Jess siguió las indicaciones de Sasha mientras se apresuraban hacia la localización de
Abigail. Tenía el estómago en un nudo apretado, y no tenía idea de por qué. No era sólo que ella se
había ido. Tenía una necesidad tangible por encontrarla y asegurarse de que estaba bien.
Para asegurarse de que nadie le hacía daño.
Él giró en la esquina justo cuando un coche se saltó la señal de stop, directamente en su
dirección. Mordiéndose el labio, trató de virar para evitarlo, pero debido a la velocidad del coche,
consiguió rozarle el neumático trasero. Su motocicleta salió de debajo de él y lo arrastró por la calle
a un ritmo mortal.
¡Mierda! El asfalto le rasgó la ropa y la piel, recordándole por qué llevaba un guardapolvo
cuando iba en moto y por qué se alegraba de no ser mortal. Sin embargo, dolió besar el pavimento,
y el cuerpo no estuvo nada contento con esa situación.
El corazón de Abigail dejó de latir cuando se dio cuenta con aturdido estupor que acababa
de golpear a alguien. Frenó de golpe y miró hacia atrás para ver la moto y al piloto sobre la calle,
deslizándose hacia la cuneta.
¡Oh, Dios mío! ¿Qué he hecho ahora?
No fue hasta que estacionó el coche y abrió la puerta que reconoció al hombre tendido en el
suelo.
—Jess. —Corrió hacia él tan rápido como pudo. Se sobresaltó por la gran distancia que había
recorrido de espaldas por la carretera. Es un Dark-Hunter. Una colisión no lo matará. La mente, sabía
que era la verdad.
Pero las emociones no estaban escuchando. Se aterrorizó mientras se acercaba y no le veía
hacer ningún movimiento.
Jess estaba tumbado en la calle, mirando hacia arriba a través de su casco, tratando de
averiguar si se había roto algo más que el orgullo. Mierda, dolía respirar. Moverse. Se sentía muy
magullado, pero era difícil saber la gravedad.
Y los condenados miles de kilos de la moto descansaban en su pie. Iba a dejarle una cojera.
—Jess. —De la nada, Abigail apareció, su rostro era una máscara de puro terror. Antes de
que pudiera responder, se dejó caer a su lado—. ¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío! ¿Te
encuentras bien? ¿Estás vivo? ¿Te he hecho daño? —Le palpaba el cuerpo como si tratara de
encontrar una lesión—. ¿Jess? ¿Puedes hablar?
Estaba tan mal, pero no pudo evitar sonreír ante su pánico. Ninguna mujer había estado tan
asustada por él en mucho tiempo.
—Sí, puedo hablar. Pero me gusta la atención que me estás dando. Si quieres tantear un poco
más abajo, sería aún mejor.
—Oh, tú... —Le apartó de un empujón.
El dolor le atravesó el cuerpo.
—¡Ay!
El pánico regresó de inmediato.
—¿Estás bien?
Se echó a reír.
—Maldición, eres una blandengue.
—Y tú completamente malvado.
Jess se sacó el casco para mirarla. Las luces de las farolas jugaron en su pelo oscuro,
haciéndolo relucir. Sus ojos brillaban con calidez, preocupación e ira. Era una combinación
embriagadora.
—Y tú completamente hermosa.
Abigail se quedó sin aliento por esas palabras inesperadas. Asentaron algo profundamente
en su interior. La calmaron de una manera que no había estado calmada antes. Y al mismo tiempo,
tenía todo el cuerpo en llamas por su cercanía. Una dicotomía extraña que no tenía sentido alguno.
Envolvió sus brazos alrededor de ella y la echó hacia abajo de modo que pudiera darle el
beso más caliente que jamás había recibido. Tan inquietante que le hizo arder todo el cuerpo y le
hizo olvidar dónde estaban y qué había pasado. Nada importaba en ese momento, salvo la
sensación de su lengua deslizándose contra la suya. De sus brazos sosteniéndola cerca de su
cuerpo duro.
Nunca nada se había sentido mejor.
—Perdonad, chicos. Los dos estáis tirados en medio del arcén. Quizás queráis moveros antes
de que alguien más os atropelle vuestros malditos ego.
Abigail se echó hacia atrás, luego se volvió para mirar a Sasha, que estaba en la acera parado
bajo la farola, ofreciéndoles una mueca de irritación. Ella comenzó a alejarse, cuando de repente,
oyó un sonido peculiar. Era como si alguien hubiera soltado una manada de motosierras enojadas.
