miércoles, 4 de enero de 2012

Cap 8

Stryker se detuvo sobre los restos humeantes de los Daimons que le habían fallado. Realmente, no podía soportar la incompetencia.
Zephyra se puso a golpear el brazo de la silla con las largas uñas de color rojo con un ritmo constante mientras le miraba con una luz divertida en los ojos.
¿Te sientes mejor, mi amor?
En realidad, no. Creo que debería reanimarlos sólo para poder volverlos a matar.
Ella arrugó la nariz con diversión.
Realmente, te amo, conejito. Sólo ella podía salir de esa llamándole así. Cualquier otro sería...
Otra mancha en el suelo.
Stryker soltó un frustrado suspiro.
—Nuestra Huntress sabe que vamos detrás de ella y que tenemos las redes de la tía Artie… ¿Sabes el problema que ocasiona el envío de esos idiotas, que no tienen interés personal en lograr los objetivos?
—Ellos no se preocupan —respondió ella—. Pero creo que la rotura de su eterna maldición haría que cualquier Deimon tuviera un interés personal en el éxito.
—Podrías creer eso. —Hizo un gesto a los restos humeantes en el suelo—. Pero obviamente, estás equivocada. Estaban más concentrados en saber quién los estaba engañando que en salvar a nuestra raza. Patéticos imbéciles.
Zephyra no hizo ningún comentario al respecto.
—¿Quieres que vaya tras ella entonces?
Diría que sí pero para conseguir a Samia tendrían que entrar en el Santuario y arrastrar a la zorra fuera. Ese lugar estaba lleno de depredadores sobrenaturales que gozaban derramando sangre tanto como lo hacía él. Acababa de conseguir de nuevo a su mujer. No estaba dispuesto a arriesgarla por su empresa.
Iría él mismo pero sería violar el tratado que tenía con ese lugar...
Jodidas alianzas. Un día aprendería a hacerlas mejor.
—No. Creo que tengo una idea mejor.
Zephyra dejó de dar toquecitos con las uñas.
—¿Cuál es?
—Alguien que quiere a la Huntress más que yo. Él nos la traerá. De eso no tengo ninguna duda.
Stryker sólo esperaba que su mensajero no la desmembrara primero.

Sam se abrochó los vaqueros, entonces se congeló ante el peculiar sonido que no había oído en mucho tiempo.
Una niña riendo.
Se dio la vuelta para ver la puerta de la habitación abierta una pulgada que se cerró a continuación. Las risitas se hicieron más fuerte.
¿Qué diantres...?
Usando sus poderes, abrió la puerta con cuidado para no hacer daño a la pequeña Tom, el Mirón[1]. La niña trastabilló entrando en la habitación en una ráfaga de rizos rubios, brillantes ojos azules y hoyuelos. Alrededor de cuatro años, y con un vestido rosa con algún gracioso personaje de dibujos animados que Samia no conocía, era absolutamente maravillosa.
—Se supone que no debes verme —dijo ella en un alto susurro—. Tío Dev me dijo que se quedaría con toda mi colección de cuentos si te molestaba. No te estoy molestando, ¿verdad?
Sí. La visión de la niña estaba desgarrando a Sam por dentro. Y esto provocó que el dolor por su propia hija y fuera lo suficientemente fuerte como para formarle un nudo en la garganta y provocar que los ojos le lagrimearan ligeramente. Era tan horriblemente duro que incluso después de todos aquellos siglos sentía que tenía los brazos vacíos y que le picaban por recoger y mantener a su bebé cerca. Por tener uno de esos preciosos momentos en los que enterraba el rostro en los rizos de su hija e inhalar su aroma de bebé.
Vendí mi alma por algo incorrecto.
Y eso era lo que más dolía de todo.
Sam le ofreció a la niña una sonrisa.
—No, dulzura. No me estás molestando en absoluto.
Eso emocionó a la niña así que cerró la puerta y corrió por la habitación para acercarse a Sam. Ella sonrió mientras ponía las manos a la espalda.
