía el peor de todos. Continuó recostado con sus brazos cruzados sobre su pecho.
—¡Fang!
El de pelo largo y oscuro le dio una patada en las piernas.
Fang lanzó una maldición tan sucia, que realmente la hizo ruborizarse. Tuvo al que ladró su nombre en sus manos antes de que pareciese darse cuenta de lo que había hecho.
—¿Vane?
—Sí, idiota, suéltame.
El lobo alto y rubio más cercano a Fang bajó la cabeza amenazadoramente.
—¿Estabas dormido?
Fang liberó a Vane y se dirigió al que había hablado con una burla que demostraba que no sólo odiaba al otro lobo sino que pensaba que era un idiota.
—¿Yo era lobo o humano?
—Humano.
—Entonces no estaba dormido ¿verdad, Scooby?
Ella arrugó su frente ante el insulto. A los lobos no les gustaba ser comparados con perros y menos si se refería a un perro de una historieta conocido por sus payasadas y su falta de ingenio en la pelea.
El hecho de que el lobo rubio no saltase sobre él corroboraba la ferocidad de Fang como nada más podría hacerlo.
Fang se levantó y se subió las gafas de sol como si tratara de ser respetuoso con la presencia de Aimee, algo que le pareció incongruente y aún así... Estos lobos no eran para nada como ella se esperaba.
Y sus ojos…
Eran de un hermoso color marrón con un toque de hierro en ellos. Sin embargo, era el dolor y la inteligencia que mostraban lo que le llegaba a ella. Un dolor que parecía ilimitado.
Bostezando, Fang se rascó el espeso bigote de su rostro.
—Aunque no fue por falta de intentarlo.
El cachorro de lobo se acercó a ella.
—Déjame ayudarte con eso.
—Lo tengo —dijo suavemente, sorprendida por lo bien educados que estaban estos lobos.
Los que ella había conocido en el pasado habían estado en los más bajos peldaños de la escala evolutiva.
Tan pronto como bajó la bandeja, todos cogieron sus bebidas sin esperar a que las repartiera.
Vane tomó su trapo y secó la bandeja antes de devolvérsela.
Aimee le sonrió.
—Gracias.
Fue realmente desconcertante ver que los lobos parecían tener modales. No estaba segura de cómo tratar con ellos.
Cuando comenzó alejarse, el que se llamaba Fang la detuvo con un gentil toque.
—Se te cayó esto.
Él se inclinó a recoger su libreta, que debió habérsele caído del bolsillo de su delantal.
Cuando se levantó, se dio cuenta de lo grande que era. No fornido como los osos a los que ella estaba acostumbrada, él era más delgado.
Y era duro. Sólido como el acero.
—Gracias.
Fang no podía hablar mientras miraba los ojos de color azul más claro que había visto nunca. Estaban en el rostro de un ángel rubio. Uno al que se le marcaba un hoyuelo en la mejilla derecha cuando hablaba. Su piel era tan suave que parecía de terciopelo y, por alguna razón que no podía comprender, quería pasar el dorso de sus dedos contra su mejilla para ver si era tan suave como parecía.
Y su olor. . . era a lila y lavanda. Normalmente, el olor de otra especie es repugnante a los sentidos aumentados del lobo. Pero no el suyo. Ella olía cálida y dulce. Tan dulce, que hacía todo lo posible por no frotar su cara contra su cuello para oler más de ella. Cuando su mano le rozó, su cuerpo estalló con el calor.
Sin una palabra, se metió la libreta en el bolsillo y se dio la vuelta.
Fang tuvo que controlarse para no ir detrás de ella.
Vane le entregó su cerveza, desviando su atención. Al volver a mirar, ella ya se había ido.
—¿Estás bien?
Fang asintió ante la pregunta de Vane.
—Sólo cansado.
En el momento en que empezó a sentarse, la osa regresó. Todos ellos se volvieron a levantar. Los lobos protegían a sus mujeres con más fuerza que cualquier otro Were-Hunter.
Leales y mortales, se les enseñaba desde su nacimiento a mostrar respeto a las mujeres, independientemente de las especies. El hecho de que esta osa estaba relacionada con los dueños de la barra la hizo aún más respetada.
La osa sacó su libreta de nuevo.
—Mi nombre es Aimee. Me olvidé de tomar vuestro pedido.
Aime... era un hermoso nombre, suave y perfecto para ella. Aunque él no lo dijera en voz alta, sabía que su lengua lo paladearía cual fino whisky.
—Carne —dijo Vane—. Tan cruda como sea posible.
Ella lo anotó.
—Imagino que todos querréis lo mismo.
Liam se acomodó en la silla.
—Sí, por favor.
Aimee asintió y contuvo la risa ante la petición más habitual de la clientela katagaria. A todos los animales les gustaba la carne que apenas era calentada por los humanos en la cocina, los cuales no podían entender por qué tenían tantas órdenes parecidas.
—Muy bien, dos docenas de especialidades de la casa. ¿Alguno quiere vivir peligrosamente y probar la verdura?
—¿Acaso te parecemos conejos?
Vane golpeó en el hombro al rubio sentado a su derecha.
—Ya basta, Fury.
El lobo le miró molesto, pero se frenó. Como lobos, todos ellos estaban con el alfa, incluso aunque les mortificara, lo harían. Por supuesto, también luchaban a muerte por su manada. Pero no importaba lo mucho que lucharan entre sí, al final del día siempre estaban unidos en contra de cualquier persona ajena. Era lo que los hacía tan peligrosos. Los lobos nunca luchaban solos. Luchaban como una manada. Rabiosos. Fríos. Letales. Y juntos podían matar a casi todo lo que viviera. . . o incluso a los que no.
