Los hombres se subieron por los costados del remolque para ver por qué Abigail los había
llamado. Ren y Sasha por el lado del pasajero. Choo Co La Tah y Jess por el de ella.
Jess estaba en la puerta abierta con una mano apoyada en la parte superior, mirándola.
—¿Qué pasa, nena?
Aturdida, lo único que podía hacer era señalar la manada… o lo que fuera, apresurándose
hacia ellos. El grupo estaba provocando una enorme nube de polvo a su paso. Ni siquiera la
oscuridad podía ocultar su presencia. Sobre todo porque su número era simplemente
impresionante.
Ella sabía que algunos eran tsi-nooks. Otros definitivamente eran coyotes y el último grupo
asumía que eran los caza recompensas de los que habían estado hablando.
La mandíbula de Ren se aflojó.
Jess se tensó.
Sasha superó a todos. Se echó a reír.
—Eso es algo que no se ve todos los días. Maldición, espero que no haya ningún humano
dando vueltas grabando con una cámara de vídeo o un teléfono móvil. Sería una jodienda explicar
esto. Sencillamente mejor los aniquilamos.
Ren no le hizo caso.
—¿Ya han abierto el Portal?
Eso lo explicaría.
Pero Choo Co La Tah negó con la cabeza.
—Tratan de asustarnos.
—Funciona. Porque definitivamente este lobo en estos momentos se siente “cagado”. —Miró
a Abigail—. No querrás cambiarme el pañal, ¿verdad?
Jess sacudió la cabeza ante el lobo. Comenzó a tomar el volante de Abigail, luego se detuvo.
—Sabes, este es uno de esos momentos cuando piensas en el hecho de que no terminas de
concretar un plan.
Ella frunció el ceño.
—¿Cómo?
Él miró a su alrededor al pequeño grupo.
—¿Alguien sabe cómo conducir un remolque?
¡Uf! Ella podía patearse por no pensar en eso. Ya que la habían entrenado para perseguir a
los Dark-Hunters, Jonah la había enseñado a practicar un puente para el caso de que necesitara
una huída rápida. Incluso sabía arrancar motores electrónicos y digitales.
¿Por qué no se había tomado alguna vez el tiempo para aprender las transmisiones estándar?
Sasha y Ren intercambiaron una mirada perpleja.
—Yo no conduzco —dijeron al mismo tiempo.
Se le hundió el corazón. Por supuesto que no. Ren volaba como un pájaro y Sasha hacía
aquello de teletransportarse. ¿Cuándo habrían podido necesitar un permiso de conducir?
—¿Nos puedes sacar trazándonos? —preguntó ella a Sasha.
Él soltó una risa falsa e histérica.
—Mis poderes fueron estrangulados por una diosa perra como castigo por mi gran
estupidez. Todavía tengo la suerte de poder teletransportarme yo sólo, nunca a otras personas.
Todo lo que me queda es un poder tosco y atractivo, luchando con valor. Bueno, está bien, si
tuviera que hacerlo, puede que teletransporte a uno, tal vez a otros dos. Pero no apostaría mis
mejores partes del cuerpo por ello.
Ren frunció el ceño.
—No creía que se pudiera perder los poderes psíquicos.
—Tú no puedes, chico Dark-Hunter. Pero lo mío no era un regalo. Nací con ellos. Un criterio
totalmente diferente. Qué suerte la mía.
Jess arqueó una ceja hacia ella.
—¿Puedes conducirlo?
—No, no puedo manejar una caja de cambios. Es por eso que cogí el coche de Andy y no uno
de los otros.
—Oh gente, por el amor de Dios… Hazte a un lado. —Choo Co La Tah empujó a Jess para
tomar el asiento del conductor.
Intrigada por esto, ella se deslizó para hacer sitio al viejo.
Jess vaciló.
—¿Sabes lo que estás haciendo?
Choo Co La Tah le dedicó una mirada fulminante.
—No, en absoluto. Pero pensé que alguien tenía que ejercitarse y nadie más se ofrece
voluntario. Tomo cartas en el asunto y actúo. El tiempo es esencial.
