Desideria contuvo el aliento mientras las voces se acercaban y acercaban. Había animales con ellos y por el sonido eran una buena cantidad de ellos. Los podía oír gimiendo y ladrando mientras los Andarions buscaban entre el edificio.
Tan rápido como fue posible, agarró el aerosol que Caillen había usado antes de la mochila, y lo roció dirigido hacía la puerta y a ellos. Por favor que no tengan un erackle en esa jauría de cacería.
Según Caillen, eso sería malo. Y ya que aun no se había equivocado acerca de algo que tuviera que ver con su búsqueda...
Sí, un erackle cornudo le arruinaría el día más que probablemente.
Lo que odiaba más de casi todo esto era el sentimiento de vulnerabilidad.
Siempre se había enorgullecido de su autosuficiencia, de ser capaz de manejar cualquier cosa que se arrojara en ella. Y lo era.
Pero esto...
Esto estaba muy lejos de su área de experiencia y pericia. Estaba en una cultura extraterrestre con un inconsciente desconocido. Aquí, desconocía las reglas o el clima. Incluso no sabía qué alimentos eran seguros para comer o cómo encontrarlos. Ahora le parecía extraño que su tía le hubiera enseñado a luchar para sobrevivir, pero nunca cómo aprovechar y usar los recursos. No de la manera en la que Caillen lo hacía.
Miró hacia él. Por alguna razón que no podía explicar, su presencia la tranquilizaba. Sí, no tenía absolutamente ningún sentido. Él estaba completamente dañado. Estaba incapacitado para una pelea, mucho más si tuvieran que correr y sin embargo… podía oír su voz sarcástica en la cabeza, dándole consejos de lo que necesitaban para escapar y sobrevivir.
¿Qué está mal conmigo?
Desideria había sido adiestrada para no confiar en nadie. Ni siquiera en la familia. Y ahora mismo, cuando necesitaba escuchar ese entrenamiento, no oía la minuciosa instrucción de su tía.
Oía a Caillen.
Sin pensar, le cogió de la mano. Aunque estaba sucia y encallecida, era hermosa... así como el resto de él. Tenía dedos largos y finos con uñas que no estaban recortadas como solían llevarlas los demás nobles. Las de Caillen eran manos ásperas por el trabajo. Manos masculinas.
Y ellas, también, la reconfortaban.
Algo golpeó la trampilla. Duro. Se mordió los labios para abstenerse de hacer un sonido mientras tensaba el agarre en la mano de Caillen y el blaster, esperando que se abrieran paso.
Golpearon otra vez.
Un animal ladró, entonces salió corriendo haciendo ruidos poco familiares que sonaron como a un quejido. Hubo un gran alboroto antes de que los Andarions siguieran a la criatura. Después de algunos minutos, todo quedó en silencio de nuevo.
Aún así, contuvo el aliento y mantuvo el férreo agarre, esperando que regresaran y descubrieran el escondite.
Horas y horas pasaron lentamente mientras su corazón golpeaba a un ritmo espantoso. Finalmente se permitió relajarse y aceptar el hecho de que estaban seguros.
Aunque fuera sólo por un momento.
Suspirando, recostó la cabeza contra la pared y posó el blaster en el suelo. Tenía tensos y agarrotados los músculos del brazo por haber sujetado el peso durante tanto tiempo. Enlazó los dedos con los de Caillen mientras estaba sentada y en silencio dejaba que la aspereza de su piel la tranquilizara aun más. Se sentía muy bien al saber que no estaba completamente sola en esto. A pesar de que él estaba inconsciente.
Gracias a los dioses que los Andarions se fueron. Este momento de calma valía una fortuna para ella.
Por favor no dejes que termine.
Había tenido bastante excitación para un día, o en verdad cincuenta mil. Realmente, no necesitaba más. Aliviada hasta el punto de que casi podría llorar, bajó la mirada hacia Caillen que llevaba sin moverse tanto tiempo que se preocupó por eso. Cuando antes se había dormido, había roncado débilmente.
Ahora nada...
¿Había muerto? ¿Estaba respirando? El pánico repentino creció dentro de ella mientras la mente convocaba toda clase de malos augurios.
