14 de Septiembre, 9528 A.C.
Acheron se sentó en la baranda de su balcón, bebiendo. Estaba desconcertado por como Artemisa había logrado hacerle sentir tan sucio y como a pesar de que los días pasaban se sentía cada vez más como lo que su tío le había hecho sentir.
—¿Hermano?
Él inclinó su cabeza hacia atrás para ver a Ryssa aproximándose.
—¿Sí?
—Siento molestarte, pero estoy demasiado dolorida por el bebé. ¿Podrías por favor hacer esa cosa que me haces para que me sienta mejor?
Él bufó ante las palabras que podrían tan fácilmente ser malinterpretadas. Gracias a los dioses su padre no lo había oído.
—Eso se llama masaje.
—¿Puedes hacerlo?
—Claro. —Como en todo lo demás, él había sido bien instruido sobre cada músculo del cuerpo humano y le habían adiestrado en cómo relajarles y complacer. Deslizándose de la baranda, hizo que ella se sentara en el suelo y se reclinase hacia adelante de modo que él pudiera aliviar la tensión en su espalda.
—Mmm —exhaló ella—. Esto es la cosa más mágica que haces.
En realidad no. Él estaba sencillamente contento por poder usarlo en alguien que no se iba a dar media vuelta y comenzar a follarle por esto.
—Estás realmente tensa.
—No puedo conseguir estar cómoda. Me duele por todas partes.
—Entonces sólo respira. Te quitaré los nudos y te sentirás mucho mejor. —Él descendió hasta el punto de presión y clavó su uña.
Ryssa soltó un gemido satisfecho.
—¿Cómo puedes hacer esto?
—Muchísima práctica. —Y muchísimas palizas cada vez que lo había hecho mal.
—Te juro que deberíamos hacer tus manos en bronce.
La mayoría de las personas se sentían de esa manera, pero por muchos otros motivos.
Ella le echó un vistazo por encima del hombro.
—¿Piensas quedarte escondido hasta que te vuelva a crecer el pelo?
Acheron hizo una pausa cuando el dolor le atravesó ante el recordatorio. El único momento en que él tenía pelo era siempre que Artemisa aparecía, aún cuando ésta era la causante de esto ella odiaba la visión de él así. En el momento en que lo abandonaba, su pelo volvía a su estado real.
—No tengo ninguna razón para marcharme. Y punto.
—Pensé que disfrutabas yendo a los juegos. A pesar de eso no has estado en mucho tiempo.
Ni siquiera estos podían aliviar el dolor que él sentía dentro. La traición. En todo caso, ver los juegos lo volvía aún más sombrío.
—Prefiero quedarme solo en mi cuarto, Ryssa.
Ella abrió su boca para hablar, pero sus palabras murieron ocultas por un grito agudo de dolor.
—¿Ryssa?
—Es el bebé... ¡ya viene!
El corazón de Acheron palpitó con fuerza mientras se alzaba para ponerse de pie, luego la recogió en sus brazos. La llevó al cuarto de ella antes salir a localizar a sus criadas para que pudieran llamar a las comadronas y a su padre.
—Acheron —le llamó cuando él comenzaba a retirarse—. Por favor, no me abandones. Estoy asustada. Sé que puedes hacer que mi dolor sea menor. Por favor...
—Padre me golpeará si me quedo.
Ella gritó cuando otra contracción la agarró.
Incapaz de dejarla así, él fue hasta la cama y comenzó a masajearla otra vez.
—Respira, Ryssa —dijo en tono tranquilo, aplicando una presión en sentido contrario al lugar donde estaba tensa.
—¿Qué es esto?
Él se encogió ante el gruñido en la voz de su padre. Ryssa se giró para mirarlo.
—Padre, por favor. Acheron puede aliviarme el dolor.
Su padre lo apartó de un empujón.
—¡Sal de aquí!
Acheron no dijo nada mientras obedecía. Él se cruzó con Styxx y una fila de senadores en el corredor que entraban para atestiguar la culminación de la unión entre su hermana y Apolo. Varios de ellos se burlaron de él e hicieron comentarios en voz baja. Un par incluso le hicieron proposiciones.
Les ignoró y continuó hacia su cuarto. Luego cerró con llave las puertas para asegurarse que nadie lo siguiera dentro.
Deseando haber podido ayudar a su hermana, se sentó en su cuarto y escuchó sus chillidos, sollozos y gritos que continuaron durante horas. Dioses, si esto era un parto era un milagro que alguna mujer lo soportara.
¿Por qué lo hacían?
¿Y aun habiendo soportado algo tan horrorosamente doloroso, cómo podría una madre rechazar al mismo niño por el que había luchado tan arduamente, y por el que había sufrido tanto tiempo, hasta parirle?
Se esforzó en recordar el rostro de su madre. Todo lo que realmente podía recordar era la mirada de odio en sus ojos azules. «Eres repulsivo». Cada vez que se había acercado a ella lo había abofeteado apartándole.
