Satara retrocedió al ver a Aimee Peltier con la nueva mascota de Ash, de pie en la puerta de la habitación donde ambos habían estado. ¡Joder! No podía tocar a la muy perra mientras la osa estuviera. Una vez en Seattle, intentó violar la santidad de la zona segura de un santuario Were Hunter y casi la matan.
Savitar lo había dejado muy claro. Para ella, los Weres no estaban en el menú.
Cabrón.
Bueno, al menos había aprendido de la experiencia. Lo que significaba que no podía hacerse con el diario hasta que la osa se fuera o dejaran la puerta abierta y pudiera colarse dentro. Eso sin mencionar el hecho de que dos sacerdotisas de Apollymi pululaban por ahí. Lo último que necesitaba es que cualquiera de ellas convocara los poderes de la diosa. Apollymi era una zorra letal, que hacía que Artemisa pareciera un perrito apaleado.
Tenía que esperar el momento adecuado.
Retrocediendo, volvió a las sombras, a esperar el momento en que pudiera lanzarse o que llegaran los demonios, si es que podían lograrlo. Los dichosos demonios causaban más problemas de lo que traían soluciones. Al contrario de los Daimons, tenían complejo de dios y no les gustaba responder ante nadie a quién no tuvieran que obedecer.
Aunque a veces le venían bien. Y si violaban las leyes del santuario, oh que pena. ¿A quién le importaba si morían?
O todavía mejor…
La tía Artemisa podría ser el mejor de los aliados en este asunto. Por lo menos podría mantener a Acheron alejado por un tiempo, especialmente si se enteraba que Acheron había estado jugando en el jardín de otra mujer.
Tory estaba desesperada por seguir leyendo pero, como Aimee parecía no conocer la antigua lengua, se abstuvo de hacerlo y guardó el diario en su mochila para mantenerlo a salvo
Miró la mesita redonda donde se sentaban Aimee, Justina y Katherine contando historias de malas citas.
No era exactamente la manera preferida de pasar el tiempo de Tory.
—Chicas —dijo sonriéndoles—, no lo toméis a mal, pero me estoy volviendo loca. ¿Podemos bajar al bar o hacer algo que no sea estar sentada aquí aburriéndome a muerte mientras vosotras tres veis como me crecen las cejas? De verdad estoy bien. No voy a estallar en combustión espontánea o algo así de raro. Lo juro.
Aimee rió.
—Vale, pero si bajamos y los chicos me ven, me pondrán a trabajar.
Tory sonrió ampliamente.
—Ponme a trabajar, por dios. —Cualquier cosa antes que quedarse inactiva.
Aimee inclinó la cabeza recelosa.
—¿Sabes servir mesas?
—Por supuesto. Mi familia tiene tres tiendas y dos restaurantes en Nueva York. Trabajo como esclava cada vez que voy.
Justina levantó las manos e hizo una mueca.
—Yo no toco mesas, platos, ventanas ni nada que implique contacto con saliva o los gérmenes de otra gente.
Las tres la miraron con curiosidad ante la confesión voluntaria que, además, era más información de la que cualquiera de ellas necesitaba tener.
—Vale, sexo y besos no incluidos. Eso es completamente diferente. La comida es otro tema. La gente no.
Tory se destornillaba de risa.
—Yo también ayudo —dijo Katherine—, Tina puede quedarse con Tory y asegurarse de que nadie la atrape mientras estamos ocupadas. Eso la mantendrá a salvo de gérmenes y saliva y a Tory a salvo del aburrimiento.
Aimee se burló de Katherine.
—Señoritas, ¿no habéis visto los musculitos que tenemos abajo? Si alguien o algo entra aquí con malas intenciones, mi familia limpiará el suelo, las paredes y el techo con ellos. ¿Por qué creéis que Ash trajo a Tory aquí?
Katherine sonrió.
—Vale. Vamos. Además voy a situar a mis sacerdotisas entre la gente y así podemos vigilar también. Estaremos bien cubiertas.
—Genial. —Tory siguió a Aimee escaleras abajo para que le diera una camiseta del Santuario y un delantal blanco para ponerse sobre los vaqueros. Puso el diario en el bolsillo del delantal y empezó a servir mesas mientas Justina intentaba seguirla sin llamar la atención.
Sí…
Era difícil pasar por alto a la morena alta con aire de “que te den” tan fuerte que podría cercar una ciudad. Miraba a todo el mundo como si fuera su próxima víctima. Pero todo iba bien. A Tory le encantaba la tía, con actitud incluida.
