miércoles, 4 de enero de 2012

Cap 6

Sin otra arma en la cual confiar, Sam hundió los colmillos en el brazo del Daimon un instante antes de que la hubiera conducido a través del portal.
Maldiciendo, la dejó caer.
Golpeó duro el suelo, pero afortunadamente liberó el brazo y parte del cuerpo de la red. Se movió para rodar fuera y liberarse por debajo. El Daimon se recuperó y la atrapó, entonces lanzó la red sobre ella otra vez.
¡Uf! Intentó pelear, pero esa condenada red la imposibilitó.
La rodó sobre la espalda, dejando al descubierto sus propios colmillos sobre ella, entonces le hundió una daga profundamente en el centro del pecho ‑algo que sólo un Daimon con poderes sobrehumanos podría hacer. Si fuera humana o una Daimon, la habría matado instantáneamente.
Así las cosas, ardió hasta la locura. Y si el idiota hubiera poseído un cerebro, hubiera sabido que si la hubiera dejado en el corazón, también la podría haber matado. Pero afortunadamente para ella, carecía estrictamente de intelecto y tiró de ella libre para dejarla sangrar.
Algo que no la mataría. Sólo la pondría completamente furiosa.
—Duele, ¿verdad? —gruñó él—. ¿A cuántos de mi gente has matado de ese modo?
—Aparentemente me faltó uno —dijo entre los dientes apretados mientras luchaba contra el dolor—. Pero no cometeré ese error de nuevo.
Él se rió.
Entonces se fue volando sobre ella, de cabeza hacia la pared.
Completamente anonadada, observó cómo Dev azotaba la red fuera de su cuerpo y la arrojaba para envolver al Daimon. Usando la red, giró al Daimon alrededor, entonces lo hizo volar a la pared del otro lado de su cama. El Daimon golpeó tan duro, que pasó a través del yeso y aterrizó en un enredado montón, la mitad en su dormitorio y la otra mitad en el corredor.
El oso tenía fuerza. No se podía negar eso.
Sam se empujó hacia arriba sólo para resbalar sobre la sangre que aún le fluía del pecho.
Agarró la daga que el Daimon había dejado caer y fue a por el bastardo.
Desafortunadamente, su caída a través de la pared arrojó la red fuera de la mayor parte de su cuerpo, permitiéndole ponerse de pie. Él se paró para atacar.
—Muévete, Oso —gruñó ella.
Dev no tuvo tiempo de obedecer antes de que una daga pasara zumbando por delante de la mejilla tan cerca que juraría que le cortó las patillas. Ésta se enterró en el pecho del Daimon.
Con una última maldición, el Daimon explotó en una lluvia de polvo dorado, abandonando la red que había estado alrededor de sus pies para caer al suelo.
Girándose, Dev estrechó la mirada sobre la entrada por la que las mujeres habían desaparecido. Tanto tiempo como estuviera abierta, los Daimons podrían regresar y agarrar a Sam, quien ahora había caído repentinamente contra su cama. Estaba sangrando como loca y jadeante de agonía por la lesión. Esa vista le hizo querer reanimar al Daimon para poder arrancarle el corazón y dárselo a comer a él.
Pero primero tenía que sacarla de aquí.
Sin un segundo pensamiento, la recogió en brazos, agarró la red del suelo para impedirle a los Daimons reclamarla, y usó sus poderes para teletransportarla al consultorio de Carson en el Santuario donde esperaba que el doctor la pudiera ayudar a dejar de sangrar.
Sam estaba completamente desorientada cuando se encontró dentro de una habitación sin ventanas que aparentaba ser un hospital. En lugar de cama había una camilla, vasos y gabinetes de metal que contenían instrumentos quirúrgicos y medicinas. El oso había usado sus poderes para teletransportarla.
Una pequeña advertencia antes de que la arrancara fuera de su casa hubiera sido agradable. Así y todo, la hizo sentir que estaba a punto de enfermarse. Literalmente. El oso tenía suerte de no llevar puesta su última comida.
Antes de que pudiera ocurrírsele protestar, Dev la bajó hacia la camilla mientras llamaba a alguien llamado Carson. En el momento en el que la piel tocó las sábanas, las emociones de otras personas rasgaron a través de ella. Alguien había muerto en esa camilla... recientemente. Podía sentir su pánico mientras él desesperadamente trataba de permanecer vivo y las lágrimas de su pareja cuando había perdido esa pelea.
