9 de Mayo de 9531 A.C.
Estaba sola en mi cuarto cuando Maia abrió la puerta.
—¿Acheron está enfermo?
Dejé la pluma y la miré ceñuda.
—No le he visto en todo el día. ¿Por qué lo preguntas?
Se rascó la nariz y me miró completamente perpleja.
—Fui a buscarle para que amasáramos juntos pero parecía que no se encontraba bien. Dijo que le dolía la cabeza y estuvo poco amable conmigo. Acheron siempre es amable conmigo. Cuando volví llevándole un poco de vino, su cuarto estaba vacío. ¿Debería preocuparme?
—No, akribos. —dije fingiendo una sonrisa que no sentía—. Corre a la cocina. Yo le buscaré.
—Gracias, Princesa. —Me devolvió la sonrisa antes de salir brincando.
Preocupada yo misma por él, abrí las puertas que daban al patio. Acheron había pasado mucho tiempo fuera con la hierba y las flores. Pero no estaba allí.
La siguiente parada fue el huerto. Tampoco allí le encontré.
Después de una rápida búsqueda por toda la casa, empecé a preocuparme de verdad. Nunca se iba tan lejos solo. Y era muy extraño que rehuyera a Maia.
Un pánico irrazonable me invadía cuando salí de casa para buscar por los alrededores.
¿Dónde podría estar?
Si se tratara de Styxx, seguro que le encontraba tonteando con alguna doncella en la intimidad de su cuarto. Pero sabía que Acheron nunca haría algo así.
De repente se me hizo la luz.
El mar…
No había estado en el mar desde el invierno pero no podía pensar en otro lugar donde buscar. Era el único sitio donde podría estar. Susurrando una rápida plegaria a los dioses para que tuviera razón, bajé caminando hacia la playa y las rocas donde él solía sentarse.
Tampoco estaba allí.
Pero mientras trepaba, le vi yaciendo de espaldas en la arena con las olas pasándole por encima. Me quedé sin aliento. Parecía que no se movía en absoluto.
Empapado hasta los huesos, yacía en la playa con los ojos cerrados.
Corrí aterrorizada y me dejé caer a su lado. Pude ver lo pálida que estaba su hermosa cara antes de llegar hasta él.
—¡Acheron! —grité con los ojos llenos de lágrimas de miedo. Estaba aterrorizada de que estuviese muerto.
Para mi inmediato alivio, abrió los ojos y me miró. Pero no se movió.
—¿Qué haces? —le pregunté hincándome de rodillas a su lado. Mi vestido estaba empapado y completamente echado a perder, pero no me importaba. Mi vanidad no importaba en absoluto. Sólo importaba mi hermano.
Apretó los ojos y dijo en tono tan bajo que casi no podía oír con el ruido de las olas.
—El dolor no es tan fuerte si me tumbo aquí.
—¿Qué dolor?
Me cogió la mano. La suya temblaba tanto que en respuesta mi miedo se multiplicó por diez.
—Las voces de mi cabeza. Siempre son atroces el día de hoy, todos los años.
—No lo entiendo.
—Me dicen una y otra vez que es el aniversario de mi nacimiento y que debería ir con ellos. Pero Apollymi me grita que me esconda y no les escuche. Cuanto más alto grita ella, más gritan lo otros. Es insoportable. Sólo quiero que se vayan. Me estoy volviendo loco, ¿verdad?
Apreté su mano, le retiré el pelo húmedo de la frente y me di cuenta de que no se había afeitado. La barba de todo un día ensombrecía sus mejillas y su barbilla, algo que nunca permitía. Acheron siempre estaba impecablemente aseado y vestido.
—Hoy no es el aniversario de tu nacimiento. Naciste en junio.
—Ya lo sé, pero siguen gritando. Me caí intentando llegar a las rocas y descubrí que en el mar las voces se atenúan.
Nada de esto tenía sentido.
—¿Cómo es eso?
—No lo sé. Pero es así.
Una ola rompió en la playa, cubriéndole totalmente. No se movió aunque que a mí me zarandeó de un lado a otro. Me enderecé y le miré mientras escupía agua. Aun así no hizo intención de salir del mar.
—Vas a coger frío tirado ahí.
—No me importa. Prefiero ponerme malo a oírles gritar tan fuerte.
Desesperada por calmarle, me senté detrás en el suelo con las piernas cruzadas y puse su cabeza en mi regazo.
—¿Mejor?
Asintió entrelazando sus dedos con los míos y puso mi mano sobre su corazón, sujetándome allí. Por el firme apretón, sabía que la cabeza seguía doliéndole inmisericorde.
No hablamos durante horas, yaciendo allí con mi mano en su pecho. Se me durmieron las piernas, pero no me importaba. Estuvimos tanto tiempo fuera, que Petra vino a ver como estaba. Estaba tan confundida como yo por la explicación de Acheron pero, obediente, nos dejó solos y nos trajo vino y algo de comer.
A Acheron le dolía tanto que no podía comer, aunque pude hacer que mordisqueara un poco de pan.
Al anochecer, las voces se aquietaron lo suficiente como para que pudiera levantarse. Se tambaleaba.
—¿Estás bien? —le pregunté preocupada.
—Un poco mareado por las voces. Pero ahora no son tan fuertes. —me echó un brazo por los hombros y juntos emprendimos el camino de vuelta a su cuarto.
Hice que Petra le preparara un baño caliente y le cubrí con una toalla. Todavía estaba pálido, sus rasgos tensos.
Maia llegó corriendo con dos vasos de leche tibia.
—Me tenías preocupada, Acheron. — le regañó.
—Lo siento, chiquita. No quería preocuparte.
—¿Te encuentras mejor?
Asintió.
—Maia, —dijo Petra desde la puerta. —ven aquí y deja que Acheron se bañe en paz.
—He puesto azúcar en la leche —le confió Maia antes de obedecer a su madre.
—Espero que te sientas mejor pronto.
Encantada por sus atenciones, la seguí.
—Ryssa.
Me paré en la puerta y miré a Acheron que todavía estaba envuelto en la toalla.
—¿Sí?
—Gracias por preocuparte por mí y por quedarte conmigo. Ve a secarte antes de que cojas frío.
—Sí, señor. —dije sonriéndole.
Salí cerrando la puerta y me dirigí a mi cuarto. Las puertas estaban todavía abiertas así que las cerré. Al cerrarlas, pasó algo de lo más extraño.
Oí un vago susurro en el viento.
Apostolos.
Ceñuda, miré a mí alrededor pero no había nadie. ¿De dónde demonios venía esa voz? Y más aún, no conocía a nadie que se llamara Apostolos.
Sacudí la cabeza para aclarármela.
—Ahora oigo voces, como Acheron.
Era extraño como para estar segura.
Pero incluso al dejarlo de lado, había una parte de mí que seguía preguntándose. Y sobre todo, me preguntaba si esto no podría ser una nueva amenaza para mi hermano.
Sólo el tiempo lo diría.
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