Sonriendo a su amiga, fue hacia una mesa donde un tío extremadamente guapo estaba solo y llevaba unas gafas de sol que le recordaban las de Ash. Vestía todo de negro y tenía la misma actitud de “que os jodan” que tenía Ash la noche que se conocieron. Llevaba el pelo peinado hacia atrás, despejando el rostro donde tenía el mismo arco doble y flecha que Dev llevaba en el brazo. Ash le había dicho que esa era la marca de Artemisa en los Dark Hunters pero todavía era de día, así que a lo mejor era como Dev y la llevaba porque pensaba que era genial.
Al acercarse, supuso que era otro Were Animal de esos.
—Hola, cariño. —Dijo saludándole—. ¿Qué te traigo?
No podía saber si la estaba mirando por las gafas, pero podía sentir la mirada como un peso tangible. Antes de que pudiera parpadear, se puso de pie detrás de ella con una mano en su cintura. Inclinó la cabeza hasta el pelo y aspiró hondo.
—Apestas a Acheron. —La voz era profunda y tenía un acento cajún espeso.
Puso la mano en el diario, lista para luchar a muerte por él.
—A lo mejor te gustaría quitarme la mano de encima y dar un paso atrás.
—¿Si no lo hago qué?
—Te voy a estropear el día.
Rió amargamente en su oído.
—¿Tú crees?
Tan rápido como pudo quitó la mano del diario y la puso en su entrepierna. Rechinando los dientes y con la fuerza de sus años de arqueología, apretó y retorció hasta que se dobló de dolor. Le soltó cuando la cara se le puso de un rojo brillante y la insultó.
—Ni lo pienses, colega. Dado que mido 1,86 debes saber que no soy una enclenque.
Justina se puso detrás de ella.
Él empezó a avanzar, pero antes de que la alcanzara, Dev estaba allí empujándole hacia atrás.
—Nick, sabes que no puedes.
Se quitó a Dev de encima. Cuando fue a por él, levantó la mano y con una fuerza invisible, le estampó contra la pared.
—No soy tu perra, Dev. No vuelvas a ponerme las manos encima. —Se estiró la chaqueta tirando de las solapas y se acercó a ella. Cogió un mechón de pelo del hombro—. Dale recuerdos a Ash y asegúrate de decirle que has conocido a Nick Gautier. —Dejó caer el mechón como si le diera asco y salió.
Dev cayó de golpe al suelo.
Tory corrió hacia él para asegurarse de que estaba bien mientras maldecía por haber sido derrotado.
—¿De qué iba todo eso?
Suspirando se puso de pie.
—Nick tiene sus rollos. Desafortunadamente, Ash es el mayor de todos.
—¿Y eso?
—Solían ser los mejores amigos y ahora son enemigos mortales. No sabía que Nick era capaz de saber que estabas con Ash, sino no le habría dejado entrar. Lo siento. Tory le restó importancia.
—No hiciste nada malo. Es sólo que me asombro su animosidad. —Pensó que Ash sólo le hacía aflorar rabia en ella—. ¿Qué pasó para que se convirtieran en enemigos?
—Honestamente, no lo sé. Pero con lo bien que se llevaban hace pocos años, debió ser una pelea de la hostia.
Sacudió la cabeza ante la revelación. Pobre Ash. ¿No podía confiar en nadie que tuviera fe en él? No le extrañaba que fuera tan suspicaz con todo el mundo. Parecía que coleccionaba enemigos de la misma forma que otros coleccionaban sellos.
Le hacía querer protegerlo todavía más.
Ash se frenó antes de entrar a la tienda de Liza. No sabía por qué, pero tenía un mal presentimiento sobre Tory. Incapaz de entenderlo, se transportó de vuelta al Santuario donde la encontró detrás de la barra, tirando cervezas.
Le inundó un alivio como no había conocido en su vida. Sin pensarlo, pasó por debajo de la trampilla de la barra y la atrajo para poder sentirla, a salvo y entera.
Ella tomó el rostro entre las manos.
—¿Estás bien?
—Sí, es sólo que… —Resopló ante su estupidez—. No importa.
Aimee se detuvo a su lado.
—Si ibas a decir que tenías un mal presentimiento, no estás siendo ridículo. Nick estuvo aquí hace un rato.
Se le cayó el alma a los pies y el miedo le llenó por completo.
—¿Qué ha pasado?
Se volvió hacia él.
—Me dijo que te diera recuerdos.