Alguien más había sido mal herido mientras otro había estado enfermo... uno de los cachorros de oso. Docenas de imágenes y emociones la golpearon y, estando herida, no tenía defensa contra eso. Sintió la cabeza como si fuera a estallar. No podía respirar.
No podía pensar. No podía escapar.
¡Ayúdenme!
Dev respingó mientras Sam comenzaba a gritar. Ella se enroscó en posición fetal donde temblaba y se estremecía. Era como si estuviera siendo torturada.
¿Qué debería hacer?
Carson apareció en la habitación al lado de él, entonces dio un paso atrás, los ojos desmesuradamente abiertos mientras se daba cuenta de su condición histérica. Dev nunca había visto nada sacudir al cambia formas nativo americano antes, pero Carson estaba definitivamente cauteloso sobre esto.
—¿Que está pasando?
Dev sostuvo en alto las manos.
—Estaba herida... y no sé por qué está gritando. —Por una vez no había hecho nada para provocarlo.
Entonces recordó sus poderes...
Mierda.
Dev la recogió y la mantuvo contra sí, apartándola tan lejos de la cama como pudo.
—Shh, Sam —susurró en su oído en un intento de calmarla—. Te tengo. Siento mucho que se me olvidara.
Sam se tensó mientras las emociones iban en descenso tan rápidamente que la dejaron débil. Un momento había estado en una agonía absoluta.
Al siguiente...
Total paz. Era como estar en un profundo capullo sensorial donde nada se entrometía.
No había pensamientos. Ningún sentimiento. Era simplemente ella sola dentro de la cabeza.
Asombrada, contempló a Dev que la observaba con preocupación frunciendo su apuesta frente.
—¿Estás bien?
Asintió lentamente, todavía esperando que regresara el asalto a los sentidos. Pero no lo hizo. Lo que alguna vez hizo Dev, todavía se mantenía. Gracias a los dioses. Colocó la frente contra su mejilla derecha y ahuecó su izquierda con la mano, tan agradecida por el silencio que podría llorar.
Carson se acercó a ella cautelosamente. Su largo pelo negro peinado hacia atrás en una trenza sobre algo que le recordaba a un pájaro. Él extendió la mano para tocarla.
Sam se encogió y se acurrucó apretadamente contra Dev.
—No lo hagas.
Carson se detuvo abruptamente, la ofensa reflejada en sus facciones.
—¿Perdón?
—No me puedes tocar. Se abrirá un conducto entre nosotros y veré todo acerca de ti y quiero decir todo. Cualquier instrumento con el que me toques y sabré cosas acerca de todos en los que alguna vez lo has utilizado. Sin intención de ofender, pero no quiero tal intimidad contigo.
Carson dejó escapar un silbido bajo mientras levantaba las manos en señal de rendición.
—No hay ofensa. No quiero esa intimidad contigo tampoco. No es extraño que te volvieras loca hace un segundo.
Él no tenía ni idea.
Dev se mofó mientras recolocaba su peso.
—Sí, y no quiero saber lo que percibe de mí en éste momento. Tiemblo de miedo ante el sólo pensamiento.
Sam se encontró con su fija mirada.
—Ambos sabemos lo pervertido que eres.
Él en realidad se sonrojó lo cual la hizo preguntarse por lo que estaba en su mente.
Decidiendo aliviar su vergüenza, arrugó la nariz.
—Relájate, Grizzly Adams. Todavía no percibo nada de ti.
Carson se rió.
—Diablos, Dev. Remi tenía razón. No hay nada funcionando dentro de tu cabeza.
Dev le cortó con una mirada cruel.
—Mejor alégrate de que la sujete, Birdman, si no tú y yo tendríamos un round justo ahora.
Carson le ignoró mientras volvía a prestar atención a Sam.
—¿Cómo estás sintiéndote ahora?
—Además del agujero abierto en mi corazón y el dolor que causa, estoy extrañamente bien.
Dev se veía menos que convencido.
—Así que, ¿qué hacemos al respecto, Doc? tienes que tener algo para arreglarlo.
Sam negó con la cabeza.
—Esto no me matará. Llévame a casa y yo...
—No. —La interrumpió Dev antes de que pudiera terminar su razonamiento—. No puedes ir a casa. Los Daimons podrían regresar a través del agujero que hicieron o que te estén esperando allí y no estás en forma para combatirles. ¿Por qué diablos los invitaste dentro de tu casa para comenzar? ¿En qué estabas pensando?