Frunciendo el ceño, miró de nuevo a Jess.
—¿Qué es eso?
La cara de Sasha estaba pálida.
—Avispas... Mogollón de ellas. —Señaló calle abajo.
Siguiendo la dirección de su brazo, Abigail miró boquiabierta lo que parecía ser una espesa y
danzante nube rodar hacia ellos.
—La siguiente plaga. —Jess saltó a sus pies y tiró de ella hacia arriba. Se encontró con la
mirada de Sasha—. ¿Puedes llevar la moto a casa?
—Hecho. Nos vemos de nuevo en el recinto.
Jess asintió con la cabeza antes de cogerla de la mano y salir corriendo de vuelta al Audi.
Abigail todavía estaba jadeando cuando vio que las avispas se acercaban más y más a un ritmo
anormal. La nube se elevó y buceó como alguna gigante, pesada y sólida bestia.
Ella corrió hacia el lado del pasajero, mientras que Jess se encajaba en el asiento del
conductor y lo movía hacia atrás.
—De verdad espero que no abollaras este trasto.
Ella cerró la puerta, agradecida por dejar de correr, luego se abrochó el cinturón de
seguridad.
—¿Estás encariñado con él, vaquero?
Él lo puso en marcha.
—No. No es mío. Es el orgullo y la alegría de Andy. Como tenga tan solo un rasguño, nunca
me dejará en paz.
Genial. Ahora el Escudero tenía otra razón para odiarla.
—Haga lo que haga nunca lo lograré con él, ¿verdad?
Jess no respondió mientras las avispas, literalmente envolvían el coche. Aterrizaron tantas en
el parabrisas que tuvo que poner en marcha los limpiaparabrisas para tratar de quitarlas.
No funcionó. Todo lo que hizo fue cabrearlas más.
Disgustada y asustada, Abigail siseó al darse cuenta de que también se arrastraban dentro a
través de las rejillas de ventilación.
—Ciérralas rápido —dijo Jess, taponándolas de golpe.
Ella así lo hizo y las sujetó en su sitio para asegurarse de que las avispas no las empujaban
otra vez.
—Esto se pone feo.
—Como los calzones de mi tía abuela.
Ella arqueó una ceja ante su comentario extraño e inesperado. Vale...
Jess trató de circular por las calles, pero estaba lejos de ser fácil. Los coches daban bandazos
por todas partes, tratando de evitar las avispas. Los cláxones pitaban y la gente gritaba tan fuerte
que era ensordecedor. Nunca había visto nada igual.
¿Qué iban a hacer?
Ella suspiró.
—Estoy un poco cansada de esto.
Jess le dedicó una sonrisa de colmillos.
—A mi tampoco me divierte, debo decir. No tendrás un insecticida, ¿verdad?
—Ya me gustaría. ¿Qué otra cosa no les gusta?
—Al parecer, nosotros... y un pequeño Audi marrón.
Ella sacudió la cabeza.
—¿Cómo puedes bromear en este momento?
—Que me aspen si lo sé. Debo ser un hijo de puta enfermo. Definitivamente debo tener un
cable suelto en la cabeza.
Y ¿cómo podría encontrarlo tan encantador?
Más que eso, toda su vida se caía a pedazos, y el único consuelo que tenía era él. Tal vez él
no estaba tan enfermo, después de todo.
Tal vez lo estaba ella.
Sí, definitivamente hay algo mal en mí. Y no era sólo las avispas que trataban de entrar en el
coche y picarles o el demonio que le había hecho comerse a un amigo.
—Este es definitivamente uno de esos días que rezas para que sea un sueño. Sólo que nunca
despiertas de la pesadilla.
—He tenido algunos de esos. Sin embargo, éste no es tan malo.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó, asombrada por sus palabras.
Él esbozó una sonrisa de colmillos.
—Yo podré haber perdido un poco de piel, pero me dio un beso una hermosa mujer que
estaba feliz de verme. Tengo que decir que es bastante épico, a mi modo de ver. Y este día no es el
peor de todos.
Teniendo en cuenta lo que ella había visto de su pasado, lo sabía a ciencia cierta. Sin
embargo...
—Gracias.
Él frunció el ceño.
—¿Por qué?
Por estar aquí.
Por ser tú. Cosas que no podía decir en voz alta, sin avergonzarse a un nivel más profundo.