Ash soltó un improperio ante la amenaza velada.
—No me puedo creer toda esta mierda. Si vuelve siquiera a respirarte encima, juro que le arrancaré la garganta.
Dev rió inclinándose sobre el otro lado de la barra.
—Descuida. Tory le puso las pilas.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que sería muy bueno con ella si fuera tú, Ash. Le dejó seco como si fuera un marine de unidad de combate con un apretón muy bien plantado en un área altamente sensible. Fue muy divertido para los que no estábamos en el lado receptor. Nick, por el contrario, irá de soprano durante toda la semana. —Se estremeció—. Por mi parte, pienso mantenerme a no menos de un metro del alcance de su mano durante el resto de mi vida.
La cara de Tory se puso de un rosa brillante.
—No me gusta que me maltraten extraños.
A él tampoco le gustaba y eso disparó su furia hasta límites insospechados.
—¿Nick no te hizo daño de verdad?
—Ni un poquito. Pero odio haber tenido que hacérselo yo. Pobre tipo.
Conmovido por sus palabras, cerró los ojos tras la gafas de sol. Por eso significaba tanto para él. Podía ver lo bueno en la peor de las criaturas, bueno, menos cuando se conocieron. Pero incluso eso empezaba a encontrarlo encantador.
—¿Y por qué estás aquí abajo en lugar de estar arriba descansando?
—Por aburrimiento. No está en mí estar sentada todo el día sin hacer nada. Soy griega. Los griegos debemos trabajar. Citando a mi tía Del no hay reposo si está sucio.
Aimee rió.
—No te preocupes. No la perdemos de vista y después de lo de Nick, no la dejamos que salga de detrás de la barra.
—Sí. —Dijo Tory nostálgica.
Arqueó una ceja. Lo decía como si fuese algo malo. La verdad es que estaba agradecido.
—Bueno. Puesto que lo tenéis controlado, vuelvo a mis recados. Volveré pronto.
—Ten cuidado.
Inclinó la cabeza hacia Tory recordando las palabras que lo habían conmovido antes de volver a la tienda de Liza. Cuando iba a alcanzar el tirador, oyó en la cabeza el estridente chillido de Artemisa que resonaba contra su cerebro como si fuera alambre de púas.
Acheron. Sube. Ya.
No soy tu perro, Artemisa.
Apareció delante suyo en la calle con los ojos rojos llameando.
—Vale, si no te meto en cintura, veremos si puedo hacer suplicar a tu perra. —Y empezó a desvanecerse.
La agarró del brazo y la sujetó.
—¿De qué estás hablando?
Se sacudió el brazo, soltándose de su agarre.
—No pienses que te puedes marchar y follarte a otra mujer sin que yo me entere, ¿Verdad? ¡Perro infiel! Voy a hacer que chille como ningún mortal ha chillado antes.
Esta vez, cuando empezó a desvanecerse, se lanzó hacia ella y los llevó a ambos hasta su templo en el Olimpo. La mantuvo apretada contra la pared del dormitorio. Artemisa gritó tan fuerte que le asombraba no haberse quedado sordo.
—¡Déjame!
Negó con la cabeza.
—No hasta que no hayamos aclarado esto.
—¿Aclarar qué? ¿Qué eres un cabrón infiel y mentiroso? ¿Cómo has podido? —Intentó arañarle el rostro.
Le sujetó las manos y la mantuvo apretada entre él y la pared.
—¡Me quedaré con su vida, con su alma, con todo!
—¡No la tocarás!
—¡A mí no me mandas!
Esas palabras dispararon su ira tan alto que cambió inmediatamente a su verdadera forma de destructor. Se miró las manos azules y sólo pudo imaginar el aspecto que tendría el resto.
—No me presiones, Artemisa. No me he alimentado en semanas y con respecto a éste tema, ¡te mataré! ¿De acuerdo?
—Te odio. —Gruñó.
—Siempre me has odiado. Desde el momento en que te besé por primera vez en el templo, me has despreciado y lo sabes.
Con un chillido furioso, empezó a sollozar como si tuviera el corazón hecho pedazos.
—Eso no es verdad. Éramos amigos. ¡Te amaba! —Le espetó.
Se burló de las mentiras que aún creía.
—Me amabas tanto que te quedaste mirando mientras me destripaban en el suelo a tus pies. Eso no es amor, Artie. Te sentiste aliviada cuando morí.
Negó con la cabeza.
—Te traje de vuelta porque te amaba.