Su tono acusador la ofendió seriamente.
—¿Piensas que estoy loca? No los invité a entrar. Yo...
Ambos se quedaron callados mientras la realidad de ese pensamiento pasaba a través de ellos simultáneamente. Los Daimons no podían entrar en una residencia privada sin una invitación ‑eso formaba parte de la maldición de Apolo con el propósito de resguardar a los humanos de ellos. Si un lugar fuera del dominio público, podrían entrar.
Pero su residencia privada debería haber estado completamente fuera de los límites...
—¿Cómo llegaron a entrar? —susurró ella, intentando pensar en algo que pudiera haber hecho.
Pero no había nada. Había sido sumamente cuidadosa en establecer su casa y nadie aparte de ella había estado dentro.
Oh mierda.
Dev desvió su peso antes de hablar otra vez.
—¿Realmente no los invitaste a entrar?
Negó con la cabeza.
Carson dio un paso más cerca.
—Tal vez entraron por la entrega de una pizza o algo por el estilo y se te olvidó.
Ese era un pensamiento ridículo. ¿Cómo podría olvidar algo tan intrínseco para su cordura?
—Nadie entra en mi casa. Nadie. Por ninguna razón. Tengo mejor criterio. Si tocaran algo, aún brevemente, lo contaminarían y tengo que tirarlo a la basura.
Otra lección valiosa que había aprendido de la relación de una sola noche con Ethon.
Dev se encontró con su mirada.
—¿Entonces cómo entraron? ¿Dejas abierta una ventana con una nota en ella o algo por el estilo?
Ella le dirigió una sonrisa irritada.
—Sí, sí lo hice. Les dije que entraran y se sintieran en casa y mientras estaban en ello, me inmovilizaran y apuñalaran directamente a través del corazón simplemente porque que estoy asquerosamente aburrida.
Carson se rió.
—Guau, alguien que tiene tu talento para el sarcasmo.
Dev le miró furioso.
Sam suspiró antes de continuar con sólo una pequeña cantidad menos de veneno.
—No sé cómo se metieron. Tal vez lo que les permite caminar a la luz del día también los deja entrar en una casa sin invitación.
La cara de Carson palideció como si el pensamiento de eso le horrorizara.
—Esto no puede ser bueno.
—Oh, no sé. —La voz de Dev estaba saturada con su propio sarcasmo esta vez—. Creo que es genial que puedan entrar y nos puedan chupar hasta dejarnos secos. Recuérdame dejar mi ventana sin cerrar ésta noche. Oh, espera. Eso ya no tiene relevancia. Día. Noche. No importa. Vengan a robar mi alma, ustedes bastardos sin valor. Estoy disponible como donante de sangre veinticuatro horas al día.
Carson no respondió a eso en lo más mínimo mientras prestaba atención a Sam.
—Si pueden entrar dentro de cualquier casa en cualquier momento que quieran y nosotros no los podemos detener... Hemos patinado por la rampa del infierno para entrar en Mierdaville. —Señaló la lesión de Sam con un movimiento de la barbilla—. Necesitamos conseguir que te tiendas antes de que te debilites más.
—No. Estaré bien. —No tenía la intención de que alguien la tocara si lo pudiera evitar.
Dev sobre todo. Y ella definitivamente ni siquiera quería pensar en Dev y en el hecho de que la sostenía como si fuera menuda ‑algo que con toda seguridad no era. Ni quería pensar en lo femenina y delicada que la hacía sentir.
O lo grandioso que hubiera sido hacer el amor con él...
Expulsando esos pensamientos, se enfocó sobre la cuestión del asunto.
—Lo que tenemos que hacer es avisar a Acheron de que pueden entrar en las casas e informar a los otros Dark‑Hunters antes de que sean atacados como lo fui yo.
Dev arqueó una ceja.
—No puedo hacer nada si te sostengo. No es que me importe. Estoy diciéndolo simplemente.
Ella bajó la mirada al suelo, deseando poder estar erguida sobre los dos pies.
—Necesito algunos de mis zapatos.
Carson frunció el ceño.
—¿Ni siquiera puedes tocar el suelo?
—No.
—Maldición. —Dev respiró—. Artemisa consiguió divertirse contigo, ¿verdad?
—Sí. Definitivamente no recibí uno de los mejores poderes. ¿Ahora podrías por favor conseguir mis zapatos por mí?
Carson dio un paso atrás para darles espacio.