—¿Tienes algo dulce?
Aimee centró su atención en Fang ante su pedido poco común.
A los osos les gustan los dulces, pero a los lobos generalmente les gustaba la carne.
—¿Te gustan los dulces?
—A mí no. Es para nuestra hermana. Está preñada y tiene antojo de dulces.
Esta vez su sonrisa se filtró en forma de calor a través de ella.
—¿Y quieres llevarle algunos?
Él asintió.
Qué mono podía ser. Ella se congeló ante la puñalada de dolor que sintió ante un pensamiento que le vino a la mente. Incluso a pesar de que inmediatamente los cortaba. Siempre hacía lo posible por no pensar en Bastien y Gilbert. Aún así, estaban en sus pensamientos muchas veces al día.
—Hecho. Voy a pedir en un par de carnes y postres para ella.
—Muchas gracias.
Por alguna razón que no podía explicar, Aimee quería seguir ahí y hablar con el lobo. Si ninguna otra razón que escuchar el timbre profundo de su voz cuando hablaba. Tenía un ligero acento como si hubiera vivido en Inglaterra en algún momento de su vida. Era realmente seductor...
¿Qué está mal en mí? Odio a los lobos.
Eran rudos. Incómodos. Malolientes y siempre en busca de problemas.
Sin embargo, había algo sobre esto que no le convencía.
El hecho de que pensara de su hermana.
Por lo menos tenía corazón. Eso sólo lo puso millas por delante de los demás de su especie.
Cuando se fue de nuevo, no pudo resistir el mirar hacia atrás. Ahora se daba golpes con Fury mientras Vane los separaba como un padre con dos hijos pequeños.
Aimee sacudió la cabeza.
Eso le confirmó el por qué no podía fiarse de los lobos. Algo sobre los colmillos, siempre eran mordaces y directos con todos y cada uno de los suficientemente tontos que se acercaban a ellos.
Cuando se dirigía a la cocina con los pedidos en la mano, un grupo bullicioso que bajaba las escaleras se detuvo. Se maldijo por dentro al verlos.
Chacales.
Dos mujeres y cuatro hombres. Debían de haberse tele transportado al piso superior que estaba reservado para ese tipo de actividad, se trataba de una zona a salvo de los seres humanos para que nunca sospecharan lo que realmente era el Santuario. Para ellos era sólo un club.
Para los Were-Hunter, era terreno neutral donde no podían ser atacados.
Y si había algo que ella odiaba más que a los lobos, era a sus primos caninos, los chacales. Si ser un chacal no era bastante malo ya, estos eran también Centinelas Arcadianns y por la mirada que tenían estaban a la caza de alguien.
Suspirando pesadamente, miró hacia los lobos Katagaria, preguntándose cómo iban a reaccionar ante la presencia de los Chacales Arcadianns.
Lo último que necesitaba era que estallara una lucha feroz entre un clan de centinelas y una manada de Strati. Especialmente Strati con jóvenes que proteger. Lo que les hacía incluso más fueros y violentos de lo normal.
Volvió de nuevo a la barra, pero su camino fue interrumpido cuando uno de los chacales se tele transportó delante de ella. Él la miró de arriba abajo con una mueca de asco.
Aimee estrechó su mirada en él.
—No puedes usar tu magia aquí. Hay demasiados humanos que podrían verte.
Él sonrió.
—No acepto órdenes de animales. Ahora dime dónde está Constantine o vamos a derribar este bar.
Aimee se negó a ser intimidada por nadie.
—Estamos protegidos por las leyes del Omegrión, que estás obligado a seguir. Todos son bienvenidos, incluso las criaturas más pútridas y a ninguno se le puede sacar a la fuerza.
Él la agarró del brazo.
—Busca a Constantine, o voy a hacerme unas botas con tu piel, osa.
Aimee se soltó de su agarre.
—No me toques, o enviaré tus pelotas contra la pared por encima de tu cabeza.
Los chacales la rodearon.
—No tenemos tiempo para esto. Está aquí. Podemos olerlo.
Aimee lo miró con una mueca burlona.
—Alguien tiene que sacar la cabeza fuera de su trasero y dejar de oler su propia ropa interior porque el único chacal que hay aquí, eres tú, amigo.
—¿Hay algún problema?
Por una vez, agradecía escuchar el profundo gruñido de Dev.
Aimee miró más allá del hombro del líder para ver a Dev con Colt, Remi, y Wren.
Papá estaba viniendo hacia ellos.
—Sí. Y creo que es el momento de que nuestros amigos encuentren la salida.
Dev fue alcanzado por el líder que le enganchó tan rápido, que apenas lo vio pasar. Con un fluido movimiento, tiró a Dev sobre su espalda al suelo. Dev quedó atrapado y se congeló cuando el chacal sostuvo su Teaser lista.
No era por el dolor de un posible golpe por lo que se inmovilizó. Una descarga y perderían el control de sus formas humanas durante horas. En realidad, cualquier golpe de electricidad los tendría destellando de humano a animal una y otra vez.
Algo que era difícil de explicar a la clientela humana que tendía a ponerse un poco histérica si llegaba a verlo.
Aimee echó un vistazo al número de humanos que había en la habitación. Tenían que arreglar la situación lo más pacíficamente posible. Y rápido. El líder la miró y ella asintió con la cabeza. De repente, un hombre la agarró por detrás y le colocó un cuchillo en la garganta. La mirada del líder brilló como el hielo.
—Ahora dadnos a Constantine o tendré su cabeza.
Aimee contempló asustada a Dev, que sabía lo que había hecho. No podían darles lo que no tenían. Iba a ponerse sangriento y de ella iba a ser la sangre que derramaran primero.
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