—Esa es la mentira que te dices, pero no es verdad. Me trajiste de vuelta porque te aterrorizaba mi madre.
—¡Soy una diosa!
—Y yo un dios. Uno cuyos poderes hacen mofa de los tuyos y lo sabes.
Gritó intentando incitarlo a pelear.
—Me has traicionado y quiero venganza.
—Pues tómala de mí.
Se quedó de piedra y por primera vez desde que lo había atacado tenía una expresión de cordura.
—¿Qué dices?
Retrocedió un paso, preparado para agarrarla otra vez si se veía en la necesidad.
—Soy el que te ha traicionado. Si quieres la sangre de alguien, me ofrezco como tu víctima. Pero tienes que jurarme que no le pondrás la mano encima a Soteria. Nunca.
Las llamas de excitación sexual en los ojos lo enfermaron. Podía negarlo, pero se ponía caliente haciéndole sangrar y sufrir. Siempre lo había hecho.
—Sólo si me juras que no utilizarás tus poderes para curarte. Recibirás el castigo que te mereces y sufrirás por lo que me has hecho.
Porque todo giraba siempre en torno a Artemisa.
Desde luego no debería haber estado con Tory porque ella era amable. La única razón por la que podía estar con alguien era para herir a Artemisa y por eso había sangrado.
Sí...
—Te lo juro.
Levantó la barbilla.
—Libérame.
—No hasta que me des tu palabra.
—Oh, te lo prometo. No tocaré a tu zorra.
Se estremeció por la palabra y amenaza velada contra Tory.
—Y tampoco mandarás a nadie contra ella.
Se quedó callada.
—¿Artemisa?
Hizo un puchero como una niña a la que le hubieran roto la muñeca favorita. No fue hasta que se percató de que no iba a ceder que se cruzó de brazos y le espetó.
—Está bien. Juro que tu puta no sufrirá daño de mí, ni de ninguno de mis subordinados.
Rodeó su cuello con las manos.
—Te juro que si vuelves a llamarla puta, zorra o cualquier otro insulto, te mataré. ¿Me entiendes? Su nombre es Soteria y no la llamarás de ninguna otra forma.
El miedo reemplazó a la ira en sus ojos. Sabía que no tenía más remedio que cumplir cualquier cosa que hubiera jurado. Y en ese momento la idea de matarla ocupaba el número uno en su lista.
—Entiendo. —Dijo Artemisa con frialdad—Ahora, prepárate para mí, puta.
Se encogió de dolor ante las palabras que ella sabía que le harían daño a un nivel al que nadie debería ser herido y la odió por ello. En un segundo destrozaron todos los siglos de dignidad que tan desesperadamente había intentado reunir y lo redujo al niño que suplicaba patéticamente a su padre que no le hiciera daño.
Maldita fuera por ello. No quería hacer esto, pero sabía que no tenía opción. Tenía el estómago tan tenso de rabia y asco que le sorprendía no estar vomitando por la sensación.
La pasada noche lo merecía.
No... Soteria lo merecía. Cuando lo abrazó, no era una puta. No era patético ni indeseable. Por el momento de paz que tuvo en sus brazos, esto no era nada.
Sólo esperaba que cuando Artemisa hubiera terminado, siguiera sintiendo lo mismo.
Enfermo de miedo, retorció y dejó caer el abrigo al suelo. Después se quito la camisa por encima de la cabeza. Dioses, se sentía como si se estuviera vendiendo otra vez en casa de su tío. Lo único que le faltaba eran las bandas doradas en las muñecas y tobillos además de los piercings de la lengua. Que lo asiera del pelo y le dijera como le gustaba que le diera placer.
Se pasó la mano por el pecho, donde Simi dormía.
—¿Simi? Necesito que tomes forma humana. —Si estaba en su piel cuando Artemisa empezara a azotarlo, saldría y atacaría a la diosa. Y puesto que había prometido total sumisión, no podía permitir que su niña hiciera tal cosa.
Simi apareció con una sonrisa preciosa en el rostro hasta que se percató de dónde estaba. Entonces curvó los labios con repugnancia.
—¿Por qué estamos con la diosa vaca, akri? La Simi creía que nos íbamos a divertir otra vez.
—Lo sé, Simi. Necesito que me dejes un ratito.
Las aletas de la nariz se movieron con furia y los ojos se volvieron rojos. Sabía lo que pasaba cuando la mandaba marcharse de allí.
—Akri...