—El tío Dev dice que cuando la gente te toca, puedes decir cosas sobre ellos. ¿Puedes?
—Sí.
La niña saltó arriba y abajo mientras aplaudía de emoción con sus pequeñas manos.
—Eso es genial. Yo no tengo mis poderes todavía. Sigo esperando a que vengan... igual que mis pechos, pero aún nada. ¿Cuánto tiempo tardaste en conseguir unos pechos grandes?
Sam dudó antes de responder a la pregunta que curiosamente la hizo sonreír.
—Cuando tenía aproximadamente doce años.
Mmmm, ¿me pregunto cuántos años son esos en los Were‑Hunters? No puedo mantenerme esperando tanto. —Se miró el pecho plano—. Obviamente no he llegado ahí todavía. Al menos, eso espero. De lo contrario voy a tener que usar sujetador de relleno como hace mi prima. Pero sus pechos se ven muy, muy desiguales. Como con grumos de harina de avena. Pero creo que es por lo que usa para rellenarlos. Kara dice que el papel higiénico no es tan bueno como los calcetines. Eso es asqueroso y hace que su padre se enfade.
—¡Yessy! ¿Qué estás haciendo ahí?
La niña saltó cuando la puerta se abrió para mostrar a una versión más adulta de sí misma.
Era como mirar en un túnel del tiempo para ver a Yessy en torno a la edad de veinte. Alta, esbelta y sí, con unas tetas grandes. Vestida con unos pantalones anchos y una camiseta verde, la chica mayor era increíblemente hermosa.
Yessy se apoyó contra la pared.
—No estoy haciendo nada malo, Josie. Sólo te digo eso.
Josie dejó escapar un suspiro de sufrimiento cuando se encontró con el ceño fruncido de una Sam confusa.
—Lo primero que hizo esta mañana fue tratar de hornear la tarta helada Baskim Robbins de Remi porque creyó que eso sería una Baked Alaska, ahora está desafiando las órdenes y te está molestando. Lo siento mucho. —Le devolvió la mirada a su hermana—. Te juro, Yessy, que estás tratando de hacer muy difícil eso de que vivas. Ya te lo he dicho, Papá se come a los bobos.
Dev resopló mientras pasaba por detrás de ella.
—Bueno, eso no puede ser verdad, Jo-Jo. Aún estás aquí.
Ella puso los ojos en blanco de una forma que sólo alguien muy cercano a Dev podía hacer y vivir.
—No tienes ni idea de lo difícil que es.
Dev se burló.
—Por supuesto que sí. Yo estaba aquí cuando tú tenías su edad.
Josie se puso rígida de indignación.
—Yo nunca actué así.
—No —dijo él en un tono seco y llano—, tú nunca te comportaste así. Fuiste un perfecto ángel. Siempre. ¿Y me puedes decir otra vez por qué hay un agujero en el tubo de la estufa norte?
Si las miradas mataran, Dev se vería seriamente herido.
—Eso fue diferente. Alex me estaba molestando y fue él el que compró los petardos.
—Ajá. Que los Dioses nos ayuden y a nuestros clientes cuando tu padre decida que eres lo suficientemente mayor para atender las mesas. Ahora largo de aquí, las dos, antes de que os dé de comer a Remi.
Josie agarró a Yessy de la mano.
—Lo ves, te dije que se comían a los bobos.
Cuando Dev se movió para cerrar la puerta, Yessy entró corriendo y se abrazó a la pierna de Dev.
—Te quiero, tío.
Él la puso entre sus brazos y la abrazó fuertemente antes de volver a dejarla en el suelo.
—Yo también a ti. Ahora, será mejor que te vayas antes de que venga Josie a por ti en su forma de grizzly.
Yessy ladeó la cadera y levantó los dos pequeños puños en posición de combate.
—Puedo con ella.
—¡Yessy! —la llamó Josie desde el pasillo.