Pero sentía tanta gratitud que hizo que las lágrimas le picaran en los ojos.
Después de unos segundos cuando ella no respondió, Jess se volvió hacia ella. Estaba
mirándose fijamente las manos como si le pertenecieran a una extraña. Un manto de tristeza la
envolvía.
—¿Estás bien?
Ella asintió con la cabeza. Y continuaba mirándose las manos.
—He matado a un Daimon... esta noche.
—¿Qué?
Tragando saliva, ella le echó una mirada.
—Tenías razón. Me habían mentido toda mi vida y evitaron que lo supiera. No sé qué creer
ahora.
—Cree en ti misma. Confía en tus instintos.
—¿Es eso lo que haces?
Jess resopló cuando los viejos recuerdos le quemaron.
—No. No hacerlo es lo que hizo que me disparara por la espalda un hombre que consideraba
mi hermano. Me gusta pensar que puedo aprender un poco sobre la marcha.
Pero a veces se cuestionaba. Como ahora, había una parte de él que quería confiar en ella, y
si alguna vez alguien debería ser más listo, ese era él. Ella ya había demostrado que estaba
dispuesta a hacerle daño para conseguir lo que quería.
Y también había corrido hacia él cuando estaba herido para asegurarse de que seguía vivo.
Después de que lo golpeara con un coche, por supuesto. Sí, vale, esa parte apestaba. Pero ella
había regresado cuando no tenía que hacerlo. Era más de lo que mucha gente haría.
—No vamos a lograr volver a casa, ¿verdad?
Él oyó el trasfondo de miedo en su voz.
—No seas tan pesimista. No estamos muertos todavía... ¿alguna posibilidad de que tus
poderes demoníacos tengan algo con qué ayudarnos?
—No que... —Su voz se apagó, como si una idea se le hubiera ocurrido de repente—. ¿Las
avispas no odian los malos olores?
—A mí tampoco me gustan. ¿Hay algo que quieras decirme? Porque en este momento, de
verdad que no puedo abrir una ventanilla.
Ella hizo un sonido de disgusto por su sentido del humor fuera de lo común.
—Cada vez que surgen los poderes, dejan un olor horrible. Estaba pensando…
—Prefiero la idea de conducir a través del peor de los HOI que asfixiarnos en el coche con el
fuerte olor de demonio. Sin ánimo de ofender, pero la vista y el oído no son los únicos sentidos que
han aumentado con mis poderes de Dark-Hunter.
—¿HOI?
Le encantaba que de todas, ella se hubiera quedado con una sola palabra.
—Horneada de insectos. O en este caso, creo que debería haber dicho HOA, horneada de
avispas.
Ella comenzó a reírse, pero algo se estrelló contra ellos con tanta fuerza, que la encajó con
fuerza a la derecha.
Jess maldijo cuando perdió el control del coche y empezaron a girar. No estaba seguro de lo
que les había golpeado, pero se sentía como una peonza.
Con esteroides.
De repente, hubo un aullido solitario.
Coyote. Reconocería ese sonido en cualquier lugar. La única pregunta era si él lo hacía como
una burla o una orden a sus siervos. Cuando el coche por fin dejó de moverse, terminó incrustado
contra un poste.
—¿Estás bien? —le preguntó a Abigail.
Ella asintió con la cabeza.
—Creo que sí. ¿Y tú?
—El cerebro un poco sacudido, pero eso no es nada nuevo para mí.
Ella se levantó de golpe en el asiento como si alguien la hubiera sobresaltado.
—¿Has oído eso?
Él se esforzó, y luego meneó la cabeza. El único sonido en los oídos era un terrible zumbido
interno y las avispas en el exterior.
—¿Qué oyes?
—No puedo entender las palabras, pero parece como si alguien susurrara.
Él lo intentó de nuevo, una y otra vez, pero no oyó nada.
—Sólo lo oyes tú.
—¿De verdad que no lo oyes?
—Lo siento. Mis poderes de médium están jodidos, y no puedo canalizar espíritus o
campanas en estos momentos. Practicaré en ellos más tarde. Por…
—Shh —dijo, tocándole el brazo con la mano—. Las avispas están hablando con alguien. Les
escucho con mucha claridad.
Vale, hora de llevar a alguien al pabellón psiquiátrico.
—Dice matar al búfalo.
Él profundizó su ceño.