—Házlo Simi. —Miró detrás y vio a Artemisa observándolos—. Quiero que vayas al Santuario y protejas a Soteria por mí. Asegúrate de que nadie le haga daño.
Simi se volvió y siseó a Artemisa.
—Iré a proteger a akra Tory, akri. Pero la Simi no quiere dejarte aquí. Me gustaría más que dejaras que la Simi se comiera a la diosa vaca.
Tomó su rostro entre las manos y le dio un beso rápido en la mejilla.
—Ve Simi y no te comas a los humanos ni a los Were.
Simi asintió y se desvaneció.
Tragó cuando encontró la mirada fulminante de Artemisa. Un instante después, sus muñecas estaban rodeadas de cadenas. Se elevaron y se extendieron y un látigo apareció en manos de Artemisa. Dejó escapar un largo suspiro cuando le recorrieron los siglos de hacer la misma cosa y luchó contra la ira que crecía en su corazón.
¿Cómo podía hacerle esto y sostener que sentía algo?
—Me has traicionado por última vez, Acheron.
Rió amargamente.
—¿Yo te he traicionado? ¿Cuándo me has sido fiel tú?
La respuesta a su pregunta fue un revés con el dorso de la mano que le rompió el labio. Sólo ahora que le tenía encadenado podía golpearle. Lo agarró del pelo, cambiándolo a rubio al instante y le echó la cabeza hacia atrás todo lo que pudo.
—Desearía no haberte conocido nunca.
—Te aseguro que el sentimiento es totalmente mutuo.
Entonces hizo lo más cruel de todo. Hizo aparecer un espejo ante él y le vistió con el chiton que llevaba cuando se conocieron. Separándole el pelo del cuello, sopló sobre su piel, sabiendo lo mucho que lo odiaba.
—Esto es lo que temes, ¿verdad? Que el mundo entero sepa que eres una verdadera puta. Once mil años después, te sigues arrastrando a la cama de todo el que pueda pagarte. Dime, Acheron, ¿Qué te dio Soteria para que te acostaras con ella?
La miró por el espejo y le contestó con la verdad.
—Me compró con la única cosa que tú no has sido capaz, Artemisa. Amabilidad. Calidez.
Le tiró tan fuerte del pelo que estuvo seguro que le había arrancado algún mechón.
—Puta cabrona. Te hubiera dado el mundo si me lo hubieses pedido pero en su lugar prefieres estar en la cama con una vulgar humana.
Se lamió la sangre de la comisura de la boca.
—Nunca me diste nada, Artemisa, sin hacérmelo pagar con creces. Ni siquiera tu corazón.
—Eso no es verdad. Te di a tu hija.
—No. Tuviste a tu hija. No conservaste a Katra por mí. Te la quedaste por total egoísmo y lo sabes. Nunca tuviste intención de hacerme saber que tenía una hija porque no querías compartirla ni conmigo ni con nadie. Podrías haberme dicho la verdad en cualquier momento pero me la escondiste durante once mil años. —Sacudió la cabeza ante la verdad que le escaldaba el alma. —Eres egoísta y fría y estoy cansado de congelarme cada vez que te toco.
Le dio un latigazo en la espalda. Siseó cuando el dolor lo recorrió.
—¡Me perteneces! —Gritó.
Apretó las cadenas que lo mantenían en el lugar.
—No te pertenezco, Artemisa. Ya no. No debería haberme vendido a ti por una gentileza que ya no siento.
Le volvió a golpear.
—¿Te hubieras vendido mejor a una humana que no puede comprenderte? No sabe nada de nuestros poderes. Nada de lo que significa ser un dios. La responsabilidad. El sacrificio.
La miró por el espejo con la respiración irregular.
—Ni tú tampoco. Soteria no me pide nada. Me da, Artemisa. Sin ataduras. Sin planes ocultos. Me toma de la mano en público y no me suelta. No se avergüenza de que la vean conmigo.
Le tiró la cabeza hacia atrás y aulló en su oído.
—¡Porque no le cuesta nada que la vean contigo! Me pides demasiado. Siempre me has pedido demasiado.
—¿Y no se te ha ocurrido que tú me pides lo mismo? He estado dando durante once mil años y me he cansado. Estoy cansado de que me ridiculices, tú y tu hermano. Estoy cansado de aguantar tus mierdas y lidiar con tu humor cuando no tienes la misma cortesía conmigo. Quiero la libertad.
Le soltó el pelo y le dio tres latigazos más, después pasó las uñas dolorosamente por su espalda.
—No hay libertad para ti, puta. Nunca.