El corazón de Abigail latía con fuerza.
—Espero que esté bromeando con esto. —Si no, sería un viaje muy corto.
Ren cambió a su forma de cuervo antes de tomar el vuelo.
Jess y Sasha subieron, luego se trasladaron al asiento del compartimento trasero. Un
nubarrón se cernía sobre todos ellos, mientras Choo Co La Tah ajustaba el asiento y los
retrovisores.
Por supuesto, no faltaría más, por favor tómate tu tiempo. No es como si estuviéramos todos a punto
de morir o algo así…
Ella no podía hablar mientras observaba a sus enemigos acortando rápidamente la distancia
entre ellos. Esto era de lejos la cosa más aterradora que había presenciado. A diferencia de las
avispas y escorpiones, esta horda podía pensar y adaptarse.
Incluso tenía pulgares oponibles.
Era una historia totalmente diferente.
Choo Co La Tah metió una marcha. O al menos lo intentó. El remolque hizo un rugido
estridente que provocó que Jess frunciera el rostro, hasta que éste se agitó violentamente y se
sacudió como un perro bajo la lluvia.
—¿Seguro que no quieres que pruebe? —Se ofreció Jess.
Choo Co La Tah hizo un gesto desestimándolo.
—Estoy un poco oxidado. Dame solo un segundo para acostumbrarme a ello otra vez.
Abigail tragó saliva.
—¿Cuánto tiempo ha pasado?
Choo Co La Tah soltó suavemente el embrague y se estremeció hacia delante a la
impresionante velocidad de tres kilómetros por hora. Aproximadamente la velocidad de una
tortuga coja.
—Umm, probablemente en algún momento alrededor de 1900 y…
Todos esperaron con el corazón en un puño mientras él bajaba por el camino metiendo más
marchas. Con cada cambio, el motor protestaba audiblemente por sus habilidades.
Silenciosamente, ella también.
El remolque realmente avanzaba ahora.
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Llegaron a la asombrosa cifra de veinticuatro kilómetros por hora. A este ritmo, podría ser
capaz de adelantar a un autobús escolar cargado…
Por la mañana.
O por lo menos, un día después.
—… debió ser en el verano de… ¡um…! Déjame pensar un momento. Cincuenta y tres. Sí, así
fue. 1953. El año en que aparecieron las teles de color. Si mal no recuerdo fue un buen año. El
mismo año en que nació Bill Gates.
La expresión de Jess frente a Sasha la hubiera hecho reír si no estuviera tan horrorizada. Oh,
Dios mío, ¿Quién lo puso al volante?
Sasha se encogió visiblemente al ver lo cerca que sus perseguidores estaban del parachoques.
—¿Debería salir y empujar?
Jess maldijo entre dientes, cuando los vio también.
—Me gustaría salir y correr en este momento. Creo que iría más rápido.
Choo Co La Tah se tomó con calma el comentario.
—Ahora, ahora, señores. Todo está bien. Mirad, lo hago cada vez mejor.
Finalmente metió una marcha sin que el remolque tuviera espasmos o los engranajes
protestaran.
Abigail se encogió al ver el blanco de los ojos de sus perseguidores.
—Están casi en nuestra puerta trasera.
—Discúlpame, cariño. —Jess se deslizó sobre su regazo para bajar la ventanilla.
Ella estaba a punto de preguntarle qué estaba haciendo, pero antes de que pudiera, él
extendió la mano hacia Sasha.
—Arma.
Sasha se la entregó como un ayudante de cirugía.
Jess se apoyó contra la puerta con una pierna reforzada sobre su regazo. Él presionó el muslo
ligeramente contra el estómago mientras comenzaba a disparar a los perseguidores. La rápida
detonación le sonó en los oídos mientras sentía los músculos contraerse con cada movimiento. Él
se inclinó más hacia fuera.
Choo Co La Tah dio un volantazo para evitar un coche abandonado en el camino.
El movimiento inclinó a Jess tan rápido que perdió el equilibrio y se abalanzó hacia delante,
a través de la ventanilla. Espantosamente estuvo a punto de caerse a la calle, Abigail le abrazó para
sostenerlo en su sitio.