Por favor que no esté muerto. Que no esté sangrando. No mientras había estado preocupada por ellos cuando debería haberle atendido.
Avanzó paulatinamente para poner la mano bajo su nariz para que su aliento pudiera hacerle cosquillas en la piel.
Gracias a los dioses, estaba todavía vivo. Fue un alivio casi tan grande como los Andarions dejando el edificio. Y mientras yacía allí durmiendo, no podía evitar sino notar lo apuesto que era en realidad en la débil luz azulada. Qué juvenil y relajado.
Lo completamente incapacitado que estaba y lo que dependía de ella para sobrevivir…
Sí, esa era una perspectiva aterradora.
Caillen, estás tan jodido. Ella nunca había cuidado de nadie antes. Ni siquiera de una mascota. Honestamente, temía poder matar al pobre hombre por ignorancia. Conocía algo del campo de la medicina, pero no mucho y todo eso era en teoría. Nunca había tenido que usarla en verdad. Era sólo que no había sido materia de estudio como parte del entrenamiento.
Vamos, Desideria, puedes hacer esto. Tu gente se enorgullecería de tus habilidades de supervivencia. Pero claro la supervivencia para ellos era sinónimo de lucha, ser capaz de protegerse a ti mismo.
Desvió la mirada hacia la raída mochila...
Un macuto que llevaba todo lo que una persona alguna vez necesitaría para vivir a través de casi cualquier cosa. Intrigada acerca del contenido, tiró de ella y abrió el gastado cuero. Hizo una pausa mientras percibía un soplo inesperado del perfume de Caillen. Caliente y completamente masculino, eso hizo que el latido del corazón se le acelerara. No sabía el porqué adoraba el olor de su piel, pero lo hacía. En verdad, no había nada que le gustara más que enterrar la cara en su cuello y simplemente inhalarlo.
Haciendo a un lado ese pensamiento perturbador, comenzó a buscar desordenadamente en el contenido de la mochila para hacer inventario en caso de que necesitara algo antes de que él se despertara de nuevo. Realmente había una extraña combinación. Calcetines, gafas oscuras, medicamentos, alimento deshidratado y agua.
Profilácticos…
Ni siquiera quería pensar sobre eso. Bueno, no del todo cierto. Por alguna razón, tenía una curiosidad extraña sobre como se vería desnudo. Como se sentiría al estar en sus brazos y que la besara como un amante hambriento. Como le caería su pelo en la cara mientras él yacía sobre ella, mirando hacia abajo con esa diabólica sonrisa suya...
Probablemente era genial en la cama.
Oh, ¿qué está mal conmigo?
No obstante, Narcissa diría que algo andaba mal en ella si no quisiera hacer el amor con él. Eso la hizo sentir un poco mejor.
Aunque...
Estaba en medio de una persecución. Sus enemigos podrían encontrarla en cualquier segundo y si esa no fuera bastante razón para mantener los pensamientos apartados de su cuerpo, estaba la pequeña cuestión de que era un pícaro al acecho que llevaba profilácticos en la mochila, seduciendo para un revolcón fácil. Definitivamente no era su tipo de hombre en absoluto. Ni siquiera un poquito. Quería a alguien que pudiera ser leal y dulce. Alguien responsable que estuviera allí cuando ella lo necesitara, quién la pudiera apoyar pero nunca eclipsarla.
Alguien como su padre.
Ese pensamiento solidificó su convicción mientras continuaba revisando el contenido de la mochila que incluía una cantidad obscena de pequeños paquetes de condimento.
¿Pero todo esto? ¿Necesitaba un humano realmente tanta salsa o galletas saladas? ¿Realmente?
De repente, hizo una pausa. En el fondo de la mochila encontró la cosa más asombrosa de todas. Algo que nunca habría sospechado que llevara un hombre como Caillen.
Un pequeño video portátil.
Qué extraño.
Sentándose en cuclillas, lo encendió y esperó a que se cargaran las fotos. En la oscuridad, pasó las imágenes que decían mucho acerca del hombre junto a ella. Había una de una hermosa mujer pelirroja y un hombre alto de pelo oscuro de pie junto a ella. Se veían tan felices y dulces. El amor que se tenían el uno al otro mientras se abrazaban era más que evidente y eso era impresionante.