Pero no todas las madres eran de esa manera. Él las había visto en el mercado y en las gradas durante los juegos. Las madres abrazaban a sus niños con amor, como con la que él se había tropezado en el templo de Artemisa. Su bebé había significado todo para ella.
Acheron se pasó el dorso de sus dedos contra su propia mejilla. Cerrando los ojos, fingió que esta era la suave caricia de una madre, que una mujer lo estaba tocando tan dulcemente. Entonces se burló de su propia estupidez. ¿Quién necesitaba ternura? Todo lo que tenía que hacer era pasar cerca de cualquier ser humano y tendría todas las caricias que quisiera.
Pero ellos nunca amaban y nunca venían sin condiciones y un precio.
—¡Es un chico! —El grito de su padre fue amortiguado por las paredes y seguido de un grito enorme que resonó.
Acheron sonrió, feliz por su hermana. Ella le había dado a Apolo un hijo. A diferencia de su madre, ella sería honrada por su labor.
Las horas pasaron mientras esperaba hasta asegurarse de que todos la habían dejado.
Acheron se dirigió a su cuarto, pero fue bloqueado por los guardias de fuera.
—Nos dijeron que te mantuviéramos alejado. De ninguna manera tienes permitido ver a la princesa.
Cuán estúpido por su parte pensar de otra manera. Sin una palabra, Acheron regresó a su cuarto. Sin nada más que hacer, se acostó.
—¿Acheron?
Él se despertó de golpe ante la llamada susurrada. Abriendo los ojos, se encontró a Ryssa de rodillas a su lado.
—¿Qué haces aquí?
—Oí que ellos no te dejaban entrar, así que esperé hasta que fui libre de venir a ti. —Ella sostenía un pequeño bulto para que él lo inspeccionara. —Te presento a mi hijo, Apollodorus.
Una sonrisa curvó los labios de él cuando vio a la diminuta criatura. Él tenía un abundante pelo negro y ojos profundamente azules.
—Es hermoso.
Ryssa le devolvió la sonrisa antes de que le pusiera al bebé en sus manos.
—No puedo, Ryssa. Podría hacerle daño.
—No vas a hacerle daño, Acheron. —Ella le mostró como sostenerle la cabeza.
Asombrado, Acheron no podía creer el amor que él sintió dentro de si se hiciera aún más grande.
Ryssa sonrió.
—Le gustas. Él ha estado quejándose toda la noche con las niñeras y conmigo, pero mira que tranquilo está contigo.
Era cierto. El bebé dio un minúsculo suspiro y luego se durmió. Acheron se rió cuando le examinó los dedos diminutos que ni siquiera parecían reales.
—¿Tú estás bien?
—Dolorida y muy cansada. Pero no podía dormirme hasta verte. Te quiero, Acheron.
—Yo también te quiero. —A regañadientes, le ofreció a Apollodorus—. Mejor te vas antes de que te pillen. Padre se pondría sumamente enfadado con ambos.
Asintiendo, ella tomó al bebé y se marchó.
No obstante el olor del bebé se quedó con él, como lo hizo la imagen de la inocencia. Era difícil de creer que él hubiera sido tan pequeño alguna vez y aún más difícil de creer que hubiera sobrevivido dada la animosidad que su familia albergaba hacia él.
Mientras intentaba volver a dormirse se preguntó lo que sería tener una mujer que sostuviera a un niño suyo con tal amor y orgullo. Imaginar la cara de una mujer tan alegre porque había dado a luz una parte de él...
Pero nunca pasaría. Los galenos de su tío se habían encargado de eso. Su pene se sacudió ante el recuerdo de su cirugía.
Es para mejor.
Tan imperfecto como era para el resto del mundo que lo aborrecía, no podía imaginarse nada peor que ver a su niño despreciarlo. Hacer que su propio niño le negara.
Por supuesto, si él tuviera uno, jamás le daría motivo para odiarlo. Él lo abrazaría y lo amaría pasara lo que pasara.
Duérmete, Acheron. Simplemente olvídate de todo.
Cerrando los ojos, soltó un aliento cansado y trató de dormir otra vez.
—¿Qué haces?
Él abrió los ojos para encontrarse a Artemisa en su cama, a su lado.
—Intentaba dormir.
—Ah... ¿Te has enterado de lo de nuestro sobrino?
—lo hice. Ryssa acaba de estar aquí con él.
Ella arrugó la cara.
—¿No encuentras a los bebés sucios y repugnantes?
—No. Pensé que era hermoso.
—¿Y quién no? —se burló ella—. Yo pienso que son malolientes y quejicas. Nunca están contentos. Siempre exigiendo. ¡Puaf!, no puedo imaginar pasar por todo eso para tener algo tan asqueroso pegado a mí.
Acheron puso los ojos en blanco cuando imaginó todas las pobres criaturas que fueron dadas a Artemisa. Obviamente ella dedicó a su cuidado a alguien mucho más maternal.
—Creo que los griegos deberían haberse enterado de esto sobre ti antes de que te declararan diosa del parto.
—Bueno, eso es porque ayudé a mi madre a dar a luz a Apolo. Eso fue diferente. —Ella estiró la mano hacia abajo para ahuecarle suavemente en su mano—. ¿Qué tengo aquí?