Durante un segundo Jess no pudo respirar. Se había golpeado las jodidas costillas cuando se
había resbalado y golpeado la puerta. Por no mencionar que Abigail lo tenía sujeto con un abrazo
de oso tan apretado que estaba sorprendido de no estar poniéndose azul.
Pero no le importaba el dolor. La sentía tan bien, que estaba dispuesto a sufrir.
Por desgracia, no podía disparar de esta manera.
—¿Cariño?
Ella lo miró.
—Necesito que me devuelvas el brazo.
Su rostro enrojeció.
—Lo siento. —Lo soltó rápidamente, pero dejó los brazos alrededor de su cintura,
anclándole.
El corazón le latió con fuerza al ver como lo aferraba para mantenerlo a salvo. Deseaba tanto
darle un beso, que podía saborear sus labios.
En primer lugar, tenía que protegerla. Volviendo a su puesto, empezó a liquidar a los
perseguidores mientras Choo Co La Tah aceleraba. Finalmente iban rápido y poniendo un poco de
distancia entre el vehículo y los seguidores.
Jess siguió disparando mientras el viento azotaba a su alrededor. Un tsi-noo gritó de
frustración. Sí, correcto. Grita, chiquitín, grita. Vete a tu casa con papá y dile que has fallado. Te pateará el
culo.
—¿Jess?
Él sintió a Abigail que le tiraba con fuerza de la camisa. Se agachó entrando de nuevo en la
cabina, arqueó una ceja.
—¿Sí?
Choo Co La Tah se aclaró la garganta y preguntó en el tono más tranquilo de todos:
—¿No sabrás por casualidad como detener uno de estos cacharros, verdad?
Oh, por favor no…
Sin duda había oído mal.
—¿Ya estamos otra vez?
Choo Co La Tah presionaba el pedal del freno hasta el fondo. Resonó un fuerte ruido.
No pasó nada. El remolque no se detuvo en lo más mínimo. A Jess el estómago se le hundió a
los pies.
Con los brazos extendidos sobre el enorme volante, Choo Co La Tah lo sujetaba con tanta
fuerza que tenía los nudillos blancos.
—Siento decirlo, parece que tenemos un pequeño problema. Como podéis ver, no responde
cuando se le pisa el freno.
Y se estaban acercando a un giro de casi noventa grados en la carretera que tendrían que
tomar hacia Valle de Fuego.
Jess consideró las opciones.
—Sigue todo recto. No trates de tomar la rampa de salida.
—Os digo de nuevo que tenemos un pequeño problema.
Jess temía las siguientes palabras.
—¿Sí?
Abigail tragó saliva antes de señalar el camino.
—Hay dos camiones cruzados bloqueándonos.
Mierda.
Y ellos iban demasiado rápido. Diría que chocaran con los camiones, pero uno transportaba
gas. Subirían por los aires como una vela Romana
¿Por qué, Señor, por qué?
Sasha se echó hacia delante.
—Pisa el freno otra vez.
Choo Co La Tah accedió. Expulsó el aire de nuevo cuando un fuerte sonido de ssssssshhhh
llenó la cabina.
—Temo que necesiten una reparación urgente, chico.
—Sí, pero creo que sé que le pasa. —Sasha se zambulló en el suelo y comenzó a dar
puñetazos—. Vamos, pequeño bastardo. Funciona. —Golpeó el freno con la mano.
Como antes, nada pasó.
Sasha hizo un gruñido bajo en la garganta.
—Envía al lobo para vigilar —se burló él con un falsete. Llameándole las fosas nasales—. Te
lo juro Z, si vivo, voy a arrancarte esa maldita perilla de la cara y meteré la crema de afeitar en la
nevera. —Fijó la mirada sobre Jess—. Volveré.
Abigail se mordió el labio inferior mientras el temor le oscurecía los ojos.
—¿Adónde va?
Jess se encogió de hombros.
—No tengo ni idea.
—¡Dios mío…!