Los dos estaban vestidos de blanco para una especie de ceremonia que ella no reconoció. El pelo hasta los hombros del hombre enmarcaba su apuesta cara, bien afeitada. Su piel era un tono más oscuro que la de Caillen, más como la de ella, y sus ojos eran tan negros que no podría decir donde terminaban los iris y comenzaban las pupilas. Tenía dos pendientes pequeños de oro en su lóbulo izquierdo. El traje de la mujer era sin tirantes y tan sensacional como ella. Caía en capas ligeras alrededor de su cuerpo esbelto y tenía flores blancas entretejidas en su largo pelo.
Desideria apretó el botón de reproducción.
Inmediatamente se besaron.
«Hey, chicos, parad. ¡Alto! Voy a vomitar. En serio, estoy a punto de salpicar los zapatos y como Shay derrochó para comprar los de ella, no quiero ser lastimado».
Reconoció la voz de Caillen, fustigándolos. A juzgar por la sonoridad del tono, asumió que era el que sujetaba la cámara.
«Syn, es mi hermana esa que estás lamiendo y voy a patearte el culo otra vez si no te apartas de ella. Lo digo en serio. No me importa que estés casado ahora. Ella todavía es mi hermana y tú eres un hombre muerto».
Syn se mofó, sus ojos oscuros enviando un reto.
«Tú no ganaste la última vez, giakon. Según recuerdo, te mandé a freír espárragos».
La cámara brincó para mostrar el suelo rápidamente moviéndose mientras Caillen se dirigía hacia él.
La mujer se interpuso entre ellos y empujó hacia atrás a Caillen. La cámara fue oscilando alrededor de su cuerpo hasta que ella la enderezó y obligó a Caillen a apartarse otro paso de Syn.
«Tocas a mi marido otra vez, Cai, y pintaré tu trasero de un rojo imborrable. Ahora compórtate y demuéstrale a Syn que te crié bien. —Riéndose, ella tomó la cámara fotográfica de Caillen y la volvió hacia él».
El aliento de Desideria se atoró mientras veía no a un aristócrata rígido, sino a un hombre tan increíblemente apuesto que era difícil incluso mirarlo. Vestido en un traje de etiqueta negro y recientemente afeitado, Caillen era absolutamente impresionante si bien estaba extremadamente furioso. Sólo él podía mostrar esa cantidad de ardor y furia al mismo tiempo.
«Enojado, ¿no verdad, hermanito? —preguntó Shahara mientras se movía tan cerca de él que Desideria casi podría verle las ventanas de su nariz».
Recobrando su buen humor acostumbrado, él ofreció esa abierta sonrisa encantadora y se alejó de ella.
«Algún día te alegrarás de tener estas imágenes».
«Lo dudo. Te veo actuar como un redomado idiota. ¿Por qué querría captarlo para toda la eternidad?»
Dos mujeres más aparecieron y envolvieron los brazos alrededor de Caillen antes de que él pudiera responder.
«Aquí, Shahara, pásamela. —Escuchó a Syn fuera de cámara—. Ve allí con tu hermano y tus hermanas y vamos a reunir a todos los Dagans. Será lo único que todavía tengas de Kasen con un vestido».
«¡Oye! —gruñó la más corpulenta de las dos hermanas—. Recordaré eso, Syn. ¿Qué es lo que estás diciendo de mí?»
«Él dice que no te vistes como una mujer —se mofó Caillen—. Y no lo haces. El peor día de mi vida fue cuando percibí tu gran tamaño. Has estado robándome la ropa desde entonces y estirando todas mis camisetas».
Ella le dio un fuerte puñetazo en el bíceps.
«Mejor recuerda que no pego como una mujer tampoco y sé dónde duermes. Shay y Tess llorarán de agonía cuando encuentren tus restos ensangrentados después de que reclame mi venganza».
«Oh sí, correcto. Como si me fueras a matar antes de que pague mi nave. Tengo mejor criterio. Vives atemorizada a ese tipo de deudas y sin mí serías arrestada de cualquier manera».
«Basta de cháchara. —Shahara levantó su mano en un gesto imperioso que milagrosamente les impidió discutir más. Entonces ella se movió al otro lado y se deslizó en medio de Caillen y Kasen».