Dejando caer los brazos a los costados, formó una O con la boca antes de lanzarse fuera del cuarto.
Dev se rió mientras cerraba la puerta detrás de ella. Le sonrió a Sam.
—Perdona por eso. No sabía que Yessy había conseguido quitar la cadena. Tienes que verla como si fuera un halcón. Te juro que se mueve tan de prisa que deja vapor la mayoría de los días.
Sam solía sentir lo mismo. Dioses, recuperar un día de los que tenía que correr detrás de Agaria...
Se obligó a no pensar en eso.
—Es adorable. ¿De quién es?
—De mi hermano Zar.
—¿Y quién es Alex?
—El hermano mayor de Josie. Zar es una máquina de reproducción. No preguntes. Ha estado teniendo cachorros durante tanto tiempo que nos tiene mareados. Por suerte, todos son tan monos que toleramos la mayor parte de su mierda.
Sam sacudió la cabeza por su broma.
—¿Dónde los mantenéis? Todas las veces que he estado aquí, nunca he visto a ningún niño.
—No les permitimos estar en el restaurante durante sus horas operativas. Los cachorros están en la casa y vigilados hasta la pubertad cuando pueden transformarse en humanos. Los niños humanos son vigilados y algunos enviados a la escuela cuando son lo suficientemente mayores, si quieren. De lo contrario, tienen clase en casa.
Eso lo explicaba todo. Ella podía entender muy bien que fueran tan protectores con ellos.
—¿Por qué no dejáis que Josie sea camarera? A mí me parece que tiene edad suficiente.
La expresión de él se tornó sombría.
—Todos piensan que somos Kattagaria. Un Were‑Hunter que vea a Josie o a cualquiera de los otros niños humanos de esas edades sabrá que no lo somos… al menos, no todos.
Ella no veía el problema con ello.
—¿Y eso sería malo?
Por la mirada salvaje en sus ojos, ella podía decir que lo era.
—Cuando mi madre estaba viva, eso le habría costado el asiento en el Omegrion. Era la representante de los osos Kattagaria. No puedes tener un asiento a menos que seas fiel a nuestra especie. Los otros clanes de osos Kattagaria habrían visto su acoplamiento con un Arcadian como un conflicto de intereses, que, créeme, no lo era. Mi madre fue leal a su especie hasta su amargo final. Luego está el hermoso hecho de que a muchos de los nuestros no les gustan los mestizos. Ellos piensan que los mestizos están apenas a un paso por delante de las cucarachas y algunos ni siquiera eso. Tendría que matar a cualquiera que hiciera que mis sobrinos o sobrinas agacharan la cabeza de vergüenza. Y no quieras saber lo que Remi les haría.
Eso era una de las cosas que realmente le gustaban de Dev. Le recordaba mucho a ella misma. La familia primero y muerte a cualquiera lo suficientemente imbécil como para tratar de perjudicarla.
Él inclinó la cabeza hacia el pecho de ella.
—¿Cómo te sientes? ¿La herida aún te molesta?
—Mientras dormía me curé. Un poco de dolor, pero casi tan bien como nueva. —Eso no era enteramente cierto. Ardía como una loca. Si ella fuera otra cosa que una Amazona, probablemente se quejaría.
Sin embargo, eso no estaba en su código. Las Amazonas lo soportaban costase lo que costase.
—Bien. —Él se metió las manos en los bolsillos traseros en una postura tan atractiva que en realidad le aceleró los latidos del corazón—. ¿Ahora quieres las malas noticias?
El estómago se le contrajo. Hubo un enorme zumbido asesino. Eso detuvo instantáneamente a las hormonas mientras el cerebro comenzaba a procesar todo tipo de cosas que podrían haber ido mal mientras ella se echaba la siesta.
—Tienes la rabia, ¿no? Y de alguna manera es contagioso para los Dark‑Hunters. Partes de tu cuerpo empezaran a caerse y lo primero será tu pelo. ¿Verdad?