Ya que a la espalda tenía el parabrisas, Jess realmente no quería mirar que había alarmado al
antiguo espíritu. Prefería con mucho mirar fijamente a Abigail.
Sin embargo, la compulsión era demasiado fuerte.
Se giró, entonces deseó haberse escuchado a sí mismo. ¡Ay caramba! Estaban demasiado cerca
de los camiones accidentados. Uno yacía de costado, como si se hubiera desmayado mientras que
el otro estaba ladeado en la carretera. No había manera de evitarlos.
Vamos a arder…
De repente, algo golpeaba fuertemente por debajo del suelo a los pies de Choo Co La Tah.
—Pisa el freno —fue el grito ahogado de Sasha, apenas audible incluso para la súper
audición de Jess.
Choo Co La Tah pisó los frenos, todos contuvieron la respiración a coro y rezaron.
No pasó nada. Jess sintió que el corazón se le paraba cuando se dio cuenta de que iban a
chocar. No se preocupaba por sí mismo. Él iba a sobrevivir.
Abigail no.
—Una vez más —gritó Sasha.
Choo Co La Tah obedeció. Jess se tensó a la espera de la inminente colisión.
Entonces, para su total sorpresa, el remolque finalmente comenzó a desacelerar. No podía
creérselo. Sasha se trazó de nuevo en la cabina con una sonrisa de orgullo en el rostro.
Abigail se recostó y apoyó la cabeza en el respaldo del asiento y le devolvió la sonrisa. Ella
levantó la mano para chocarla con la de Sasha.
Hasta que Choo Co Tah maldijo, algo que nunca había hecho.
—Agarraos.
Jess fue sacudido hacia delante mientras dejaban la carretera y volaban hacia la rampa de
salida a una velocidad por la que probablemente habrían conseguido ser detenidos por la policía si
los hubieran visto. Afortunadamente no había barreras de cemento o nada importante. Sólo
pequeñas señalizaciones que advertían del descenso del arcén que estaban surcando.
Por favor no vuelques, por favor no vuelques.
Y no te estrelles contra la Parada de Reposte para Camiones del Casino. El propietario
definitivamente no lo apreciaría. Lo cual ahora se había convertido en su principal preocupación.
Matar a alguien más que a ellos.
El remolque se arrastró y sacudió como si quisiera volcar. Sin embargo, por algún milagro,
no lo hizo y en pocos segundos desaceleró a una velocidad segura, mientras Choo Co La Tah se
dirigía hacia el Valle.
Sasha cayó hacia atrás y rió.
—Vale, todo el mundo. Confesad. ¿Qué os habéis cagado en los pantalones? Vamos.
Admitirlo. —Alzó la mano—. Yo lo hice y soy lo suficientemente lobo para admitirlo.
Jess no le hizo caso.
—¿Estás bien? —le preguntó a Abigail. Todavía estaba un poco pálida para su gusto.
—Creo que me voy a sumar a la cuestión de Sasha. Definitivamente estoy en la lista.
Jess se rió y luego miró a Sasha.
—Entonces lobo, ¿qué hiciste?
—¿Quieres decir antes o después de mancharme los vaqueros? Que, por cierto, quiero
felicitaciones por haber regresado a la cabina cuando podría haberme ido a casa. —Sasha se puso
serio—. La válvula del pedal estaba atascada. No suele suceder. Pero puede ocurrir como acabas
de observar. Si tienes la fortuna puedes soltarlo desde la cabina. Obviamente, considerando los
horrores de esta noche, no tuve la suerte así que tuve que pasar a la parte baja de esta maldita cosa
a ciento cincuenta kilómetros por hora y soltarlo desde abajo. No quiero volver a pasar jamás por
debajo de un vehículo a la carrera de nuevo. Te juro que he perdido ocho de mis nueve vidas.
—¿Qué pasa contigo y las afinidades con los gatos?
—En realidad es una larga y nada aburrida historia. De todos modos, estoy simplemente
contento por saber que ocurría.
Impresionante, pero…
—¿Cómo lo supiste?