Desideria presionó pausa en Caillen y sus tres hermanas. No se parecían en nada. Pero era evidente el amor entre ellos. Caillen tenía sus brazos envueltos alrededor de Shahara y Kasen, y la tercera, Tessa, se agarraba de Shahara como a un salvavidas.
Todos ellos sonriendo. Era un momento tan dulce y tierno que tuvo la impresión de estar entrometiéndose simplemente por verlo. Y le dolió no haber tenido nunca un momento como ese en su vida. Ni una vez sus hermanas la abrazaron como Caillen abrazaba a las suyas. No compartían la risa o las bromas tiernas. Sólo réplicas hirientes, crueles.
Ella y sus hermanas habrían luchado a muerte por las palabras que Kasen le había dicho a Caillen o viceversa.
Con el corazón dolorido por la fría verdad de lo poco que su familia se preocupaba los unos de los otros, trazó por la pantalla las líneas joviales en la cara de Caillen y se preguntó si él sería como su padre… cuando había sido niña y en las noches cuando su madre no había requerido de su presencia, él salía a hurtadillas de sus aposentos para visitarla durante unas pocas horas después de que todo el mundo estuviera dormido. Habían dado paseos de media noche, caminatas, y habían acampado numerosas veces bajo las estrellas.
Por puros celos, Narcissa informaba en el momento en que los descubría y su padre era castigado gravemente por ello. Pero nunca le impidió acudir. Sin importar lo salvaje de la paliza.
«Tú vales la pena, mi pequeña rosa. Nadie te alejará de mí jamás y nada me impedirá verte. Ni siquiera tu madre». Todavía podía sentir el calor de su abrazo. Había veces que estaba segura de que él estaba con ella. Momentos en los que a ella le gustaba imaginar que podía sentir su tierna presencia.
Pero eso no era Qillaq.
Miró hacia Caillen y el corazón le dio un vuelco mientras veía lo mal herido que estaba por intentar protegerla. En lo profundo de su interior, estaba segura de que él sería así con su propia hija.
Ese pensamiento le provocó una ternura extraña. Y una parte de ella, hasta este día, estaba todavía enojada con los dioses que le habían quitado la vida de su padre. Era tan injusto que él muriera y la dejara sola, abandonándola a un mundo donde nadie nunca pensaría otra vez que era lo bastante buena para cualquier cosa. Sin importar lo duro que lo intentaba, no podía bloquear la visión del recuerdo de su madre y las constantes críticas de su tía.
Si tan sólo ella hubiera podido tener algunos años más a su padre diciéndole que no era estúpida, gorda, fea e inútil...
Pero no había nada que pudiera hacer.
Él se fue y estaba sola.
Volvió a mirar a Caillen, haciéndola preguntarse cómo sería reír con él como sus hermanas lo hacían. Cerrando los ojos, se imaginó una boda para ellos similar a la de Syn y Shahara.
Una ceremonia de matrimonio Qillaq no era nada como la de ellos. No había ningún pacífico tomarse de las manos y testigos que dijeran cuánto significaban el uno para el otro. En su mundo, la mujer reclamaba al hombre en la batalla. Si él la derrotaba, serían iguales. Si no, ella lo gobernaba y él se veía forzado a obedecer sus órdenes. En teoría, el hombre tenía una ventaja, pero Desideria tenía una mala sospecha de que los hombres eran drogados. Nadie le había dicho eso jamás. Pero recordaba a su padre hablando una vez acerca de lo enfermo que había estado cuando había combatido con su madre. Fue cruel e injusto.
Nunca le haría eso a alguien.
Si no podía derrotar al hombre honestamente, no quería gobernarlo.
Y es por eso que eres tal decepción para tu madre.
Ese pensamiento trajo de vuelta todas sus dudas en sí misma y las furiosas voces en la cabeza que se esforzaba tanto por aplastar.
