23 de Junio, 9527 A.C.
Acheron se sentaba sobre la barandilla de su balcón en la oscuridad, completamente borracho, mientras observaba el elaborado vestuario de los invitados que llegaban para la fiesta de cumpleaños abajo, en el palacio. Apretaba la espalda contra el edificio, mientras que las piernas se extendían ante él en un precario equilibrio. No estaba seguro de cuánto había bebido hasta el momento.
Desafortunadamente, no era lo suficiente para matarlo. Pero si tenía suerte, quizás todavía podría caerse a las rocas desde donde estaba encaramado, a unos trescientos metros más abajo y moriría allí horrorosamente.
Eso jodería definitivamente la fiesta de cumpleaños de su hermano gemelo. Por primera vez en semanas, se rió ante el pensamiento de Styxx cayendo fulminado frente a los nobles y dignatarios congregados.
Les estaría bien empleado.
—También es mi cumpleaños —gritó sabiendo que nadie podía oírle. Incluso si pudieran, no les importaría.
Acheron volvió la cabeza y se encogió cuando el dolor le atravesó. Odiaba el hecho de sólo Artemisa pudiera provocarle tanta angustia. Se había protegido tan cuidadosamente a sí mismo de la crueldad de los demás. Pero Artemisa, le hería a un nivel que nadie más conseguía.
Y al igual que todo el mundo, no le importaba cuanto le lastimaba.
Y otra vez, debería estar agradecido. Al menos este año no estaba celebrando el aniversario de su nacimiento en prisión…
O en un burdel.
Siempre solo. Incluso cuando estaba entre una muchedumbre, rodeado por gente, estaba solo.
Verdaderamente, estaba cansado de esto. Nadie le quería. La única razón por la que su mal llamada familia se preocupaba de si vivía o moría era por que si él moría, su amado Styxx moriría también.
—Ya he tenido bastante.
Aunque sólo tenía veintiún años, estaba tan cansado como un anciano. Había vivido más que sus años y no quería más dolor. Ni más soledad.
Era hora de acabar con esto.
Las voces que oía en la cabeza gritaban ahora con más fuerza. Le llamaban a casa…
Acheron se puso de pie sobre la barandilla. Los vientos se alzaban desde abajo, por encima de él, moviendo su cabello mientras bajaba la mirada hacia el mar oscuro. Tiró la copa y observó cómo caía dando tumbos hacia abajo, desvaneciéndose de su vista.
Un paso.
Sin dolor.
Todo terminaría.
—Es la hora —tomó aliento. Esta vez no había nadie allí para detenerle. Ninguna Ryssa que tirara de él hacia atrás. Ningún padre que le atara y se lo impidiera. Ningún Estes que llamara al médico.
Libertad.
Cerrando los ojos, se dejó ir y dio un paso adelante.
Miedo y alivio le estremecieron mientras se precipitaba a través de un aire sin peso. En un momento conseguiría la paz tan largamente buscada.
De repente, algo duro le golpeó el estómago. Acheron jadeó de dolor. Abrió los ojos por reflejo.
En vez de caer se estaba elevando, alejándose del mar. El sonido de las olas rompiendo contra las rocas fue reemplazado por el fuerte batir de alas gigantes. Se volvió y vio a una demonio sujetándole. Justo como el oráculo había predicho.
—¡Suéltame! —gritó intentando liberarse.
No le soltó. No hasta que le devolvió al balcón donde había estado.
Acheron se tambaleó hacia atrás mientras ella se encaramaba en la barandilla y le observaba de cerca. Tenía un pelo negro y largo que le caía sobre la piel blanca y roja y de aspecto marmórea. Los ojos brillaban en la oscuridad, los iris blancos rodeados de un vívido rojo. Al igual que el cabello, las alas y los cuernos eran negros.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó con la voz cargada de veneno.
—Akri debería ser más cuidadoso —susurró ella amablemente —Si Xiamara hubiese llegado un momento después, habrías muerto.
—Quería morir.
Ella inclinó la cabeza en un gesto que le recordaba a un pájaro.
—Pero ¿Por qué, Akri? —Miró por encima del hombro hacia la gente que todavía llegaba.