—Los videojuegos —dijo Sasha con orgullo—. Que no se diga jamás que son una perdida de
tiempo. Si no es por ellos, tendríamos algunas partes tostadas o estaríamos tirados y sangrando. Y
ya que estamos, probablemente deberíamos dejar una nota para el dueño de esta cosa para que se
lo arreglen. No queremos que un humano se lastime por un mal mantenimiento.
Choo Co La Tah comprobó el retrovisor lateral.
—No me gusta ser el que interrumpa la fantasía y los sentimientos de felicitación, pero
todavía tenemos a nuestros amigos detrás de nosotros.
Jess dejó escapar un largo suspiro por su persistencia.
—Qué no daría por un cargamento de C-4. —Y entonces ocurrió lo peor.
El dolor del conjuro le golpeó.
Abigail se quedó sin aliento cuando Jess se echó la mano a la frente y se dobló sobre el
asiento.
—¿Jess?
—Está bien —dijo con los dientes apretados—. Estaré bien.
A pesar de sus palabras, el miedo se apoderó de ella.
—No te ves nada bien.
Comenzó a sangrar por la nariz.
Ella abrió mucho los ojos.
—¿Cariño?
Sasha trazó una toalla de manos y se la arrojó a él.
Jess se presionó la nariz e inclinó la cabeza hacia atrás.
Aterrorizada, Abigail le pasó la mano por el pelo.
—¿Puedo hacer algo?
Él negó con la cabeza.
—Está bien, muchacho. Ahora que estamos en el camino de regreso… —Choo Co La Tah
empezó un cántico en voz baja. Con un tono ligero al principio y luego in crescendo. Más y más
fuerte hasta que fue un canto frenético. Adictivo y armonioso, del que no podía entender ni una
palabra. Sólo la belleza del sonido.
Y mientras hablaba, la tierra del exterior comenzó a girar y girar, elevándose cada vez más
como pequeños tornados.
Abigail estaba helada por lo que veía. En cuestión de segundos, tenían una nube de polvo
envolviéndoles. El único problema era que les obstaculizaba la visión.
—¿Por qué no hiciste esto antes? —preguntó Sasha—. ¿Cuándo de verdad podría habernos
ayudado?
Jess giró la toalla que se había empapado rápidamente de sangre.
—Tenía que estar cerca del Valle para manipular la arena.
Y no era cualquier arena. Se alzó en la forma de un puño iracundo y se lanzó hacia sus
enemigos como un tsunami sin litoral. Podía oír sus gritos, cuando el chorro de arena se arrojó
sobre ellos.
Sí, eso tenía que picar.
En cuestión de minutos, los remolinos de arena se habían asentado y no quedaba nadie en el
camino a excepción de ellos.
Abigail aprovechó ese momento para relajarse, con la esperanza de que esta vez durase algo
más que unos erráticos latidos de corazón. Necesitaba un pequeño descanso. Todos lo necesitaban.
Este había sido un increíble viaje sin escalas.
Jess vio el alivio jugar en los delicados rasgas de Abigail mientras ella se recostaba con los
ojos entornados. La luz de la cabina proyectaba sombras sobre su cara. Sus manos suaves le
acariciaban el pelo mientras él trataba de respirar a través del dolor que le palpitaba en el cráneo.
No tenía ni idea de por qué este poder le pasaba factura. Por esto le gustaría golpear a Artemisa.
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Pero si esto quería decir que iba a ser sostenido tan tiernamente por Abigail, estaba dispuesto
a sufrir.
Nadie habló mientras viajaban por la solitaria carretera del desierto. Todos se sentían
aliviados por estar vivos y no tener que luchar por ello. El silencio los sedujo con la tranquilidad
tan necesaria. Sólo el sonido del motor y los neumáticos rodando por el asfalto los alcanzaba.
Pero muy pronto llegaron al Valle, algo que había estado temiendo durante horas. Choo Co
La Tah desaceleró mucho para poder explorar el paisaje circundante.
—¿Qué estás buscando? —preguntó Jess.
—El montículo que marca nuestro camino.