Necesitando un alivio temporal de eso, hojeó más imágenes de la familia de Caillen. Sólo vio a un puñado de otras personas. Sus hermanas estaban allí repetidamente en toda clase de tomas espontáneas. Junto con Syn, dos Andarions —uno de los cuales era rubio y nunca sonreía—, Darling Cruel, y la penúltima era una hermosa dama sujetando a una criatura en sus brazos. La mujer se parecía tanto a Caillen que Desideria se dio cuenta de que ésta debía ser su verdadera madre. Lo extraño era que él no tenía una sola foto de sus padres adoptivos o del emperador Evzen.
Solamente su madre agarrándolo cuando era un bebé.
Muy extraño.
La foto final era de una de una hermosa mujer que no parecía estar relacionada con nadie más. Aunque ella sonreía, sus ojos eran fríos. Calculadores. Algo de ella la hizo temblar.
Desideria apartó el marco y continuó haciendo inventario de lo qué tenían. Encontró un juego pequeño de afeitado, un cepillo de dientes y otros artículos personales de higiene, pero nada que dijera nada más acerca de él.
Se preguntó por qué.
Obviamente, no habría respuesta mientras él estuviera inconsciente. Sólo más preguntas.
El estómago le gruñó mientras dejaba el pequeño marco. Lo ignoró. Además de las galletas saladas, la mochila contenía dos paquetes más de comida y ella no quería comer mientras Caillen estaba inconsciente. Él lo necesitaba para conservar su fuerza.
Recostando la cabeza contra la pared, cerró los ojos y dijo una pequeña oración para que su madre estuviera segura y que ambos lograran salir de este planeta vivos.
Sí bueno, pues, si ella no puede defenderse, merece morir.
Fue un rudo pensamiento sangriento para su madre. Uno que probablemente la enorgullecería.
Pero la avergonzó y no supo porqué. Necesitando consuelo, otra vez tomó la mano de Caillen en la de ella. Era un punto mínimo de contacto y aun así hizo maravillas en el espíritu. Y mientras estaba sentaba allí, recordó esas noches donde había soñado con ser abrazada y sujetada por un hombre.
A través de los años, había forzado a aplastar esos recuerdos y los había abolido. Ahora estaban de regreso y una parte de ella temía ansiar esa clase de intimidad afectuosa.
Con Caillen. Quería que él la mirara de la manera en la que Syn había mirado a Shahara. Como él vivía y respiraba por ella. Como si ella fuera su universo entero.
¿Qué estás diciendo? Estaba cansada. Sí, eso era.
Sácame de aquí pronto. Si no lo hicieran...
Tal vez el ser comida por los Andarions no sería tan malo después de todo.
Caillen se despertó lentamente para encontrarse todavía en el agujero en el que se habían metido para esconderse. Estaba lastimado y dolorido, pero no tanto como lo había estado cuando se desmayó. Tenía el cuerpo reducido a un dolor adormecido, constante y no el latido violento que había tenido antes.
Estaba oscuro con sólo el más débil indicio de luz desprendiéndose del bastón azul. Por el más mínimo instante, pensó que estaba solo hasta que oyó el sonido de un ronquido leve.
Ese sonido le aceleró el pulso mientras veía a Desideria acostada detrás de él durmiendo. Estaba enroscada contra su columna vertebral como un gatito con una mano enredada en el pelo. El gesto lo calentó e hizo que su cuerpo rugiera a la vida mientras la imaginaba desnuda y besándole. Oh si, a él no le gustaría nada mejor que enterrar su nariz en el hueco de su garganta y respirarla adentro hasta que estuviera ebrio de su perfume mientras se deslizaba profundamente dentro de ella.
No podía recordar la última vez que había deseado tanto a una mujer. Le tomó todo lo que tenía no inclinarse y besarla, pero eso la sobresaltaría y nunca, jamás tocaría a una mujer sin su invitación explícita. Su cuerpo era de ella y él no tenía derecho a propasarse de ningún modo.
Maldita sea…
Se movió muy ligeramente para aliviar algo el dolor de la rabiosa erección que ahora sobrepasaba al del resto del cuerpo.
Desideria se disparó sobre sus pies y se giró como si esperara ser atacada desde todas las direcciones. Si no estuviera tan aterrada, se habría reído de su pánico.
Pero no sería tan cruel.
—Lo siento. —Las palabras salieron como un graznido ronco de la garganta seca—. No tenía intención de asustarte.