—No hay búfalos en Las Vegas. Al menos que yo sepa.
—Sin embargo, eso es lo que están diciendo.
Tal vez lo que escuchaba era la extraña tendencia que tenía la gente a hacer tolerables los
ruido ambiental y otras desagradables cosas incorporándolos sonidos y sílabas comprensibles. No
lo sabía a ciencia cierta.
Por lo menos no hasta que sintió que algo golpeaba el coche y aterrizaba en el capó.
Golpeando el parabrisas repetidamente.
Las avispas retrocedieron lo suficiente para que vieran a un puma gigante. Estaba tratando
de romper el parabrisas para llegar hasta ellos.
—Oh, esto no es bueno —murmuró en voz baja Jess. Puso la marcha atrás en el coche y
retrocedió a un ritmo aterrador. Dando un volantazo, despidió por los aíres al puma. Poniéndose
en marcha, pisó a fondo.
Abigail contuvo el aliento mientras el pánico se apoderaba completamente de ella. No veía
ninguna manera de salir de esta.
—¿Crees que Choo Co La Tah nos puede volver a salvar?
—A la larga, puede detenerlo. No sé cuánto tiempo tenemos que aguantar. Por no hablar,
que el puma es algo nuevo. Dios, lo que daría ahora mismos por algo de hierba gatera3.
Los coches todavía circulaban sin rumbo mientras los conductores se apiñaban.
Cuando Jess pasó una gasolinera, una idea le golpeó. Era una locura, pero...
Era todo lo que tenía. Se dirigió a otra gasolinera calle abajo.
Abigail se sobresaltó al llegar a la estación de servicio y ver los cuerpos en el suelo de las
personas que habían sido capturadas en el exterior por las avispas y que ahora estaban muertos
por las picaduras. Había otros atrapados en los coches, que gritaban pidiendo ayuda, mientras que
el enjambre de avispas continuaba, en busca de nuevas víctimas.
—¿Hay algo que podamos hacer por ellos?
—Sí. Detener a Coyote.
3 Nébeda: hierba gatera. Es una hierba que droga a los gatos.
Era mucho más fácil decirlo que hacerlo.
Jess se dirigió al lavado de coches y se metió dentro. Ella empezó a preguntarle qué estaba
haciendo cuando de repente, las puertas se cerraron, sellándolos dentro. El puma se estrelló contra
la puerta, pero no pudo llegar a ellos a través del plástico duro.
Agitando la mano, Jess hizo que el agua se conectara.
Las avispas alrededor de su coche se volvieron locas al ser rociadas.
El corazón se le aligeró. Era una idea brillante. Iban a ahogar a las avispas.
Riendo, se volvió hacia Jess y lo besó en la mejilla.
—¡Eres un genio!
—Oh, vaya, no sigas por ahí. Podría pensar que en realidad te gusto y ¿dónde nos dejaría
eso?
Estaba en lo cierto. Eso era aún más aterrador que ser asaltado por las avispas asesinas y
pumas enfadados. Y cuando el pensamiento le pasó por la cabeza, fue golpeada con otro hecho.
—Tienes telequinesia.
Él asintió con la cabeza.
—Un poco, pero no siempre es de fiar.
—¿Cómo es eso?
—He tenido algunos errores. Solía tratar de controlarla más, pero después de un incidente
vergonzoso, he aprendido a dejarla estar.
Eso quería oírlo.
—¿Qué incidente vergonzoso?
Él se sonrojó de verdad.
—Prefiero no hablar de ello ni revivirlo. Baste decir, que me enseñó un par de cosas que
nunca he olvidado.
Muy diestro, entonces. Ella se recostó en el asiento, mientras que el agua y la espuma se
encargaban de la amenaza por ellos. Las avispas cayeron a su alrededor e hicieron un gran crujido
en el suelo. Y mientras estaba allí sentada mirándolas caer por el desagüe, el horror de sus acciones
le pegó con fuerza.
Había matado a un amigo esta noche.
Y había perdido a su familia.
Estoy sola. Pero era mucho peor que eso...
Jess sintió su tristeza, como si estuviera dentro de él. La miró a la tenue luz, mientras que las
emociones le cruzaban el rostro y oscurecían sus ojos.
—Todo se arreglará. —Intentó tranquilizarla.
Ella negó con la cabeza.