Abigail miró a su alrededor a las depresiones y grietas de la tierra y las rocas que ahora se
alineaban a ambos lados de la carretera. Nunca había estado antes en el Valle. Era espeluznante
por la noche. Matorrales y arbustos esqueléticos se alzaban destacando de la tierra como malos
espíritus. A una parte de ella incluso le parecía que la observaban.
—¿Tú lo sientes?
Ella echó un vistazo a Choo Co La Tah.
—¿Sentir el qué?
—¿El Manitou? La energía de la tierra que fluye a través de todo y de todos. Es una criatura
viva que puede sentir nuestro dolor y nuestra alegría. Todo lo que somos, se alimenta de ello y
deja una impresión duradera en la tierra después de que nos hayamos ido.
Sasha se incorporó.
—¿Así que es como un fantasma?
Sonriendo, él negó con la cabeza.
—Es difícil de explicar. Debes sentirlo.
Abigail lo intentó, pero lo único que sentía era el peso de la cabeza de Jess sobre el regazo y
el peso de la conciencia que aún la azotaba por todo esto.
Las palabras de Choo Co La Tah no ayudaban a su causa, tampoco. En todo caso, la hacían
sentir peor. La impresión duradera eran cuatro plagas e indecibles horrores descargados sobre
gente inocente.
Por una parte deseaba ser lo suficientemente retorcida para que no le importara. Pero
lamentablemente, lo hacía.
Choo Co La Tah paró a un costado de la carretera y estacionó el remolque.
Jess se incorporó lentamente.
—¿Estás mejor?
Él tiró la toalla y ella se encogió. Todavía sangraba bastante.
—¿Sasha? Necesito algún apósito para taponarme la nariz.
El lobo le dedicó una mirada suspicaz.
—¿Es higiénicamente sano?
—Sasha…
—Está bien, pero si te provocas una intoxicación por la nariz, amigo, recuerda que te lo
advertí. —Mantuvo la mano hacia arriba y apareció una caja de Kleenex.
Jess sacó un par de ellos y se los encajó en la nariz. Abigail le ofreció una tímida sonrisa.
—Sexy, ¿verdad?
—Oh sí, nene. Estas tan atractivo ahora, que si yo fuera una gallina pondría los huevos
duros.
Sasha retrocedió riéndose.
Jess le tiró la caja de pañuelos.
—Por lo menos yo no me lamo la entrepierna.
—¡Ey! —soltó Sasha—. Eso ha sido una grosería. Y para que conste, yo no lo hago. Tenemos
pleno funcionamiento cognitivo en nuestras formas animales y eso es todo lo que voy a decir sobre
el asunto. Refuto tu asquerosa mentira. —Se incorporó de nuevo y se rió de Jess—. A propósito,
realmente tienes que echarte un vistazo en el espejo.
—Ciertamente no lo haré. —Había algunas cosas que un hombre no tenía que saber sobre sí
mismo. Más cuando a un palurdo se le aparecía una mujer que le gusta. Tenía muy mala
imaginación. Dios no quiera que la realidad sea peor que la imagen que tenía en la cabeza.
No sería capaz de recuperarse de este golpe.
Sasha se trazó fuera de la cabina, mientras que el resto se apeaba.
Jess se aseguró de llevar su arma.
Se reunieron en la parte trasera del remolque, mientras que Ren se abalanzó desde el cielo y
volvió a su forma humana.
Abigail quedó impresionada por como lo hizo. Un segundo era un cuervo y después de un
pequeño destello de luz que podría pasar desapercibido si no se prestaba atención, era un humano
de nuevo.
Ren cabeceó hacia Choo Co La Tah.
—Una buena conducción. Sinceramente, pensé que estabais muertos, sobre todo cuando
tomasteis la rampa a toda velocidad.
Sasha resopló.
—También nosotros lo creímos. Alégrate de no haber estado allí con los alaridos.
Abigail se frotó los brazos, tratando de desterrar un repentino escalofrío.
—Entonces, ¿qué hacemos ahora?
Choo Co La Tah la inmovilizó con una siniestra mirada.
—Encontrar la roca sagrada para realizar tu sacrificio.
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