Se lanzó hacia él, el alivio y la ternura de su cara por él le dejó sin aliento. Ninguna mujer no relacionada con él le había mirado así.
—Estás despierto. —Esa única frase portaba un cubo de alegría. Ella actuaba como si hubiera esperado encontrárselo muerto.
Lo cual instaba a una pregunta realmente importante.
—¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?
Ella se frotó los ojos mientras se calmaba.
—Dos días.
Sus palabras lo aturdieron. ¿Era eso posible?
—¿Dos días? —Repitió con incredulidad.
—Sí. Comenzaba a temer que nunca te despertarías.
Él se quedo trabado en un estado de completa negación. Tenía que estar equivocada acerca de eso. Tenía que estarlo. No había forma de que pudiera haber permanecido inconsciente para dejarla valerse por sí misma durante tanto tiempo. Le asombraba que ella estuviera todavía viva.
Más hasta el punto de que ella estuviera todavía aquí.
—¿Cómo?
Ella frunció el ceño.
—¿Cómo has estado inconsciente?
—No. ¿Cómo sobreviviste?
Eso trajo el color a sus mejillas mientras se ponía rígida, lista para batallar. La indignación encendió un fuego titánico en la profundidad oscura de sus ojos.
—No estoy desvalida.
—Ni se me había pasado por la imaginación insinuar que lo estuvieras, pero sé que nuestros suministros eran casi inexistentes. ¿Cómo encontraste más comida?
Eso pareció calmar su cólera un poco.
—Racioné la comida entre nosotros y ya no te queda ninguna galleta salada o paquetes de salsa en tu mochila, verdaderamente no están tan malas cuando las combinas. En realidad no has comido, pero te di la mayoría del agua para prevenir que te deshidrataras.
Él estaba abrumado por sus acciones.
—¿Por qué has hecho eso?
—Como te dije, estamos en esto juntos.
—Eso no es muy Qillaq de tu parte. Pensé que vosotras erais de las de sobrevivir jodiendo a todos, menos a sí mismas.
Desideria apartó la vista de su mirada penetrante mientras la verdad de eso la escaldaba. Era su código. Se lo habían predicado desde la hora de su nacimiento.
Pero no había sido su padre. Él le había enseñado mucho y ella había preferido con creces suscribirse a su lealtad que a la perfidia de su madre.
—Te lo debía.
Caillen vio un fantasma en su mirada. Un atormentado recuerdo causado por algo que él había dicho, pero no tenía ni idea de lo qué era o lo que lo había provocado.
En verdad, se quedó completamente aturdido por sus palabras y acciones. Eran completamente atípicas de su raza…
Déjalo ir. Era obvio que la molestaba y no quería hablar de eso. Así que cambió el tema por algo seguro.
—¿Los Andarions han regresado?
—Un par de veces. Puse tus dispositivos de espejo en la trampilla y rocié tus feromonas alrededor. Creo que saben que estamos aquí, pero parece que los mantiene confundidos en cuanto a nuestra localización exacta.
Caillen hizo una mueca cuando se movió y el dolor le laceró el pecho y el brazo. Mirando hacia los espejos, vio que ella los había posicionado correctamente, lo cual era impresionante. En todo caso no eran fáciles de manejar.
—Bueno, los espejos deberían esconder la abertura incluso de sus ojos y bloquear todo su equipo de escaneo, hasta los más avanzados.
—¿En serio?
Él asintió con la cabeza.
—Uno de los mejores juguetes de Darling. —Preparándose para más dolor, se levantó sobre el brazo ileso.
Repentinamente Desideria estaba allí, ayudándole. Una ternura poco familiar le perforó atravesándole el pecho. Una sensación extraña a la que no estaba acostumbrado. Se apoyó contra la pared mientras ella alcanzaba el agua al lado de él. La botella estaba llena sólo a medias.
Se la tendió como una oferta de paz.
—Es la última que queda, así que puede que desees beberla despacio.
Caillen vaciló. Sí, tenía sed, pero no estaba a favor de desatenderla. No después de lo que había hecho por él.
—¿Cuándo fue la última vez que tomaste algo?
—Hace algunas horas.