—No. Todo lo que he conocido. Todo lo que me dijo la gente que amaba era mentira. —
Levantó la mano, agradecida de que fuera humana y no de demonio, y sin embargo sabía la
verdad...—. Dejé que me mezclaran con un demonio y mi hermano adoptivo hizo lo mismo,
también. No sé lo que soy ahora. No sé lo que él es ahora. Todo era tan claro antes. Matarte.
Vengar a mis padres, y luego proteger a mi familia, a los Apolitas y humanos de los Dark-Hunters.
—Una solitaria lágrima se le deslizó por la mejilla cuando se encontró con su mirada—. Soy un
monstruo, Jess. Me he destruido a mí misma.
Esas palabras le tiraron del corazón y le recordó el día en que había llegado a la misma
conclusión. Era tan difícil ver la verdad en uno mismo.
Aún más difícil hacerle frente.
—No eres un monstruo, Abby. Confundida, concedido. Pero no un monstruo. Créeme. He
visto los suficientes para saberlo.
—Sí, claro.
Él le ahuecó la mejilla y le giró la cabeza para que lo mirara con el fin de que pudiera ver su
sinceridad.
—Mírame, Abby. Sé lo que es despertarse cada día, enfadado con el mundo. Enojado con
Dios y la humanidad por lo que te han hecho y quieres hacerles pagar por ello. Sentir como todo el
mundo te ve nada más que como su chivo expiatorio. Como tú, mi madre murió cuando yo era un
niño pequeño. Ella era la única cosa buena que tenía. La única que me hizo sentir que era humano.
Mi padre me odiaba, y nunca ocultó ese hecho a nadie. Descargó sobre mí la furia que sentía con el
mundo, y dejó un montón de cicatrices, dentro y fuera. A día de hoy, todavía puedo escuchar su
odio en mi cabeza, tratando de envenenar mis pensamientos. Tratando de envenenarme. Me
escapé de casa después de que casi me matara. Tenía trece años. Traté de encontrar un trabajo
decente o algún lugar para quedarme y llamar hogar. Lo que descubrí fue que a la gente le gusta
patear a los demás cuando están caídos, aunque sean sólo niños. Así consiguen una emoción
enfermiza. Les hace sentirse grandes y poderosos, mientras que destruyen el corazón y el alma de
su víctima desafortunada.
Él tragó saliva cuando algunas de sus más duras lecciones resurgieron y vio los rostros de
aquellos que le habían hecho daño. Pero no se trataba de él, se trataba de ella.
—Aprendí que la decencia humana es probablemente la criatura más rara ahí fuera. Y no
podía encontrar a nadie que no quisiera aprovecharse de mí o lastimarme más de lo que hizo mi
padre. Y me endureció aún más. Para cuando tenía dieciséis años, el veneno me había podrido
desde adentro hacia afuera. Me había cubierto por completo. Justifiqué lo que les hice a otras
personas recordándome cómo me trataron. Se merecían lo que fuera que les hice. Házselo a los
demás antes de que te lo hagan a ti.
—Te convertiste en un asesino.
Él asintió con la cabeza.
—Hasta el día que maté a un niño, pensando que era un hombre. Él quiso vengar a su padre,
y por primera vez en mi vida, vi que alguien era capaz de amar y sacrificarse. Lo creas o no, era
algo que yo no había visto a excepción de en mi madre. Y tan estúpido como suena, me había
convencido de que era la única y que nadie más lo haría. Pero después de eso, vi la diferencia entre
el amor y la lealtad. Por encima de todo, vi en lo que me había convertido. En lo que el odio me
había convertido.
Su mirada oscura se llenó de pena.
—No me hables de monstruos. Yo era uno de los peores.
Hace unos días, ella habría estado completamente de acuerdo. Infiernos, hace unas horas,
habría estado de acuerdo. Ahora...
—Me dijiste que nunca mataste a una mujer o un niño.
—Solo una vez, y nunca lo superé. Un error estúpido con el que he vivido todos los días
desde entonces. Bart me dijo que yo era un idiota por dejar que me molestara. Mejor que él pase a
mejor vida que ser yo el que yazca en una tumba. Pero ese muchacho no pasó a mejor vida. En
realidad no. Su alma me siguió de pueblo en pueblo, y no importaba lo que hiciera, no podía
escapar de ella. Hasta el día que una hermosa mujer me sonrió. No vio la fealdad que llevaba
dentro. Por primera vez en mi vida, vio al hombre que yo quería ser, y me ayudó a encontrarlo.