—Ja, ja. No. Serías demasiado afortunada.
Genial. Simplemente genial. ¿Por qué se molestaba en levantarse?
—¿Necesito sentarme para esto?
—Yo probablemente lo haría. Pero me siento como un vago de esa forma.
Con un suspiro, Sam se apoyó contra el tocador y cruzó los brazos sobre el pecho.
—¿Qué?
—Ash, en su infinita preocupación por ti, ha pedido a un par de Perros que te vigilen hasta que sepamos el porqué Stryker te quiere tan desesperadamente.
Oh, esto era malo. Tal vez debería sentarse antes de hacer la pregunta retórica para la que no quería una respuesta.
—¿A quién ha enviado?
—Ethon Stark y...
—No. —Se negaba a tenerlo cerca. Le dolía a tantos niveles que en ese momento era un castigo cruel e inusual estar siquiera en la misma ciudad.
—Tendrás que soportar a ese chico grande. No tengo control sobre sus asignaciones personales. Tengo suficiente con tratar con la mierda del bar.
Ella no hizo comentarios sobre eso, así que volviendo al punto principal:
—¿Me atrevo a preguntar quién es el otro?
—Tu amiga Chi.
Bueno, al menos eso era algo. Si tan sólo pudiera cambiar a Ethon... en más de una forma.
—No me puedo creer que Ash envíe a Ethon para protegerme. —Ash no sabía el alcance de su historia juntos, o eso esperaba, pero sabía que no tenía mucha consideración por su colega el soldado griego—. Estoy en el infierno. —Apretó los dientes mientras contenía una maldición. Entonces suspiró cuando se dio cuenta de que tenía un pequeño respiro—. Al menos no lo tengo que soportar hasta que el sol...
—De hecho, está escaleras abajo, esperándote.
Por supuesto que estaba. Porque esa era su suerte y el retorcido sentido del humor de Ash.
—¿Cómo? Aún es de día.
—Tate. El médico forense del que te hablé antes. Tiene bolsas para cadáveres en las que puede llevar a los Dark‑Hunters.
Sam frunció el ceño por su explicación.
—¿Por qué no sabía esto?
—Porque probablemente con tus poderes, si te pusieras en una de esas sería malo ya que recogerías todo tipo de rastros de sus ocupantes anteriores.
Ella hizo un gruñido bajo en la garganta.
—¿Puedo poner a Ethon en una permanentemente?
—A mí no me importaría, pero otra vez vas a tener que tratar con el tío grande, quien pudiera.
Odiaba cuando Dev hacía eso.
—¿Chi está aquí?
—Sí. Está en el bar jugando al Comecocos en una de las máquinas de atrás. —Él se acercó.
Sam se puso tensa como de costumbre.
Él le puso la mano en la mejilla y ese confortable sentimiento se apoderó de ella. Los ojos de él se oscurecieron cuando le estudió la cara mientras el aliento le caía suavemente sobre la piel.
—¿De verdad estás bien?
No, no cuando estaba tan cerca y la hacía sentirse normal. Le gustaba eso y lo odiaba a la vez. El aroma de la piel de él se burlaba de ella mientras sentía la imperiosa necesidad de mordisquearle la barbilla. ¿Cómo podía un hombre ser tan guapo?
¿Tan dulce y feroz? Era una combinación increíble y sexy. Le recordaba todas las cosas que había abandonado por esta vida. Todas las cosas que alguna vez habían significado para ella más que cualquier otra.
Una imagen de él sosteniendo a su propio hijo le cruzó la mente. Maldición, nunca debería haberlo visto con su sobrina. Ahora, esa imagen la perseguiría para siempre. Siempre había amado la visión de un hombre con un bebé o con su hijo. Eso era lo que la había enamorado de Ioel. Habían estado paseando por el pueblo cuando un pequeño niño campesino había tropezado y se había caído en el barro.
Sin pensar sobre su noble condición o lo caras que eran sus ropas, él había cogido al niño y le había calmado, luego le llevaron a casa de su madre. El chitón de Ioel había estado cubierto de pequeñas huellas de manos un poco fangosas.