—Vienen tantos a celebrar tu cumpleaños humano.
—No vienen por mí.
Xiamara frunció el ceño.
—Pero eres el príncipe. El Heredero.
Se rió con amargura. - Soy el heredero de la mierda y el príncipe de la nada.
—No. Tú eres Apostolos, hijo de Apollymi. Reverenciado por todos.
—Yo soy Acheron, hijo de nadie. Reverenciado sólo dentro de los límites de un dormitorio.
Ella bajó lentamente hacia él. Sus alas se plegaron sobre su ágil cuerpo.
—No recuerdas tu nacimiento. Lo comprendo. He sido enviada aquí por tu madre con un regalo para ti.
Estaba intentando seguir sus palabras, pero tenía la mente demasiado embotada por la bebida. La demonio estaba loca. Debía de haberle confundido con otro.
—Mi madre está muerta.
—La reina humana, sí. Pero tu verdadera madre, la diosa Apollymi, está viva y te envía todo su amor. Yo soy su más fiel servidora, Xiamara, y estoy aquí para protegerte como la he protegido a ella.
Acheron negó con la cabeza. Estaba borracho. Alucinando. Quizás ya estaba muerto.
—Aléjate de mí.
La demonio no lo hizo. Antes de que pudiera escapar, le colocó un pequeño orbe sobre el corazón.
Acheron gritó cuando el dolor le atravesó. Nunca en toda su vida había sentido nada parecido y dadas las torturas a la que le habían sometido, era mucho decir. Era como si un fuego ponzoñoso corriera por sus venas, desgarrando todo su cuerpo.
Desde el centro de su pecho donde estaba el orbe, su piel cambió de leonada a un azul marmóreo…
Y cuando el dolor y el color se desplegaron, imágenes y voces gritaban, perforándole los oídos. Los olores asaltaron su nariz. Incluso la ropa quemaba contra su piel. Cayó al suelo y se encogió en una bola mientras cada sentido que poseía era asaltado.
—Eres el dios Apostolos. Heraldo e hijo de Apollymi la Destructora. Tu voluntad es la voluntad del universo. Eres el destino final de todo…
Acheron continuó negando con la cabeza. No. Esto no podía ser.
—No soy nada. No soy nada.
La demonio levantó la cabeza.
—¿Por qué no estás contento? Ahora eres un dios.
La furia le atravesó con fuerza al agarrar a la demonio. No entendía sus poderes ni nada de lo que le estaba pasando, pero todos los años de su vida, todas las degradaciones y horrores le atravesaron. Dejó que todo ello pasara de su mente a la de ella.
La demonio gritó mientras apartaba la cabeza de golpe.
—¡Ni! Se suponía que esto no te pasaría a ti, Akri. Eso no…
La agarró y la obligó a mantener su mirada.
—Fue lo suficientemente malo cuando creían que era el hijo humano de un dios. ¿Puedes imaginarte lo que me harán ahora? ¡Quítame estos poderes!
—No puedo. Son tu derecho de nacimiento.
Acheron cayó hacia atrás, golpeándose la cabeza contra el suelo de piedra
—¡No! —gritó— ¡No! No quiero esto. Sólo quiero que me dejéis en paz.
Xiamara intentó abrazarle.
Acheron la empujó.
—No quiero nada de ti. Ya me has hecho bastante daño.
—Akri…
—¡Sal de mi vista!
Sus ojos brillaron vacilantes
—Tus deseos son los míos —El orbe que sujetaba contra él apareció como un colgante al cuello—. Si me necesitas, Akri, llámame y vendré.
Acheron apretó la palma de la mano contra el cráneo que le dolía y le latía con nuevas voces y sensaciones. Se sentía como si se estuviera volviendo loco, y quizás lo estuviera. Quizás la crueldad había destrozado su salud mental al final.
Oyó que el demonio se marchaba mientras voces desconocidas susurraban y gritaban en su mente. Era como si pudiera oír al mundo entero a la vez. Conocía cada pensamiento, cada deseo, cada miedo.
Tenía la respiración entrecortada, quería encontrar una salida a todo esto. Tironeó del colgante, pero no se rompió. En vez de eso, brilló en la palma de su mano.
