miércoles, 4 de enero de 2012

Cap 17

Sam observó como Dev se paseaba alrededor de la habitación asegurándose que nada la dañaría, si bien Nick les garantizó que sería seguro, ninguno de ellos confiaba en él.
El cuidado que Dev se tomó mientras lo repasaba todo era adorable y le recordó en gran parte la imagen que había visto de él protegiendo a su hermana cuando eran jóvenes. Era tan protector y dulce…
Lo peor de todo era el remordimiento que tenía erizándole el pelo de la nuca y mordisqueando la piel hasta que le hizo soltar un pequeño gruñido en la parte posterior de la garganta, enviando escalofríos por todo el cuerpo. Quiso caminar a sus brazos y simplemente abrazarle hasta que todo lo demás se desvaneciera.
Ámalos. Déjalos. Ese era el Código por el que había vivido. Tanto como Amazona como Dark‑Hunter. En su mundo antiguo, los hombres a menudo eran vistos como un impedimento para la estructura social de las Amazonas. Las Amazonas iban, tenían relaciones sexuales, y luego, nunca les decían a los hombres que habían engendrado hijos, a menos que tuvieran que hacerlo. Criaban a las hijas de forma independiente y las integraban en la nación amazónica. Los hijos eran entregados a su padre o a su familia.
Era raro que una Amazona se casara. Su hermana había tratado de usar eso para minar su autoridad, pero el código de las Amazonas era en realidad más versátil que eso. La base de su nación era para que las mujeres tuvieran el poder de tomar sus propias decisiones, sobre sus vidas y su felicidad.
En el mundo antiguo las mujeres tenían menos autonomía que los esclavos varones, así que correspondía a la mujer determinar si quería o no un ambiente hogareño, y el resto de ellas habían jurado aceptar la decisión que tomaran sus hermanas. Sí, la mayoría optaba por vivir sin un hombre. Pero no todas. Sam no fue la primera en casarse y no sería la última.
Por lo demás, no todas las Amazonas renunciaron a sus hijos varones. Su mundo había sido de respeto y apoyo. Por esa razón ella amó tanto a su nación.
Como Dark‑Hunter, había tenido las mismas libertades. Al igual que su pueblo, se apoyaban mutuamente. Muy rara vez había un hombre machista Dark‑Hunter, Ash se lo sacaba a patadas durante el entrenamiento. Lo más importante acerca de ser un Dark‑Hunter era su promesa de proteger a los humanos.
Sé una parte del mundo, pero no en él.
Que nadie sepa quién o qué eres.
Encárgate de las necesidades carnales cuando tengas que hacerlo para poder mantener la concentración, pero nunca tomes un amante o una pareja. Te distraen y te debilitan. Por encima de todo, se convierten en un blanco para ser utilizado en tu contra.
Las reglas de Ash. Todos las conocían y mientras miraba a Dev, deseaba haber escuchado.
Porque ahora no quería irse. Quería acurrucarse. Por encima de todo, quería envolver el cuerpo alrededor de él y hacer el amor hasta que ninguno de ellos pudiera caminar derecho.
Pero tenía que sacarlo del peligro antes de que fuera demasiado tarde.
—¿Por qué no regresas al Santuario?
Él la miró con un feroz ceño fruncido.
—¿Por qué?
Porque no quiero verte sufrir. Me destruiría.
—Estaba pensando que podrían necesitarte allí. Los Daimons podrían regresar para tomar represalias contra tu familia.
 Sonriendo, él se burló de su grave tono.
—Creo que mi familia puede manejarlo.
—No lo sé. ¿No se supone que los Were‑Hunters son una pieza extra especial para ellos?
—Cuando nos pueden alcanzar, sí. Pero el problema es que tenemos los mismos poderes así que atraparnos no es fácil. Devolvemos los mordiscos, y tenemos a los clanes, que se inclinan a atacar en masa cada vez que se atreven a atacar a uno de nosotros. Por lo general, nos dejan en paz.
Se trasladó a la ventana para asegurarse de que no se filtrara ni una pizca de luz del día.
Él tendría que hacérselo difícil.
No hagas que te hiera, Dev. Lo último que quería era pisotear a la única persona que la había hecho, por fin, sentirse viva otra vez. Le tomó todas las partes de la cordura no caminar a sus brazos para abrazarle.
En la mente le apareció una visión de Ioel muriendo. El sonido de su voz gritándole para que huyera.
No puedo dejar que mueras, Dev.
No quería vivir sin él.
—En realidad me gustaría que te fueras a casa.
Él se volvió bruscamente y la mirada de dolor en su cara le cortó en el alma profundamente. Tal vez ése era el castigo por haber hecho un pacto con Artemisa. El odio la trajo de vuelta y ahora encontró algo más sustentador que eso, y no lo podía tener porque había nacido de ese odio.
Los dioses eran tan retorcidos.
Déjale ir.
—¿Qué estás diciendo, Sam?
—Estoy diciendo lo que estoy diciendo. Quiero que te vayas a casa.
Cuando él empezó a discutir, ella sabía que tenía que sacarse de la manga algo más fuerte para quitarlo de la línea de fuego. Algo que le ofendiera y obligarle a irse a pesar de que ninguno de los dos quería eso.
Dioses ayudadme
Ella se atragantó con las palabras que le picaban la garganta y el corazón, pero se obligó a decirlas. Por su bien.
—Mira, no estoy acostumbrada a que la gente se cuelgue de mí y comienzo a ponerme nerviosa. Necesito mi espacio.
La expresión de su rostro le hizo trizas y casi logró hacerla llorar, pero era más fuerte que eso. Era una Amazona y no lloraba, no importaba el dolor.
Dev apretó los dientes por la inesperada humillación verbal. Le dejó tambaleando. ¿Qué demonios era su problema? ¿Qué había hecho aparte de arriesgar su vida para cuidarla?
¿Él ocupaba su espacio? Oh sí, eso le jodió a un nivel que no atinó por un momento.
—No me di cuenta que te ponía de los nervios. Perdóname por tratar de ayudar.
Se acercó a ella y tuvo que morderse la lengua para contenerse. Pero él no sería así.
No con ella. Se negó a patearle con el mismo puñetazo en los intestinos, que ella le había dado.
—Bien. —Dio un paso lejos de ella—. No me quedaré donde no se me quiere. Tengo una vida agradable. Tal vez nos veamos por ahí en algún momento.
Sam no se movió hasta que se desvaneció. Después la repentina ausencia de su presencia la desgarró. Era como si alguien le hubiera arrancado el corazón y la dejara vacía. La habitación pareció encogerse hasta la nada y, sin embargo, al mismo tiempo dejó un agujero tan grande en su vida que pareció tragársela entera.
Los ojos se le humedecieron mientras las lágrimas se reunieron en la garganta asfixiándola. Lo siento mucho, Dev. Pero él nunca oiría la disculpa. Ahora no. No después de que le hiriera tan efectivamente y dejara su ego destrozado.
Trató de decirse que era lo mejor. Que lo estaba haciendo para salvarle.
Nada de eso le importaba al corazón. Le dolía y le rogó que le llamara de regreso. No puedo. Se había ido y tenía que dejarlo así.
Aún cuando la matara.