—Tengo una idea. Si eres inmune a Dev... ¿su habitación funcionaría para ti?
Dev la miró hacia abajo.
—¿Quieres intentarlo?
No estaba tan confiada acerca de eso. Lo último que necesitaba tan mal como actualmente se sentía era otro asalto a los sentidos. Pero no podía permanecer en sus brazos todo el día tampoco y si no podía ir a casa...
—Intentémoslo.
Dev oyó la renuencia en su voz.
—Solamente porque soy un oso no significa que viva en una caverna, ¿sabes?
Ella le frunció el ceño a él.
—¿Perdón?
—Mi cuarto no es burdo. No tienes que tener ese tono de estoy-tan-asqueada-ante-la-sola-idea.
—Eso no fue lo que quise decir. ¿Y tenemos que discutir esto mientras estoy dolorida y sangrando?
Dev la teletransportó a su cuarto, entonces se encogió como si se diera cuenta de que era un oso en una caverna.
¿Por qué no hice mi cama antes de salir? Y respecto a eso, recoger unas cuantas de la docena de revistas de coches y motocicletas del suelo. La bolsa de patatas fritas... y los tres pares de calcetines sucios. Menos mal que no usaba ropa interior o probablemente habría un par o dos en el piso para mortificarlo aún más.
Su madre había tenido razón. Finalmente había vivido lo suficiente para avergonzarse de sus costumbres desordenadas.
Cuando comenzó a ponerla sobre la cama, ella se sujetó tan apretadamente alrededor del cuello, que le estranguló.
—Hum, Sam... Me estás matando. No soy inmortal. Realmente necesito respirar.
Ella aflojó el agarre. Pero sólo por un poquito.
—Lo siento. Acto reflejo —tragó—. Déjame probar esto antes de que me bajes completamente.
—¿Probar qué?
Se estiró con una mano y cautelosamente tocó la almohada.
Sam contuvo el aliento mientras esperaba que el dolor empezara y las oleadas de sus recuerdos la atravesaran.
Pero al igual que cuando le tocaba, no lo hicieron. No había nada en la cabeza sino sus pensamientos.
Quería gritar de alivio.
—Bájame.
Él vaciló.
—¿Estás segura?
—Creo que sí.
—Bien. —Dev muy cuidadosamente la colocó sobre la cama, entonces dio un paso atrás.
Sin embargo no se apartó mucho. Se mantuvo cerca, por si acaso.
Sam no se movió durante varios minutos mientras esperaba que las imágenes llegaran. No hasta que estuvo segura de que estaba a salvo. Al menos era una manera de hablar. El cálido aroma masculino de Dev la envolvía. Eso conjuró imágenes, pero fueron fantasías de lo que quería hacerle a él y no tenían nada que ver con sus recuerdos o pensamientos.
Se reclinó en la cama, todavía libre de sus emociones. Era tan asombroso.
—Creo que estoy bien.
Dev le dirigió una sonrisa arrogante.
—Estupendo. Déjame ir a por algo para limpiar y...
—¡No! —ladró la palabra, entonces lamentó la agudeza del tono—. Digo... si alguien aparte de ti ha tocado lo que alguna vez traigas…
Él se frotó la mandíbula mientras consideraba eso.
—Tal vez no sólo soy yo. Soy un cuatrillizo idéntico. ¿Crees qué alguna vez la inmunidad que tengo se extienda a mis hermanos también?
Oh, ahora eso sería agradable. Pero era demasiado para esperarlo. Aún así, valía un intento.
—Podríamos probar.
Dev registró el cuarto con la mirada hasta que detectó el libro de Remi que le había pedido prestado una semana atrás. A estas alturas el hedor de su hermano debería estar fuera de eso. Lo recogió de la mesilla y se lo dio a ella.
Ella apenas lo tocó antes de retirar la mano y sisear como si la hubiera quemado.
—¿Sabías que Remi escucha a las Indigo Girls cuando está solo en su cuarto y que su película favorita es Ojala fuera cierto?
Estalló de risa ante la idea de su hosco hermano disfrutando de semejante cursilería. Gah, prefería tener ambos ojos arrancados y ser forzado a comérselos antes que observar eso.
—¿De verdad?
Ella asintió con la cabeza.
—Sí. Moriría si supieras eso. Y sin importar qué extrañeza tengas pareces ser tú el único.
Bien, porque definitivamente no la quería recopilando sus hábitos bochornosos.