Gracias a ella, aprendí que, sí, en la mayoría de los casos la gente son idiotas egoístas, pero no todo
el mundo. Que hay algunos seres raros que ayudan a los demás y no abusan de ellos. Personas que
en realidad no quieren nada de ti.
Él le acarició la mejilla con el pulgar.
—Acheron siempre dice que nuestras cicatrices están ahí para recordarnos nuestro pasado, lo
que hemos hecho y lo que hemos vivido. Pero ese dolor no tiene que conducir o determinar
nuestro futuro. Podemos sobreponernos si nos lo permitimos. No es fácil, pero nada en la vida lo
es.
Esas palabras la obsesionaban. Como él dijo, ella había permitido que su pasado la cubriera e
infectara cualquier parte de felicidad que pudiera encontrar. Había llevado las cicatrices como una
insignia, y su familia las había usado en su contra. No para beneficio de ella.
Sino para el de ellos.
Su mano cálida se sintió tan bien mientras la tranquilizaba.
—No veo al monstruo en ti, Abby. Los monstruos no se preocupan por los demás, y no les
importa quien sufra. En ti, veo a una mujer que es fuerte. Una que sabe lo que es correcto y que
hará todo lo que sea para proteger a los que ama.
—Maté a tus amigos —le recordó.
—Y eso no me hace feliz. Pero tu cabeza no pensaba correctamente. Es fácil dejar entrar a tus
enemigos y escucharles a veces, especialmente cuando están fingiendo ser tus mejores amigos que
sólo quieren lo mejor para ti. Al menos eso es lo que dicen. Son unos hijos de puta insidiosos, que
te dicen lo que quieres oír y usan tus emociones para manipularte a hacer su voluntad. Me pasó
con Bart. Pensé que era la única persona en el mundo que daría una mierda por mí y le hubiera
protegido con mi vida.
Así fue como ella se había sentido sobre Kurt.
—Tarde o temprano, generalmente por celos, sus colores reales salen a la luz y ves la verdad
que te hace sentir como un tonto. Conozco esa traición, Abigail. Quema tan profundamente en tu
interior que deja una cicatriz permanente en tu alma. Pero no tienes que ser como ellos. Y no lo
eres.
Ella sintió las lágrimas comenzar a caer ante sus palabras. Él la hizo sentir mucho mejor, y no
estaba segura si tenía derecho a hacerlo. Honestamente. Ella había hecho daño a mucha gente.
Destruido vidas.
Sobre una mentira...
Antes de que ella se diera cuenta de lo que estaba haciendo, se desenganchó el cinturón y
gateó hasta su regazo.
Jess deslizó el asiento hacia atrás para así poderla sujetar en la oscuridad. El olor de su
cabello le llenó la cabeza mientras el corazón le latía violentamente. La abrazó con fuerza,
deseando poder quitarle el dolor.
Sólo el tiempo podría hacerlo.
Y apestaba.
—Todo estará bien, Abigail.
—Sí, después de que me sacrifique por mi estupidez.
—Te lo dije, no voy a dejar que eso suceda.
Abigail quería creerle. Lo hacía. Pero lo sabía mejor.
—No hay nada que hacer. Es lo que es.
Él se mofó de eso.
—Estás hablando con un hombre que vendió su alma a una diosa para conseguir vengarse
del hombre que lo mató. ¿En serio? ¿Crees que esto es imposible?
Ella sonrió contra su pecho. Por lo forma en que lo dijo, casi podría creer en un milagro. Por
primera vez, quiso. Hundió la cara en su hombro, inhalando su aroma. ¿Por qué era que aquí, por
fin se sentía a salvo? A pesar de que había enemigos por todas partes y un puma cruel esperando
fuera para devorarlos, se sentía segura. Desafiaba toda lógica y sentido.
Jess le besó la parte superior de la cabeza, mientras que sus propias emociones le estallaban
en lo más profundo. Había olvidado lo que era mirar a los ojos de una mujer y ver un futuro que
anhelaba. Estar muy cerca de ella y compartir cosas de su pasado que no le había dicho a nadie.
Ni siquiera Matilda había sabido lo que le dijo a Abigail esta noche. Aunque la había amado,
siempre había vivido con el temor de que averiguara su pasado y se horrorizara por ello. Que ella
le diera de lado, como todos los demás hacían y le odiara por las mismas cosas que había hecho
para sobrevivir.