Llorando, quiso volver a saltar. Desafortunadamente, no podía ni sostenerse en pie. Estaba tan mareado... tan enfermo...
Y ahora, ¿qué le habían hecho?
Apollymi paseaba de arriba abajo por el pequeño patio en Kalosis, esperando a que Xiamara volviera.
—¿Dónde está la matera de la Simi?
Se volvió ligeramente para mirar a la hija más pequeña de Xiamara que estaba en la puerta. Se llamaba como su madre, Xiamara y Simi, palabra Caronte que significaba “niñita”, tenía casi trescientos años pero no parecía mayor que una niña humana de cuatro años. Al contrario que los humanos y los dioses, los demonios Caronte tardaban mucho en madurar.
Apollymi se arrodilló y abrió los brazos a Simi.
—Todavía no ha vuelto, corazón. Pero no tardará.
Simi hizo un puchero antes de correr hacia ella y enlazar los brazos alrededor del cuello de Apollymi. Se metió en la boca el pequeño pulgar y enterró profundamente la otra mano en el pelo de Apollymi.
Apollymi cerró los ojos mientras abrazaba a la pequeña demonio. ¡Cómo deseaba haber podido abrazar así a su propio hijo! Sólo una vez. En vez de eso, se contentaba prodigando su amor sobre la simi de Xiamara mientras esperaba que su hijo creciera lo suficiente para liberarla.
Simi apoyó la cabeza en el hombro de Apollymi mientras Apollymi le cantaba.
—¿Por qué Akra está triste?
—No estoy triste, Simi. Estoy ansiosa.
—¿Ansiosa es como cuando Simi come demasiado y le duele el estómago?
Apollymi sonrió y le dio un beso en la cabeza.
Apollymi sonrió y le dio un beso en la cabeza.
—No exactamente. Es cuando no puedes esperar que pase algo.
—Oooooh como cuando Simi tiene hambre y está esperando que su matera la alimente.
—Algo así.
Apollymi sintió un movimiento en el aire. Miró a las sombras y vio la figura del cuerpo de Xiamara. Durante todo un minuto, no pudo moverse mientras esperaba que su mejor amiga se acercara.
Pero Xiamara vacilaba y eso hizo que se le parara el corazón.
—¿Qué pasa?
Xiamara extendió las manos hacia Simi que fue agradecida hacia su madre. La demonio abrazó a su hija mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.
Apollymi sintió que sus propios ojos se empañaban y el miedo la atenazaba.
—¿Xi? Cuéntame.
Cerró los ojos apretadamente mientras seguía meciendo a su hija.
—No sé cómo decírtelo, Akra.
Cuanto más vacilaba, Apollymi se sentía más embargada por la preocupación.
—¿No está bien? Todavía estoy prisionera aquí, así que sé que está vivo.
—Está vivo.
—¿No... no me quiere?
Xiamara movió la cabeza y dejó a Simi en el suelo.
—Ve a buscar a tu hermana, Simi. Necesito hablar con Akra a solas.
Chupándose el pulgar, Simi se fue brincando.
Cuando Xiamara la miró a la cara, Apollymi sintió que la sangre abandonaba sus mejillas.
—¿Qué no me estás contando?
Xiamara se sorbió las lágrimas antes de poner una mano sobre el hombro de Apollymi y transferirle las imágenes que Apostolos le había dado. La incredulidad y el horror sacudieron a Apollymi al ver lo que le habían hecho a su niño.
Esas emociones dieron paso a una furia tan profunda que todo lo que pudo hacer fue gritar. El sonido de su grito hizo eco por todo el Palacio de los Muertos hasta Katoteros, donde vivía el resto de los dioses.
Toda actividad cesó cuando los otros dioses atlantes oyeron el sonido de la pena más pura.
Uno por uno, se volvieron para enfrentar a Archon cuyos rasgos habían palidecido.
—¿Está libre? —preguntó Epithymia, la diosa del deseo.
Archon negó con la cabeza.
—Ya estaría aquí si se hubiera liberado. No. Ha pasado algo. Por ahora, estamos a salvo. —Al menos, esperaba que lo estuvieran.