Aunque para ser honesto, no eran ni de cerca tan malos como los de Remi. Y le gustaba la idea de que lo que él tuviera con ella fuera especial y no fuera compartido con otras personas.
—Todavía necesitamos cuidar esa herida. Por lo menos, necesitas estar vendada para que no estés sangrando por todas mis sábanas.
—Sin ánimo de ofender, preferiría seguir sangrando.
Le dirigió una mirada aguda antes de encaminarse a la cómoda y sacar una camiseta.
—Ni una palabra de ti, Amazona. Vamos a detener ese sangrado. Sé que no te matará, pero eso te debilita.
Sam observó cómo despedazaba la camiseta para hacer un vendaje. No sabía por qué, pero le conmovió que hiciera tal cosa. Había pasado mucho tiempo desde que alguien había sido tan amable con ella. Él regresó a la cama y cuidadosamente se ocupó de la herida.
—No eres malo como enfermera, Oso.
Dev sonrió.
—Tengo mis momentos... pocos y lejos el uno del otro, lo concederé, pero algunas veces casi puedo pasar por humano. —Hizo una pausa como si tuviera otro pensamiento—. Si eres tan sensitiva para todo, ¿cómo te pones la ropa? Quiero decir que tendrían la misma propiedad que una venda, ¿correcto?
—Acheron las conjuró para mí.
—Bueno, ¿por qué no dijiste eso antes de que despedazara mi camiseta favorita?
Antes de que le pudiera preguntar lo que quería decir, había conjurado un tazón de agua y un paño para lavarla.
Sam retrocedió mientras él trataba de alcanzarla con esa tela.
—Prueba. ¡Prueba! —gritó cuando él no se dio por aludido—. No coloques eso en mí hasta que sepamos a ciencia cierta que tienes el mismo poder que Acheron para mantener los piojos apartados de eso.
—¿Piojos? No irás hacia allá. Ahora quién es la bebé grande, ¿eh? —Le puso una esquina de la tela en el brazo—. Ya está. ¿Estás alucinando ya?
Ella tardó un minuto en asegurarse antes de contestar.
—No y tienes suerte que soy yo o te desollaría y te convertiría en una alfombra.
Sonriéndole burlonamente, exprimió el agua excedente y suavemente limpió su herida mientras ella yacía en la cama.
Sam no habló mientras dejaba que el calor de su piel la apaciguara. Sus manos eran grandes y encallecidas, sus nudillos llenos de cicatrices de siglos de pelear, pero al mismo tiempo su toque era tierno, tranquilizador mientras le levantaba la camiseta, dejándola completamente expuesta ante su mirada.
No sabía por qué la hacía sentir vulnerable, pero lo hacía. Él arrastró la tela sobre los pechos, quitando la sangre antes de vendarla.
Parecía incongruente que un hombre tan duro pudiera ser así. Que hubiera sido así de tierno antes cuando hizo el amor con ella.
Había estado segura de que estaba muerta cuando el Daimon la había recogido para llevarla a través del portal. Si no hubiera sido por Dev, estaría en Kalosis ahora mismo a merced de ellos. Sin duda siendo torturada y asesinada. Estaba en deuda con él.
Buen momento.
—Gracias, Devon, por rescatarme.
Se detuvo a mirarla.
—Dev es diminutivo de Devereaux, no Devon.
Guau, nunca se había equivocado antes. Era una sensación extraña después de todos esos siglos no poder arrancar la información cuando la necesitaba.
—Devereaux Peltier. —Saboreó las sílabas de su nombre que fluía y le rodaba la lengua—. Suena muy suave.
Él hizo un sonido de repugnancia en lo profundo de la garganta.
—Oh te lo agradezco mucho. Eso es lo que cada hombre quiere saber de su nombre. También me puedes llamar “Little Pecker” ya que estás en ello y me dices que a ti te gustaría hacerme ir de compras contigo a por productos de higiene femeninos. Oh y por supuesto, lleva una bolsa grande, brillante y rosada con flores en ella y hazme cargarla.
Se rió de las imágenes que él describió, entonces respingó mientras enviaba una oleada de dolor a través del pecho.
—No lo quise decir de ese modo. Es un nombre bello y dudo que hasta un bolso rosado demasiado grande pudiera corroer tu duro machismo.
—Mmm-hmm. Demasiado tarde. Me has castrado. No hay retorno para eso ahora.
—¿Ninguno en absoluto?
