jueves, 12 de enero de 2012

A parte 32

10 de Diciembre, 9529 A.C.

Después de ese día, nunca hablé otra vez del hecho de que sabía que Acheron continuaba escapándose del palacio para ir a las representaciones. Muchos días lo seguí solo para asegurarme que nadie lo molestaba. Que nadie sabía lo que estaba haciendo.
Se mantenía en las sombras, su identidad cuidadosamente guardada. Su cabeza siempre hacia abajo, su mirada en el suelo cuando pasaba a través de la confiada muchedumbre.
Acheron arriesgaba mucho para irse. Ambos lo sabíamos. Una vez le pregunté por qué se atrevía a tanto y él simplemente me contestó que eso era todo lo que lo confortaba.
Le gustaba ver a los participantes en los juegos. Le gustaba imaginarse que él era uno de ellos. ¿Cómo podía culparlo por eso cuando había disfrutado tan poco de su vida?
Con mi unión con Apolo acercándose críticamente, pasé más y más tiempo en los aposentos de Acheron. Sólo él no veía el evento como algún mágico momento que yo debería estar esperando con gozo y entusiasmo.
Él lo veía por el horror que era.
Yo también estaba siendo prostituída. Sólo que mi padre veía mi prostitución como noble y maravillosa.
—¿Dolerá mucho cuando él me tome? —pregunté a Acheron cuando se sentó en su balcón que miraba más abajo hacia el mar.
Yo estaba en el suelo mientras Acheron se sentaba en la barandilla como hacía siempre. Él se balanceaba precariamente sobre el borde de ésta cual gota que cae al rugiente mar.
Me aterraban las alturas, pero él parecía ignorante ante el peligro.
—Depende de Apolo y su humor. Siempre depende de tus amantes y cuanta fuerza usarán. Cuanto placer tomen causándote dolor.
Eso no me aliviaba desde que no podía controlas el humor de nadie.
—¿Fue dolorosa tu primera vez?
Él asintió sutilmente, sus ojos oscurecidos.
—Al menos no tendrás una audiencia cuando te viole.
—¿Tú sí?
Él no respondió, pero tampoco es que fuera a hacerlo. Su expresión me decía que sí.
Mi corazón se dolió por él y el horror que debía haber conocido, bajé la mirada hacia el cordón que estaba enrollando en mis manos.
—¿Crees que Apolo me lastimará?
—No lo sé, Ryssa —su tono mostraba su impaciencia. Él siempre odiaba hablar sobre el coito. De hecho, odiaba hablar, todo el tiempo.
Pero yo tenía que saber lo que vendría y no había nadie que hablara conmigo de tales cosas. Encontré su remolineante mirada.
—¿Cuánto dolor puede ser?
Él apartó la mirada, bajándola hacia el mar.
—Intenta no pensar en eso. Sólo cierra los ojos e imagina que eres un pájaro. Imagina que vives arriba entre las nubes y que no hay nada que pueda alcanzarte. Eres libre de volar a donde quieras ir.
—¿Es lo que haces?
—Algunas veces.
—¿Y las otras?
Él no respondió.
Así que nos sentamos allí en silencio, escuchando a las olas romper abajo contra las rocas. Por primera vez, finalmente entendía algo de su dolor. Su humillación. Yo no quería formar parte de mi futuro y aún así no tenía elección.
Mientras escuchaba las olas, recordé el tiempo que habíamos pasado a solas cuando él era un niño. De las horas que solía pasar sobre las rocas, escuchando el mar y las voces que lo llamaban.
—¿Todavía oyes las voces de los dioses, Acheron?
Él asintió.
—¿Las oyes ahora?
—Sí.
Hacía años, él me había contado que eran los dioses llamándolo. Diciéndole que viniese a casa.
—¿Piensas hacer lo que te dicen?
Él sacudió la cabeza.
—Jamás quiero regresar a la Atlántida. Odio estar allí.
Eso podía entenderlo y hacía que me preguntara cuanto más debería él odiar estar aquí. La pena siempre lo seguía y no era culpa suya. Cuan doloroso no ser capaz de mostrar tu propia cara por temor a que las personas te asalten. Fuese a donde fuese, todo el mundo quería acercarse a él con una desesperación que no tenía sentido para mí.
Incluso yo lo deseaba. Sólo estaba agradecida de que él no pudiera sentir esos impuros pensamientos que venían a mí en los peores momentos posibles.
Pero al contrario que otras personas en mi vida, yo nunca actué sobre ellos. Él era mi hermano y yo sólo quería protegerlo. Al contrario que el resto de mi familia, él veía mi yo real y me quería a pesar de mis fallos. Justamente igual a como lo amaba yo a pesar de los suyos.
—¿Irás conmigo mañana al templo? —pregunté en voz baja.
Él se quedó perplejo por la pregunta.
—Por favor, Acheron. Estoy tan asustada de lo que están planeando. No quiero ser la querida de un dios. Nunca he sido tocada por un hombre. Nunca he sido besada. No creo tener el valor para esto.
—No es difícil, Ryssa. Sólo miente y actúa como si te gustara.
—¿Y si no me gusta?
—Finge que sí te gusta. Él estará tan concentrado en su propio placer que nunca advertirá siquiera si estás sonriendo o llorando. Sólo dile lo hábil que es y lo bien que se siente. Eso es todo lo que importa.
Me incorporé desde mi lugar en el suelo y cogí su mano en la mía. Me quedé mirando fijamente la fuerza de sus curtidos tendones. Había pasado por mucho. Sinceramente, no tenía derecho a quejarme o lamentarme de mi destino. Nadie había estado allí para consolarle a través de los terrores de su vida.
Pero yo no era tan fuerte como Acheron. No podía hacer esto sola. Quería… no, necesitaba que alguien estuviera allí. Alguien en quien confiara que me dijera la verdad y viese el mañana por el horror que era.
—Por favor, ven conmigo.
Todavía había reserva en sus ojos. No quería hacerlo, pero asintió de todas maneras.
Agradecida, le besé la mano y la apreté en la mía. Solo él entendía mis temores. Sabía lo que era ser vendido contra su voluntad.
En esto éramos almas gemelas.

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