Apollymi se alejó de Xiamara mientras las imágenes, una tras otra, se grababan en su mente. Lo que los humanos le habían hecho a su hijo...
—Los mataré a todos —gruñó entre los dientes apretados—. Todo el que le haya puesto la mano encima morirá entre llamas, rogándome clemencia y no la habrá para ninguno. ¡Para ninguno! —Miró a Xiamara—. Y Archon conocerá el peso de toda mi ira. Ya no queda nada para él en mi interior.
Xiamara envolvió sus alas negras alrededor de su cuerpo.
—Pero Apostolos se niega a aceptar lo que es suyo. Me ha rechazado.
—Aún así, ve con él, Xi. Consuélale y ayúdale a comprender lo que tiene que hacer. Dile que, cuando venga a mí todo se arreglará.
—Lo intentaré, Akra.
Acheron yacía en la oscuridad de su cuarto, intentado respirar mientras se estremecía por el dolor de sus abrumados sentidos. De repente, oyó en su cabeza una voz suave y gentil que ahogó todo lo demás. Realmente, era el sonido más hermoso que había oído nunca.
Su respiración se suavizó y el dolor se alivió.
—Estoy contigo, Apostolos.
—¿Quién eres?
—Ésta es la voz de tu madre.
Miró la oscuridad con ojos entornados y vio a la demonio de rodillas a su lado. Se alejó de ella, enrollándose sobre sí mismo como una pelota. —No tengo madre. Me abandonó cuando nací.
—No, Akri. —dijo la demonio suavemente— Yo fui la que te alejó de los brazos de tu madre mientras ella lloraba de miedo por ti. Tu madre, Apollymi, te escondió en el reino de los humanos para protegerte de los dioses que te querían muerto. Te lo juro por mi vida. Ninguna de las dos queríamos que te hicieran daño. Se suponía que te criarían como a un príncipe. Te mimarían. Te amarían. Nada de esto debería haber sucedido.
Parecía imposible de creer.
—No lo entiendo. ¿Por qué me querían muerto los dioses?
—Fue profetizado que tú serías el fin de los dioses Atlantes. Pero tienes que entender cuánto te quiere tu madre. Arriesgó su vida y desafió a los otros dioses para salvarte y mantenerte oculto hasta que fueras lo suficientemente mayor para utilizar tus poderes y desafiarles. Incluso ahora, ella sigue prisionera, esperando que vayas a buscarla. A liberarla Apostolos y ella, devolverá el bien por cada mal que te ha sido hecho.
—¿Cómo?
—Destruirá a todos y cada uno de los que te han lastimado. —La demonio le acarició el cabello como si fuera la madre que le había descrito.
—Eres el niño más amado de todos cuanto hayan nacido. Cada día me he sentado junto a tu madre mientras ella lloraba tu pérdida y se dolía por no tenerte con ella. Ven conmigo a casa, Apostolos. Ven a conocer a tu madre.
Quería hacerlo. Pero...
—¿Cómo sé que puedo fiarme de ti?
—¿Y por qué te mentiría?
Todos mienten, especialmente a él.
—Por un buen montón de razones.
Xiamara. Ya vienen. Déjale, rápido.
La demonio retrocedió desde la cama.
—Los dioses no pueden encontrarme contigo o sabrán quién eres y dónde estás. Escucha la voz de tu madre, yo volveré tan pronto como pueda. Mantente oculto, ¡oh preciado! —Se desvaneció instantáneamente.
Acheron yacía solo, escuchando las voces que se enredaban en su interior. Oyó risas y lágrimas, maldiciones y gritos.
Hasta que la voz de su madre le calmó otra vez. Enfocó solamente sobre ese tono y cerró los ojos mientras el tono se llevaba las otras voces que hacían que le latiera la cabeza.
¿Le había dicho la verdad la demonio? ¿Se atrevería a creer por un sólo momento que era el amado hijo de alguien?
Seguramente era absurdo.
Envolvió con la mano el colgante y lo estudió. Era una piedra de alguna clase, de apariencia lechosa e iridiscente. Y entonces miró la palma de su mano donde había sido grabada la marca de esclavitud.
Había desaparecido sin dejar rastro. ¿Cómo podía ser?