Thorn no se movió al sentir una presencia poderosa detrás de él. Normalmente haría volar a quien se atreviera a inmiscuirse en su santuario.
Pero hacerle eso a Savitar equivaldría al suicidio.
Bueno, no realmente.
Aunque daría lugar a una sangrienta batalla, que si bien aliviaría su aburrimiento durante un rato, arruinaría su traje favorito.
—¿Qué puede haberte sacado de tu playa y traerte a mi oscuro dominio? —Volvió la cabeza para ver a Savitar de pie detrás de él.
Vestido con pantalones de algodón blancos y una camisa hawaiana abierta, Savitar era como cualquier típico surfista en la playa. Hasta sus sandalias Birkenstock, el pelo sacudido por el viento y las opacas gafas de sol.
Thorn arqueó una ceja al ver el movimiento medio congelado de Shara detrás de Savitar.
—Estás manipulando a mis Were‑Hunters otra vez. Sabes cómo me siento por eso.
Thorn se burló por la ira en su voz.
—No me di cuenta que te pertenecieran. No estoy seguro que ellos se hayan dado cuenta, tampoco.
Savitar le dirigió una mirada burlesca a medida que avanzaba para colocarse delante de él.
—Tienes suerte que no me opusiera cuando agarraste a Fang sin mi permiso, pero Dev… Quiero que te mantengas alejado de él.
—¿Por qué? ¿Esta ciudad no es lo suficientemente grande para los dos?
Un tic se movió en la mandíbula de Savitar.
—No me empujes, Thorn. No te olvides que sé el porqué hiciste lo que hiciste por Dev y Sam. A diferencia de ellos, sé que no eres el idiota que pretendes ser.
—Podrías estar equivocado, holgazán de playa. Te lo aseguro. Cada día que vivo es un estudio sobre cómo no ceder a los poderes que me tientan… como tú. Somos criaturas de destrucción.
—Entonces, deberías recordar eso. Deja en paz a Dev.
—Y repito… ¿por qué?
Savitar soltó una siniestra risa.

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