Él se había echado a reír por la imagen que presentaban.
«Se puede lavar. Mejor que dejar a un pequeño sucio y herido. La ropa puede ser sustituida. Los niños siempre deben ser apreciados».
Ese recuerdo le apuñaló con fuerza el corazón. ¿Por qué tuviste que morir?
Incluso después de todos aquellos siglos, seguía enfadada con él por haber muerto delante de ella y haberla dejado sola en el mundo. Pero sabía dónde estaba, estaba vigilando a su hija por ella.
Justo como había prometido.
Céntrate, Sam. Había cosas mucho más importantes en las que pensar que en un pasado que no podía cambiar. Como por qué, de repente, era un imán de Daimons.
¿Estaban planeando señalar a los Dark‑Hunters y llevarlos a Kalosis uno por uno, torturarlos y matarlos?
¿O algo peor?
Dev ladeó la cabeza como si estuviera escuchando un sonido que sólo él oyera. Cuando la volvió a mirar, estaba frunciendo el ceño.
—Nick Gautier está abajo también.
—¿Nick? —Él era la única razón por la que ella se había trasladado a Nueva Orleáns. Para vigilarle. Incluso aunque él era un Dark‑Hunter, estaba en medio de una transición que Acheron no quería explicar. Todo lo que les habían dicho era que Nick debía ser protegido mientras aprendía a controlar sus poderes. Si permitían que los elementos oscuros consiguieran acercarse a él, y le corrompieran, entonces tendrían algo mucho más peligroso que los Daimons de lo que preocuparse.
Y no habría forma de detenerle.
—¿Qué está haciendo aquí?
—No lo sé. Simplemente ha metido la cabeza —un término del argot de los Were‑Hunter que significaba que Nick había contactado telepáticamente con él—, y ha dicho que necesita verte. ¿Quieres que suba aquí o prefieres bajar?
El poder telepático de Nick la hizo enarcar una ceja. Cuando Acheron le había informado de las habilidades de Nick, había omitido ese detalle. La hizo preguntarse si Acheron conocía todos los poderes de Nick o si estaban creciendo más rápido incluso de lo que su intrépido líder sabía. O si era otro caso de Acheron sin revelar información pertinente.
—¿Gautier tiene telepatía?
—O eso, o yo estoy alucinando. Y odiaría pensar que estoy perdiendo una perfecta alucinación con Nick Gautier, especialmente desde que tú estás involucrada.
Sam se echó a reír ante la incapacidad de Dev de tomarse nada en serio.
—Envíalo aquí.
Las palabras apenas habían salido de los labios cuando Nick apareció ante ella. Sam no sabía por qué algo sobre el Cajún le ponía los nervios de punta. Incluso aunque nunca había sido nada salvo cordial con ella, era como si en su núcleo interno tuviera el mal. Había algo en él que la ponía nerviosa. Temerosa.
Asustada, no, sólo tensa.
Él no está bien...
Alto y pecaminosamente hermoso, Nick estaba vestido todo de negro. La única cosa que difería del resto de los Dark‑Hunters era que, en general, la marca del arco y la flecha estaba oculta, él la tenía en la mejilla derecha y el cuello de forma que sugería que Artemisa le había abofeteado cuando le había traído de vuelta.
Durante un simple nanosegundo, Sam podría jurar que había visto que sus ojos cambiaban a rojo antes de soltar una corta y siniestra risa.
—Estás muy jodida.
Sam miró a Dev antes de dirigirle a Nick una mirada llana y sin emoción.
—¿Cómo es eso?
—No puedes quedarte aquí —dijo Nick oscuramente—. Los Daimons saben dónde estás y se están preparando para una guerra total.
Dev se burló.
—Dinos algo que no sepamos.
Nick le lanzó una mirada a Dev reflejando que pensaba que el oso era un idiota.
