23 de Agosto, 9529 AC
El día había amanecido con la más despreciable de las reuniones. Se me había informado que mi padre y sus senadores habían decidido intentar aplacar al dios Apolo con un sacrificio humano.
Yo.
Aunque la Guerra había estallado entre Grecia y Atlántida, los reyes griegos habían estado pensando en alguna manera de evitarla. Pero los Apolitas que gobernaban la Atlántida nos odiaban y estaban decididos a hacer de Grecia nada más que otra provincia atlante.
Temiendo ser esclavos de la tecnología superior de los Atlantes, las capitales griegas habían luchado con cada cosa que teníamos.
Desafortunadamente, no pareció ser bastante. Apolo favorecía a los Atlantes y a los Apolitas que había creado y que compartían la Atlántida con ellos. Hasta el punto de que siempre que lucharan a la luz del día, eran invencibles.
Los Reyes griegos estaban acabados. Así que las sacerdotisas y los oráculos se habían reunido para ver que, cualquier cosa, que pudiera devolver el favor de Apolo a las personas que originalmente lo habían venerado.
—El dios sólo puede ser distraído y tentado por la más hermosa de todas las princesas —había proclamado ante todos el oráculo de Delphi.
Algunos lunáticos me habían nombrado entonces a mí como dicha princesa.
A esos hombres, podría matarlos.
—Por favor, padre —le rogué, yendo tras él y Styxx. Se dirigían hacia la sala del Senado y no tenían tiempo para mí. No es que eso fuera inusual.
—Suficiente, Ryssa —dijo con severidad—. La decisión está tomada. Serás la ofrenda para Apolo. Le necesitamos de nuestro lado si vamos a ganar esta guerra contra los Atlantes. Tanto como continúe favoreciéndolos y ayudándolos a ellos, nunca tendremos una oportunidad. Si eres su amante, se volverá más amable hacia nuestra gente y quizás se incline a nuestra causa.
Me golpeó en la cara el que fuera a ser cambiada y vendida sin más como…
Me quedé de piedra cuando pensé en Acheron. Finalmente entendía como se sentía.
Entendía que era no tener ni voz ni voto en lo que se hiciera con mi cuerpo.
Era un sentimiento terriblemente enfermizo. No me extrañaba que me echase de su habitación. En mi inocencia había actuado de manera bastante santurrona sobre algo que no entendía.
Sin embargo, no estaba de acuerdo con ellos. Decidida, seguí a Padre y Styxx de regreso por el corredor.
Cuando nos aproximamos al vestíbulo principal, el sonido de un pequeño grupo de senadores charlando en el atrio me detuvo en seco.
—Es igual a Styxx.
Mi padre y Styxx también se detuvieron cuando lo oyeron.
—¿Qué dices? —preguntó otra voz.
—Es cierto —dijo el primer senador—. No podrían parecerse más a no ser que hubieran nacido gemelos. La única diferencia es el color de sus ojos.
—Sus ojos son extraños —interrumpió un tercer senador—. Podría decirse que es el hijo de algún dios, pero no dice de cual.
—¿Y es tan hábil como dices?
—Sí —dijo el segundo—. Te lo dije, Krontes, tienes que visitarle. Imaginarse que es Styxx me ha ayudado inmensamente a tratar con el real gilipollas. Pasa una hora con Acheron de rodillas y la próxima vez que veas a Styxx, tendrás una perspectiva completamente nueva.
Ellos se rieron.
Sentí la sangre drenándose de mi rostro cuando Padre y Styxx se volvieron con roja furia.
—Deberías haber estado anoche en nuestro banquete —dijo el primer hombre—. Lo vestimos con túnicas reales y lo paseamos igual que una ramera caliente.
Me sentí repentinamente enferma.
Padre se dirigió directo hacia el grupo, llamando a los guardias para que los arrestaran por difamar a Styxx de tal manera.
Styxx difamado.
Una histérica risa surgió de mi interior mientras me doblaba de dolor. Que Zeus prohibiera que Styxx fuera insultado. No importaba que fuese Acheron quien estaba siendo degradado y obligado a servirles.
Acheron nunca importaba.
Al menos no a nadie excepto a mí.
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