Tory sonrió al ver a Simi subiendo al bar. Todavía recordaba la primera vez que vio a la demonio, aunque en aquel entonces pensaba que Simi era un universitaria normal y corriente que le hacía muy bien de niñera. Era difícil de creer que después de todas las llamadas telefónicas y todos los correos electrónicos que habían compartido, a Simi se le hubiera pasado mencionar el hecho básico de que era una demonio.
Pero bueno...
Al acercarse supo que algo la preocupaba.
—¿Qué pasa, Simi?
—Esa diosa vaca vieja está haciéndole daño a akri otra vez y akri no deja que la Simi haga algo para ayudarle. Como se supone que la Simi no puede decir nada de lo que la diosa perra le hace, olvida lo que ha dicho la Simi. —Se sentó en un taburete enfurruñada y puso la barbilla en la mano—. Enróllate y ponle a la Simi un helado, akra Tory, lo necesito de dos bolas.
Aimee fue a atender a Simi mientras Tory se sentaba con la demonio.
—¿Qué quieres decir con que la diosa vaca le está haciendo daño a Ash? ¿Hera?. —Era la diosa a la que más se referían como “vacuna” en la mitología.
—Esa no. La mezquina pelirroja que la Simi se quiere comer, pero akri dice “No, Simi. No te puedes comer a Artemisa”. La Simi odia a esa vaca.
Se quedó de piedra al recordar lo que Ash le había contado sobre Artemisa y su relación.
—¿Dónde está Ash?
—En el Olimpo. Le dijo a la Simi que se quedara contigo y se asegure de que nadie te hace daño.
No podía ser nada bueno y Tory se sintió mal al no poder ayudarle.
—¿Qué le hace Artemisa a Ash?
—Se supone que la Simi no lo puede decir. —Echó una mirada por el bar como si fuera una niña traviesa y bajó la voz—. Pero akri no dice que no te lo pueda enseñar. —Alargó la mano y tocó el brazo de Tory. En ese mismo momento, Tory vio a Ash siendo azotado.
Incapaz de soportarlo, se puso de pie e intentó concentrarse. Pero no podía. Le palpitaba el corazón, y estaba hiperventilando por el pensamiento de causarle tal dolor.
—¡Tenemos que hacer algo!
—No podemos. Artemisa le hará algo peor si intentamos intervenir. Créeme, lo sé. Le prometió que podría azotarle si te dejaba en paz y ella dijo que vale. Así que... La Simi odia a la diosa vaca.
Y Tory también. Si pudiera volver atrás en el tiempo, la habría dado bien en los morros en Nashville.
Aimee llegó con el helado mientras Tory intentaba pensar en algo, cualquier cosa, que pudiera hacer. Miró a Aimee, luego a Katherine y a Justina pero decidió no pedirles opinión. Ash moriría de vergüenza si supieran que ellas sabían lo que le hacían.
Ahora sabes todos los secretos que moriría por proteger.
No había duda de que éste era uno de los secretos que guardaba más celosamente. No le extrañaba que hubiera sido tan desagradable con Artemisa en Nashville.
—Si alguna vez le pongo las manos encima...
¿Qué haría? ¿Sangrar sobre sus zapatos caros? Artemisa era una diosa y Tory era humana.
Pero... había algo en el diario sobre Artemisa y sus debilidades. Con el corazón latiéndole esperanzado, fue hacia la cocina que había tras el bar, donde había luz suficiente para leer.
Pero antes de que pudiera llegar, vio a una mujer alta, de pelo negro sentada en una de las mesas del fondo.
¿Quieres hacerle daño a Artemisa? Habla conmigo.
Tory buscó a su alrededor la voz que sonaba en su cabeza hasta que clavó la mirada en la mujer desconocida.
Sí, soy yo la que te habla, Soteria. La mujer le hizo una seña para que se acercara a la mesa.
Retrocediendo desde la cocina, le dio un golpecito en el brazo a Aimee.
—Enseguida vuelvo. —Antes de pudiera contestar, fue derecho hacia la mujer increíblemente atractiva y probablemente, tan alta como ella.
—Hola —dijo con un fuerte acento griego—. Soy Satara. Debes considerarme una amiga.
Sí, seguro. Esperaría antes de decidir sobre eso.
—¿Cómo haces para hablarme con la mente?
Sonrió antes que la voz volviera a sonar en la cabeza de Tory. Soy hija de Apolo y si quieres que te ayude, estaré más que dispuesta a ayudarte a matar a Artemisa.
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