—Realmente, no tienes ni idea. Tienes niños aquí y Savitar no está de tu parte en este momento. Stryker lo sabe y está planeando aprovecharse de ello.
Dev parecía menos convencido.
—¿Cómo sabes lo que Stryker tiene planeado?
Nick no respondió.
—Mira, podéis quedaros aquí y discutir, o podéis creerme.
Dev dudó. Parte de él aún veía a Nick como aquel niño impertinente que había crecido escaleras abajo entre el bullicio del billar americano de la habitación de la parte de atrás y vigilando a su madre cuando trabajaba de camarera para su familia.
Pero ese Nick había desaparecido la noche en que un Daimon había asesinado a su madre y él se había suicidado para convertirse en un Dark‑Hunter y así vengarse de su asesino. El chico no había sido el mismo desde entonces.
Más que eso, Nick tenía unos poderes que el promedio de los Dark‑Hunters no poseía. Poderes peculiares. Todos sus instintos animales los sentían resonar. Esos poderes eran extremos e intensos. Incluso peor, eran malévolos y fríos.
Corruptos.
Venían de algo mucho más oscuro que la diosa Artemisa.
Y hoy...
Dev sentía otra cosa en el interior de él. Algo en Nick estaba incluso peor de lo que había estado...
Un escalofrío le recorrió la columna vertebral.
Por eso, Dev no le dio crédito. Hasta que supiera de qué lado estaba Nick, supondría que era un enemigo independientemente de lo que había pasado entre ellos en el pasado. Una cosa que había aprendido de la forma más dura era que la gente se volvía una contra otra.
—Hemos demostrado que podemos manejar cualquier cosa que nos echen encima. Creo que ella estará bien aquí.
Nick se burló.
—Evacuasteis a los niños la última vez. Los pusisteis fuera de la línea de fuego. Han vuelto ¿Estás listo para ponerles en peligro?
Ahora eso pasó sobre él como si lo hubieran lavado con ácido.
—¿Estás amenazando a nuestros cachorros?
La expresión y la postura de Nick eran completamente ilegibles.
—Estoy intentando salvaros a todos.
Dev quería creerle. Lo hacía. Pero algo no estaba bien y no podía poner el dedo en lo que era.
—Mira...
La mirada de Nick se volvió tronadora y oscura.
—¿Por qué no tomas el consejo, Oso, y os marcháis?
Dev se puso tenso.
—No me hables así, chico. No otra vez.
Sam empujó a Dev lejos de Nick cuando algo raro le pasó por la cabeza. Vio a Nick rodeado de Daimons. Vio...
Se había ido antes de que pudiera fijarse realmente en ello. Mierda. Odiaba cuando sus poderes le hacían eso.
Nick entornó la mirada en ella.
—Debéis marcharos antes de que alguien de aquí salga herido.
De repente, Sam se dio cuenta de lo que estaba mal. Nick estaba allí por él mismo. Solo.
—¿Quién te está vigilando ahora?
—¿Perdona?
—Ya me has oído, Nick, ¿Quién debe vigilarte?
Él se burló.
—Nadie tiene que vigilarme. Ya he hablado con Acheron sobre eso. Todo lo que estáis haciendo es perder el tiempo. Como poco. —Pasó la mirada de ella a donde estaba Dev observándolos con una severa mueca—. Si no queréis marcharos. Está bien. —Su expresión se volvió fría—. Quedaos. Conseguiréis que os maten. Me la suda. Estaba haciéndole un favor a Acheron de todas formas.
Sam hizo una mueca con desagrado. Mientras que la actitud era de un excelente Gautier, no era normalmente tan grosero.
Se pasó el pulgar por un lado de la cara antes de que se burlara.
—Son todo vuestros. Τρώω το περίδρομο
Ella frunció el ceño ante su griego que significaba: comed hasta que os hartéis.
Tan pronto como Nick dijo esas palabras, una madriguera se abrió en el centro de la habitación y una docena de Daimons salió por ella.

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