Sí, claro. Vio la manera en la que ella bajaba la mirada y la desviaba a un lado cuando hablaba, una señal segura de que mentía.
—¿Por qué no te creo?
—¿Porque fue ayer? —La expresión en su cara era adorable. Su sonrisa era traviesa y su pelo despeinado. Hizo todo lo que pudo para no besarla.
Pues eso probablemente le conseguiría una jodida bofetada.
Le dio la botella a ella.
—Bebe.
Ella negó con la cabeza.
—Tú la necesitas más.
—Sí, no. No estoy siendo altruista aquí. Si tú sufres un colapso, no puedo precisamente cargarte ahora mismo. Te necesito móvil para que me puedas llevarme cuando me caiga.
Negando con la cabeza y riéndose, la cogió y bebió muy lentamente como si todavía lo estuviera racionando.
Mientras lo hacía, Caillen cogió la mochila para rebuscar dentro. Ella lo observó mientras sacaba tres comprimidos y los sujetaba en la palma.
Ella tragó y entonces bajó la botella.
—¿Qué estás haciendo?
—Uno para el dolor y los otros dos son un acelerante curativo que desearía haber tomado antes de desmayarme.
Ella tapó la botella.
—Ojala me hubieras facilitado un traductor para poder comprender las etiquetas y lo que la gente dice. —Gesticuló con la botella hacia la mochila—. Tuve que hacer conjeturas con muchas de las cosas que contiene.
Él se congeló mientras el miedo lo traspasaba. Si ella... oh mierda.
—¿Encendiste mi ordenador?
—No. No quise que ellos localizaran nuestra ubicación.
Buena chica. Eso solo era probablemente por lo qué ambos todavía respiraban.
—Sí, estoy bastante seguro de que podrían. —Dejó escapar un suspiro profundo de resignación antes de ponerse de pie.
Ella le frunció el ceño.
—¿Qué estás haciendo?
Caillen tardó un minuto en recobrar el aliento e ignorar la aguda punzada de dolor que le imploraba que se acostara.
Pero no podía hacer eso. Tenía deberes a los que asistir y una pequeña inyección de adrenalina le permitiría hacerlo. Mierda, odio las inyecciones.
Vas a hacer lo que tienes que hacer. Esa había sido toda la historia de su vida.
Le ofreció una sonrisa amable.
—No te has alimentado en días y ya no tenemos comida. Voy a conseguir suministros.
Ella jadeó.
—No puedes hacer eso. Te atraparán.
Ese era un breve recordatorio de que ella no lo conocía tan bien. La única manera de atraparlo era cuando él lo permitía.
—No, no lo harán. Confía en mí, cariño. Hay tres cosas en esta vida en las que sobresalgo. La primera, puedo pilotear cualquier cosa que esté hecha para volar, con o sin alas. Segunda, que soy el mejor amante que alguna vez tendrás, y tercera, hurgar en la basura buscando suministros aún cuando creas que no existen. Pasé toda mi infancia luchando para ayudar a alimentar a mis hermanas y convenciendo a despiadados doctores para que ayudaran a mi hermana con sus problemas médicos. En cuanto a valerse de sutileza, nadie es mejor.
Ella le bufó ante su fanfarronada.
—Me parece recordar esas artimañas cuando estábamos siendo perseguidos por los Ejecutores. Realmente sutil ahí, Sparky. Definitivamente admirable.
Bueno, ella tenía razón, pero no estaba dispuesto a ceder.
—Estábamos atrapados y no los esperaba. Las cosas son diferentes ahora.
—Sí, apenas puedes permanecer de pie.
—No es la primera vez que pasa y al menos esta vez estoy sobrio.
Ella le dirigió una mirada burlona.
—No me divierte.
—Espera algunos minutos y lo entenderás, entonces te reirás.
—No eres tan encantador como te crees.
—Por supuesto que lo soy. Si no lo fuera, mis hermanas me habrían matado hace mucho tiempo. Ahora, tú espera aquí y...
—No estoy de acuerdo con quedarme aquí. —Hubo un indicio tenue de miedo en su tono decidido.
Pero su partida no era a lo que debería temer. El Coco estaba vivito y coleando, y más que probablemente los aguardaba justo al otro lado de esa pequeña trampilla.