—No. He sido relegado al estatus del amigo gay. Está bien sin embargo. Tienen un estupendo bar sobre el Canal y tengo un montón de amigos allí. Estoy seguro de que me dejarían vigilar la puerta para ellos. También, probablemente me pagarían más de lo que mi familia lo hace, así que en verdad me has hecho un favor. Gracias.
Dev se levantó y volvió a la cómoda. Sacó otra camiseta. Y se la entregó a ella.
—Te dejaré sola para que te cambies porque podrías compartir tus piojos conmigo y no he recibido una vacuna reciente contra ellos. —Se desvaneció antes de que pudiera decir una sola palabra.
—Eres tan extraño, Dev Peltier. —Era un absoluto chiflado y todavía lo encontraba extrañamente entretenido.
¿Qué está mal conmigo? Nunca se había sentido realmente atraída por un hombre, ni aún cuando había sido humana. Ioel había sido la única excepción. Como Dark‑Hunter, había aprendido sola que la única compañía masculina que necesitaba venía con baterías.
Pero Dev la hizo volver a pensar en ese estilo de vida. La hizo recordar cómo era reír con alguien que a ella le importara.
No vayas hacia allá. Realmente no le importaba Dev. Apenas le conocía.
Aún así...
Reencauzando los caprichosos pensamientos, Sam se cambió la camiseta rota empapada de sangre por la que le había dado, entonces se recostó deseando que se le hubiera ocurrido agarrar su teléfono móvil en su salida. En verdad le enojó no haber pensado en eso en su momento.
Estás loca. Salir viva definitivamente derrotaba conseguir más heridas intentando agarrar el iPhone.
Cierto, pero necesitaba advertir a los demás y para hacerlo, necesitaba el teléfono.
Dev regresó algunos minutos más tarde con una laptop.
—Por curiosidad. ¿Cómo comes tú?
Hizo una pausa mientras recordaba que había podido comer la comida que él le había dado... extraño. Pero ¿por qué no se extendía eso hasta otras cosas?
Sin respuesta, se movió para su pregunta con la verdad que había sido antes de esa mañana.
—Hay una razón por la que soy delgada. Vivo de una buena cantidad de ensaladas que cultivo en un jardín detrás de mi casa. ¿Alguna vez intentaste trabajar en un huerto por la noche? Realmente apesta.
—Hombre... Lo siento.
Apreciaba su compasión, pero no había necesidad para eso. Era lo que era.
—Te acostumbras.
—No sé, Sam. No puedo imaginarme la vida sin bistec. Creo que preferiría estar muerto. ¿Por qué no me dijiste esto en tu casa?
—Porque eran mis cosas en mi casa y no tengo nada allí que me provoque dolor. Aquí, no tengo tanta suerte.
Sacó el teléfono del bolsillo y se lo tendió a ella.
—Nadie lo ha tocado salvo yo así que debería ser seguro para ti.
Si tan sólo eso fuera tan simple.
—Gracias, pero alguien lo ensambló. Eso también es kryptonita.
—Bueno entonces. Empezaré notificándoselo a Acheron y al equipo. —Llamó a Ash mientras ella se recostaba para oír y cavilar sobre todo lo que había ocurrido desde la noche anterior.
Era casi más de lo que aún podía entender. ¿Cómo podía haber tantas cosas amontonadas en tan poco tiempo?
Pero lo que la asombró más era que ni siquiera podía alcanzar a oír la conversación telefónica de Dev mientras hablaba con Acheron. Por primera vez en cinco mil años, se sintió normal. Era tan peculiar.
Al menos ese fue su pensamiento hasta que vio la mirada en la cara de Dev.
—¿Estás seguro? —le preguntó a Acheron.
Ella le miró ceñudamente por su tono. Había un indicio de cólera en él. ¿Qué había sucedido para provocarlo? ¿Había muerto ya un Dark‑Hunter por los Daimons? ¿O algo peor?
Se mordió los labios atemorizada mientras escuchaba.
Después de algunos minutos habló otra vez.
—Se lo diré a ella... Sí, tú también.
Colgó el teléfono y clavó los ojos en la pared durante varios latidos de corazón como intentando dar con las palabras correctas.
Un enfermo nudo, frío, se le formó en el estómago.
—¿Qué?
—Dos demonios fueron encontrados drenados ésta mañana y abandonados en Moonwalk para que los humanos los vieran. Aparentemente ha habido un brote de demonios asesinados últimamente y Ash piensa que es un presagio para nosotros, diciendo que estamos jodidos.

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