Soy un dios que ha sido un esclavo...
No un esclavo cualquiera. El más bajo de todos.
Acheron se cubrió los ojos con la mano mientras le aplastaba la vergüenza. Y mientras yacía allí, las imágenes desfilaban ante él... Vio el pasado, el presente y el futuro a través de las experiencias de la gente. Podía oír sus esperanzas y sus temores. Podía oír la misma esencia del universo.
Por primera vez, veía a los que lo tenían peor que él. A los que lo tenían mejor. Los gritos de las madres que habían perdido a sus hijos. Los niños que no tenían padres. Los mendigos y los reyes...
Ahora entendía lo que Artemisa había querido decir cuando le dijo que ella no prestaba atención al mundo de los humanos. Era sobrecogedor. Horripilante. Toda esa gente que necesitaba ayuda. Y mientras se imaginaba a sí mismo prestándosela, vio los numerosos resultados en su mente.
Pero lo que no podía ver era su vida.
O la de Ryssa.
Ni siquiera la de Artemisa. ¿Por qué? No tenía sentido. Como si algo de todo esto lo tuviera. Acheron se rió ante el absurdo que suponía.
Al abrir los ojos, se dio cuenta que ya no estaba sobre el suelo. Estaba flotado sobre él. Soltó un grito ahogado y entonces cayó al suelo. El dolor le atravesó y su piel se volvió de nuevo marmórea y azul. Sus uñas se volvieron negras y empezaron a crecer...
Algo no iba bien. Su cuerpo le era extraño. Mirando su piel marmórea intentó comprender por qué era de ese color.
¿Cómo podría esconderle esto a su familia? ¿Quieres hacerlo? Una risa sádica le atravesó al imaginar la cara de su “padre” cuando le dijera quién y qué era.
—Soy un dios.
No un semidiós sino un dios completo. Uno con un precio sobre su cabeza, con un panteón entero decidido a matarle. Era ridículo. Desafía la fe y aún así era... azul.
Acheron intentó levantarse, pero una ola de mareo le volvió a poner de rodillas. Miró a la cama desando poder alcanzarla. Lo siguiente que supo fue que estaba bajo las sábanas.
Abrió los ojos desmesuradamente ante las implicaciones de lo que esto significaba. Era un dios con los mismos poderes que Artemisa.
O quizás no. ¿Cómo funcionaban los poderes de un dios?
—¿Acheron?
Se tensó ante el sonido de la voz de Ryssa con él en la habitación. Mirando hacia abajo, notó que su piel volvía a ser normal y dio gracias a que la manta le cubría completamente.
—¿Sí?
—¿Estás enfermo?
Técnicamente, no. Ni siquiera estaba borracho ya. —Sólo estoy descansando.
Sintió que se sentaba junto a él en la cama y le arropaba con la manta.
—¿Me miras, por favor?
Aterrorizado por lo que podía pasar mientras ella estaba sentada allí, se destapó la cabeza.
Ella sonrió.
—No te he visto en todo el día y quería darte esto. —Le tendió una caja pequeña.
El regalo hizo que se le agarrotara la garganta.
—Gracias. —Devolviéndole la sonrisa lo abrió y encontró un pequeño medallón engastado en un brazalete. Era el símbolo de un sol atravesado por tres rayos. Frunció el ceño ante el emblema que le resultaba extrañamente familiar.
—Sé que es raro pero lo vi en el mercado y me recordó a ti. El joyero me dijo que era un símbolo de fuerza.
—Es atlante.
—El diseño del sol era el de Apollymi... su madre.
Le he puesto triste. ¿Por qué lo habré elegido? Oh, no...
Estaba oyendo los pensamientos de la cabeza de Ryssa.
—Es hermoso. Gracias.
Intentó cogerlo.
—Puedo...
Cubrió su mano con la suya.
—Me encanta, Ryssa.
Sólo lo dice para que no me ofenda. Lo siento tanto, Acheron. No elegí algo atlante a propósito. ¿Cómo he podido ser tan estúpida?
Era desconcertante escuchar tan claramente sus pensamientos mientras ella mantenía la falsa sonrisa.
—Si estás seguro...
Asintió.