—Si no lo sabes ya, Artie, ninguna cantidad de explicación va a ayudarte.
Ella se rió desde lo profundo de su garganta mientras su polla se endurecía aún más.
—Yo esperaba encontrarte todavía despierto.
Acheron no hizo ningún comentario cuando ella bajó su cabeza para tomarlo en su boca. Él miró hacia arriba, al techo, mientras ella le pasaba la lengua. Probablemente sería más agradable si él no tuviera que asegurarse de mantenerse bajo control. Pero sabía que no debía correrse con ella de ese modo. A ella le gustaba su sabor, pero no le gustaba cuando él se liberaba en cualquier sitio que no fuera en su interior.
Incluso entonces ella sólo lo toleraba.
Él se sacudió cuando ésta lo pellizcó lo bastante fuerte como para hacerle daño. Ella curvó sus dedos en el pelo alrededor de su polla. Suspirando, Acheron lamentaba no poder volver al principio de su relación. De vuelta a cuando esto había significado entonces mucho más que solamente chupársela.
Ella le dio una lamida larga antes de retirarse. Él esperaba que regresara a sus labios. En cambio ella hundió los dientes en la parte superior de su muslo a apenas cinco centímetros de su saco.
Chillando de dolor, tuvo que contenerse para no apartarla y hacerse incluso más daño.
El dolor rápidamente pasó a ser una onda de placer extremo. Pero ella no le permitió correrse todavía.
—Te quiero profundamente dentro de mí, Acheron.
Haciéndola rodar sobre su estómago, él apoyó las caderas de ella en alto sobre las almohadas y complació su petición. Agarró las caderas en sus manos y se sepultó profundamente en su interior. Empujó contra ella hasta que ésta tuvo los suficientes orgasmos como para pedirle que parara. Poniéndose boca arriba, ella se rió satisfecha.
Artemisa suspiró saciada hasta que se dio cuenta de que él aún estaba duro.
—¿Por qué no terminaste?
Acheron se encogió de hombros.
—Lo hiciste tú.
—Pero tú no.
—Viviré.
Ella soltó un sonido de disgusto.
—¿Acheron? ¿Qué te pasa últimamente?
Acheron apretó los dientes, sabiendo que era mejor no contestar a su pregunta. Ella no quería oír nada a parte de lo maravillosa que era.
—No quiero pelear, Artemisa. ¿Qué importa? Tú quedaste satisfecha, ¿no?
—Sí.
—Entonces todo está bien en el mundo.
Ella se apoyó sobre uno de sus brazos alzándose para mirarle fijamente mientras él descansaba a su lado.
—Realmente no te entiendo.
—En realidad no soy complicado. —Todo lo que él pedía eran las dos cosas que ella no podía darle.
Amor y respeto.
Ella arrastró una uña larga alrededor del cuello de él.
—¿Dónde está mi anillo, el que te di?
Acheron se estremeció ante el recuerdo de ser obligado a tragarlo.
—Se perdió.
—¿Cómo pudiste ser tan insensible?
¿Insensible, él? Al menos no la había arrojado su regalo a la cara y luego la había golpeado por ello.
—¿Dónde están las perlas te di?
El rostro de ella se volvió rojo.
—Bien. Te conseguiré otro.
—No lo hagas. No necesito ninguno.
Sus ojos se oscurecieron furiosamente.
—¿Estás rechazando mi regalo?
Como si él fuera a aceptar alguna vez otro regalo así de ella. Ya había tenido suficiente maltrato.
—No rechazo nada. Sólo que no quiero arriesgarme a avergonzarte. Considerando todo que ha pasado, realmente no creo que sea juicioso que yo tenga algo que es tan claramente suyo.
—Ese es un buen argumento. —Le sonrió—. Tú me eres leal de siempre, ¿verdad?
—Sí.
Ella le besó la mejilla.
—Haría mejor en irme ahora. Buenas noches.
Después de que ella se fue, Acheron rodó sobre su espalda. Cerrando los ojos, permitió que sus pensamientos vagaran. En su mente él imaginó a una mujer con ojos amables. Una que agarrara su mano en público, que estuviera orgullosa de estar con él.
Imaginó como podría oler su pelo, como sus ojos se iluminarían cada vez ella le mirara. Las sonrisas que compartirían. Entonces la imaginó besándole un sendero hacia abajo por su cuerpo, la imaginó alzando sus ojos hacia él mientras ella descendía por él.
Con su respiración irregular, se empujó contra su mano, fingiendo que era ella la que le hacía el amor.
—Te amo, Acheron... —Podía oír su voz tan dulce y serena... sobre todo, sería sincera.
Él jadeó cuando el semen caliente cubrió su mano y se filtró entre sus dedos y no dentro de una mujer que lo amaba.
Estremeciéndose y sólo parcialmente saciado, abrió los ojos a la brutal realidad de su vida.
Él estaba solo.
Y ninguna mujer, mortal o cualquier otra cosa, lo reclamaría gustosamente jamás.
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