—Tienes que estarlo. No puedes pasar por una Andarion y no hablas su idioma. Yo sé en lo que fijarme y cómo tratar con ellos. —Hizo una pausa y estrechó su mirada en ella—. No te preocupes. No me abandonaste y no te abandonaré.
Todavía había reserva en su expresión.
—Apenas puedes tenerte en pie. ¿Estás seguro de que estarás bien?
Él le guiñó el ojo.
—Soy un Dagan, cariño. Somos sobrevivientes de la calle.
—Pensé que eras un Orczy.
Él torció el gesto ante su recordatorio.
—No me digas esa jodida mierda, cariño. Me darás mala suerte.
Al menos tuvo éxito en aligerarle del fatalismo y melancolía.
Resistiendo otro deseo de besarla, Caillen extrajo el inyector y una botella pequeña de adrenalina de la mochila. No había necesidad de inyectarse cerca de ella. No le gustaba compartir ciertas cosas. Comenzó a salir.
—Un momento.
Se volvió hacia ella.
—¿Sí?
—Te quite las lentillas y los colmillos mientras dormías. Temí que te pudieran lastimar.
Y ese fue un pensamiento realmente bueno. Aunque fuera también espeluznante pensar en alguien manipulándole así mientras estaba inconsciente.
—¿Dónde los pusiste?
Ella señaló el bolsillo exterior de la mochila.
Caillen los sacó y se los volvió a poner.
—Gracias.
Inclinó la cabeza hacia él.
—Buena suerte.
—No la necesito.
Eso esperaba. Pero no había necesidad de estresarla más.
Desideria observó como Caillen trepaba y salía del escondite. Sus movimientos fueron lentos, metódicos y faltos de su gracia habitual pero realmente, si uno no supiera lo fluidamente que él normalmente se movía, nunca podría decir que estaba herido. Pero sabía que todavía estaba muy dolorido. Tuvo la intención de decirle que era un lunático por hacer esto, pero no quiso hacer ningún sonido en caso de que alguno de los Andarions estuviera por ahí.
—Buena suerte —susurró, con la esperanza de volver a verlo. Porque en el fondo de la mente tenía una imagen donde le herían y asesinaban. Dios mío, realmente esperaba que esa no fuera una premonición.
Caillen tardó un momento en ascender mientras se ponía de pie en el almacén y se orientaba. Había un frío leve en el aire que cortaba a través del chaquetón y le enviaba un escalofrío que le descendía por la columna vertebral. Hombre, estaba dolorido. Lo último que quería era tratar de encontrar suministros, especialmente dado lo mucho que le latía la cabeza.
Has tenido peores heridas.
Cierto. Muy cierto. Y al menos era de noche y este puesto avanzado sólo tenía una luna. En lugar de quejarse, tenía que estar agradecido de que no fuera peor.
Ajustándose la mochila, empezó a avanzar, asegurándose de mantenerse en las sombras.
Mientras andaba por la tranquila calle, reprogramó su tarjeta de crédito para Fain Hauk, el hermano mayor de Dancer. Lo bueno del apellido Hauk, es que era tan común para los Andarions como irrisorio y Fain, al contrario de Dancer, era también un nombre vulgar para ellos. Aunque Fain, como un criminal, era notorio, el nombre mismo era lo suficientemente genérico para no levantar muchas, si es que las hubiera, sospechas sobre él.
Y si lo confundieran con el hermano de Dancer, el miedo a la reputación de crueldad de Fain sería tal que nadie debería interrogarlo o molestarlo.
Deslizó la tarjeta en el bolsillo trasero. Si se atreviera a encender su ordenador, podría reprogramar su reconocimiento facial también, para que se correspondiera con el nombre, pero estaría implorando problemas. Tendría que improvisar y esperar que no se molestaran en revisar su reconocimiento facial. Si lo hicieran...
Por favor, hazme ese mínimo favor.
Con algo de suerte en todo, la mediocridad continuaría cubriéndole lo bastante para que no tuviera que realizar una loca carrera con el cuerpo lastimado o usar la inyección de adrenalina. Pero mientras avanzaba lentamente, vio una sombra imitar sus movimientos.
Sí, definitivamente le seguían.
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