—Estoy seguro. Gracias. —repitió.
Que tonta soy. Aquí me tienes, intentando que por lo menos tenga un regalo y lo he echado a perder con mi estupidez.
El sincero amor que sintió en esas palabras hizo que los ojos se le llenaran de lágrimas. Su hermana le quería de verdad... más de lo que él se imaginaba.
Se llevó su mano a los labios y la besó.
—Lo eres todo para mí, Ryssa. Lo sabes ¿verdad?
—Te quiero, Acheron. —Y desearía poder hacer este día tan especial para ti como debería ser. No es justo que estés aquí solo.
—¡Ryssa! —el grito de su padre fue suficiente para hacer que Acheron mirara con intensidad a la puerta.
Ryssa frunció el ceño. Dioses queridos, ¿qué les pasa a sus ojos?
Acheron desvió la mirada, asustado de lo que ahora podían parecer sus ojos. Su cuerpo todavía estaba normal, pero ¿y los ojos?
La puerta se abrió de golpe y su padre apareció en el umbral.
—¿Qué estás haciendo aquí? Es la hora del brindis por tu hermano.
Se puso de pie y levantó la barbilla.
—Le estaba dando su regalo a mi hermano.
—No te atrevas a ponerte impertinente. Se requiere tu presencia. Ya.
—Vete, Ryssa. —Acheron dejó escapar el aliento—. Tu padre que requiere.
Puta impía.
Acheron se rió ante los pensamientos del rey. Si el pobre supiera...
La última palabra que alguien utilizaría para describirle sería impío. Los dioses salían de los muebles para conocerle.
El rey no se movió cuando Ryssa pasó ante él. Se quedó en el umbral de la puerta lanzándole a Acheron una mirada cargada de ira.
—Así que por fin has desistido de llamarme padre.
Acheron se encogió de hombros.
—Créeme, sé que no eres mi padre. Y estoy seguro de que tu hijo esta esperándote abajo para oír tu más preciada oda en su honor.
Debe de estar borracho.
—No te muevas de aquí.
—No te preocupes. No tengo intención de joderte la fiesta. —Aún... por supuesto, si su plan original hubiera funcionado, el rey estaría llorando a su querido hijo en este mismo momento.
Debería haber hecho que azotaran al cabrón pero eso habría deslucido la fiesta de Styxx. Capullo engreído... El rey se retiró y cerró la puerta.
Acheron sacudió la cabeza intentando deshacerse de los pensamientos del rey. Cogió el regalo de Ryssa para observarlo. Qué irónico que se lo hubiera regalado precisamente esa noche. Era como si su madre la hubiera guiado.
—¿Apostolos?
Se congeló ante la vacilante voz femenina que había oído tantas veces en su vida pensando que estaba loco.
—¿Matera?
—Mi niño. Te juro que te vengaré. Pero debes tener cuidado. Xiamara volverá y te enseñará a usar tus poderes. No lo uses de momento y así Achron no podrá encontrarte. Permanece oculto y cuando los otros hayan cesado en sus maquinaciones, ella te traerá a mí y yo me aseguraré que nadie te vuelva a hacer daño. Te lo juro por mi vida.
Sintió el más leve de los susurros contra su mejilla... como una pequeña caricia antes de que el aire se quedara quieto de nuevo.
Apretando los dientes, sintió que el dolor lo abrumaba. Su madre le quería... Su verdadera madre.
Quería verla con desesperación. Saber, tan sólo una vez, que se sentía teniendo un padre que le mirara de la forma en que el rey miraba a Styxx o a Ryssa. Con orgullo. Con amor.
Soy amado.
Y todavía más, Artemisa ya no tendría que avergonzarse de él. Era impensable que una diosa estuviera con una puta, pero no había nada vergonzoso en que estuviera con otro dios.
Ella podría amarle abiertamente...
Quería gritar de alegría. Apretando el brazalete de Ryssa contra el pecho, sonrió ante el pensamiento de decirle a Artemisa lo que le había pasado. Seguramente se pondría contentísima.
¿Cómo podría no estarlo?
Pero aún así, tenía una extraña sensación de aprensión que le avisaba que debería temer lo que el mañana podía traer consigo.
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