Pero Abigail conocía su fealdad.
Ella sintió sus cicatrices.
Le hacía sentir cerca de ella. La apreciaba más por no juzgarlo. Por lo menos no ahora. Ella
entendía lo fácil que era dejarse atrapar en una pesadilla y lo difícil que era salir. Por hacer las
cosas que uno pensaba que eran justificadas y luego despertar y darse cuenta que había sido
engañado. Mentido.
Utilizado.
Había despertado como un Dark-Hunter sólo para sentirse como una puta. Como si hubiera
vendido su vida por dinero. ¿Y por qué? Por morir solo en la cuneta a manos de su mejor amigo.
Podía ocultarle su pasado a todos, excepto a sí mismo. Esa era la parte más difícil. Incluso
cuando lo intentaba, el perdón no llegaba con facilidad.
Algunos días no llegaba en absoluto.
Tal vez sería más bondadoso dejarla morir para que no tuviera que enfrentarse a la agonía.
La vida supuestamente no es bondadosa.
Cierto. Y Dios sabía que no había sido nada más que una patada en la entrepierna la mayoría
de los días. Pero entonces había momentos como éste. Momentos perfectos al sentirse cerca de
alguien. De dejar que su calor te calme.
Eso es lo que era la vida. Eso era ser humano. Cuando todo dolía y todo estaba mal, tener
una persona que te hacía sonreír aun cuando todo lo que querías hacer era llorar.
Estos eran los momentos que conseguías a través del mal.
Abigail alzó la mirada hacia él. Él se quedó con la mirada fija en esos ojos claros mientras su
aliento le hacía cosquillas en la piel.
Y en ese latido del corazón, supo que moriría por protegerla.
Que Dios me ayude.
La última vez que se sintió así, había muerto. Inclinando la cabeza hacia abajo, presionó la
frente contra la de ella y trató de ver el futuro.
Si hubiera un después de todo esto.
Pero él sabía la verdad. Él era un Dark-Hunter, y ella era...
Única. No había nada en el manual de los Dark-Hunters sobre esta situación.
Miró fuera del lavado de coches para ver que las avispas seguían pululando mientras
trataban de encontrar una manera de entrar. No sabía cuánto tiempo iba a durar esta oleada.
Cuánto tiempo tenían para algo.
Abigail le ahuecó la cabeza con la mano mientras sus pensamientos luchaban entre sí. A
pesar de lo que Jess dijo, ella no podía ver una salida a esto.
A excepción de la muerte.
Realmente estaba jodida en este momento. En una vida marcada por los errores, ésta había
sido la veta madre. Y había arrastrado a un buen hombre en la pesadilla con ella.
Las emociones rasgaban a través de ella tan rápido, que ni siquiera podía clasificarlas. Quería
sentirse arraigada otra vez. Para sentir como si tuviera un futuro.
Pero lo único que la mantenía anclada era Jess.
El corazón se le hinchó, tiró de sus labios a los de ella y lo besó. Esta era probablemente la
última noche de su vida. Tendría suerte si alguno de ellos estaba vivo al amanecer.
Y todo porque había sido una idiota.
Le debía más que pagarle una deuda por permanecer junto a ella y salvarle la vida. Pero no
era sólo obligación lo que sentía por él. Había algo mucho más. Más profundo.
Se sentía como si fuera una parte de él. Y no quería morir sin dejar que él lo supiera.
Levantándose en el asiento, ella se sentó a horcajadas sobre sus caderas.
Jess frunció el ceño y alzó la vista a los ojos de Abigail. Había un fuego hambriento en ellos
que no había visto nunca antes. Y cuando empezó a desabrocharse la camisa, se quedó sin aliento.
—Um... Abigail…
Ella detuvo sus palabras presionando el dedo índice contra sus labios. Entonces lo deslizó
lentamente bajando por el pecho hacia el sur hasta llegar a su bragueta.
—Sé que no tenemos mucho tiempo, Jess. Sin embargo, esta puede ser la única vez que
tendremos. Y no quiero morir sin compensarte.
—No tienes que hacer esto.
Ella sonrió.
—Lo sé. Quiero hacerlo.
Y todos sus argumentos y pensamientos se dispersaron cuando ella deslizó la mano dentro
de su pantalón y le tocó. Oh sí, ahora estaba perdido.
Sabía que después de esto, nunca volvería a ser el mismo.
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